La utopía revolucionaria, frente a la realidad

Zamora, 21 agosto 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Ya Rousseau había dicho en su Contrato Social que "la voluntad general debe adsorber las voluntades particulares", y que cada uno de nosotros debe poner su persona y posesiones "bajo el poder de una suprema dirección de la voluntad general", pasando cada miembro de la sociedad a ser considerado como "parte indivisible del todo".

         Puesto que lo de voluntad general no pasa de retórica abstraccn, que cualquier populista demagogo podrá concretizar a su beneficio, el tomar en serio lo del roussoniano contrato social es brindar un ciego voto de confianza al uso de cuantos personajes y personajillos intentan (no pocos de ellos lo consiguen) presentarse como intérpretes de la voluntad general o (hilando más fino) de este o aquel grupo social. Luego vendrán las pertinentes dosis de un fundamentalismo rerico que implique la renuncia a la personal capacidad de juicio y consecuente progresiva masificación.

         Sabemos que deja de ser viable una "voluntad general" (unanimidad de criterio) en el momento mismo en que cualquier integrante de un grupo de personas, por pequeño o grande que éste sea, se resiste a fusionar con los otros sus secretos pensamientos, sueños y deseos; máxime si, con aceptables argumentos, defiende en público la posición contraria del der de turno.

         "No seáis esclavos de los hombres" (1Ti 5, 14), había recomendado San Pablo. Así ha de ser si, verdaderamente, queremos ser libres a partir del más secreto rincón de nuestra conciencia. En esa libertad se apoya nuestra capacidad de reflexión y de ella se alimenta el irrepetible cacter de nuestras respectivas personalidades.

         No lo entendieron así Carlos Marx y sus seguidores, para los que "libertad es el conocimiento de la necesidad", padre de un comunismo para el que la familia humana no era sino un simple instinto gregario del animal, que:

-"se diferencia del cordero, en que es capaz de fabricar lo que come",
-"va donde le empujan los perros del rebaño", en circunstancia cerrada a cualquier posible huída.

         Tras la Revolución Francesa, multitud de teorizantes de profesión se aplicaron a ver en la "revolución por la revolución" el prólogo hacia una utopía bajo el sol de sus respectivas genialidades. E hizo escuela Marx, entre otras cosas, porque acertó a sintonizar con el esritu colectivizante del siglo.

         Para facilitar el camino hacia esa utopía, en la que habrían de desaparecer todas las contradicciones de la vida de su época, Marx captó la necesidad de presentar una "explicación total de lo existente", y para ello contó con la valiosa colaboración de su íntimo amigo Engels. De hecho, los escritos de uno y otro, girando en torno a una cerrada concepción del universo y de la historia, resultaron ser otros tantos capítulos a favor de una revolución sin tregua cuya meta situaron en una utopía libre de cualquier tipo de contradicción. Así lo hicieron ver en su Manifiesto Comunista, su más conocido trabajo en común.

         En dicho Manifiesto explican Marx y Engels la historia según la "dialéctica del amo y del esclavo", en el que pretendió hacerse fuerte el panlogismo de Hegel. La historia de todas las sociedades que han existido hasta sus días (los de Marx y Engels, claro) era la historia de las luchas de clases, dicen, y predican una revolución basada en las contradicciones de clase:

"Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado. Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado".

"El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada de común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional".

"Las leyes, la moral, la religión son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses de la burguesía. Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda sociedad a las condiciones de su modo de apropiación".

"Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar, y tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente".

"Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra".

"Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase".

"En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que la libre desenvoltura de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos".

         Revolución implacable hacia una rosada utopía en predicamenta a desarrollar posteriormente con una evidente división del trabajo entre Marx y Engels en común y dogmatizante aceptación de los supuestos de su materialismo hisrico, al que habrán de dar forma desde dos cadenas de argumentos:

-la que se deriva de la historia, vista como perpetuo enfrentamiento entre las diversas sociedades humanas,
-
la que, según la dialéctica hegeliana, constituye el carácter de la materia, y por extensión de todo el universo visible o experimentable (sobre el inestimable punto de apoyo de las teorías de Darwin).

         Será el Capital, la principal obra de Marx, un fiel exponente de dicho materialismo histórico. Y la Dialéctica de la Naturaleza, de Engels, algo así como la base metafísica de dicho materialismo, que ya podrá ser caracterizado como histórico-dialéctico.

         Para ese materialismo histórico-dialéctico la fuerza argumental radicaba en la contundencia de las afirmaciones. Si ya Hegel había sostenido que "lo racional es real" (en tanto en cuanto "lo real es racional"), por una extrapolación ideal-materialista se podrá afirmar que lo racional es, pura y simplemente, material.

         En consecuencia, tarea de los nuevos intérpretes de la realidad material (la única que se admite en el ideal-materialismo marxista) será descubrir los puntos de partida o fundamentos materiales de una concepción global de todo lo existente, para luego establecer las pertinentes relaciones con los fenómenos hisricos.

         Con lo de "la lucha de clases como motor de la historia", Marx y Engels pretendieron haber logrado la prueba inapelable de su materialismo hisrico, aplicable a las relaciones entre humanos. Pero les faltaba el hilo conductor entre las fuerzas de la historia y las fuerzas de la naturaleza. Es así como mantuvieron en suspenso sus formulaciones hasta que, en 1859, Darwin publicó su Origen de las Especies y su selección Natural.

         Fue a partir de ese momento cuando Engels, por encargo de Marx, se aplica a la elaboración de su inacabada Dialektik der Natur-1883, en la que intenta asentar las bases de la autosuficiencia de la materia partiendo del supuesto de que "toda realidad material es unión de contrarios" (supuesto que asentará la dogmática revolución emprendida por Lenin (el 1º), Stalin (el 2º), Mao Tse Tung (el 3º), Fidel Castro (el 4º)...

         ¿Y cual era la meta de esa revolución, con sus respectivos caracteres? Una utopía o estado de perfecta armonía, en el que "cada uno aportará lo que corresponde a su capacidad y recibirá lo necesario para cubrir sus necesidades". Todo ello por la fuerza de las cosas y sin que nadie tenga que poner de su parte un ápice de esa caduca invención que los cristianos llaman amor.

         Marx se había definido a sí mismo como un hegeliano al revés, y si para Hegel "la materia era una exteriorización de la idea" (platonismo puro, elevado a sus últimas consecuencias) para Marx son las cosas las que, por fenómenos de reflejo, forman las ideas.

         No hay pruebas de que ni lo uno ni lo otro respondan a la realidad, pero sí que, desde posicionamientos aparentemente contrarios, y en base a laberintos de palabras y conceptos, ambos intentan hacerse fuertes en eso que podríamos llamar ideal-materialismo, doctrina que, en cerrado círculo, parte de supuestos o ideas con entidad propia para explicar:

-la materia, supuestamente autosuficiente y eterna,
-todo lo existente,
-lo espiritual, que pretenden confundir con lo ideal o simplemente imaginado.

         Es así cómo, sin lograr demostrar nada, y a base de palabras y giros dialécticos, proponen los seguidores de la utopía comunista la ciega creencia en una creación sin creador.

         Esto parece un cuento de chinos, pero fue la creencia que marcó las pautas de comportamiento a millones de personas, hasta tal punto de empeñar a pueblos enteros en la persecución de lo imposible. Y eso ya no fue tan sólo una utopía, sino que se llama que ofuscación porque trató de escapar del atolladero en una huída hacia adelante, poniéndose en manos de un futuro y un presente imposible.

         Claro que, para alimentar fidelidades, los teorizantes y panegiristas ad hoc requieren al colectivo una previa renuncia a la voluntad y personal capacidad de reflexión, como si sus deseos de mejor futuro no tuvieran necesidad alguna de valores como la libertad, creatividad, constante trabajo y suficientes dosis de generosidad.

         En este contexto, la voluntad de la gente sencilla empezó a flotar en el desconcierto entre un creer y no creer, con el peligro de desvariar hacía el vacío de la desesperanza. Y esa fue su fatal circunstancia, pues empezaron a resultar presa fácil de tal o cual carismático líder, crecido por el servilismo de su tropa de oportunistas, aventureros y demagogos (ninguno de los cuales resultaba capaz de enfrentarse a la realidad de su ser y poder ser).

         Al respecto, recordemos los estragos que, desde ese momento hasta ahora, la palmaria tergiversación de conceptos a cargo de estos especuladores, sadores ilustrados, rericos de oficio y mercaderes de ideas, ha hecho en la sana capacidad de razonamiento de las personas, con las tristes consecuencias que conocemos. Y recordemos los estragos que en el presente tenemos que padecer en el ámbito de la vida ordinaria, pues dichos aduladores comunistas han renunciado a su utopía pero no a la política ("arte arquitectónico de la sociedad", según de escrito Aristóteles), a la que consideran como una invertible profesión.

.

  Act: 21/08/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A