La verdad, único camino para conocer la realidad

Zamora, 25 septiembre 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Sólo librándonos de la imaginación podremos mejorar nuestro conocimiento de la realidad, así como orientando nuestro entendimiento por el camino de la verdad. Pero ¿cómo estar seguros de que vamos en la dirección correcta? Es Balmes quien nos lo dice:

"Si deseamos pensar bien, hemos de procurar conocer la verdad, para poder conocer la realidad de las cosas. ¿De qué sirve discurrir con sutileza, o con profundidad aparente, si el pensamiento no es conforme con la realidad? Un sencillo labrador, un modesto artesano, que conocen bien los objetos de su profesn, piensan y hablan mejor sobre ellos que un presuntuoso filósofo, que en encumbrados conceptos y altisonantes palabras quiere darles lecciones sobre lo que no entiende".

         Por supuesto, nuestro entendimiento es muy limitado, así como los datos aportados por los sentidos y el continuo divagar y divagar a través del método de la duda metódica, a partir de la perogrullada del "pienso, luego existo". Sin embargo, sí es posible distinguir la verdad de la mentira, sin tener para ello que derrochar energías y sobre asuntos sin sentido.

         Es lo que hicieron los antiguos griegos, que colocaron sobre el dintel del Templo de Delfos aquello del "conócete a ti mismo", punto de partida de aquel insigne Sócrates que pronto vino a convertirse en el maestro del sentido común. Y es que el ser humano, en medio de todos los seres animados que pueblan el ancho mundo, es el único que, a través de su propia conciencia intelectual, puede calificarse a sí mismo como "ser racional".

         Desde ese punto de partida, de forma personal e intransferible, todos y cada uno de nosotros podemos acercarnos a las certeras respuestas de las más acuciantes preguntas que nos hacemos, en cuanto estamos en disposición del uso normal de nuestro sentido común: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?, ¿qué he de hacer para cumplir con mi destino?

         Claro que el simple afán de saber o de descubrir no garantiza el certero conocimiento; a lo máximo, dará relevancia a lo mucho que nos falta por saber y tanto peor si eso poquito que creemos saber llega a satisfacernos como si ya hubiéramos entrado en los dominios de la certeza absoluta.

         La conciencia de nuestras propias limitaciones nos habrá de dar la prudencia necesaria para reconocer en todo momento la inconmensurable distancia entre lo que sabemos o creemos saber y lo que realmente ignoramos y ello porque, queramos o no, en el terreno del conocimiento al menos tres son las fuentes de las que nos servimos:

         1ª Fuente: la mano de la Providencia, en la que creen, creemos, los fieles de, al menos, las tres religiones monoteístas; es lo que los antiguos llamaban hades o fatum y algunos autodenominados progresistas de hoy sustituyen por el "determinante materialista de la historia", lo que, reconózcase o no, viene a significar una supuesta energía providencial.

          Fuente: una especie de atmósfera hisrica, reflexiva y activa, específica de la civilización en la que hemos nacido, sido educados y nos desenvolvemos; es lo que Ortega y Gasset lla la circunstancia y Teilhard de Chardin noosfera, especie de "impalpable tejido de pensamiento" que, sucesivamente, aportan a la historia las distintas épocas con la secuencia de generaciones más o menos duchas en el arte de discurrir y decidir. A eso llamaban "conciencia colectiva" los discípulos de Rousseau, no pocos de los cuales, tirando por la calle de en medio, lo toman con inapelable determinante de  la libre conciencia de la personas.

          Fuente: esa misma conciencia personal o libre capacidad de reflexión de las personas, exclusivo privilegio de que gozamos los seres humanos por el simple hecho de haber nacido con el entendimiento, la memoria y la voluntad necesarios para discernir y decidir en los asuntos más vitales para nuestro paso por el mundo.

         Nuestra época tiene una urgente necesidad de esta forma de servicio desinteresado que consiste en proclamar el sentido de la verdad, valor fundamental sin el cual perecen la libertad, la justicia y la dignidad del hombre.

         Es lo que señalaba el muy recordado Juan Pablo II en su Fides et Ratio, y lo que nos empuja a bucear en la historia para exponer y hacer valer todo lo que apreciamos o vemos en la providencial acción de Dios y en nosotros, los seres humanos de todos los tiempos, para, en consecuencia y sin dogmas de cosecha propia, aportar la información y consiguientes reflexiones con la voluntad de servir a la verdad en la medida de nuestras personales capacidades.

         Para aclarar cualquier posible equívoco al que puede llevar un título como el de "Dios y nosotros en la historia", es de lugar precisar que, para el autor, Dios es Dios, la historia es lo que todo el mundo entiende por historia, y nosotros somos y yo, y también toda la humanidad pasada, presente y futura.

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  Act: 25/09/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A