Los idealistas se multiplican, cada uno con sus ideas

Zamora, 18 julio 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Si se ha de creer a los cronistas de la época, la muerte de Hegel (ca. 1831) cubrió de vacío y desesperación a los medios académicos alemanes, y nada original se podría escribir ya sobre las inquietudes y esperanzas de los hombres. Con él, escribió Gans, "la filosofía cierra su círculo, y a los pensadores de hoy no cabe otra alternativa que el disciplinado estudio sobre temas de segundo orden, según la pauta que el recientemente fallecido ha indicado con tanta claridad y precisión".

         Foörster, el más acreditado editor de la época, comparó la situación con la vivida por el Imperio Helénico a la inesperada muerte de Alejandro Magno:

"No hay posible sucesor en el liderazgo de las ideas; a lo sumo, caben especializaciones a la manera de las satrapías en que se dividió la herencia de Alejandro, todo ello sin romper los esquemas de lo que se tomaba por un magistral e insuperable desarrollo de ideas, fueran éstas totalmente ajenas a la propia realidad. De todas formas, ¿no había dicho ya Hegel que "si la realidad no está de acuerdo con mi pensamiento, ése es problema de la realidad?".

         Era tal la ambigüedad del hegelianismo que, entre sus más directos discípulos, surgieron tendencias para cualquier gusto. Hubo una derecha hegeliana representada por Gabler, von Henning, Erdman, Göschel, Shaller...; una izquierda hegeliana en la que destacaron Strauss, Bauer, Feuerbach, Hess, Sirner, Bakunin, Herzen, Marx, Engels...; y un centro hegeliano con Rosenkranz, Marheineke, Vatke y Michelet.

         Al hilo de los respectivos intereses o afanes intelectuales, unos verán a Hegel como luterano ortodoxo, otros como deísta (al estilo Voltaire), otros como panteísta e incluso otros como ateo.

         En esta guerra de las interpretaciones, y dada la fuerza que entre los más influyentes intelectuales había cobrado el hegelianismo, parecía obligado que poder político y oposición tomaran partido: El gobierno, adscrito al ala más conservadora, veía en Hegel al defensor de la religión oficial. Los intelectuales de la oposición, por el contrario, optaban por encontrar argumentos hegelianos contra la fe tradicional. E incluso una parte de estos últimos (los llamados "jóvenes hegelianos") constituyó en la Universidad de Berlín un poderoso grupo de opinión que se auto-tituló Die Freien (lit. Los Libres).

         La doctrina de Hegel, culminación del "libre examen" que se dijo entonces (recuérdese a Lutero con su "de servo arbitrio"), resultó ser un buen producto de mercado, y así habían de entenderlo los intelectuales de oficio. Unos intelectuales que Marx, en gráfica alusión, considera "mercaderes de ideas", dedicándoles numerosas referencias como ésta:

"Si hemos de creer a nuestros ideólogos, dice, Alemania ha sufrido en el curso de los últimos años una revolución de tal calibre que, en su comparación, la Revolución Francesa resulta un juego de niños: con in creíble rapidez, un imperio ha reemplazado a otro; un poderosísimo héroe ha sido vencido por un nuevo héroe, más valiente y aun más poderoso.

Asistimos a un cataclismo sin precedentes en la historia de Alemania: es el inimaginable fenómeno de la descomposición del Espíritu Absoluto.

Cuando la última chispa de vida abandonó su cuerpo, las partes componentes constituyeron otros tantos despojos que, pertinentemente reagrupados, formaron nuevos productos. Muchos de los mercaderes de ideas, que antes subsistieron de la explotación del Espíritu Absoluto, se apropiaron las nuevas combinaciones y se aplicaron a lanzarlas al mercado.

Según las propias leyes del Mercado, esta operación comercial debía despertar a la competencia y así sucedió, en efecto. Al principio, tal competencia presentaba un aspecto moderado y respetable; pero, enseguida, cuando ya el mercado alemán estuvo saturado y el producto fue conocido en el último rincón del mundo, la producción masiva, clásica manera de entender los negocios en Alemania, dio al traste con lo más substancial de la operación comercial: para realizar esa operación masiva había sido necesario alterar la calidad del producto, adulterar la materia prima, falsificar las etiquetas, especular y solicitar créditos sobre unas garantías inexistentes.

Es así como la competencia se transformó en una lucha implacable que cada uno de los contendientes asegurará coronada por la propia victoria".

         Todos esos "mercaderes de ideas" se caracterizaban por una total ignorancia de la realidad más elemental (pues incluso "lo más cercano está inmerso en el misterio"), y por la pobre imagen que dieron de la libertad (al desligarla de ese Amor Creador que hacía del hombre un colaborador en la inacabada obra de la creación).

         Veremos en los próximos artículos algunos ejemplos de ese "mercadeo de ideas y sistemas", protagonizado por los más destacados "jóvenes hegelianos" (por una parte), por los teorizantes de la "economía clásica inglesa", y por algunos representantes del primitivo "socialismo francés". ¿Y por qué esta selección? Porque las teorías de esos 3 grupos han servido de base a una doctrina y a una manera de hacer política que ha intentado, y sigue intentando aunque no lo consiga, cambiar el rumbo de la historia.

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