Se multiplican los maestros del progresismo

Zamora, 10 octubre 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Durante los 3 primeros cuartos del s. XX, la fuerza de la estadística impuso en los medios académicos más influyentes de Europa una abierta devoción por la herencia intelectual de Marx, heredero del racionalismo cartesiano a través de Hegel.

         Fueron muchos los celebrados pensadores marxistas de estos inicios de s. XX (o maestros del progresismo), pero de entre ellos destacamos a tres (Sartre, Garaudy y Marcuse), como máximos representantes de sus respectivas corrientes académicas (todas ellas, por otro lado, ligadas en la común obsesión por desligar al hombre de su individualidad y personalidad).

         Con todos ellos, lo que se propone es una escapada a la irracionalidad (pues la razón es algo demasiado personal), a la par que se incurre en una falta de respeto a la más elemental realidad: que "yo soy yo y mi circunstancia" (como diría Ortega), y he nacido con un ser que precisa una intransferible responsabilidad.

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         Según su propia confesión, Jean Paul Sartre se introdujo en el mundo de la intelectualidad por una abierta inclinación hacia el subjetivismo idealista: "El acto de la imaginación es un conjuro mágico, destinado a hacer aparecer las cosas que se desea". Ya sé que es ahí en donde radica la vena poética, pero es que en la obra de Sartre van de la mano poesía y reflexión sistematizada (lo que hoy se entiende por filosofía), como algo indisolublemente unido. En Sartre, como en ningún otro, toma cuerpo aquello de "sic volo, sic iubeo".

         Sartre se acerca a Marx en la valoración de la dialéctica de Hegel. Hilvana con Hegel a través de Heidegger y Husserl, quienes aplican la dialéctica a una pretendida confluencia del ser y de la nada en el campo de la fenomenología y según "la pura intuición del yo" (es decir, según un apasionado idealismo subjetivo). Para un estudioso de Sartre como Stumpf, tal intuición significa que:

"El yo puro, contemplado en la pura intuición del yo, evoca con demasiada fuerza el nirvana de los ascetas indios, quienes, absortos e inmóviles, contemplan su ombligo. Nuestra mirada se hunde en lo oscuro, en la absoluta nada".

         Se trata, pues, de la continuación del afán que provocara Hegel: edificar la ciencia del saber partiendo de cero en el sentido más literal es decir, dando poder creador a la Nada, lo que, según ello y en magistral disparate del idealismo subjetivo, resultará infinitamente más consistente que el Ser.

         Sartre es más discurseador que sistematizador. Es el divulgador principal del existencialismo ateo al que presenta como reacción materialista contra la "metafísica del ser", que arranca en Aristóteles, es defendida por el realismo tomista y puede ser expresada con la perogrullada somos y existimos a la par. "La existencia, dice Sartre por su parte, precede a la esencia". ¿Qué es, realmente, lo que ello significa? El estar ahí ¿es más importante (o comprometedor) que el tratar de averiguar el lugar de donde vienes y hacia dónde debes usando tus posibilidades de movimiento y acción?

         Sartre sale al paso de esta seria objeción con un cúmulo de teorías sobre el "en sí" y del "para sí", del "yo que se intuye a sí mismo" y "del infierno de los otros": el "en sí" será el ente, lo más sólido e inmutable del yo; el "para sí" habrá de ser aceptado como la expresión de la libertad, una facultad que se siente, pero que no se razona.

         El "para sí" es, según Sartre, una extraña fuerza que coincide con la Nada en su sentido más literal (le Neant), fenómeno que, repitiendo a Hegel, "se expresa como oposición a lo que existe", y abre la única posibilidad de "definir al ser". Diríase que Sartre es como un piloto que navega a ciegas en el mar de la especulación.

         Sartre no se arredra por ello e insiste: proclama que la Nada anida en el hombre como un gusano en un pequeño mar. Invadido por la Nada, el hombre encuentra en ella no una simple figura, sino la fuerza creadora.

         Tales conclusiones, que ignoran los más elementales principios del razonamiento (lo que no es no puede ser por el simple efecto de una figura literaria) serían inadmisibles en cualquier reflexión mínimamente rigurosa; ello no obstante, tuvieron y tienen su audiencia merced a la soberbia retórica academicista en que vienen envueltos. La observación que dicta el sentido común sobre la perogrullada de que "algo invadido por la nada es nada" no arredra a Sartre, quien porfiará sobre el hecho de que es ahí precisamente adonde quiere llegar como referencia incuestionable para demostrar que la vida humana, cualquier vida humana, es radicalmente inútil.

         Si en Heidegger, el supuesto de la inutilidad de la propia vida se traduce en angustia; para Sartre la conclusión del "ser que sabe que no es" se llama náusea. Con esta invención Sartre pretende y, en parte, logra abrir nuevos caminos al fundamentalismo ateo con su subsiguiente derivación en la forma de vivir y actuar de no pocos contestatarios de la actualidad.

         Reconozcamos que la producción intelectual de Sartre es coherente con una corriente en la que imaginación se confunde con razón, ambas se dejan guiar por el capricho o deseo de redefinir el absoluto, para, al final, chocar irremisiblemente contra la insobornable realidad: si para un impenitente idealista como Hegel, lo real encuentra su justificación únicamente como "oposición a lo ideal" (probablemente irreal, en cuanto no pasa de ser imaginado), similar fundamentación asume Sartre para sus teorías: es la nihilización, o reducción a la nada lo que da significación a la vida e historia del hombre.

         Claro que, cuando conviene a su propósito, Sartre se distancia de Hegel y coincide con Marx (y, esta vez, con el sentido común) cuando, refiriéndose a Hegel, afirma: "No es posible reducir el ser al puro y simple saber". Por lo demás, Sartre abraza el materialismo histórico marxista desde lo que él llama un "racionalismo dialéctico y riguroso". y a ello se refiere en una carta a Garaudy:

"El marxismo me fue ganando poco a poco al modo de pensar riguroso y dialéctico, cuando hace ya veinte años me estaba extraviando en el oscurantismo del no-saber. Lo acepto por la fuerza de sus resortes internos (la raíz materialista del Todo) y no por la excelencia de su filosofía".

         Pero no es el de Sartre un marxismo ortodoxo, sino un marxismo de materialismo histórico, que supone una dialéctica interna de la historia y no al materialismo dialéctico. Es la ensoñación metafísica, que creerá descubrir una dialéctica de la naturaleza, pues "aunque esta dialéctica de la naturaleza pudiera existir, aun no nos ha ofrecido el mínimo indicio de prueba":

"Si el materialismo dialéctico se reduce a una simple composición literaria, producto del artificio y de la pereza sobre las ciencias físico-químicas y biológicas, el materialismo histórico, en cambio, es el método constructivo y reconstructivo, que permite concebir a la historia humana como una totalización en curso".

         Desde tal posición, acusada de atrevida por los poderes fácticos del marxismo, Sartre dogmatiza: "El existencialismo ateo se mantiene porque el marxismo no es una ciencia exacta". Lo que, según él, no significa debilidad argumental, pues "el marxismo no es una doctrina a revisar, sino una tarea histórica a realizar". Por eso, sigue dogmatizando Sartre, "el pensamiento existencialista, en tanto que se reconoce marxista, es decir, en tanto que no ignora su enraizamiento en el materialismo histórico, resulta el único proyecto marxista a la vez coherente y realizable".

         Ese peculiar e ideal producto marxista-existencialista, propugnado por Sartre, será un ateismo militante capaz de hacer a la especie humana dueña de su propio destino por los caminos de la "razón dialéctica" o proceso de "nihilización constructiva".

         De hecho, lo que propugna Sartre es aplicar la autoridad moral de Marx tanto a la gratuita ridiculización de cualquier mínimo rastro de fe en un Dios providente y libertador como a la radicalización de una lucha de clases que, para Sartre, debe sacudir su "progresivo aburguesamiento".

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         En los tiempos en los que se le reconocía principal figura de la intelectualidad marxista, Roger Garaudy (ca. 1913) trazaba una línea directa entre Jesús de Nazaret y Carlos Marx, "quienes nos han demostrado cómo se puede cambiar el mundo".

         Aunque nacido de padres agnósticos, desde muy niño, Garaudy sintió viva preocupación por el problema religioso. Tiene 14 años cuando se hace bautizar y se aficiona a la teología que estudia en Estrasburgo, con especial atención a la obra de Kierkegard (padre del existencialismo cristiano) y a Barth (el teólogo luterano de la teología dialéctica, según la cual Dios es "el totalmente Otro" incluso para Jesucristo).

         Tales influencias se dejaron sentir en la posterior militancia comunista de Garaudy: el punto fuerte de su crítica a la religión será la acusación de que está desligada del mundo, aunque el halo de sacrificado amor que inspira infunda a los cristianos "un remedo de socialismo".

         Es a los 20 años cuando Garaudy se afilia al PCF, en el que destaca por su inteligencia despierta, amplia formación teórica y ambición. Tras ser perseguido por los alemanes (con 2 años de cárcel) se traslada a Argelia, desde donde dirige el semanario Liberté y programas de radio hacia la Francia ocupada. Ya terminada la II Guerra Mundial, es nombrado miembro del Comité Central del PCF, elegido diputado y escuchado como miembro destacado en todos los congresos. Pasa una larga temporada en Moscú, regresa a Francia, es de nuevo elegido diputado y llega a vicepresidente de la Asamblea Francesa.

         Su creación del Centre d’Etudes et de Recherches Marxistes, su destacada participación en los Cahiers du Communisme, sus numerosas publicaciones, y la orientación que imprime a la celebración anual de la Semaine de la Pensée Marxiste hacen de Garaudy uno de los más escuchados pensadores marxistas europeos durante no menos de 20 años.

         El Mayo de 1968 fue un revulsivo para el PCF, el cual, en razón de la influencia de intelectuales como Garaudy, que se mantuvo al margen de la revuelta estudiantil con la oposición de otros miembros destacados del partido. A raíz de ello, se decantan posiciones y Garaudy es apartado progresivamente de los círculos de influencia del partido.

         Garaudy ya no acepta la disciplina que proviene de Moscú y se permite criticar la "restauración del stalinismo, evidenciado en la inoportuna y criminal intervención contra Checoslovaquia".

         La definitiva separación de los órganos de decisión del PCF se materializa cuando su Politburó francés reprocha formalmente a Garaudy su "renuncia a la lucha de clases", su "rechazo a los principios leninistas del PCF", su "crítica abierta e inadmisible a la Unión Soviética" e incluso su "pretendida revisión de los principios del materialismo histórico".

         Sigue una guerra de comunicados según la cual Garaudy es acusado de entrar en connivencia con la Iglesia Católica, de "adulterar los principios del materialismo dialéctico", de "atacar al centralismo democrático del partido" y de "intentar convertir los órganos decisorios en un club de charlatanes incansables (Fajon)". Al final, Garaudy es expulsado del partido.

         A partir de entonces y hasta una sorprendente conversión a la religión musulmana, Garaudy hace la guerra por su cuenta en el propósito de crear "un nuevo bloque histórico", según él capaz de aglutinar a los trabajadores, estudiantes, técnicos, artistas, intelectuales y "católicos preocupados por la cuestión social". Como él mismo dice a uno de éstos:

"Hermano cristiano, te hemos aclarado la actitud de los marxistas respecto a la religión. Somos materialistas y ateos y, como tales, te tendemos lealmente la mano, sin ocultarte nada substancial de nuestra doctrina: todos nosotros, creyentes o ateos, padecemos la misma miseria, somos esclavizados por los mismos tiranos, nos sublevamos contra las mismas injusticias y anhelamos la misma felicidad".

         Cuando vienen las magistrales precisiones de la Pacem in Terris de Juan XXIII, Garuady ve la ocasión de profundizar en su política de la mano tendida y llega a asegurar que el marxismo sería una pobre doctrina si en él no tuvieran cabida, junto con las obras de San Pablo, Agustín, Teresa de Avila, Pascal, Claudel... valores como "el sentido cristiano de la trascendencia y del amor".

         Ello hace pensar que, durante unos años, el secreto deseo de Garaudy es prestar su sello personal a una doctrina que resultaría de la síntesis entre el cristianismo y el marxismo, algo así como un humanismo moralmente cristiano y metafísicamente marxista (ateo) sobre la base de que "la materia es autosuficiente" y de que el marxismo, con su doctrina de la lucha de clases, "es la panacea de la ciencia y del progreso".

         Paro hay algo más en la obsesión revisionista de Garaudy: su afán por capitalizar la audiencia, que logra entre los jóvenes el existencialismo sartriano (al que reprocha su escasa profundización en el estudio de las "cuatro fundamentales leyes dialécticas").

         Ecléctico como pocos de los teorizantes de la buena nueva marxista, durante varias décadas, Garaudy presentaba a la doctrina de Marx como una especie de cajón de sastre en el que cabría lo más novedoso del pensamiento social o de las ciencias de la naturaleza, cualquiera que fuera su procedencia:

"No consideramos, dice, la doctrina de Marx de ningún modo como algo cerrado e intocable; al contrario, estamos convencidos de que, solamente, ha suministrado los fundamentos de la ciencia, que los socialistas han de desarrollar en todos los aspectos".

         Ya anciano, Garaudy dice haber encontrado su camino en la fidelidad a la doctrina de Mahoma, desde cuyo posicionamiento cultiva un anti-americanismo y anti-judaísmo radical.

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         Heriberto Marcuse (nac. 1898), judío alemán, llega al marxismo por similar camino que Sartre: a través de Heidegger. También se acerca a Hegel, en cuya estela encuentra a los marxistas radicales de la primitiva social democracia alemana. La dictadura de Hitler forzó a Marcuse a emigrar a Estados Unidos, donde se afincó definitivamente.

         La originalidad de Marcuse radica en su preocupación por elaborar una síntesis de los legados intelectuales de Hegel, Marx y Freud. En el camino de Hegel a Marx Marcuse abraza incondicionalmente un fundamentalismo ideal-materialista que, tomó como punto de partida de su actividad intelectual; la convergencia entre Marx y Freud es algo original que Marcuse debe el psicólogo sexual Wilhem Reich, nacido en Austria, también judío y, como Marcuse, forzado a huir del nazismo.

         Este tal Wilhem Reich, que se decía incondicional marxista y fiel discípulo de Freud, pretendía demostrar el "absoluto paralelismo" entre la lucha de clases y la sublimación sexual: "Aunque es necesario acabar con la represión sexual de forma que se despliegue todo el potencial biológico del hombre, solamente en la sociedad sin clases, podrá existir el hombre nuevo, libre de cualquier sublimación". Y se quejaba de una doble incomprensión, pues mientras que el partido le acusaba de obseso sexual, en los círculos freudianos no se entendía muy bien esa relación entre las luchas políticas y el psicoanálisis.

         Ya en Estados Unidos, Reich sigue cultivando su obsesión por la "síntesis entre la lucha de clases y la sublimación represiva". Apoya su tesis en el descubrimiento de la orgonterapia, el "descubrimiento científico más importante de los tiempos modernos, capaz de curar el cáncer gracias a la aplicación del orgón o mónada sexual". Los peculiares tratamientos terapéuticos de Reich llamaron la atención de la policía americana, quien descubrió que las pretendidas clínicas eran auténticos prostíbulos. De hecho, Reich murió en la cárcel.

         Tres libros de Reich hicieron particular mella en la trayectoria intelectual de Marcuse, la Función del Orgasmo, el Análisis del Carácter y la Revolución Sexual. La sociedad industrial avanzada de Estados Unidos es otro de los fenómenos presentes en la obra de Marcuse, como también lo es un crudo pesimismo existencial, posiblemente producto del resentimiento.

         En ese conglomerado de influencias y vivencias personales nació la doctrina marcusiana de "la gran negativa del hombre unidimensional" (sometido al instinto como única fuerza de su comportamiento) y de la desublimación, concepto en que se apoya la relevancia que se le concede a la New Left (Nueva Izquierda). Es éste un producto presente en los movimientos snob-progresistas de los últimos 40 años, en el Mayo de 1968, en las protestas de marginados, y en la base argumental de las ligas abortistas y de liberación sexual.

         Marcuse es aceptado como una especie de profeta de la "protesta porque sí", algo que, en cada momento, adoptará la forma que requieran las circunstancias: demagogia de salón, crítica académica, revuelta callejera... o simple afán de destrucción. Con Marcuse se deja atrás el camino de utopía, y se persigue un "más allá de la utopía" en que la voluntad personal lograría perfecta identificación con los caprichos del instinto animal.

         Para Marcuse la solución mágica a los problemas de la época parte de una "sublimación no represiva", elemental "evidencia de la verdadera civilización, la cual (como ya decía Baudelaire) no está en el gas, ni en el vapor, ni en las mesas que giran, sino en la progresiva desaparición del pecado original".

         Para Marcuse el camino que ha de llevar a tal civilización se expresa en el enfrentamiento dialéctico entre el eros freudiano (elemental deseo y subsiguiente culminación sexual) y el thanatos griego (o genio de la muerte). Eros y Thanatos son fuerzas que llegarán a la "síntesis o equilibrio en la solución final".

         Es en esa solución final donde encontrará su culminación el Mito de Orfeo (pacificador de las fuerzas de la naturaleza) y el Mito de Prometeo (en quien Marx había personificado el "odio a todos los dioses"), y habrá desaparecido la lucha de clases, la angustia sexual. Gracias a lo cual se habrá logrado "la transformación del dolor en juego y de la productividad represiva en productividad libre". Se trata de una transformación que "habrá venido precedida por la victoria sobre la necesidad gracias al pleno desarrollo de los factores determinantes de la nueva civilización".

         Tal constituye la tesis central de un libro que ha logrado amplísima difusión: Eros y Civilización. En tal libr,o y por la técnica de las antinomias (tan caras a Hegel y a Marx), se hace eco Marcuse tanto de la corriente más utópica del marxismo como de la euforia erótica de una "juventud liberada".

         Seis años despues de la publicación de Eros y Civilización, Marcuse parecía estar de vuelta de su rosado optimismo, y no estar ya tan optimista. Es el momento en que escribe:

"Los acontecimientos de los últimos años prohiben todo optimismo. Las posibilidades inmensas de la civilización industrial avanzada se movilizan más y más contra la utilización racional de sus propios recursos, contra la pacificación de la existencia humana".

         En ese tiempo, Marcuse ha estudiado al marxismo soviético y comprobado que, más que suceder al capitalismo, "coexiste con él". Critica el que se haya mutilado la "acción espontánea de las masas" hasta sustituir la antigua dominación burguesa por otra en la que el proletariado sigue alienado (esta vez por estructuras burocráticas todopoderosas), mientras que la difusión del pensamiento marxista se ha convertido en una especie de palabrería vacía.

         Critica Marcuse que la Unión Soviética utilice los mismos trucos publicitarios que en las sociedades industriales avanzadas, éstas para hacer entrar por los ojos productos superfluos, y aquellas para obligar a digerir la primacía del poder espiritual del Comité Central (así como la admiración bobalicona por el poderío bélico, la cerrazón intelectual y el servicio incondicional a los caprichos de la burocracia en el poder).

         Pero lo que Marcuse critica más acerbamente en el marxismo soviético es la forzada identificación entre la "fuerza del estado soviético y el progreso del socialismo" (lo que significa el progresivo anonadamiento de los ciudadanos) y la muerte del materialismo naturalista (en cuanto se hace un torpe uso de la dialéctica, punto de partida de la filosofía negativa a la que dice servir Marcuse).

         Al final de su vida (+ 1979) el punto de mira de la crítica marcusiana estuvo orientado hacia una sofisticada forma de alienación neopositivista, o "canonización teórica de la sociedad industrial". Con su fobia a la socialización de las conquistas materiales del progreso, Marcuse se sitúa en la dirección espiritual de la generación de los señoritos insatisfechos, líderes ocasionales de cualquier posible grupo de marginados.

         Deliberadamente, Marcuse soslaya la evidencia de que lo trágico no es poseer (o soñar con poseer) un frigorífico (o dos o más), sino protestar de que ése sea el objetivo fundamental de la vida. Una mente discursiva como la de Marcuse, de ser sincera, debía haber reconocido el hecho indiscutible de que se puede estar en una sociedad de consumo, sin que por ello uno limite su vida al estricto papel de consumir cualquier cosa que el mercado ofrezca.

         Marcuse logró una extraordinaria influencia entre las élites de cualquier posible revuelta, pero él en persona nunca fue más allá de la 1ª apariencia de las cosas, ni de una superficial y sentimental apreciación de los fenómenos humanos. Era su preocupación fundamental la de ser reconocido como maestro de la juventud: "Me siento hegeliano, y mi más ferviente deseo es ejercer sobre la juventud una influencia similar a la que, en su tiempo, ejerció Hegel".

         En general, Marcuse huye de la realidad por el mismo laberinto por el que intentaron escapar sus mentores (Hegel, Marx y Freud), prestando a lo particular o contigente (una simple experiencia de la época, superficial y fugaz) la categoría de universal. Claro que, muy probablemente, incurrió en ello sin fe y por el único afán de conservar una clientela.

         A fin de cuentas, Marcuse acabó por reducir todo lo humano al "colectivo humano u hombre-especie", olvidándose (tanto él como el resto de maestros de la juventud) de citar siquiera una vez los vocablos del diccionario libertad, responsabilidad, realidad y generosidad (por otra parte, muy humanos).

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  Act: 10/10/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A