Materia o energía: el origen del mundo

Zamora, 3 enero 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Sin energía no es posible la realidad en ninguna de sus formas, y mucho menos la vida en cualquiera de sus manifestaciones. De ahí que se llame a la energía el corazón de la materia, como punto de apoyo del orden universal.

         Unos dicen que la energía es el canal en que se expresa la voluntad y el poder de Dios. Para otros, la energía es un elemento físico cuyo efecto de virtualidades e interacciones químicas equivale a "movimiento, hermano inseparable de la materia". Pero lo cierto es que por el movimiento (o energía) y su constitución, la materia cobra, progresivamente, multiplicidad y perfección.

          Aunque a ello se aferren los que niegan a Dios, el aparente auto-perfeccionamiento de la materia no contra dice la existencia de un "punto omega" (o principio activo derivado de la voluntad de un Supremo Hacedor), dada la improbable autosuficiencia de la materia. A lo que habrían que sumar las preguntas clave de la existencia humana: ¿De dónde viene lo que me rodea, y de la que yo formo parte? ¿Adónde voy o puedo ir? Y todo ello, ¿por qué?

          Hoy no cabe en el cerebro humano la idea del caos o "desorden absoluto", que los antiguos presentaban como entidad primigenia. Se sabe ya que orden, materia y energía son como una tríada inseparable.

          Para la ciencia más actual la energía es de un carácter tal que, estando en el trasfondo (o corazón) de toda realidad material, sugiere como necesaria una dependencia extramaterial. Es decir, es en el corazón de la propia materia donde se encuentra una evidente prueba de la existencia de Dios. Por decirlo de otro modo, sin la existencia de un Dios (o ente superior) no es posible explicar la marcha hacia la convergencia universal de cuanto existe. En cuanto al proceso de evolución, vendría a resultar el larguísimo y apasionante camino entre el principio y el fin de todo.

          Principio y fin que son como los polos de la esfera que todo lo envuelve. Dentro de esa fantástica esfera (el espacio) cabe la eternidad y cabe el tiempo (al que Bergson llama durée, lit. duración) a la estrecha relación entre espacio y tiempo). También cabe una lógica que muestra como necesario un más allá de lo que ahora es.

          En la ciencia actual tienen cabida 2 muy elocuentes apreciaciones, o posibles experiencias:

Primera: Todo, desde el ínfimo corpúsculo a la más compleja realidad material, acusa la presencia de la energía, tanto que, en el límite de lo más elemental, materia y una parte y forma de energía (interior) están compenetradas en un grado tal que parecen fundirse o confundirse la una en la otra. Es creíble el que esa energía interior sea reflejo (efecto) de una más poderosa energía exterior cuya fuente sería lo que los clásicos llamaron motor inmóvil.

Segunda: En el campo del espacio-tiempo (la duración) se manifiesta constantemente la tendencia de lo simple a lo complejo: Partiendo de una reducida serie de elementos que, a su vez, tienen su origen en infinitesimales expresiones de materia-energía, un larguísimo proceso de complejización ha hecho posible la innumerable gama de realidades físicas hasta dar lugar a la única realidad físico-espiritual terrena capaz de pensar y de amar en libertad.

          Ambas elocuentes apreciaciones (posibles experiencias) presentan como muy respetable la Teoría de la Evolución desde un principio (el "punto omega") eterno, creador y autosuficiente. Ello muestra como infinitamente improbable un momento de desorden en la configuración del universo: el inconmensurable mar de polvo cósmico o de partículas elementales (en el supuesto que ello constituyera la primigenia realidad material) requirió, desde el principio, la presencia de la energía en cuya propia razón de ser hubo de incluir el sentido del orden o de precisa orientación hacia algo.

          Carece de sentido, pues, imaginar un cosmos invadido por una materia absolutamente amorfa y a expensas de que le preste un sentido el caos, que algunos han pintado como azar providente (los torbellinos de átomos de que, recordando a Demócrito, habla el fundamentalismo materialista).

          Los materialistas, desde Demócrito hasta nuestros agnósticos, han pretendido salvar la encrucijada presentando a ese azar como una especie de dios abstracto capaz de acertar con la única salida en el laberinto de lo inconmensurable con millones de escapadas de las cuales una sola sería la probablemente eficiente para, en el paso siguiente, reanudar el ilimitado juego de lo inconmensurable.

          Hasta ahora la ciencia no ha prestado base alguna a tal aventuradísima suposición. Confluyen, en cambio, 2 creencias que antaño se presentaron como antagónicas:

-la creation ex nihilo,
-la evolución desde lo simple y múltiple hasta lo complejo y convergente hacia la unión que diferencia (en razón de un elaboradísimo proyecto de cosmogénesis).

          En una atrevida extrapolación de lo apuntado por el libro del Génesis y sin ningún atropello a la lógica, cabe (apuntamos) una historia del universo al estilo de: En principio, el universo era expectante y vacío; las tinieblas cubrían todo lo imaginable mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de lo inmenso. El espíritu de Dios es y se alimenta por el amor. Dios, el Ser que ama sin límites, proyecta su amor desde la eternidad a través del tiempo y del espacio. Producto de ese amor fue la materia primigenia expandida por el universo por y entre raudales de energía: "Dijo Dios: haya luz y hubo luz".

          Es entonces cuando tiene lugar el 1º (o 2º) acto de la creación: el acto en que la materia primigenia, ya actual o aparecida en el mismo momento, es impulsada por una inconmensurable energía a realizar una fundamental etapa de su evolución: lo ínfimo y lo múltiple se convierten en millones de formas precisas y consecuentes.

         Lo que había sido (si es que así fue) expresión de la realidad física más elemental, probablemente, logra sus primeras individualizaciones a raíz de un centro o eje que, al parecer, ya han captado los ingenios humanos de exploración cósmica: un momento de compresión explosión que hizo posible la existencia de fantásticas realidades físicas inmersas en un inconmensurable mar de "polvo cósmico" o de "energía granulada".

          La decisiva 1ª etapa hubo de realizarse a una velocidad superior, incluso, a la de la misma luz, fenómeno físico que, según Einstein, produce en los cuerpos el efecto de aumentar (y acomplejar) su masa.

          Desde el 1º momento de la presencia de la más elemental forma de materia en el universo, se abre el camino a nuevas y cada vez más perfectas realidades materiales, todo ello obedeciendo a una necesaria voluntad y evolucionando o siguiendo un perfectísimo Plan de Cosmogénesis. Se trata del plan de aquel que ama infinitamente e imprime amor a cuanto crea, mantiene y anima. Y lo hace según una lógica y un orden que él mismo se compromete a respetar.

          En consecuencia con los respectivos caracteres, con el estilo de acción y con las etapas y caminos que requiere el Plan de Cosmogénesis, superan barreras y logran progresivas parcelas de autonomía las distintas formas de realidad. En ese intrincado y complejísimo proceso son precisas sucesivas uniones (¿reflejo de ese amor universal que late en cuanto existe?) o elementales expresiones de afinidad, primero, química, luego física, biológica más tarde y espiritual al fin.

          Desde los primeros pasos, hay en todo lo que se mueve una tendencia natural que podría ser aceptada como "embrión de libertad" y que se gesta en armonía y orientación precisas hacia la cobertura de la penúltima etapa de la evolución, que habrá de protagonizar el hombre. Éste, hijo de la tierra y del aliento divino, está invitado a colaborar en la inacabada obra de la creación. Habrá de hacerlo en plena libertad, única situación en que es posible corresponder al amor que preside todo el desarrollo de la realidad.

          Podemos, pues, creer que son expresión de amor tanto la energía que aglutina la potencialidad y evolución de cuanto existe como los más fecundos actos en la historia de los hombres. Obviamente, y al margen de los ríos de tinta en que se defiende otra cosa, el carácter excepcional del hombre cobra efectividad porque materia y espíritu viven y actúan en armonía, porque mira hacia lo alto y dispone de una conciencia y de un complejo soporte material, frutos ambos del encauzamiento (previsión, proyección y realización) de las más valiosas virtualidades de la realidad.

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  Act: 03/01/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A