Nacionalismo y guerra, totalitarismo y más guerra

Zamora, 18 marzo 2024
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         A principios del s. XIX, el viejo Imperio Sacro Germánico de Carlos V había derivado en el llamado Imperio Austro-húngaro, compuesto de 35 territorios (ducados, principados o reinos) con cierta relación de vasallaje o en progresiva autonomía e incluso abierta rivalidad (como el caso de Prusia) con la antigua metrópoli.

         Por lo demás, seguía en vigor aquella estúpida regla de conducta del "eius regio cuius religio", que marcaba distancias políticas entre católicos y protestantes, lo que no dejaba de ser alimento de los particularismos entre los que se sentían muy orgullosos de creer pertenecer al mismo "tronco racial".

         Ese aventajado discípulo de Maquiavelo que fue Napoleón, como parte de su sueño de superar en poder al propio Carlomagno, aprovechando una relativa paz con Prusia y luego de concertar estrecha alianza con Maximiliano I de Baviera, a base de escaramuzas, promesas y diplomacia, formó lo que se llamó Rhein Bund (Confederación del Rhin), de la que se erigió en protector a cambio de una contribución de más de 60.000 soldados.

         Ello soliviantó a Federico Guillermo III de Prusia, hasta el punto de romper su neutralidad y declarar la guerra a Napoleón, al que no pudo vencer en la Batalla de Jena (ca. 1806), con lo que este último pudo llegar hasta Berlín, dividir en dos el reino de Prusia y hacer rey de Westfalia a su hermano Jerónimo.

         Años más tarde (ca. 1813), un recuperado ejército de Prusia se unió a los de Rusia, Austria y Gran Bretaña para derrotar a Napoleón en la Batalla de Leipzig. Y en el subsiguiente Congreso de Viena (ca. 1814), sustituir la Rhein Bund (Confederación del Rhin) por la Deutscher Bund (Confederación Germánica), formada por 39 estados bajo la presidencia nominal del emperador austriaco y con cierta reticencia por parte de Prusia, que ya apuntaba cierta tendencia a hacerse con el indiscutible liderazgo de todos los alemanes. En 1834 nació la Unión Aduanera entre los diversos estados, lo que facilitó la prosperidad mutua y el desarrollo de los nuevos medios y modos de producción industrial.

         Se llegó así a la Revolución de 1848 (llamada Primavera de los Pueblos) con su decisiva resonancia en los grandes centros fabriles de Prusia y de otros estados alemanes en los que, precisamente, además del poderío militar prusiano, empieza a sentirse el influjo de una élite intelectual que, en la estela de Kant, Fichte, Hegel, Feuerbach... resulta capaz de arrastrar a las masas hacia el agnosticismo y de ahí al simple y crudo materialismo, ahora tanto más atrayente cuanto más se va evidenciando la prosperidad material de los emprendedores, mientras que los líderes obreristas de inspiración marxista se ocupan en presentar como único horizonte vital la rebelión de los que siguen debatiéndose en la economía de la supervivencia.

         Eran tiempos en los que, con más o menos intensidad, se extendía entre los proletarios de las naciones más industrializadas la marea de las aspiraciones hacia el todo o nada.

         En 1867, a raíz de la Guerra de las Siete Semanas (en la que Austria fue derrotada por Prusia), se formó la Nord Deutscher Bund (Confederación Alemana del Norte), en la que se agruparon 22 estados alemanes ya con la clara hegemonía de Prusia con claro poder central representado por el rey Guillermo I de Prusia y su canciller de hierro Otto von Bismarck.

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         Esta nueva y estrechamente integrada Confederación fue el paso previo para, a raíz de la derrota y derrocamiento de Napoleón III, proclamar en 1871 la constitución del Imperio Alemán (Deutscher Kaiser Reich) con el káiser Guillermo I de Alemania como titular y con Bismarck como canciller o presidente de un gobierno que, desde el principio, se esforzó en compaginar las formas democráticas con un indiscutible poder político sobre toda la Alemania unificada, con el luteranismo como confesión privilegiada y un lema con claras resonancias absolutistas: "Gott mit uns" (lit. Dios con nosotros).

         En 1888, fallecido el káiser Guillermo I (con 91 años de edad), accedió al trono su hijo Federico III de Alemania, que murió de cáncer a los 99 días de su toma de posesión, tras dejar el trono imperial a su primogénito Guillermo II de Alemania.

         Por su parte, Bismarck seguía desempeñando el cargo de canciller del Imperio Alemán, con la mirada puesta en fortalecer la unificación alemana y dando prioridad al desarrollo de la propia industria y el comercio sin barreras.

         Hasta que su forma de entender la política internacional chocó con el nuevo káiser, el cual pretendía formar un imperio colonial al estilo del que estaban logrando Francia e Inglaterra, sin importarle incurrir en los mismos criminales excesos sobre pueblos indefensos ni las peligrosas rivalidades que ello habría de desencadenar. Fue así como, a poco de la nueva investidura imperial, el ya anciano y más humanizado Bismarck se creyó obligado a invitar al káiser a rectificar, y al no conseguirlo presentó su irrevocable dimisión.

         Bismarck, ya totalmente retirado de la actividad política, falleció en 1898 con la vitola de haber forjado una Alemania centrada sobre sí misma y a la altura de cualquier otra potencia europea con la que mantener equilibradas relaciones, incluida la Iglesia Católica (a la que previamente había combatido con su irracional kulturkamp).

         El káiser Guillermo II de Alemania, que había admirado y odiado al hombre de absoluta confianza por parte de su abuelo (el káiser Guillermo I), no tenía el menor reparo en azuzar la rivalidad de vecinos tales como Francia e Inglaterra, entonces en plena fiebre colonial y armamentista.

         A la muerte de su abuela materna (la reina-emperatriz Victoria I de Inglaterra), Guillermo II (que fue uno de los soberanos que llevaron sobre sus hombros el féretro de la fallecida, reina de Inglaterra y emperatriz de la India) dejó ya de disimular su aguda envidia, respecto del poderío británico y respecto a su propio tío carnal, el nuevo rey-emperador Eduardo VII de Inglaterra. Y se vio obligado a poner sobre aviso a los suyos, sobre la posibilidad de que su incontenible sobrino pudiera llevar a Europa a la guerra.

         Los temores no eran infundados, como quedó de manifiesto en la prisa e intensidad que impuso el káiser en el reforzamiento de la industria de guerra alemana, en especial en la construcción de una armada naval que pudiera competir con la del Imperio Británico (la 1ª del mundo en aquella época). Todo ello con amplio despliegue de medios para establecer en Africa sus puntos estratégicos, y en Asia su propio imperio colonial germánico, rayando con ello los intereses de las grandes potencias Francia e Inglaterra.

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         Puestas así las cosas, en 1893 Francia y Rusia suscribieron un tratado de alianza, por el cual se comprometían a mutua ayuda militar frente a la amenazante weltpolitik del káiser, quien parecía aliñar con aire bélico al Dreibund (la Triple Alianza), que por iniciativa de Bismark (ca. 1887) no pretendía más que estrechar lazos culturales y comerciales entre el Imperio alemán, el Imperio Austro-húngaro y el Reino de Italia.

         En razón de la orientación bélica de dicha Triple Alianza, en 1903 ingleses y franceses firmaron su Entente Cordiale, para 4 años más tarde suscribir lo que se definió como Triple Entente, en la que Francia, Reino Unido y Rusia aunaban fuerzas e intereses ante la creciente belicosidad de la Triple Alianza.

         El 28 junio 1914 Gavrilo Princip, miembro de la organización terrorista serbia Mano Negra, asesinó al archiduque Francisco Fernando de Austria y a su esposa, en visita oficial en Sarajevo, entonces capital de Bosnia, considerada provincia del Imperio Austro-húngaro.

         A pesar de no poderse demostrar implicación directa del gobierno serbio, al haber mantener éste su interés por recuperar un territorio que había pertenecido a la gran Serbia, el incidente fue considerado casus belli por el tío carnal del asesinado, el anciano emperador Francisco José, el cual dio a su ejército la orden de invadir el reino independiente de Serbia, estrecho aliado del Imperio Ruso.

         Guillermo II de Alemania, partidario de centrar la represalia en la organización terrorista organizadora del magnicidio, se resistió a entrar en abierta guerra, pero luego se dejó arrastrar por sus generales. Por lo demás, Guillermo y al archiduque habían establecido estrecha amistad por lo que aquel se sintió muy afectado por lo que, tras las primeras vacilaciones, adoptó la respuesta guerrera aun a riesgo de sufrir las más trágicas consecuencias.

         Un mes más tarde del asesinato de los archiduques, los ejércitos austro-húngaros invadieron Serbia y pronto una buena parte de Europa fue el escenario de los más sangrientos enfrentamientos de todos los anteriores tiempos: la I Guerra Mundial.

         Más de 70 millones de militares movilizados, de los cuales más del 10% pereció en los mares, trincheras y campos de batalla, en una estúpida descorazonadora guerra de desgaste en la que, por ambas partes (la Triple Alianza y la Triple Entente, con sus respectivos aliados), se utilizaron los más avanzados y mortíferos elementos de la industria armamentística, estrenándose los primeros modelos de aviones biplanos con ametralladoras acopladas a las hélices, lo que hizo de escuadrones enteros de infantería las principales víctimas.

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         Finalizada la I Guerra Mundial, la Revolución de Noviembre de 1918 en Alemania llevó al cambio del absolutismo un tanto tiránico del último Kaiser a una república parlamentaria y democrática cuyo exceso de demagogia junto con las incontroladas revueltas espartaquistas derivó en uno de los más claros ejemplos de la degeneración de la democracia, lo mismo que Polibio llamó oclocracia.

         Para los historiadores, las causas de la revolución se encontraban en las cargas extremas sufridas por la población durante los cuatro años de guerra, el fuerte impacto que tuvo en el Imperio Alemán la derrota y las tensiones sociales entre las clases populares y la élite de aristócratas y burgueses que detentaban el poder y acababan de perder la guerra.

         La revolución comenzó con un motín de marineros de la flota de guerra en Kiel. Se negaban a maniobrar para sacar la flota al Mar del Norte para realizar una última batalla contra la escuadra inglesa, como pretendían hacer sus superiores. En pocos días abarcó toda Alemania y forzó la abdicación del káiser Guillermo II el 9 noviembre 1918. Los objetivos de avanzada de los revolucionarios, guiados por ideales socialistas, fracasaron en enero de 1919 ante la oposición de los líderes del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD).

         Éstos temían un caos revolucionario, y posteriormente se esforzaron en reconciliar a los partidos burgueses y la élite afín al káiser frente a las nuevas relaciones del poder. Adicionalmente acordaron una alianza con el comando militar supremo alemán, y permitieron la sofocación violenta del llamado Spartakusaufstand (Levantamiento Espartaquista). El desenlace formal de la revolución ocurrió el 11 agosto 1919, con la rúbrica de la nueva Constitución de la República de Weimar.

         No descubrimos nada nuevo si decimos que la Gran Guerra Europea o I Guerra Mundial hizo cambiar el paso a las naciones industrializadas, sin que ello significase una seria toma de conciencia de las razones y gravísimas consecuencias de otro no menos criminal, ingente y estúpido conflicto. Lo cierto fue que aquel genocidio fue seguido de otro, otro y otro, a lo largo del que, por todo lo que ocurrió, debía ser aleccionador s. XX.

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         Repasando la reciente historia con los catedráticos Ciudad Ruiz e Iglesias Ponce de León, podemos recordar cómo, tras la derrota de la I Guerra Mundial, en Alemania quedaba un ejército reducido a 100.000 hombres.

         Los primeros seguidores de Hitler fueron precisamente miembros de este ejército, que se sentían heridos en su orgullo nacional. Empezaron por asociarse en Baviera y muy pronto constituyeron las SA (Schutz Abteilung). Bajo la dirección del capitán Hermann Goring, y convertidos en guardia pretoriana de Hitler desde los tiempos de la República de Weimar, los SA se entregaron al terrorismo y al asesinato por toda Alemania.

         El nacionalsocialismo concedió a los SA poderes ilimitados, y fueron ellos los que abrieron los primeros campos de concentración. El 14 julio 1933, todos los partidos democráticos fueron prohibidos en Alemania. Sin embargo, el NSDAP (Partido Obrero Alemán Nacional-Socialista), fundado por Adolf Hitler, fue declarado "partido único y base del estado". Inmediatamente después quedaron fuera de la ley las asociaciones de juventudes, los sindicatos fueron suprimidos y tuvieron lugar las primeras detenciones de judíos.

         Estas detenciones se generalizaron a partir de las leyes racistas de Nuremberg (ca. 1935), y alcanzaron su paroxismo durante la noche del 9 al 10 noviembre 1938, llamada por los nazis la Noche de los Cristales Rotos. Desde entonces, centenares de miles de judíos alemanes serían conducidos a los campos de concentración para ser exterminados.

         Entre 1933 y 1939, casi 300.000 antifascistas alemanes fueron condenados a 600.000 años de prisión. En total, un millón de alemanes fueron enviados a los KL (konzentrationslager, o campos de concentración) por pertenecer a la raza judía o por sus convicciones políticas, ideológicas y filosóficas. Más de 32.000 alemanes adversarios del régimen de Hitler y de su sistema fueron condenados a muerte y ejecutados.

         Una ideología, con el soporte económico de la gran industria (que se beneficiaba económicamente con el rearme y el militarismo), supo reunir, bajo la filosofía de la barbarie y de la supremacía aria, a la parte más fanática, irracional y descontenta del pueblo alemán.

         Industriales directamente culpables, como la dinastía Krupp, la inhibición de algunos partidos políticos, la ceguera de los gobiernos europeos ante el irresistible ascenso del nazi-fascismo alemán, fueron sin duda acicates que, consciente o inconscientemente, ayudaron a encumbrar este fenómeno. Sus consecuencias serían trágicas, no sólo entre la población civil de los países ocupados, sino también en el exclusivista universo nazi, en el cual perecerían alrededor de diez millones de seres humanos.

         Hacia 1933, los SA habían instalado campos de concentración en todas las ciudades alemanas de cierta importancia, en subterráneos de edificios abandonados, en fábricas requisadas o en un simple terreno rodeado de alambradas.

         El 21 marzo 1933, el periódico Munchener Nauesten Nachrichten publicó una circular del jefe de policía de la ciudad de Munich, en la que se anunciaba la apertura del Campo de Dachau. El mismo año se inauguró el Campo de Sachsenhausen, en Oranienburg (al norte de Berlín). La justificación jurídica del terror nazi se basaba en un decreto del presidente del Reich del 28 febrero 1933, que suspendía 6 artículos de la Constitución de Weimar.

         El 12 abril 1934, el Ministerio de Interior del Reich dirigió a las autoridades locales y al procurador del estado una instrucción por la que el internamiento preventivo sería un derecho en virtud del decreto de febrero de 1933. Allí se precisaba que este internamiento sólo podía tener lugar en las prisiones del estado o en los campos de concentración.

         Las primeras víctimas fueron concentradas en 3 grandes campos: Esterwegen, Sachsenhausen y Dachau. En un discurso de Heinrich Himmler sobre la naturaleza y deberes de la SS y la policía, el reichsfürer dijo:

"Los campos están rodeados de alambradas eléctricas. Es comprensible. A quien entra en una zona prohibida o pasa por campo sin permiso, se le dispara. A quien en los lugares de trabajo, en los pantanos o en las construcciones de carreteras, por ejemplo, intenta huir, se le dispara. Si alguien intenta resistir, es llevado al calabozo, a la oscuridad, al régimen de pan y agua. Y, en los casos graves, recibe veinticinco azotes en el trasero. Los hombres que vigilan a los prisioneros apenas eran, al principio, la SS. Nosotros los hemos formado en unidades denominadas vanguardia de la muerte. No están organizados en compañías, sino en centurias. Naturalmente, disponen de ametralladoras. En cada campo tenemos dos o tres miradores equipados con ametralladoras siempre a punto para disparar cualquier intento de rebelión. Con esta clase de gente, esta situación no debe quedar excluida. Las unidades La vanguardia de la muerte han sido también designadas para formar el encuadre de centurias de 25.000 hombres en caso de guerra, con el fin de mantener la seguridad interna del país".

         Según Himmler, los detenidos eran la escoria de la mala vida, así como los fracasados. En el mismo discurso había declarado:

"No existe demostración más auténtica y eficaz sobre la influencia de las leyes hereditarias y raciales que la que ofrece un campo de concentración. Podemos encontrar en él a hidrocéfalos, a individuos deformes, lisiados, medio judíos, hombres inferiores desde el punto de vista racial".

         Los campos de concentración fueron concebidos fríamente, pues, para exterminar a los enemigos del régimen nazi, considerados esclavos y sin ningún derecho para pertenecer a la sociedad exterior.

         Después de la Noche de los Cuchillos Largos, el 30 junio 1934, los SS reemplazaron a los SA en el mando y vigilancia de los campos de concentración. Desde entonces, Hitler concedió todo el poder de la represión a los SS bajo el mandato del reichsführer Heinrich Himmler, que sustituyó a Goring como jefe de la policía secreta del estado (Geheime Staatspolizei, o Gestapo).

         A partir de 1938, ésta fue la única policía que llevó a cabo las detenciones por cuestiones de seguridad. En principio, la Gestapo se encargaba de dar cuenta de todas las detenciones y también de avisar a los familiares de los detenidos. Pero en la mayoría de los casos el silencio envolvió el destino de los prisioneros. Según la orden dictada por el entonces ministro del Interior, Wilhem Frick (el 25 febrero 1938), el detenido por seguridad ingresaba en un campo de concentración "para todo el tiempo que convenga".

         Entre los SS mejor adiestrados, se eligió a los que formarán las unidades de los guardias especiales de los campos de concentración. Se trataba de los SS-TV (Totenkopf Verbande), 25.000 hombres entrenados especialmente para el exterminio, y especialmente uniformados para el caso (con un casco en forma de calavera).

         Al frente de cada campo estaba un lagerkommandant (oficial SS de alto rango), ayudado por una kommandantur (compuesta de varios oficiales subalternos). La Politische Abteilung (sección política de la policía) controlaba los ficheros, llevaba a cabo los interrogatorios y ordenaba las ejecuciones.

         La Schutzhaftlager (guardia estatal) se encargaba de la vigilancia general. Sus componentes entrenaron a los famosos perros amaestrados para descuartizar a los prisioneros. La Verwaltung (administración estatal) se ocupaba de la intendencia y de la apropiación de los bienes de los deportados.

         La gran mayoría de los prisioneros ignoraba la pesada máquina burocrática que organizaba los campos de exterminio. Ellos dependían directamente, tanto en los campos centrales como en los comandos exteriores (anexos) y en los comandos de trabajo, del lagerfürer, suboficial responsable ante el lagerkommandant.

         Los SS ejercían sus funciones represoras en centros de trabajo y blocks (barracas donde eran instalados los prisioneros). Sin embargo, ellos eran los señores, los jefes de la raza superior y, por tanto, sólo mandaban.

         Crearon una jerarquía paralela entre los detenidos y confiaron la inmediata. ejecución de sus órdenes a los kapos, detenidos de derecho común que cumplían con especial saña y dedicación las órdenes de los SS. Esos auxiliares del Totenkopf Verbande (lit. Batallón de la Calavera), en la gran mayoría de los casos, contribuyeron a hacer todavía más penosa la vida de los deportados.

         Con el tiempo, muchos deportados políticos consiguieron ocupar el puesto de capo (tanto en los blocks como en los comandos de trabajo), y de este modo lograron salvar muchas vidas humanas, efectuar sabotajes y organizar la resistencia clandestina en los campos.

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         Durante los años en que los teóricos del nazismo prepararon la irresistible ascensión de Adolf Hitler, se fue perfilando una idea que pronto tendría amplia aceptación en las masas más fanáticas del pueblo alemán: el anti-semitismo, o idea de que los judíos pertenecían a una raza inferior, que debía ser extirpada de la faz de la tierra.

         El 30 enero 1939, fecha en que se celebraba el 6º aniversario de la ascensión del führer al poder, éste proclamó ante el Parlamento la siguiente profecía: "Si el judaísmo internacional consigue comprometer a las naciones en otra guerra, el resultado no será un mundo bolchevique ni tampoco significará una victoria para el judaísmo, sino que será el fin de los judíos en Europa".

         Desde que las leyes de Nuremberg habían decretado discriminaciones de todo tipo contra los judíos de Alemania, el 15 septiembre 1935, éstos se vieron poco a poco despojados de todos sus derechos como ciudadanos, tanto en la escuela y en el trabajo, como en las sinagogas y en la calle.

         "Así como la seta no puede penetrar en la madera hasta que ésta no se ha podrido, así el judío pudo introducirse a escondidas entre el pueblo alemán y traer el desastre sólo cuando la nación alemana, debilitada por la pérdida de sangre en la Guerra de los Treinta Años, empezó a pudrirse por dentro", había dicho el juez supremo del partido, Walter Buch, facultado para ocuparse de los casos de corrupción y de calumnia dentro del partido nacional-socialista.

         Buch había escrito que las manos eran libres cuando se desencadenó el paroxismo de la persecución antisemita en la noche del 9 al 10 noviembre 1938, conocida como la famosa Noche de los Cristales Rotos. A partir de esta fecha, el gobierno nazi se entregó a un inmenso progrom en toda Alemania, y empezaron las deportaciones en masa a Sachsenhausen, Buchewald y Dachau.

         Hitler y sus colaboradores meditaron una solución más radical y definitiva sobre el "problema judío", y ya en junio de 1941 Heydrich expresó a los comandantes de los grupos especiales, que operaban en los países ocupados, que "el judaísmo en el este fue la fuente del bolchevismo, y en adelante tiene que ser destruido de acuerdo con los deseos del führer".

         Empezaron entonces las matanzas sistemáticas de judíos, incluidos millares de niños, en los países del este. Fue en la primavera de 1941 cuando, en los documentos y en las cartas, empezó a surgir la fórmula "solución final", que significaba exactamente la aniquilación sistemática del pueblo judío. Y el propio Heydrich dictaba las órdenes de cómo debían ser tratados los judíos seleccionados para el trabajo forzoso:

"Formados en columnas de trabajo, los judíos válidos, los hombres a un lado y las mujeres a otro, serán trasladados a las zonas del este para construir carreteras. No hace falta decir que una gran parte de esta gente será eliminada de manera natural por su debilidad física".

         Rudolf Hoss cuenta en sus memorias que en el verano de 1941 fue recibido personalmente por Himmler y que éste le dijo: "El führer ha dado la orden de proceder a la solución final del problema judío. Nosotros, los SS, somos los encargados de llevar a cabo esta orden. A usted le incumbe esta tarea dura y penosa".

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         Obvia es cualquier reserva sobre el paso por la historia de esos consumados colectivismos cuales fueron la revolución nacional socialista hitleriana, el fascismo socialista mussoliniano y el socialismo real de los soviéticos. Las devastadoras guerras imperialistas, las inconcebibles persecuciones y holocaustos de pueblos enteros, las exacerbadas vivencias de los más bestiales instintos, el alucinante acoso a la libertad de sus propios ciudadanos.... ha mostrado con creces el absoluto y rotundo fracaso de cualquier idealista empeño de colectivización de voluntades.

         Las trayectorias vitales de los sanguinarios tiranos que están en la memoria de todos junto con las de sus archi fanatizados seguidores (colectivizados hasta inconcebibles extremos) derivaron en un dramático ridículo que sigue planeando sobre las actuales generaciones, muchos años después de haber pasado a la historia.

         En el pavoroso vacío subsiguiente a tantas malhadadas experiencias descuella la evidencia de que incurren en tiránico abuso todos los que, desde un lado u otro, cantan la "muerte de Dios" y pretenden privarnos de imprescindibles atributos divinos como el amor y la libertad.

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  Act: 18/03/24        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A