Pablo de Tarso, y su mundo de gentiles

Zamora, 8 enero 2024
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         No estaba entre los 12 que siguieron de cerca la vida y obra del Hijo de Dios; era un joven fariseo reconocido por las autoridades como ciudadano romano, que soñaba con un Israel señor de este mundo y odiaba lo poco que sabía del rabino nazareno que se había dejado crucificar ignominiosamente.

         En los Hechos de los Apóstoles se cuenta que guardó la ropa de los asesinos de Esteban, el 1º mártir cristiano, para luego brindarse a perseguir a todos los discípulos de Cristo, desde Jerusalén a Damasco. Se llamaba Saulo (o Saúl) en recuerdo del 1º rey de los judíos. Aunque soñaba con hacerse notar como perseguidor de los cristianos, otros eran los planes de Dios, tal como leemos en el NT:

"Entre tanto Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores del camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén. Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?". Él respondió: "¿Quién eres, Señor?". Y él: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer". Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber. Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: "Ananías, levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de Judas por uno de Tarso llamado Saulo". Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: "Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo". Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas. Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco, y en seguida se puso a predicar en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. Saulo se crecía y confundía a los judíos que vivían en Damasco demostrándoles que aquél era el Cristo" (Hch 9, 1-22).

         Como ciudadano romano que era, Saulo adoptó el nombre latino de Paulus (Pablo) y, lleno del Espíritu Santo, se entregó incondicionalmente a la difusión de la Buena Nueva transmitiendo su fe en raudales de amor y de libertad desde Jerusalén hasta Roma pasando por los más importantes enclaves del inmenso Imperio Romano como punto de partida para el resto del mundo.

         Fue su doctrina calco fiel de lo dicho y hecho por Jesús de Nazaret, al cual, sin la mínima vacilación, reconoce y declara Hijo de Dios, sentado a la derecha del Padre e impartiendo su gracia para atraer hacia sí a todas las personas de buena voluntad. Previamente, en discurso a sus hermanos de sangre, había dicho:

"Israelitas y cuantos teméis a Dios, escuchad: El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo durante su destierro en la tierra de Egipto y los sacó con su brazo extendido. Después, habiendo exterminado siete naciones en la tierra de Canaán, les dio en herencia su tierra, por unos cuatrocientos cincuenta años. Después de esto les dio jueces hasta el profeta Samuel. Luego pidieron un rey, y Dios les dio un rey, de cuya descendencia nacería el mesías, Jesús, según las Escrituras. Pues bien, también nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús. Tened entendido, pues, que por medio de éste os es anunciado el perdón de los pecados y la total justificación, que no pudisteis obtener por la ley de Moisés y que puede obtener por él todo el que cree" (Hch 13, 16-39).

         Convencido de que Cristo vino a salvar a todo el mundo sin distinción de razas, clases ni colores, Pablo de Tarso se dirige tanto a judíos como a gentiles hasta el punto de ser reconocido por la historia como el apóstol de los gentiles, papel que ejerció con tanto valor, fe, libertad y amor que, por los resultados de su trayectoria vital, los cristianos y otras muchas personas de buena voluntad bien pueden considerarle el "primero después del único" en cuanto "el mundo no verá jamás otro hombre de la talla de San Pablo", según feliz expresión de San Jerónimo.

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         El paso por la tierra de Jesús de Nazaret, el Cristo o Mesías, aunque tuvo lugar en "un escondido rincón del mundo", fue un acontecimiento que no pudo ignorar la historia profana del s. I d.C (iniciada, precisamente, a raíz de ese acontecimiento).

         El acreditado historiador romano Tácito (nac. 55 d.C) nos dice que "hubo un Cristo condenado a muerte por Poncio Pilato, procurador de Judea en el reinado de Tiberio y que, muy pronto, sus seguidores, los cristianos, se extendieron por todo el Imperio". También Suetonio (nac. 69 d.C) habla de "los rebeldes seguidores de un tal Cristus", en su Vida de los Doce Césares.

         Otro romano de la época, Plinio el Joven (nac. 61 d.C), gobernador de Bitinia bajo Trajano, menciona a los cristianos (Cartas al Emperador, X, 96-97) y de ellos dice que "consideraban a Cristo su Dios, se dirigen a él con himnos y oraciones y resultan ser sus súbditos laboriosos". Luciano de Samosata (nac. 125 d.C), escritor satírico de la época, cita a "un sofista crucificado en Judea, empeñado en demostrar que todos los hombres son iguales y hermanos".

         Tampoco faltan testimonios de compatriotas judíos, como el de Flavio Josefo (nac. 38 d.C), panegirista de los emperadores Vespasiano y Tito que, con ironía o sin ella, y en la versión griega de su principal obra (Antigüedades Judías, XVIII, 63-64), nos dice que:

"Vivió por esa época Jesús, un hombre sabio, si es que se le puede llamar hombre. Porque fue hacedor de hechos portentosos, maestro de hombres que aceptan con gusto la verdad. Atrajo a muchos judíos y a muchos de origen griego. Era el mesías. Cuando Pilato, tras escuchar la acusación que contra él formularon los principales de entre nosotros lo condenó a ser crucificado, aquellos que lo habían amado al principio no dejaron de hacerlo. Porque al tercer día se les manifestó vivo de nuevo, habiendo profetizado los divinos profetas estas y otras maravillas acerca de él. Y hasta el día de hoy no ha desaparecido la tribu de los cristianos".

         Por lo demás, sobre la excepcionalidad y realidad histórica de Jesús de Nazaret nos parece particularmente ilustrativo el testimonio de sus directos y coetáneos adversarios. En el Talmud se habla de su existencia y milagros, que no niega ni relativiza considerándolos fruto de la hechicería (Sanh, 107; Sota, 47b; Hag, II, 2). Acusándole de haber seducido a Israel (Sanh, 43a), viene a justificar el posicionamiento del Sanedrín ante Pilatos y subsiguiente crucifixión "dado que se presentaba como Hijo de Dios".

         Consecuentemente, por fuentes históricas ajenas al cristianismo, sabemos de Jesús mucho más que de la mayoría de los personajes de la antigüedad. Pero lo verdaderamente ilustrativo es el testimonio de cuantos lo conocieron y fueron testigos de su vida y resurrección, pudiendo decir: "Demostró ser Hijo de Dios, puesto que todo lo hizo bien".

         El hecho único de la resurrección de Cristo, que algunos de los llamados católicos se empeñan en reducir a "fenómeno de carácter espiritual", es parte esencial de la fe católica. Ya lo entendió así el apóstol Pablo, para quien "si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe". De ello se hizo eco el propio Benedicto XVI, para quien no había equívoco posible en la aceptación de una resurrección real en cuerpo y espíritu:

"La resurrección de Cristo es el dato central del cristianismo, verdad fundamental, que hay que reafirmar con vigor en todo tiempo, pues negarla de diferentes maneras como se ha tratado y se sigue tratando de hacer o transformarla en un acontecimiento meramente espiritual es hacer vana nuestra misma fe. Hoy como hace más de dos mil años, todos nosotros estamos llamados a ser testigos precisamente de este acontecimiento extraordinario".

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         Por mucho que, a lo largo de los últimos siglos, se ha buceado en la historia por parte de arqueólogos y otros investigadores, más o menos dispuestos a la plena objetividad, no se ha encontrado vestigio alguno de que no sea verdad lo substancial del relato del evangelio y de los más acreditados padres de la Iglesia. Y si no, hay está el tal Pablo de Tarso, para dar prueba de ello y para dejarnos el mejor y más bello himno al amor y a la libertad como tabla de salvación:

"Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor soy como una campana que resuena, o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia, si no tengo amor no soy nada. Y si repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres, o entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor no me sirve de nada. El amor es paciente y servicial. El amor no es envidioso, ni busca su propio interés, ni tiene en cuenta el mal recibido, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá. Porque imperfecta es nuestra ciencia, y limitadas las profecías. Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo imperfecto. Mientras yo era niño, hablaba como niño, sentía como niño y razonaba como niño. Pero cuando me hice hombre dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente, pero más adelante veremos cara a cara, como Dios me conoce a mí. En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más grande de todas es el amor" (1Cor 13, 1-13).

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  Act: 08/01/24        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A