Progreso y  libertad, en amor a la cruz

Zamora, 1 abril 2024
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Nada tienen que ver con el verdadero progreso humano leyes que, por una parte, propician el asesinato de niños antes de nacer o la muerte de los que, por edad u otra circunstancia, necesitan los cuidados a que tienen derecho por elemental ley natural y, por otra, no cumplen con la función de potenciar una economía, que debe ser orientada hacia el bienestar de todos en base al libre desarrollo de las diversas capacidades de emprendimiento o de colaboración según los modos y medios de producción del tiempo y situación en los que nos toca vivir.

         Tampoco es progreso malgastar el dinero público en subvenciones no merecidas ni acreditadas que conducen a lo que podemos calificar de relativismo esterilizante no sin premiar la recalcitrante zanganería.

         Los degradantes excesos de ese relativismo esterilizante que, más o menos intensamente, nos tienta a todos, ha venido creciendo desde los tiempos (del s. XV al s. XXI) en que una parte de Europa fue víctima de la fiebre por iniciar un camino de fe al margen de las directrices de la sede apostólica, a excepción de la España del s. XVI, en la que privó la fidelidad al sucesor de Pedro, por entender que, a pesar de ciertos comportamientos nada ejemplares de éste o aquel papa, por expresa voluntad del Hijo de Dios, no dejaba de ser el depositario de un legado divino del siguiente tenor: "Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18).

         En esa revitalización de la Iglesia Católica influyó, en no pequeña medida, la trayectoria vital de excepcionales personajes, entre los cuales creemos de justicia destacar a Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, y a los refundidores del Carmelo, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Fueron santos que respondieron positivamente al privilegio de percibir lo que el Divino Maestro esperaba de ellos y tras él corrieron abandonando la vida muelle que otros confundían (confundimos) con la propia razón de vivir.

         Empezando por el tercero de los citados, reconozcamos que la obra de San Juan de la Cruz es poesía pura, viva música del alma, estrecha unión con el Amado, purísima ciencia de la vida, razón del ser y del pensar. No dudamos que fue él uno de los pocos seres humanos que llegaron a saborear en este mundo un anticipo de la verdadera Vida; tal se desprende cuando le sale del alma aquello de:

"Buscando mis amores iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras.
¡Oh bosques y espesuras plantadas por la mano del Amado!,
¡o prado de verduras de flores esmaltado!, decid si por vosotros ha pasado.
Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura;
y yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de su hermosura".

         Tal vivencia mística le impulsaba a trabajar por los demás, a roturar caminos de realismo cristiano, a corregir graves fallos de muchos de sus hermanos en estrecha colaboración con los que miraban en su misma dirección.

         Santa Teresa de Jesús, reconocida maestra espiritual de San Juan de la Cruz, dejó escrito una extraordinaria profesión de fe, amor y libertad con palabras como éstas: "Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero que muero porque no muero".

         Mientras vivieron, ambos se aplicaron a la verdadera humanización de su entorno sin divagaciones estériles. El Carmelo les debe una reforma en profundidad con proyección hacia toda la comunidad cristiana. Diríase que Santa Teresa vivía más pegada a la realidad del día a día que su compañero de equipo; pero no por ello era menos consciente de la verdadera vida por la que ambos sacrificaron todo su humano vivir.

         Las experiencias místicas de una y otro sugieren caminos de encuentro de difícil pero posible acceso: basta buscar sin descanso la verdad y disponerse a recibirla desde la humildad y el amor incondicionado. Será entonces cuando fe, razón y sentimiento se funden en certera percepción. Santa Teresa de Jesús nos lo expresa con sencillez y sin tapujos cuando, por ejemplo, nos habla de su propia vida incluidas excepcionales vivencias espirituales. El francés Pierre Boudot, uno de sus biógrafos, nos lo recuerda con los siguientes términos:

"En todas las páginas del libro de su vida se ven las huellas de una pasión viva, de una franqueza conmovedora, y de un iluminismo consagrado por la fe de fieles. Todas sus revelaciones atestiguan que creía firmemente en una unión espiritual entre ella y Jesucristo; veía a Dios, la Virgen, los santos y los ángeles en todo su esplendor, y de lo alto recibía inspiraciones que aprovechaba para la disciplina de su vida interior. En su juventud las aspiraciones que tuvo fueron raras y parecen confusas; sólo en plena edad madura se hicieron más distintas, más numerosas y también más extraordinarias. Pasaba de los cuarenta y tres años cuando por vez primera vivió un éxtasis. Sus visiones intelectuales se sucedieron sin interrupción durante dos años y medio. Sea por desconfianza, sea para probarla, sus superiores le prohibieron que se abandonase a estos fervores de devoción mística, que eran para ella una segunda vida, y la ordenaron que resistiera a estos arrobamientos, en que su salud se consumía. Obedeció ella, mas a pesar de sus esfuerzos, su oración era tan continua que ni aun el sueño podía interrumpir su curso. Al mismo tiempo, abrasada de un violento deseo de ver a Dios, se sentía morir. En este estado singular tuvo en varias ocasiones la visión que dio origen al establecimiento de una fiesta particular en la Orden del Carmelo".

         Unos versos suyos se refieren a la misma extraordinaria experiencia, en la que se atisba una indescriptible realidad:

"Hierome con una flecha enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha una con su Criador.
Yo ya no quiero otro amor, pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí, y yo soy para mi Amado".

         Reconociendo la veracidad del hecho, a partir de la previa solicitud de las carmelitas de España e Italia, en 1726 el papa Benedicto XIII fijó para el 26 de agosto la fiesta de la Transverberación del corazón de Santa Teresa.

*  *  *

         Antes de entrar en detalles sobre la personalidad de esa excepcional mujer cual fue la fenomenóloga Edith Stein, bueno será recordar con el doctor en Filosofía don José Luis Guzón que la llamada fenomenología es un proyecto filosófico inaugurado por Edmund Husserl a inicio del s. XX que ha proporcionado importantes contribuciones no solo al conocimiento de la estructura de la conciencia y su relación con la realidad, sino que, también, ha elaborado reflexiones pertinentes sobre el sentido del mundo como espacio de comunicación entre los que buscan la verdad como insoslayable punto de partida de la más trascendente reflexión.

         La idea fundamental de la fenomenología, que etimológicamente quiere decir estudio del fenómeno, es que nuestra experiencia del mundo responde a una estructura fundamental que condiciona tanto nuestra representación del mundo como la valoración que tenemos de él.

         A pesar de que ambas son expresiones de la subjetividad, ya sea individual o colectiva, estas están conectadas intencionalmente con una realidad que las sostiene y otorga sentido, entendiendo sentido en términos de contenido objetivo.

         Aquí la 1ª observación hecha por Husserl: lo que se nos presenta ante nuestros ojos ( a saber, el fenómeno) no es lo que la cosa es, sino solo un momento o una cara del ser. Se trata de una certeza que, siguiendo a Descartes, el propio Kant, seguido de los consabidos ideal materialistas, había puesto en duda a favor del relativismo, en amplios reductos de la filosofía en boga ( con sus desconcertantes derivaciones hacia la Primera Enseñanza).

         Edith Stein nació en la ciudad alemana de Breslavia en el seno de una familia judía, el 12 octubre 1891, día del Yom Kipur, lo que hizo que fuera especialmente querida por su madre, judía especialmente ortodoxa. Fue la penúltima de un total de once hijos. Su padre murió de una insolación cuando Edith no tenía todavía tres años, dejando a la madre todo el peso de la familia y de un boyante negocio, difíciles tareas que requirieron una disciplina que Augusta Stein intentó transmitir a sus hijos, así como su fe judía.

         Stein comenzó sus estudios en la escuela Victoria en 1896, año en que por 1ª vez se permitía en Prusia estudiar el bachillerato a las niñas. Ella se acomodó de forma rápida a la clase superior. Una compañera de clase dijo de ella: "Su precocidad no tenía nada de sorprendente. Fue agobiada por sus mayores, pero debido al orgullo irresistible que desarrolló y cuando la tensión podría llevar a las lágrimas y a la cólera, si no conseguía lo que quería o no era la primera, la mejor, no era tan positiva. Fue una excelente alumna". Al parecer, a la par de una infatigable ansia de saber, gozaba de un nivel intelectual muy superior a la media.

         Fue a partir de 1904 cuando, en razón de las reformas educativas, Edith creía saber bastante más de lo que se enseñaba a las chicas de su edad, y se negó a ir a la escuela secundaria para estudiar por su cuenta, contentando a su madre con la disculpa de que convenía dejarla viajar hasta Hamburgo para cuidar a su hermana Elsa (entonces embarazada).

         En plena libertad leyó todo lo que caía en sus manos con especial atención a las obras de Schiller y Kant hasta que, cumplidos los 16 años, empezó a preguntarse porqué los judíos seguían esperando la llegada del Mesías y dejó de acudir a la Sinagoga para, a poco, declararse atea. Como ella misma escribió, "con plena conciencia, y en una libre elección, dejé de rezar".

         Lo que si hizo fue recuperar en breve tiempo los cursos perdidos de la Enseñanza Secundaria, de forma que en 1908 ya se consideró dispuesta para ingresar en la facultad de Filosofía de la Universidad de Breslau, en contraposición al deseo familiar (que creía ver en ella un futuro gran médico) y según su propio argumento: "Estamos en este mundo para servir a los hombres, y eso se puede conseguir de una manera más perfecta realizando aquello para lo cual cada uno está mejor dotado".

         Un día Edith lee en la prensa que los altos estudios universitarios se habían abierto para las mujeres con la fenomenóloga y mística cristiana Hedwig Conrad-Martius, como 1ª doctora alemana en filosofía. Ella querrá imitarla y deseará hacerse discípula de Husserl y por ello decide estudiar filosofía en la Universidad de Gottingen. Husserl había creado un campo propicio para la mujer; es así cómo, con la fenomenología, la mujer entra en la historia de la filosofía.

         Edith busca en la fenomenología encontrar la verdad sobre sí misma y sobre el misterio del hombre. Recordemos que este método busca el análisis de la realidad sin ningún tipo de prejuicios, dejando de lado lo que ya se conoce, con el objetivo de captar la realidad en su genuina verdad. Este método responde a su deseo de encontrar la verdad. Más tarde este método le ayudará a aceptar a Dios tal como él se quiera manifestar.

         Fue en la Universidad de Gottingen donde Edith Stein conoce a Max Scheler, sigue su curso sobre Formalismo en Ética de los Valores y sobre él escribe: "Ocurrió que él estaba lleno de ideas católicas, las cuales nos recomendaba con toda la brillante fuerza de su espíritu y su don de palabra".

         Fueron tiempos en los que se sentía acérrimamente feminista, nunca inferior al hombre ni un ser a su servicio, sino ambos en condición de igualdad y con acceso a todo tipo de posibilidades, según el talento de cada uno.

         Por lo demás, mantiene amistosos encuentros con cristianos convencidos, como el filósofo Adolf Reinach, lo que avivará su interés por captar el sentido de las vivencias cristianas. Y ve que, entre los fieles cristianos, el amor al prójimo se diferencia esencialmente de un afecto puramente humano.

         En 1916 va a Friburgo como 1ª asistente de Edmund Husserl, y allí consigue el doctorado con la calificación summa cum laude. Su trabajo como asistente de Husserl no le satisface, ella quiere trabajar de forma independiente, por ello aspirará a tener una cátedra en la universidad, aunque sabe que como mujer no tiene posibilidades de obtenerla, por más que obtenga las máximas puntuaciones.

         A pesar de ello, se presentará en 4 ocasiones en diferentes ciudades de Alemania. Incluso presenta una interpelación al ministro de cultura de Prusia. En ella dice que la pertenencia al género femenino no debe ser impedimento para desarrollar una carrera científica, y pide la habilitación de las mujeres académicas. El ministro se muestra de acuerdo con los planteamientos de Edith Stein, y las universidades reciben un decreto en el que se recogen unas disposiciones más modernas al respecto.

         Edith ha buscado en la cultura no sólo la verdad sino también la felicidad, pero queda decepcionada en estas dos aspiraciones. Ella ama la verdad y por esto nunca se cierra a la verdad, se encuentre donde se encuentre, pues como deja por escrito, "mi ansia de verdad era mi única oración". Esta actitud noble y leal le ayudará a encontrar lo que ella con tanto anhelo ha buscado en su vida. Dios va preparando la tierra para que cuando él se manifieste de forma imprevista, ella le acepte sin reservas.

         En 1917 tuvo lugar su 1º encuentro fuerte con la fe. En octubre de este año recibe una noticia: su profesor y amigo Reinach ha muerto en Flandes, en los campos de batalla de la I Guerra Mundial. Al ir a visitar a la viuda para darle el pésame, cree que se encontrará con una mujer deshecha por el dolor, en cambio la encuentra serena, llena de esperanza. Constató la fuerza de la cruz de Cristo, capaz de vencer el dolor y la muerte. Lo confesará ella misma de la siguiente manera:

"Fue mi primer encuentro con la cruz, mi primera experiencia de la fuerza divina que emana de la cruz y se comunica a quienes la abrazan. Por vez primera me fue dado contemplar en toda su luminosidad a la Iglesia que nace de la pasión de Cristo, en su victoria sobre el aguijón de la muerte. Fue en aquel momento en que se desplomó mi incredulidad, palideció el hebraísmo y Cristo se alzó radiante ante mí: Cristo en el misterio de la cruz".

         Muchos de sus amigos se habían hecho cristianos, y Edith ve en las iglesias personas que oran con fe sincera, descubre cómo en el silencio se puede dialogar con Dios si se cree en él. Pronto sus preguntas encontrarán respuesta. Y fue en el verano de 1921 cuando, en visita a unos amigos, éstos se marchan de viaje, ella se queda sola en esta casa, va a la biblioteca y coge el 1º libro que encuentra. Es la Vida de Santa Teresa de Jesús, escrita por ella misma. Empieza a leer el libro y no lo deja hasta que lo acaba, cuando ya es de madrugada. Cuando cierra el libro dice: "¡Ésta es la verdad!".

         Edith está cansada de teorías, y cuando ve que Teresa de Jesús no explica axiomas ni se pierde en silogismos, sino que transmite lo que ella ha vivido y deseado, temido y experimentado, sufrido y gozado, descubre en ella la interioridad de una persona enamorada de Dios.

         En el libro de la Vida, Santa Teresa narra cómo Dios irrumpe en su vida introduciéndola en la experiencia mística, iluminándola con una sabiduría superior, uniéndola estrechamente con él. Teresa lo narra con humildad, con transparencia, con una gran sinceridad. Y Edith se deja seducir por la experiencia de Teresa.

         Antes, en el método fenomenológico, Edith había encontrado una verdad formal relativa, limitada a una lógica fría, la del conocimiento habitual, que la enseña a comportarse en las tareas habituales pero que no llega a dar un sentido a la vida. Ella tiene hambre de verdad, está cansada de pequeñas verdades y de palabras vacías. Teresa de Avila da testimonio de un Dios muy distinto al de la filosofía o de la ciencia. Se encuentra con un Dios que, antes que nada y por encima de todo, es amor.

         Edith ve con Teresa a un Dios cercano, y siente que aquí sí que está la verdad que ella busca: la fe y el amor, como fuente de la verdadera sabiduría. Después de leer la Vida de Santa Teresa, ve iluminada su propia vida y decide convertirse al catolicismo para, poco más tarde, pedir el ingreso en el Carmelo como deseado camino para el encuentro íntimo con Dios a través de la cruz.

         Edith experimenta un cambio en su interior como si hubiera sido tocada por una fuerza irresistible, algo que le ha sido dado como regalo, algo que jamás hubiera alcanzado ni con sus máximos esfuerzos. Cuando sus amigos vuelven del viaje, todo ha cambiado en ella. Así nos describe la experiencia de su conversión:

"Me siento como alguien que estuvo en peligro de ahogarse, y al que luego en una habitación clara y caliente, se le regaló paz y acogida, aunque sigue teniendo ante sus ojos aquel mar oscuro. Qué no sentiría una persona así regalada sino una especie de escalofrío a la vez que una inmensa gratitud por aquel brazo fuerte, que le había cogido y llevado a tierra segura".

         El 1 enero 1922, a sus 31 años, la doctora en filosofía Stein recibe el bautismo bajo un nuevo nombre elegido por ella: Teresa, el mismo que había comenzado a reorientar a toda su capacidad de conocimiento, hasta transformar radicalmente el sentido de su vida de forma que nace en ella una mujer nueva (una mujer de Dios, cuya gracia perfecciona en ella la obra de la naturaleza).

         Edith vuelve a Breslau y comunica la radical conversión a su madre, la cual encaja con extremo dolor la noticia un tanto mitigada por el hecho de que Edith, como en los viejos tiempos, no deja de acompañarla a la sinagoga, uniéndose a ella en la oración de los salmos. Refiriéndose a los preliminares y secuencias de esta época, Juan Pablo II dirá:

"Durante mucho tiempo Edith Stein vivió la experiencia de la búsqueda. Su mente no se cansó de investigar, ni su corazón de esperar. Recorrió el camino arduo de la filosofía con ardor apasionado y, al final fue premiada, la verdad la conquistó. En efecto, descubrió que la verdad tenía un nombre: Jesucristo, y desde ese momento el Verbo encarnado fue todo para ella. Al contemplar, como carmelita, ese período de su vida, escribió a una benedictina: Quien busca la verdad, consciente o inconscientemente busca a Dios. Ella que quería contar con sus propias fuerzas preocupada por afirmar su libertad en las opciones de la vida. Al final de su largo camino pudo llegar a una constatación sorprendente: Sólo el que se une al amor de Cristo llega a ser verdaderamente libre".

         Al poco de ser bautizada, Edith abandona su actividad científica al concebir la vida cristiana como relación personal entre Dios y el hombre. Quiere vivir sólo para Dios llegando a desechar su vida universitaria hasta que, por consejo de su primer director espiritual, aprende a ver a la Iglesia como ámbito de manifestación del amor divino a la par que comunidad en la que cada uno de nosotros está invitado a desarrollar la labor que mejor cuadra con las propias facultades para mayor bien de todos y pleno desarrollo de la vocación personal.

         Sí que desea Edith consagrarse a Dios en la vida religiosa, pero le aconsejan que espere, en atención a su madre judía ya que sería un golpe demasiado duro para ella, además debe dejar tiempo para que su fe cristiana se consolide y a la vez someter a prueba su vocación religiosa. Y además el mundo necesita de su ciencia, de su pedagogía y sobre todo, de su testimonio cristiano.

         Trabajó durante 8 años como profesora en un instituto que dirigían las dominicas en Espira. Allá fue no sólo la mejor educadora de las alumnas, sino también ejercerá una influencia importante en las religiosas y aspirantes. Descubre el amor y su importancia en la vida cristiana, y obra en consecuencia, aunque tenga que sacrificar su tendencia innata al recogimiento y al silencio. La madre Teresa Renata, que la conoció en profundidad, escribe al respecto: "Sólo Dios sabe para cuantos fue ella ayuda, consejera y guía, y a cuántos alivió en sus necesidades del cuerpo y del espíritu, como ángel de caridad. Siempre tenía tiempo para los demás".

         Ese tiempo fue para la nueva convertida tiempo de maduración y de desarrollo de nuevas posibilidades. El teólogo y filósofo jesuita Erich Przywara la anima a que continúe su trayectoria intelectual y prepare trabajos dignos de su talento. La orienta para que estudie a Tomás de Aquino y al cardenal Newman, convertido como ella al catolicismo.

         Su contacto con Santo Tomás le ayuda a descubrir que es posible cultivar la ciencia como un servicio de Dios. Y desde esa luz nueva decide reprender con seriedad el trabajo científico. Además para su formación teológica se sirve de no pocos postulados de la fenomenología de Husserl para estudiar en profundidad a santo Tomás, cuya ciencia le ayudará a ir profundizando en los misterios de la fe católica.

         Fue entonces cuando conoció al abad benedictino Raphael Walze, para ella una verdadera fortuna. En su 1ª infancia ella había perdido a su padre, y ahora, en la 2ª infancia espiritual, Dios le concede un padre de talla admirable (que, para ella, personificó plenamente la vida benedictina a modo de su encarnación viviente). Muy pronto le abrió el alma, le confió sus problemas, y encontró en él un apoyo incondicional.

         Se compenetraron ambos a fondo. Edith veía en el joven abad, lleno de vida y de equilibrio, un hombre de Dios. Para el abad Walzer era ella una de las grandes mujeres del presente a quién él tenía la fortuna de conocer y dirigir en la vida interior. El influjo de Walzer sobre Edith fue muy grande. Nadie tuvo tanta influencia sobre ella, ni la conoció tan profundamente hasta el punto de escribir de ella la siguiente semblanza:

"Raramente he encontrado un alma que reuniese en sí tantas cualidades eminentes, y con todo, era la sencillez y la naturalidad personificadas. Permaneció después de su conversión con toda su alma de mujer llena de sentimientos delicados, más bien maternales, sin darse aires de madre noble. Ambos éramos partidarios de una piedad sin problemas. Ella era sencilla en extremo, alma limpia y transparente, dócil para seguir el soplo de la gracia sin sombra de escrúpulos".

         Desde su fe y la unión con María, Edith descubre en la madre de Jesús no sólo el prototipo del alma femenina, sino que es verdaderamente madre. María nos ama y nos conoce, y vela para hacer de cada uno de nosotros aquello que está destinado a ser. La mujer mediante su actitud mariana, participa de la efusión amorosa del Espíritu Santo.

         Según esto, la trayectoria de la mujer, tal como Edith la ve, va con María hasta a Cristo, y con el Cristo crucificado hasta la gloria amorosa de Dios, de la cual fluyen para ella todas sus energías maternales y bienhechoras. La madre de Dios era para ella el modelo de esa mujer fuerte, de esa mujer capaz de asumir en la historia los papeles más imprevisibles y de llevarlos a término con calidad, precisamente porque fue la mujer cuya calidad de vida rebosaba desde lo más profundo de su ser. Es así como Edith realiza el ideal de la mujer a la altura de su tiempo consiguiendo un nivel filosófico de 1º grado, tal como reseñará Juan Pablo II:

"Ella misma será testimonio de esta feminidad socialmente operativa, haciéndose apreciar como investigadora, conferenciante, profesora. Fue estimada como mujer de pensamiento, capaz de utilizar con sabio discernimiento las aportaciones de la filosofía contemporánea para buscar la plena verdad de las cosas en el continuo esfuerzo de conjugar las exigencias de la razón y las de la fe".

         Diríase que, desde el momento que se sintió cristiana, puso en valor su pertenencia al pueblo judío intentando unir la fidelidad a la ley de Moisés con el amor a Cristo en la cruz. Al respecto, solía decir:

"No podéis imaginar lo que significa para mí ser hija del pueblo escogido, pertenecer a Cristo no sólo espiritualmente, sino también por los lazos de la sangre. Nada más ilustrativo para el trabajo diario que la Pasión de Cristo. Mi deseo es de participar en ella".

         El 14 octubre 1933, con 42 años, ingresa en el Carmelo de Colonia. Por fin se encuentra en el lugar al que pertenece espiritualmente desde hace tiempo; es así como nos lo explica el abad Walzer, su director espiritual:

"Ella corrió al Carmelo como un niño que se precipita en brazos de su madre. Edith está bien segura que su lugar en la Iglesia es el Carmelo. Tiene la profunda convicción de que el Señor la prepara en el Carmelo algo que sólo aquí puede encontrar. Rodeada de sus hermanas y en ambiente de silencio, se siente feliz y privilegiada de gozar de tanta paz y tranquilidad interior. Se le ha concedido la gracia que hace tanto tiempo anhelaba: vivir en el santuario más íntimo de la Iglesia".

         En 1938, ante la persecución cada vez más intensa de que son objeto los judíos, Edith Stein, ahora Teresa Benedicta de la Cruz, no quiere poner por más tiempo en peligro al Carmelo de Colonia, y se refugia en el Carmelo de Echt (Holanda). En este nuevo Carmelo es acogida con mucho amor. Ella es un ejemplo de observancia de la Regla, y de amor fraterno. Su equilibrio, su bondad, su sonrisa le ganaron el amor de todas las hermanas.

         Utilizó su talento como un servicio a sus hermanas de comunidad para ayudarlas a vivir con intensidad la propia vocación a ejemplo de los excepcionales santos carmelitas Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, cuyas vidas y obras estudió en profundidad y procuró asimilar para sí misma de forma para luego transmitirlas en la meditaciones de la comunidad religiosas. Al respecto, nos queda el testimonio de las propias monjas: "Hablaba con una tranquilidad tal y un conocimiento que nos impresionó profundamente, porque se veía que eran cosas que ella vivía".

         Le fue encomendado escribir un ensayo sobre las vivencias carmelitas y, en consecuencia, Edith procuró documentarse al máximo sobre San Juan de la Cruz, al cual pronto consideró el mejor de sus maestros, sintiéndose ayudada a prepararse con plena conciencia desde la fe, el amor y la esperanza para el martirio que los odios de los nazis hacían ver próximo.

         El estudio de San Juan de la Cruz la atrae y la llena de tal manera, que en 1941, a la vista de que los nazis ya eran dueños de Holanda, y ni siquiera respetaban a frailes y monjas de raza judía, aprovecha cada minuto libre hasta extenuarse a fin de concluir su Ciencia de la Cruz. No ha terminado ese inspirado ensayo cuando el 2 agosto 1942 la Gestapo llega al Carmelo de Echt, para internarla a ella y a su hermana Rosa en un campo de concentración.

         Consciente de su destino, nuestra santa heroína lo acepta como venido de las manos de Dios. Pocos días antes de su deportación, a quienes se ofrecen para salvarle la vida, les dirá:

"¡No hagáis nada! ¿Por qué debería ser excluida? No es justo que me beneficie de mi bautismo. Si no puedo compartir el destino de mis hermanos y hermanas, mi vida, en cierto sentido, queda destruida. Desde ahora acepto la muerte que Dios me ha destinado con total sumisión a su santísima voluntad y con alegría. Vamos a morir por nuestro pueblo".

         Edith y su hermana Rosa son conducidas al Campo de Concentración de Westerbork. Ni en medio del terror dejará de ser un ángel de paz. Según nos informa la historiadora Vila Griera, muchas madres judías, dominadas por el terror, se habían vuelto apáticas, incapaces de cuidar de sus hijos.

         Edith se hace cargo de ellos, los limpia, los alimenta y les da el calor de su amor y es constante consuelo para todos. Pero por encima de todo ora, y ofrece su sufrimiento por la conversión de su pueblo, de los no creyentes, por sus perseguidores, por todos los que han abandonado a Dios. Antes de ser llevada a Auschwitz, en donde recibe el martirio el 9 agosto 1942, por telegrama, ha enviado a su priora este mensaje:

"No se puede adquirir la ciencia de la cruz más que sufriendo verdaderamente el peso de la cruz. Desde el primer instante he tenido la convicción íntima de ello y me he dicho en el fondo de mi corazón: Salve, oh Cruz, mi única esperanza".

*  *  *

         El libro Ciencia de la Cruz de Edith Stein, además de adentrarse certeramente en lo más significativo del realismo cristiano (a legos más o menos piadosos e, incluso, con escasísima piedad), nos brinda los medios para sentir que progresamos en libertad. Para ello, es preciso que sintamos como imprescindible el desarrollo de lo mejor que sepamos hacer en la vida que nos ha tocado vivir o, para decirlo con otras palabras.

"La verdad enterrada en el alma como un grano de trigo empuja a sus raíces y crece. Marca el alma con una impronta especial que determina su conducta, hasta tal punto que tanto que el alma irradia a su alrededor y da a conocer mediante su comportamiento".

         Ahí se nos dice que el camino que conduce al alto monte de la perfección y que sólo puede ser andado por aquellos que no se asustan de ninguna carga es el camino de la cruz, al cual convida Jesús a sus discípulos: "El que quiera ser mi discípulo niéguese a sí mismo, lome su cruz y sígame. Porque el que quiere salvar su vida la perderá, pero el que por mi amor la perdiere la salvará" (Mc 8, 34).

         Lo que aquí se exige no es un poco de recogimiento y una cierta mejora en este o en el otro aspecto. Una pequeña prolongación de la oración o un poco de mortificación y en ellos gozar de consuelos y sentimientos espirituales. Quienes con ello se contentan, "huyen como de la muerte en ofreciéndoseles algo de esto sólido y perfecto, que es la aniquilación de toda suavidad en Dios, en sequedad, en sinsabor, en trabajo, lo cual es cruz pura espiritual y desnudez de espíritu pobre en Cristo".

         Lo otro no es más que "buscarse a sí mismo en Dios", lo cual es harto contrario al amor. Porque buscarse a sí mismo en Dios, es buscar los regalos y recreaciones de Dios. Pero buscar a Dios en sí, es no sólo querer carecer de eso y de eso otro por Dios, sino inclinarse a escoger por Cristo todo lo más desabrido, ahora de Dios, ahora del mundo.

         Para los que estamos en el mundo sin amar desmedidamente al mundo, el amor a la cruz viene a significar el progresivo y libre ejercicio de la responsabilidad personal según las circunstancias en las que nos toca vivir lo que, sin duda alguna, se proyectará hacia el progreso y libertad de todos.

.

  Act: 01/04/24        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A