Vosotros seréis la sal de la Tierra
Zamora,
28 octubre 2024 Los buenos cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. No habitan en ciudades exclusivamente suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. Sino que habitando ciudades de cualquier punto, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar conducta, admirable y, por confesión de todos, sorprendente. Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y cristianos hay por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo pero no procede del cuerpo, y así son los cristianos habitan en el mundo, sin ser de este mundo. El alma ama a la carne y a los miembros que la aborrecen. Y eso mismo es lo que hacen los buenos cristianos: amar a los que les odian. El alma está encerrada en el cuerpo (al que mantiene vivo), y del mismo modo los buenos cristianos están detenidos en el mundo como en una cárcel, pero siendo ellos los que mantienen la trabazón del mundo. Los 3 párrafos anteriores están tomados del Discurso a Diogneto que escribió un anónimo del s. II. Aunque parecen que hubiesen sido escritos en la actualidad, ¿verdad? Es lo que ya predijo Jesucristo, intuyendo la inspiración fundamental de sus seguidores: "Vosotros seréis la sal de la tierra y la luz del mundo", y "no se podrá ocultar una ciudad bien asentada sobre un monte". Pues esa lámpara "no será puesta bajo un celemín, sino sobre un candelero, para que alumbre a todos los hombres" (Mt 5, 13-16). .
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