Surge Al Andalus, y Oriente entra en Occidente

Zamora, 5 junio 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         La paternidad espiritual del patriarca Abraham es aceptada por ismaelitas, judíos y cristianos: aquellos por reconocerse descendientes de Ismael, hijo de Abraham y Agar (Gn 16, 1-15), los judíos por serlo de Isaac, hijo de Abraham y Sara, y los cristianos por fidelidad a Jesús de Nazaret, Hijo de David, éste de la tribu de Judá, bisnieto de Abraham. En razón de ello, puede decirse que las repetidas y crueles guerras entre  musulmanes y cristianos son “guerras de familia”.

         El Islam, doctrina y ley de vida de los ismaelitas, es una de las religiones que más adeptos viene ganando en los últimos años, desde el intelectual Garaudy (que fue católico, protestante, doctrinario marxista, de nuevo calico para convertirse al Islam en su tercera edad) hasta el sencillo hombre de la selva, pasando por hombres y mujeres de cualquier latitud, son muchos los que abrazan esa doctrina como a la expectativa de encontrar algo nuevo y motivante con que sumergirse en las ambigüedades de la conciencia colectiva, esa misma que minusvalora la responsabilidad personal en la resolución de los más acuciantes problemas de la propia existencia.

         El indiscutible auge del Islam añadido a la circunstancia hisrica de su presencia viva y activa en España durante 500 años nos obliga a plantearnos diversas preguntas: ¿Qué es el Islam? ¿Quién fue Mahoma, su profeta? ¿Q papel ha desempeñado Al-Andalus en la historia del Islam? ¿Q ha representado para la humanidad la presencia del Islam en Al-Andalus?

         El Islam o sumisión a Dios no fue presentado por Mahoma como una religión nueva: era la fe de Abraham actualizada por revelación divina a un nuevo profeta de no menor categoría que Mois y superior a Jesús. En consecuencia, para Mahoma y los depositarios de su doctrina, el creyente musulmán alcanza un plano superior a judíos y cristianos en el conocimiento de la verdad, cuya expresión suprema e incuestionable está en el Corán. Es decir, que sintoniza Mahoma con las reminiscencias arrianas, y todo ese cúmulo de herejías cristianas que tuvieron lugar cuando él vino al mundo.

         Para los musulmanes no existe otra verdad que la revelada en el Corán: A es A y Mahoma su profeta. Será una fe incompatible con cualquier personal interpretación, sencilla y práctica porque está expresada en conceptos (los versículos del Corán) aplicables en su literalidad a cualquiera de los asuntos de la vida de todos y de cada uno de los fieles, exteriorizada en rituales manifestaciones de todos los fieles que habrán de orar en común, peregrinar a la Meca, dedicar su vida a la expansión del Islam y a considerar infiel a todo el que no comparte sus ritos y la creencia en el Dios Único, A es el Misericordioso, "que todo lo ve y todo lo puede".

         Ello representó un avance respecto a las creencias que privaban entre los beduinos coetáneos de Mahoma: reminiscencias del viejo mazdaquismo dualista de los iraníes y diversidad de creencias animistas o idolátricas y ancestrales formas de vivir de las tribus diseminadas por el desierto. Era sugestivo para ellos la predicamenta de alguien que les colocaba en radical oposición al adocenamiento tribal de los clanes del desierto.

         Una de las primeras referencias cristianas sobre el islamismo la encontramos en Yahia ibn Sargun ibn Mansur, nombre árabe de San Juan Damasceno, nacido en Damasco en el seno de una familia cristiana. Siendo su padre fue un alto funcionario del califa, fue educado en las ciencias de la época al lado del príncipe Yazid, con quien compartió juegos y estudios de niño y responsabilidades de gobierno en los primeros años de adulto llegando a ser funcionario del tesoro del califa (algo así como ministro de hacienda).

         Vinieron tiempos de fundamentalismo religioso por parte del califa y su corte lo que impelió a Yahia (Juan) a retirarse a un monasterio para dedicarse a la meditación y al estudio hasta llegar a ser uno de los más brillantes expositores del legado evanlico y reconocido por la Iglesia como doctor en una altura similar a la de nuestro San Isidoro. La peculiaridad de San Juan Damasceno es que su vida y obra se desenvuelven en la misma circunstancia en la que tuvo lugar el nacimiento y espectacular despegue del Islam.

         Desde la perspectiva de su compromiso cristiano, San Juan Damasceno era testigo directo de las formas de vida y errores de su época y entorno: ancestral ignorancia, maniqueísmo, unitarismo, idolatría, animismo, mitificación de algunas referencias bíblicas... Y decide enfrentarse a todo ello con su Fuente del conocimiento” y otros libros menores entre las que hay hasta un Tratado sobre Dragones y Fantasmas.

         Profundo observador de la naturaleza, asegura Damasceno que corresponde a la razón explicar los femenos físicos (relámpagos y truenos, por ejemplo). Por ello critica las supersticiones, a las que considera fruto de la ignorancia. En su Fuente del Conocimiento afirma que no debe interpretarse al universo desde el animismo: "Que nadie piense que los cielos y las estrellas están animados pues son, en realidad, inanimados e insensibles".

         Se opone Damasceno, a su vez, a la interpretacn maniquea de la materia como fuente del mal: "Malo es aquello que, no teniendo su causa en Dios, se debe a nuestra propia invención, a saber: el pecado". Y por lo que se refiere al Islam, la doctrina que viene del desierto y que él considera una herejía del judeo-cristianismo, afirma: "La doctrina de los islamistas nace de un conocimiento superficial del AT y  del NT que, según parece, Mahoma recibió de un monje arriano".

         Por supuesto que en la formulación del Islam resulfundamental la personalidad de Mahoma: ¿Quién fue Mahoma, profeta del Islam?. Según Herder, "una mezcla singular de todo aquello que podía proporcionar la nación, la tribu, la época y la región: comerciante, profeta, orador, escritor, héroe y legislador, todo ello a la manera árabe".

         Sabemos que Mahoma nac en la Meca en torno al año 570 y que muren Medina el año 632; que su padre, Abd Allah, del clan de los Hashim, mur meses antes de su nacimiento, que, seis años después, fallecsu madre Amina, que crecal cuidado de su abuelo, Abd al Muttalib, y que, muerto éste, al de su tío Abu Talib. Cumplidos los 25 años, Mahoma se casó con Jadiya, unos años mayor que él, viuda rica dedicada al equipamiento de las caravanas. De Jadiya nos dice el cronista árabe Ibn Isaac:

"A través de ella, Dios aligeraba de su carga al Enviado; cuando escuchaba malas contestaciones, o le acusaban de ser un mentiroso, y esto le afectaba, era Jadiya la que le aconsejaba a su regreso, la que le daba de nuevo la fuerza, la que aligeraba su carga, la que le ofrecía su confianza, la que conseguía  no se tomara demasiado a pecho lo que la gente decía contra él".

         Jadiya le dio a Mahoma cuatro hijas, entre ellas, Fátima la cual, junto con su esposo Alí, ocupa un lugar destacado en la hagiografía musulmana; seguro que también le dio al Profeta parte de la energía necesaria para cumplir la función, que, según la tradición musulmana, A le hizo saber a través del arngel San Gabriel.

         En efecto, tenía Mahoma 40 años de edad cuando, en el monte Hira, una visión del arngel San Gabriel le convenció de su designación como Enviado para destruir todos los vestigios de la idolatría y del fetichismo y llevar a la Humanidad a la creencia en Alá, el Único Dios unipersonal y misericordioso: el Dios anunciado por Abrahán, Mois y Jesús, “santo profeta” a quien, torpemente informados según Mahoma, los cristianos han hecho Hijo de Dios. Para la ocasión ¿había tomado el arngel San Gabriel la figura del monje arriano de quien nos habla San Juan Crisóstomo?

         Entre los ilustrados y románticos de los s. XVIII y XIX no han faltado fervorosos panegiristas de la figura de Mahoma. Ejemplo de ello nos lo da Voltaire, el cual, en su declarada animosidad personal contra Jesucristo, ve en Mahoma un superior grado de excelencia en cuanto “supo reunir en sí el valor de Alejandro Magno y el esritu previsor de un Numa Pompilio”; es el mismo Voltaire a quien no importa obviar las flaquezas de sus ídolos (así lo hizo con los trapas Federico de Prusia y Catalina de Rusia) para afirmar de Mahoma:

"Siempre venció y todas sus victorias fueron las de un número pequeño contra uno grande. Conquistador, legislador, monarca y sacerdote: desempeñó los papeles s importantes que se pueden representar a los ojos de la humanidad".

         Otra descripción similar nos viene de Carlyle, que nos presenta a Mahoma como indiscutible ejemplo de los héroes que, según él, han modulado la historia:

"Su mensaje, dice, llevaba en mismo la verdad; la voz que salía trabajosamente de su pecho anunciando lo que él consideraba la verdad brotaba de profundidades desconocidas. Sus palabras no eran falsas; tampoco lo fueron sus obras. Eran vida; vida ardiente que brotaba del seno de la naturaleza".

         Algo así como el "espíritu de la naturaleza", que podía haber dicho el también burgués Hegel le sirve a Carlyle para dogmatizar: "Mahoma era uno de esos seres humanos que tienen que ser sinceros porque no pueden ser otra cosa, pues la propia naturaleza les encauza en ese sentido".

         De que Mahoma fue una personalidad excepcional, hija de las circunstancias de tiempo y lugar y con capacidad de conquistar voluntades, no nos cabe la menor duda, como tampoco de que es la fidelidad de sus seguidores la que le mantiene por encima de toda crítica al hombre normal que también fue: con sus debilidades y firmezas, vicios y virtudes... no en un plano distinto al de otros muchos celebrados como héroes; pero también con indiscutible influencia en la forma de vivir y de sentir de sus fieles.

          que logró Mahoma reunir en torno de él a una comunidad de creyentes convencidos de obrar animados por una "paz interior" (lit. umma) con los que rompió marcos tribales y marcó la nea para islamizar las jerarquizaciones y formas de vida cultivadas durante siglos por reinos, imperios y satrapías a conquistar: era la revolución que muchos esperaban.

         Ciertamente, resultó espectacular la expansión de la doctrina del Islam a la muerte de Mahoma. Para el mundo árabe su vida y testimonio constituyeron un revulsivo que haría estremecer al Occidente Cristiano. En lo político significó un más allá de las estériles rivalidades entre tribus y pueblos madas; en lo religioso una convencional adaptación a las circunstancias de tiempo y lugar de lo más digerible del judaísmo, del cristianismo y de los mitos que, entre las diversas tribus, idólatras o fetichistas, venían circulando de generación en generación; en lo militar ofrecía la justificación de la yijhad o "guerra santa contra el infiel", lo que, ciertamente, abría ilimitados horizontes de expansión al fervor guerrero y afán acaparador de los caudillos adictos.

         Ya desde Abu Bakr al-Siddiq, suegro y testamentario del propio Mahoma, el principal de los caudillos adictos se auto tituló Califa al término khalifat Rasul Allah (lit. "sucesor del mensajero de Dios"). Desde entonces, los califas se sentían revestidos no solamente de la máxima autoridad político religiosa sino también de la suprema responsabilidad en todo lo tocante al legado del Profeta, "testigo directo de la voluntad de Alá", algo así que, actualmente viene expresado con el título de "comendador de los creyentes", que adopta el sultán de Marruecos.

         En paralelo con los primeros éxitos militares de los fieles a Mahoma crecieron las soterradas rivalidades entre clanes con abundancia de traiciones, asesinatos y guerras entre los propios hermanos musulmanes. Es lo que sucedió entre omeyas y abasíes y sigue ocurriendo entre sunníes y chiítas, de lo que, desgraciadamente, estamos encontrando elocuentes ejemplos en Irak y otros países de la zona.

         A pesar de tales rivalidades y enfrentamientos fratricidas, en menos de 100 años la revolución árabe impuso un nuevo orden religioso-político-social desde el lejano Oriente hasta una buena parte de lo que fue el Imperio Romano, la Hispania gótica incluida.

         Para los musulmanes (bereberes y unos pocos árabes) no resultó muy difícil la conquista de la Hispania de entonces. Ya en el año 672 haan intentado el desembarque por Algeciras y fueron expulsados por el rey Wamba y su ejército.

         No cejaron los musulmanes en su empeño y, buenos conocedores de las rivalidades y luchas intestinas entre las diversas facciones godas, atrajeron a su causa a personajes como el conde don Julián, gobernador de Ceuta (enclave hispánico del norte de Africa), quien, probablemente, les puso en relación con la facción goda rival de don Rodrigo, recientemente nombrado rey en lugar del pretendiente Agila, hijo de Witiza, y les facilitó el paso del Estrecho en el momento en que don Rodrigo estaba haciendo frente a una revuelta en el norte.

         Fue la victoria musulmana en la la batalla de Guadalete el principio de una dominación que duró varios siglos. Se dice que el propio rey don Rodrigo luc bravamente hasta la muerte luego de ser traicionado por una parte de su ejército que, corrompido por la perspectiva del botín,  se pasó a las filas musulmanas bien pertrechadas y dirigidas por el caudillo bereber Tarik ben Ziyad.

         El tal Tarik era un recién convertido a la religión de Mahoma y actuaba como delegado de Musa ibn Nusayr, valí o gobernador árabe del Magreb (que se lla entonces provincia árabe de Ifriquiya). Tras la batalla de Guadalete, el propio Musa pasa el estrecho con un poderoso ejército de apoyo.

         Tarik ben Ziyad y Musa idn Nusayr (recordado como Muza) siguen con su conquista hasta el 714 en que son llamados por el califa de Damasco para rendir cuentas. Antes Muza ha delegado poder en su hijo Abd al-Aziz ibn Musa, quien se consolida como primer emir musulmán de Al-Andalus, luego de, en sucesivas escaramuzas, haber incorporado al nuevo poder a no pocas acomodaticias autoridades locales, descontentos y mercenarios hasta hacer imposible una sólida resistencia, lo que no le libró de morir asesinado en el 716.

         De la resistencia a la invasión nos quedan los ejemplos de don Pelayo, que derrota a Munuza en la batalla de Covadonga (año 722) y la del franco carolingio Carlos Martel, quien, en la batalla de Poitiers cierra el avance de los musulmanes hacia el Norte de Europa con la derrota y muerte del emir  Abd al-Rahman ibn Abd Allah al-Gafiqi, cerrando con ello el avance hacia el Norte de Europa.

         Es así como se produjo la conversión de Hispania en Al-Andalus, tierra prometida para muchos musulmanes, en especial para los habitantes del Magreb. La invasión hasta las montañas de Asturias había sido facilitada por varias causas que ya hemos esbozado, no siendo la menor la rivalidad entre los hispano-romanos, que siguen haciendo signo de distinción de una más o menos real fidelidad a la Iglesia de Roma, y los que se sienten herederos de los señores godos: convertidos o no pero aún con el poso de lo que fue uno de sus signos de identidad.

         Una doctrina, el Arrianismo, que no se muestra muy exigente con el compromiso de amor y libertad que predican los católicos y que, por demás, no termina por aceptar la divinidad del propio Hijo de Dios, en lo que, ciertamente, los recalcitrantes arrianos coinciden con los seguidores de Mahoma. Conclusión: no pocos de los antiguos señores, convertidos o no al Islam,  se hacen fieles vasallos de los sucesivos emires, califas y taifas que haan asentado sus reales en la vieja Hispania, ahora llamada Al-Andalus.

*  *  *

         La historia nos enseña que las diferentes civilizaciones chocan entre sí cuando llegan a encontrarse; es difícil sino imposible su alianza en tanto en cuanto ninguna de ellas renuncie a lo fundamental de su esencia. Tras los primeros enfrentamientos podrán, eso sí, respetarse hasta superar, no diluir, algunas diferencias en el campo de lo político, comercial e, incluso, religioso con derivaciones en la forma de vivir y de pensar.

         Así ocurr durante ochocientos años en los que musulmanes, judíos y cristianos de los distintos reinos de lo que, a partir del s. XII empezó a llamarse España luchaban, comerciaban, convivían e, incluso, llegaban a confraternizar.

         Es una simplificación histórica el creer que, con la invasión musulmana, en España no pervivió más intensamente, si cabe, el legado religioso, moral y cultural de todo lo que fueron los siglos de presencia romana, vivencias cristianas y enseñanzas de los concilios de Toledo y de personajes como San Isidoro de Sevilla.

         Siguieron germinando las semillas de unos y de otros fenómenos hisricos y, ante la avalancha de una nueva  y fresca cultura, algunos españoles de entonces supieron mantener no pocos tradicionales valores al tiempo que diluían en su propia circunstancia lo que venía de afuera. Los invasores, por su parte, mitigaron un cierto radicalismo inicial e hispanizaron no pocas de sus costumbres y formas de vivir a la par que aportaban lo asimilado de otras culturas, fuera indio, persa, bizantino o egipcio.

         Podemos hablar, pues, de un evidente fenómeno de influencia mutuas con indiscutible poder determinante en el pensar y forma de vivir de los llamados "siglos oscuros", que no lo fueron tanto como en el resto de Europa en la Hispania de los concilios y de los godos romanizados, ni tampoco en Al-Andalus del califato de Córdoba y de los subsiguientes emiratos de la misma Córdoba, Toledo, Sevilla, Almería, Granada...

         Hubo un Al-Andalus en el que lo religioso, derivado de los dogmas del Corán,  descubr nuevas sensibilidades al tropezar con la herencia cultural de filósofos latinos  y apologetas cristianos. Por su parte, ellos aportaron, junto con útiles y hasta entonces desconocidas técnicas de cultivo (tan esencial entonces para el desarrollo económico-social), positivas aportaciones en los campos de la astronomía y matemáticas (el álgebra, por ejemplo) además de sus propias peculiaridades en el terreno de la reflexión y de la interpretación del legado de antiguos maestros de la talla de un Aristóteles, entonces semi-olvidado o deliberadamente ignorado en una buena parte de los círculos intelectuales de los otros territorios europeos.

         Gracias a unos y a otros, aquí y entonces, se llegó a vivir un ambiente propicio para el desarrollo de nuevas sensibilidades y, también, de humildes y sinceras búsquedas de la verdad asequible a las humanas inteligencias, lo que, para los buenos cristianos, puede y debe llegar hasta la frontera que marca el misterio incomprensible e inaprensible por su propia naturaleza para reflejarse en la mejor manera de responder al mandamiento del amor.

         Al respecto, conviene recordar que, desde su origen, los musulmanes no comparten el posicionamiento esencial de los cristianos respecto al mandamiento del Amor. Para ellos la razón primordial de su fe es más en la fidelidad a la letra de su Corán que en la libre y generosa entrega al servicio de los demás.

         El Islam huye de la estéril especulacn al suponer que la facultad de pensar (al-aql) no tiene otro objeto que el de conducir el hombre a lo divino, ello sin necesidad de ser alimentado por un amor, del que los cristianos ven un ejemplo vivo en Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero.

         Puesto que el Islam es considerado por sus fieles la definitiva religión de la humanidad (al-din al-hanif), de las otras religiones solo admite como verdad lo que coincide con tal o cual aleya de su Corán o Libro Sagrado (revelado por Dios a través del arcángel Gabriel).

         Tal posicionamiento ha sido utilizado por sus exegetas y sabios como posible y necesario camino para bucear en las ciencias, en las artes y en el contenido doctrinal de otras civilizaciones para luego integrar en la idea islámica de la realidad aquellos elementos que no se oponen a su concepción del mundo.

         Por lo que respecta a la España musulmana, si nos referimos a rebrotes de nuevas sensibilidades, hemos de reconocer que tal se descubre en poetas como Ibn Hazm, autor del Collar de la Paloma, en el que se trata a la mujer de muy distinto modo al habitual en algunos círculos del Islam de hoy: desde la dedicación y voluntaria sumisión hacia una esclava, por encima de cualquier diferencia de clases.

         El Collar de la Paloma, perla de la literatura hispano musulmana, es un delicado tratado en prosa y verso sobre el amor y el libre sacrificio por la persona amada, algo que, en el seno del Islam, rompía taes de formalismos que hoy llamaríamos machistas para alinearse con aquel respeto y caballerosidad hacia la mujer digna del más noble amor, al que canta Ibn Hazm con los siguientes versos:

"Te consagro un amor puro y sincula:
en mis entrañas está visiblemente grabado y escrito tu cariño. Si en mi espíritu hubiese otra cosa que tú,
la arrancaría y desgarraría con mis propias manos. No quiero de ti otra cosa que amor;
fuera de él no pido nada.
Si lo consigo, la tierra entera y la humanidad
serán para mi como motas de polvo y los habitantes del país, insectos".

*  *  *

         Antes de centrarnos en el terreno de la especulación filosófica para recordar a los más ilustres personajes de aquellos tiempos, bueno será tener en cuenta la sugerencia del hispano judío Avencebrol en su Fuente de Vida:

"La sabiduría es la fuente de aguas cristalinas que brota de ti. Y de tu sabiduría has hecho que surja una voluntad, artista del infinito, haciendo brotar de la nada el ser, como la luz se extiende. Tú eres su fuerza; y, nacida de ti, hacia tu ser se ve arrastrada y eres tú el objetivo de su deseo".

         Ello nos servirá de introducción para situar en sus justos términos al hispano-musulmán Averroes, destacado hombre de ciencia y letras que, como ningún otro de su circunstancia hisrica, han marcado pautas de reflexión y entendimiento útiles para la civilización occidental.

         Nacido y educado en Córdoba y reconocido como maestro en el mundo de los musulmanes moderados de Al-Andalus hasta ser expulsado a Marruecos por los radicales alfaquíes, Averroes, latinización del árabe Ibn Rushd, está considerado el más importante filósofo árabe de todos los tiempos y, desde nuestra óptica, un libre y humilde buscador de lo que realmente necesita saber el hombre para vivir de acuerdo con una naturaleza un tanto teórica (no auténticamente real) en cuanto el amor no forma parte esencial del vivir y pensar de este ser excepcional compuesto de alma y cuerpo, que somos todos nosotros.

         Además de filósofo, Averroes fue médico, abogado, matemático y jefe político-religioso (llegó a ser ca de Sevilla). Junto con una muy celebrada enciclopedia médica, escribió diversos trabajos de comentarios y divulgación sobre la obra de Aristóteles en un intento de demostrar su sintonía con las enseñanzas del Islam y presentar algo así como la pauta de lo que podríamos llamar humanismo musulmán.

         Ejemplo de ello es la Incoherencia del Incoherente (lit. "tahafut al-tahafut"), escrito como réplica a la corriente fundamentalista defendida por los seguidores de Algazel (Al-Ghazali), principal inspirador del sufismo.

         El descubrimiento de Aristóteles en el mundo musulmán había sido obra de Alkindi, interpretado y divulgado por Alfarabi, principal referencia intelectual para el médico-filósofo persa Avicena.

         Para Avicena, musulmán a parte entera para quien el  conocer es mucho más apreciable que el amar, Aristóteles es el maestro de los maestros y de él copia, junto con la gica del silogismo en el proceso de discurrir, la concepción de un Dios abstracto, que preside y mueve el universo en el que la materia, eterna como El, se desarrolla según sus propias leyes. La existencia no es más que un accidente de la esencia (algo demasiado intelectualista que, a nuestro juicio, ha de calificarse de estricto idealismo por estar basado en lo de las ideas germen de las cosas, que defendieron los platónicos).

         Por los demás, y como buen islamista, Avicena hace de Dios el único ser necesario y reconocible a través de los 90 nombres de que habla el Corán y, cuando trata de moral, se atiene al sentido teológico que dogmatizan las suras coránicas.

         En esa nea, pero con notables discrepancias de corte liberal, que diríamos hoy, se desarrolla la formación intelectual de Averroes hasta manifestarse como el médico filósofo que quiere ser y volcar en la interpretación de la obra de Aristóteles su propia originalidad. Si para Avicena el camino del conocimiento depende exclusivamente del  Corán, para Averroes, al igual que lo fue para Aristóteles (al que toma por maestro no solamente por su lógica del silogismo), el conocimiento primero depende de los sentidos, cuyas apreciaciones pueden y deben ser canalizadas por el filtro de la razón hasta lo impenetrable: potencia en acto para un Aristóteles y todopoderoso y misericordioso Alá para Averroes, que nunca dede mostrarse como un fiel musulmán.

         Según ello, el Corán es respetable en tanto en cuanto no contradice a la apasionada squeda de la verdad, que, para Averroes representa una filosofía en la que no descuellan la humildad y la generosidad genuinamente cristianas. Con Aristóteles, Averroes cree en la eternidad de la materia y, cuando se refiere a la Moral, en lugar de poner de relieve tal o cual sura coránica, Averroes despliega el ideal humano de la virtud natural que es descrita según los principios de la Etica a Nicómaco de Aristóteles según Hirschberger).

         En similar línea de actividad intelectual hemos de situar al hispano-judío Maimónides, nacido en Córdoba en torno al 1135 y muerto en el Cairo en 1204. La filosofía típicamente judía, más antigua que la de los árabes (recordemos al filósofo judío Filón de Alejandría, contemporáneo de Jesucristo), la convivencia con el mundo árabe (él mismo escribió originalmente en árabe y tuvo directa relación con destacados intelectuales árabes, incluido Averroes) y el estudio de Aristóteles condicionaron su pensamiento por el que pretende acercarse al Dios de la Biblia, creador y mantenedor de todo lo existente.

         Con Averroes cree en la confluencia de religión y filosofía pero, a diferencia de él, ve en lo que los profetas dicen de Dios el principio de todo conocimiento y no en la inmediata observación de las cosas; tampoco cree en la eternidad del mundo (creado en los 6 días bíblicos) ni acepta otra moral que la de los mandamientos; en lo que sí coincide plenamente es en aceptar la gica del silogismo como principal camino para el humano discurrir.

         Su obra principal lleva el significativo título de Guía de Indecisos. Indecisos son tanto los creyentes que desprecian la ciencia humana como los pretendidos sabios que no aciertan a captar las limitaciones de su capacidad de conocer. Ve la salvación por el camino del conocimiento en uso de los sentidos según la pauta que traza la Biblia y desde el posicionamiento que le da su condición de judío. Diríase que ha encontrado un paralelismo entre las enseñanzas de Aristóteles y el privilegio de pertenecer al pueblo elegido.

         Siglos más tarde, muchas de sus conclusiones serán retomadas por destacados intelectuales judíos como León Hebreo, Spinoza, Mendelssohn o Salomón Maimon.

*  *  *

         Para la trascendencia histórica de la obra de personajes como Averroes y Maimónides fueron de esencial importancia los trabajos de la Escuela de Traductores de Toledo. Reconquistada Toledo en 1085 por Alfonso VI de Castilla, al que gustaba ser considerado "emperador de las tres religiones", el arzobispo Raymundo se esforzó en dar a conocer lo que él entendió como valiosos hallazgos de la cultura judeo-musulmana y para ello fundó el centro multicultural que resultó ser esa Escuela de Traductores de Toledo.

         Allí desarrollaron sus trabajos de traducción y comentario, entre otros, el judío converso Juan Hispano (Ibn David), Gerardo de Cremona, Miguel Escoto, Alfredo Ánglico, Hermán Alemán y, destacando sobre todos ellos por sus personales aportaciones el arcediano de Segovia Domingo Gundisalvo, el cual, más que traducir, divulgar y comentar la innovadora corriente cultural, intentó llegar a una síntesis entre el antes y el después de la impronta cultural de árabes y judíos en el quehacer de los intelectuales cristianos en tratados como De Divisione Philosophiae, De Inmortalitate Animae, De Processione Mundi, De Unitate y De Anima, que llegarán a influir notablemente en el pensamiento de personajes como San Alberto y Santo Tomás.

         Es así cómo lo más significativo de la ciencia y filosofía orientales, traducido al latín, pudo llegar, no sin tenaz resistencia en algunos casos, a los principales centros culturales de la cristiandad europea, enfrascada entonces en el corsé de una escolástica, que, demasiado prisionera de viejos atavismos y de no pocas gratuitas divagaciones, vivía a la espera de nuevas y frescas pautas de reflexión.

         ¿Significa ello que, tal como apunta Hirschberger, la España de entonces hizo de puente espiritual entre Oriente y Occidente? Puede aceptarse si consideramos a la aportación judeo-musulmana de Al-Andalus un valioso recordatorio de lo más notable de la antigüedad clásica que se traduce en realista percepción si se aliña con la savia de amor y de libertad que apor la reflexión de personajes como Tomás de Aquino. Es lo que podremos ver en el siguiente capítulo.

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  Act: 05/06/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A