Surge el comercio, la ley, la guerra... y más guerra

Zamora, 27 febrero 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Se cifra en no menos de 3.000 millones de años la larga marcha de la materia viva hasta adoptar en el ser humano, rey de la creación, su forma inteligente. Es en su inteligencia en donde el ser humano, rey de la creación, encuentra su principal fuerza, tanto en la necesaria adaptación a un medio ambiente más o menos hostil como, a diferencia del resto de los animales, en la íntima invitación a ser más. Reflejo de esa invitación, repitámoslo una vez más, es el sentido común o instinto inteligente.

         En la necesaria adaptación a un medio ambiente más o menos hostil, el ser humano, de configuración física más débil y vulnerable que la de no pocos otros habitantes de su entorno, fue multiplindose y cubriendo progresivamente la más propicia superficie del planeta hasta hacer historia humanizando sierras, llanuras y, también, algún que otro desierto o selva, siempre en uso de sus manos y de su capacidad de reflexión.

         No se lo ponían fácil las fieras ni la propia naturaleza con sus altibajos de frío y calor, luces y sombras,   escasez o abundancia de recursos imprescindibles para su alimento y abrigo. Inventó armas de caza y defensa, descubrió la utilidad del fuego y tomó conciencia de las ventajas de vivir en un círculo social o grupo más amplio que la propia familia, sin duda alguna, surgida de forma natural.

         Ese círculo social o grupo, compactado por la mutua conveniencia, iría de aquí para allá hasta descubrir las ventajas del sedentarismo y hacerse ganadero y agricultor. Sin duda que hubo de hacerlo dentro de un orden tal vez trazado y presidido por el que, dentro del grupo, tenía madera de líder.

         Podría ser un orden similar al que la moderna sociología industrial encuentra en los llamados grupos informales, según el cual, un conjunto de personas dejadas a su albedrío tienden a agruparse en mero variable sen las circunstancias pero siempre bajo el impulso de una de ellas, revestida de una especie de liderazgo natural. De ser ello así, la formacn de clanes o tribus podría haberse llevado a cabo sin traumas y de forma espontánea o natural.

         No es eso lo que pensaba Heráclito,, para quien "la guerra era la madre de todas las cosas". Ni siglos más tarde Plauto, que en Asinaria viene a decir que "lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit", lo que, traducido, viene a significar "lobo es el hombre para el hombre, y no hombre cuando desconoce quién es el otro".

         Uno y otro incurren en malévola exageración, pues desde siempre hubo corderos al lado de los lobos, e incluso ni lo uno ni lo otro, y sí personas con voluntad de aceptar como igual a cualquier semejante. Es así como para Séneca el otro puede ser alguien de quien fiarnos, y por lo tanto digno de respeto: "Homo, sacra res homini" (lit. "el hombre es algo sagrado para el hombre"), tal como escribió en su Carta a Lucilio (XCV, 33).

         Pudo ser así en plena efervescencia de la cultura pagana, dentro de la cual, algunos testigos de todos sus atropellos, injusticias y discriminaciones, se veían obligados a reconocer a la templanza, saber hacer y buena voluntad como valores constituyentes de una sociedad genuinamente humana.

         Con la llegada del cristianismo el otro ya no solo era digno de respeto, sino de un amor de hermano similar al que uno se concede a sí mismo. Aunque otra cosa fue la difícil puesta en práctica en todos y en cada uno de los avatares de la historia.

         A 18 siglos de Plauto, y por necesidades del guión que se había propuesto con su Leviatán (en el que defiende la legitimidad de la tiraa), Hobbes presta un más drástico significado a lo de "homo homini lupus", y sostiene que, "en estado de naturaleza el hombre es lobo para el hombre", lo que le lleva a definir a la sociedad primitiva como una "guerra de todos contra todos".

         De ser así la sociedad humana se habría visto reducida a la nada en la generación. Pero eso no sucedió, sino que algunas sociedades mostraron suficiente capacidad como para superar los baches de la irracional animalidad.

         Pero ¿podemos llamar a esa virtualidad un grito de una conciencia específicamente humana, y con suficiente entidad para desarrollar un cierto esritu comunitario capaz de neutralizar lo del homo lopus?

         Claro que sí, a poco que reparemos en que, según lo que nos llega de las civilizaciones más remotas y el conocimiento actual de los pueblos menos civilizados, las sociedades humanas han hecho historia con algo más de los continuos enfrentamientos de unos y otros. De no ser así, la humanidad se habría aniquilado a sí misma, si la guerra y el odio no hubieran encontrado freno en cierta voluntad de entendimiento.

         Es el comercio una de las más claras expresiones de esa voluntad de entendimiento, cuestión que, añadida al probado afán de lucro (o esritu de aventura) de algunas personas, permiten suponer que, ya en los primeros balbuceos de la civilización, hubo comerciantes o profesionales que practicaron el oficio de negociación a base de comprar, vender o intercambiar.

         Parece ser que los primeros de estos profesionales hicieron su carrera moviéndose de aquí para allá por la India, el creciente fértil (Mesopotamia), Egipto, los pueblos del mar (tirios, aqueos, troyanos...). Aunque también cabe suponer que, con anterioridad a esos profesionales, no faltaron intercambios entre familias y tribus, siempre o casi siempre liderados por los más avispados de tal o cual familia, tribu, pueblo o conjunto de pueblos.

         Desde esa perspectiva, nos atrevemos a afirmar que el comercio, como elemental sistema de trueque, existió antes que las guerras, fueran éstas de hombre a hombre, de tribu contra tribu, clase contra clase...

         Lo más probable es que se llegara a las manos a causa de las malas operaciones comerciales, aliñadas éstas por la ambición del más bruto o del más ducho en el arte de embaucar a los embaucables (esa mayoría acrítica siempre dispuesta a seguir al sol que más calienta). Vendría luego la imposición de la fuerza a cargo de la tropa del líder, y poco después alguna que otra derivación de lo que podríamos llamar Ley Natural de Supervivencia.

         Fue el Código de Hammurabi (1792 a.C) la prueba hisrica de una civilizada derivación de esta Ley Natural de Supervivencia. La prueba hisrica en cuanto dicho código es expresado en la escritura cuneiforme, de la que se tienen vestigios de antigüedad superior a los 5.000 años y que, en diversas variantes, fue medio escrito de comunicación entre los pobladores de los territorios bañados por los ríos Tigris y Eufrates.

         Los estudiosos aseguran que las primeras tablillas de arcilla (3.000 a.C) en escritura cuneiforme son, de hecho, documentos comerciales en cuanto expresan una especie de suma y sigue propia de cierto intercambio entre personas o grupos.

         Y son esos mismos estudiosos los que nos muestran cómo, hace no menos de 8.000 años, ya existió la que llaman Cultura Halaf, de la que han encontrado restos de palacios levantados en torno al 6.100 a. C. Nos dicen que esa cultura se basaba en innovadoras técnicas de regao, que se extendías desde los montes Zagros al Mediterráneo y que desaparecal ser aniquilada o absorbida por la subsiguiente cultura.

         La subsiguiente cultura fue la catalogada como Cultura Obeid, que privó en la zona desde el VI al III milenio a.C, en el que hicieron su aparición los sumerios y sus ciudades estado (Uruk, Lagash, Kish, Ur, Eridu...), sobre las cuales predominó Babilonia, durante un tiempo capital de los amoritas (o amorreos) y de los descendientes de Cam (a través de Cann; Gn 10, 6-16).

         Uno de los reyes amoritas que hizo de Babilonia la "ciudad de las ciudades" fue el citado Hammurabi, titular del código que nos muestra cómo, por aquel entonces, tanto o más que la opresión o la guerra, el soporte de un equilibrio social más o menos duradero eran las leyes que los poderes públicos se ocuparon de formular.

         Sin duda que fueron leyes (las de dicho Código) no siempre coincidentes con lo que hoy se entiende por derecho natural, y menos aún con lo que los exégetas consideran el derecho de gentes inspirado en el evangelio. E incluso el de Hammurabi no fue el más antiguo de los códices de los que se tienen noticia, pues anteriores a él fueron el Códice de Urnammu (2.050 a.C), el Códice de Eshnunna (1.930 a.C) y el Códice de Lipitishtar de Isín (1.870 a.C).

         Pero el Código de Hammurabi logró hacer de la Mesopotamia una especie de federación de ciudades estado (Larsa, Mari, Isin...) con Babilonia como capital. Para, a renglón seguido, imponer su código de 282 leyes, que han llegado hasta nosotros (a través del Museo de Louvre) grabadas en escritura cuneiforme sobre una estela de diorita de 2,25 m. altura.

         Lo sustancial de ese Código es inspirado en la Ley del Talión, según la cual el castigo debe ser proporcional y de la misma índole que el delito cometido. Es lo que demuestra la trascripción de las leyes 194-200:

194º Si uno dio su hijo a una nodriza y el hijo murió porque la nodriza amamantaba otro niño sin consentimiento del padre o de la madre, será llevada a los jueces y se le cortarán los senos.
195º Si un hijo golp al padre, se le cortarán las manos.
196º Si un hombre libre vació el ojo de un hijo de hombre libre, se vaciará su ojo.
197º Si quebró un hueso de un hombre, se quebrará su hueso.
198º Si vació el ojo un muskenun o roto el hueso de un muskenun, pagará una mina de plata.
199º Si vació el ojo de un esclavo de hombre libre o si romp el hueso de un esclavo de hombre libre, pagará la mitad de su precio.
200º Si un hombre libre arranun diente a otro hombre libre, su igual, se le arrancará su diente.

         Por otra parte, el Código de Hammurabi reconoce el derecho a la propiedad privada, y trata de regular convenientemente el comercio. Lo muestra la trascripción de las leyes 7-10:

Si uno compró o recibió en depósito, sin testigos ni contrato, oro, plata, esclavo van o hembra, buey o carnero, asno o cualquier otra cosa, de manos de un hijo de otro o de un esclavo de otro, es asimilado a un ladn y plausible de muerte.
Si uno robó un buey, un carnero, un asno, un cerdo o una barca al dios o al palacio, si es la propiedad de un dios o de un palacio, devolverá hasta 30 veces, si es de un muskenun, devolverá hasta 10 veces. Si no puede cumplir, es plausible de muerte.
Si uno que perdalgo lo encuentra en manos de otro, si aquel en cuya mano se encontró la cosa perdida dice: "Un vendedor me lo vend y lo compré ante testigos". Y si el dueño del objeto perdido dice: "Traeré testigos que reconozcan mi cosa perdida"... el comprador llevará al vendedor que le vendió y los testigos de la venta, y el dueño de la cosa perdida llevará los testigos que conozcan su objeto perdido. Los jueces examinan sus palabras, y los testigos de la venta, y los testigos que conozcan la cosa perdida, dirán ante el dios lo que sepan. Si el vendedor es un ladn, será muerto, y el dueño de la cosa perdida la recuperará. El comprador tomará en la casa del vendedor la plata que había pagado.
10º Si el comprador no ha llevado al vendedor y los testigos de la venta, o si el dueño de la cosa perdida ha llevado los testigos que conozcan su cosa perdida... el comprador es un ladn, y será muerto; y el dueño de la cosa perdida la recuperará.

         Por lo expuesto, bien podemos deducir que no sirven a la verdad los que se remiten al pasado para explicar la historia como un simple catálogo de enfrentamientos y guerras entre unos y otros. Aunque sí que hubo, por supuesto, elocuentes ejemplos de que, en ocasiones, el hombre actúa como un lobo contra sus semejantes.

         Pero no es menos cierto que progresa mucho más cuando se muestra preocupado por la suerte de los demás, aunque ello no siempre obedezca a motivos altruistas y sí a cierto afán de beneficiarse de abundancias y carencias de sus semejantes en línea de reciprocidad, es decir, practicando el comercio cuando no es dispuesto a sacrificarse por el otro por motivos morales o religiosos, sobre todo si la religión que se practica hace del amor y de la libertad las principales banderas.

         Consecuentemente, reconozcamos que, en el proceso histórico de la humanidad, la religión, el comercio y las leyes constituyeron un eficaz y deseable antídoto de las guerras. Y que, en consecuencia, se pudo promover y se promovió un progresivo bienestar. Como dijo algunos siglos más tarde el también oriental Pablo de Tarso, "la letra mata, pero el espíritu vivifica" (2Cor 3, 6).

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  Act: 27/02/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A