Tú, el otro y yo: surge el nosotros

Zamora, 13 febrero 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Tú, el otro y yo formamos el nosotros que ha hecho historia durante muchos siglos a lo largo y ancho del mundo en el que vivimos. Realmente, tú no me conoces a mí ni yo a ti, aunque nos hayamos visto miles de veces. Ni ni yo somos lo que podemos ser porque empezamos por no conocernos  y, consecuentemente, no acertamos a utilizar debidamente valiosos recursos personales en los múltiples problemas a los que hemos de enfrentarnos en nuestras relaciones con el otro de ahora, ese ser que es igual a ti y a en dignidad natural y que, probablemente, nos necesita.

         ¿Cuál es la razón o razones para que ni tú ni yo respondamos debidamente al mandamiento socrático del "conócete a ti mismo"? Escasez de luces, pereza y egsmo, sin duda alguna.

         Puesto que para ti y para mí, el otro es el ser humano en general ¿no crees útil mirar hacia el interior de nosotros mismos y alrededor para luego bucear en la historia e intentar averiguar si, a través de las formas de vida, percepción de comportamientos, amores y desamores de ti, de y del otro... logramos saber un poco más para, al menos, intentar acercarnos a lo que podemos ser?

         En ese buceo del pasado, si tropezamos con el enrevesado supuesto de la historia del universo, sin duda que el asunto que despierta nuestro mayor interés es todo lo que se refiere al  fenómeno humano. Poco, muy poco, sabemos con absoluta certeza pero sí que podemos suponer que, hace muchos años (cientos de miles) cobró vida sobre la Tierra un animal con capacidad para conocer y obrar en libertad. Probablemente, fue el resultado de un largo período (un a del Génesis) de una magficamente proyectada y elaborada gestación a través del providencial encauzamiento de las virtualidades de la materia dignificada al máximo con el soplo divino.

         Ese providencial encauzamiento de las virtualidades de la materia es como un Plan de Cosmonesis cuyo inicio pudo ser coincidente con el hágase la luz del libro sagrado. Es entonces cuando la materia prima elemental en uso de las energías "exterior e interior" (Teilhard), va cubriendo sucesivas etapas en base a la pertinente agrupación de parculas elementales en átomos, de éstos en moléculas de más en más complejas hasta llegar a ciertos albuminoides que, en ambiente adecuado y desde saltos, hoy por hoy absolutamente inexplicables, dan paso a la vida, la cual, por complejidades aún más inexplicables, hará posible la aparición de la inteligencia.

         La vida y la inteligencia llegan a su máxima perfección sobre la tierra en nosotros, un ser excepcional dotado de alma y cuerpo. "Yahveh Dios for al hombre con polvo del suelo y le insuf aliento de vida", se lee en el libro del Génesis.

         Hombre, del latino homo, es un término emparentado con humus y viene a significar "nacido de la tierra". Se nos llama "rey de la creacn" como en eco de lo que canta el coro en el Antígona de focles: "Muchas cosas grandiosas tienen vida, pero nada aventaja al hombre en majestad".

         Aunque hayamos de atender nuestras necesidades materiales al igual que los otros seres vivos que pueblan la tierra, a diferencia de todos ellos, animales irracionales, nosotros, los animales religioso-racionales, contamos con la inteligencia (el aliento divino) como sello distintivo de nuestra capacidad para obrar con amor y en libertad.

         Esto nos coloca en un nivel muy superior al resto de los animales, reconocimiento en el que se quedaron muy cortos personajes como Carlos Marx, el cual, tal vez por exigencias del guión académico que a sí mismo se había trazado, deescrito que la principal diferencia entre el ser humano y el resto de los animales es que, a diferencia de éstos, aquel es "capaz de producir lo que come" mediante una serie de herramientas y útiles que ha ido perfeccionando progresivamente a lo largo del tiempo.

         Tras protestar por tan estrecho margen de diferencia, y para intentar situar al ser humano, a nosotros es de recordar lo apuntado por el Génesis, aunque con nuestra propia aportación, o nuestras propias palabras:

"En principio, el universo era expectante y vacío; las tinieblas cubrían todo lo imaginable mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de lo Inmenso. El espíritu de Dios es y se alimenta por el amor. Dios, el Ser que ama sin medida, proyecta su amor desde la eternidad a través del tiempo y del espacio. Producto de ese amor fue la materia primigenia expandida por el universo por y entre raudales de energía: "Dijo Dios: haya luz y hubo luz".

         Es cuando tiene lugar el 1º (o 2º) acto de la creación: el acto en que la materia primigenia, ya actual o aparecida en el mismo momento, es impulsada por una inconmensurable energía a realizar una fundamental etapa de su evolución: lo ínfimo y múltiple se convierte en millones de formas precisas y consecuentes.

         Lo que había sido (si es que así fue) expresión de la realidad física más elemental, probablemente, logra sus primeras individualizaciones a raíz de centro o eje que, al parecer, ya han captado los ingenios humanos de exploración cósmica: un momento de compresión-explosión que hizo posible la existencia de fantásticas realidades físicas inmersas en un inconmensurable mar de polvo cósmico o de energía granulada. La decisiva primera etapa hubo de realizarse a una velocidad superior, incluso, a la de la misma luz, fenómeno físico que, según Einstein, produce en los cuerpos el efecto de aumentar (y acomplejar) su masa.

         Desde el 1º momento de la presencia de la más elemental forma de materia en el universo, se abre el camino a nuevas y cada vez más perfectas realidades materiales, todo ello obedeciendo a una necesaria voluntad y evolucionando o siguiendo un perfectísimo Plan de Cosmogénesis.

         Se trata del plan de Aquel que ama infinitamente e imprime amor a cuanto proyecta, crea y anima. Y lo hace según una lógica y un orden que él mismo se compromete a respetar.

         En consecuencia con los respectivos caracteres, con el estilo de acción y con las etapas y caminos que requiere el Plan de Cosmogénesis, superan barreras y logran progresivas parcelas de autonomía las distintas formas de realidad.

         En ese intrincado y complejísimo proceso son precisas sucesivas uniones (¿reflejo de ese amor universal que late en cuanto existe?) o elementales expresiones de afinidad primero química, luego física, biológica más tarde y espiritual al fin.

         Desde los primeros pasos, hay en todo lo que se mueve una tendencia natural que podría ser aceptada como embrión de libertad y que se gesta en armonía y orientación precisas hacia la cobertura de la penúltima etapa de la evolución, que habrá de protagonizar el hombre.

         El hombre, hijo de la tierra y del aliento divino, está invitado a colaborar en la inacabada obra de la creación. Habrá de hacerlo en plena libertad, única situación en que es posible corresponder al amor que preside todo el desarrollo de la realidad. Es de esa forma como el ser humano, nosotros, avanzará, avanzaremos, hacia lo mucho que puede, podemos, ser.

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  Act: 13/02/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A