Surge algo posible: la comunidad humana

Zamora, 20 febrero 2023
Antonio Fernández, licenciado en Filosofía

         Acuciado por el hambre, el animal no racional percibe y ataca a su víctima, corteja y posee a su hembra, y se defiende de las inclemencias de su entorno. Y todo ello de un modo general, y de acuerdo con el orden natural de las especies.

         No sucede lo mismo en el caso del homínido inteligente, el cual es capaz de superar cualquier llamada del instinto merced al acto reflexivo. Por ello, tanto la realidad inmediata, como el análisis de anteriores experiencias, o el recuerdo de un ser querido, la percepción de la debilidad o fuerza del enemigo, el conocimiento analítico de los propios recursos... le permiten la elección entre varias alternativas. O lo que es lo mismo, trazar un plan susceptible de reducir riesgos e incrementar ventajas.

         Gracias al poder de reflexión del ser humano, pues, éste usa de la libertad para elegir entre varias alternativas de actuación concreta. Por supuesto, la elección más adecuada a su condición de homínido inteligente será aquella en la que mejor pueda responder a las exigencias de la realidad.

         Pudiera pensarse que, paralela a la historia de la Tierra, se acusa el efecto de una Voluntad empeñada en que los hijos de la madre Tierra aprendan a valerse por sí mismos, en un irreversible camino de autorrealizacn y trabajando con libertad y en equipo hacia un proyectado (y posible) destino común.

         De ase desprende que la más positiva historia de los seres humanos ha sido aquella que ha estado jalonada por capítulos que han respondido más cumplidamente a su genuina vocación: la humanización de su entorno, por medio del trabajo solidario con la suerte de los demás y en uso de las potencialidades de la madre Tierra.

         Ello significa que, para no desfallecer y sí prosperar, además de obrar de forma personal en libertad, el hombre (ser humano en general) ha de vivir integrado en una especie de sociedad medianamente organizada. Es lo que Aristóteles llamó "animal político".

         Para los sabios, ese proceso de "posible autorrealización de la especie humana" es la probable culminación de lo que empieza expresándose en los diversos estadios de la evolución química, resultado de tal particular y constructiva reacción entre éste y aquel otro elemento, necesitados unos de otros y tanto más consecuentes con su propia naturaleza cuanto mejor responden al imperativo de sus propias virtualidades; ello hasta llegar a los seres vivos irracionales de los que se puede decir que, por ley natural, son como los protagonistas de una fantástica y coherente intercomunicación planetaria.

         Cierto que, al contrario de los seres irracionales, el hombre es libre de elegir los sucesivos pasos para cumplir lo que mejor cuadra a su destino y que, para ello, necesita cumplir las exigencias de su parte animal (primum vivere, deinde philosophare). A ello responde la previsora armonía por la que parece regirse la madre Tierra, cuyos hijos, hasta cierto momento, eran lo que tean que ser en una extensión solidaria: unos para otros y todos como elementos de un complejo organismo, que vive y desarrolla la función de superarse cada día a sí mismo.

         A lo largo de la historia, ha resultado que, en uso de su libertad, hija natural de la inteligencia, el hombre se ha mostrado capaz de acelerar e incluso mejorar el proceso de auto perfeccionamiento que parece seguir el mundo material; pero también se ha mostrado capaz de, justamente, lo contrario: de terribles regresiones o palmarios procederes contra natura.

         Destino comprometedor el del hombre: abriendo baches de degradación natural y en línea de infra-animalidad, el hombre ha matado y mata por matar, come sin hambre, derrocha porque sí, acapara o destruye al hilo de su capricho u obliga a la Tierra a abortar monstruosos cataclismos.

         Por supuesto que también puede mirar más allá de su inmediata circunstancia, embridar el instinto, elaborar  y materializar proyectos para un mayor rendimiento de sus propias energías, amaestrar a casi todas las fuerzas naturales, deliberar en comunidad, dominar a cualquier otro animal, sacrificarse por un igual, extraer consecuencias de la propia y de la ajena experiencia, educar a sus manos para que sean capaces de convertirse en cerebro de su herramienta. Puede trabajar y amar porque ama.

         En el campo del amor y del trabajo es donde debía encontrar su alimento el destino comprometedor del ser humano, hombre o mujer. Amor simple y directo y trabajo de variadísimas facetas, con la cabeza o con las manos, a pleno sol, en una fábrica o desde la mesa de un despacho, pariendo ideas o desarrollándolas. Gran cosa para ese ser excepcional la de vivir en trabajo solidario.

         Por encima de animales políticos, los seres humanos somos inteligentes hijos de Dios con posibilidades de ser mucho más de lo que somos y, por lo tanto, muchísimo más felices: ello resultará de la perfecta hermandad, deseable comunidad, con todos los hombres y mujeres que pueblan el ancho mundo, empezando por los más próximos. Hermanos o amigos verdaderos en la acepción que, por boca de Santo Tomás de Aquino, hace el realismo cristiano de la verdadera amistad:

"Cualquier amigo verdadero quiere para su amigo: que exista y viva; todos los bienes; hacerle el bien; deleitarse con su convivencia y compartir con él sus alegrías y tristezas, viviendo con él en un solo corazón" (Summa Theologica, II, II, q.25, a.7).

         ¿Fue la percepción de esa hermandad-amistad cristiana la que acercó a un pensador judío de la talla de Henri Bergson al catolicismo en la etapa final de su vida, realidad de la que dan testimonio sus más directos confidentes? Muy probablemente y también, pensamos nosotros, una providencial sintonía con algo de lo genuinamente español expresado por nuestros grandes sticos y el espíritu de don Quijote.

         Según nos cuenta Jorge Uscatescu, en su Bergson y la Mística Española, Bergson visitó España en 1916, y dice en relación con ese viaje:

"En Madrid puse a prueba mi público mediante una conferencia sobre el sueño: desps, viendo que éste me seguía muy bien, hasta el punto de anticiparse a mí por el camino que yo seguía, abor la elevada cuestión del alma, de su espiritualidad, de la supervivencia, de nuestro destino inmortal, y llevé a mi auditorio más lejos y más arriba de lo que había hecho nunca. Ninguna sorpresa, por tanto, al comprobar que España es el país de los esritus generosos como don Quijote y de sticos como Santa Teresa y San Juan de la Cruz".

         Desde esa impresión, dice Bergson, judío cristianizado, que "el español es noble y generoso, hasta en sus errores", y que "hay en España una gran fuerza espiritual en reserva, que podrá entrar en juego cuando la ola de la industrialización haya sucumbido". Y años más tarde: "España es un gran país, cuya actitud espiritual descubrí con gran maravilla, el más capaz, sin duda, de resistir al bolchevismo, en el cual yo veo la mayor amenaza para nuestra civilización".

         En el plano de lo personal reconoce Bergson en 1932:

"Los que me han iluminado son los grandes sticos, tales que Santa Teresa y San Juan de la Cruz: estas almas singulares, privilegiadas. Hay en ellas, lo repito, un privilegio, una gracia. Los grandes místicos me han traído la revelación de lo que yo había buscado a través de la evolución vital, y que no había encontrado. La convergencia sorprendente de sus testimonios no se puede explicar más que por la existencia de lo que ellos han percibido. Este es el valor filosófico del misticismo auténtico. El nos permite abordar experimentalmente la existencia y la naturaleza de Dios".

         Antes de descubrirlos, Bergson dice que sólo poseía un "vago espiritualismo". Y después de descubrirlos que, "gracias a los místicos, hallé el hecho, la historia, el Sermón de la Montaña", por lo que "mi elección fue hecha, la prueba fue encontrada". Tras lo que añade, en 1937: "Nada me separará del catolicismo".

         Pero muere en 1841 sin ser bautizado, porque quiere dar testimonio de solidaridad con sus hermanos judíos, sañuda e implacablemente perseguidos por Hitler. No obstante, pide la bendición de un sacerdote católico para su último momento. Al respecto, recordemos lo que, según Julián Green, refleja Bergson en su testamento de 1937:

"Mis reflexiones me han conducido cada vez más cerca del catolicismo, en donde veo el completo cumplimiento del judaísmo. Y me habría convertido si no viera prepararse desde hace años la formidable ola de antisemitismo que va a desencadenarse sobre el mundo. He querido permanecer entre los que mañana serán perseguidos. Pero confío que un sacerdote católico querrá, si el cardenal arzobispo de París lo autoriza, asistir y rezar en mi entierro. En el caso de que esta autorización no fuere concedida, será necesario dirigirse a un rabino, pero sin ocultarle y sin ocultar a nadie mi adhesión moral al catolicismo, así como el expresado deseo de conseguir las oraciones de un sacerdote católico".

         Sabemos que Bergson, sintiéndose a las puertas de la muerte, hizo llamar al padre Sertillanges, quien elevó a Dios la plegaria por el alma cristiana de ese gran sabio (que aplicó lo mejor de sí mismo a la realización de esa deseable y posible comunidad de fraternal entendimiento entre las personas de buena voluntad.

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  Act: 20/02/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A