¿Una democracia efectiva, responsable y eficiente?

Zamora, 18 septiembre 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Respecto a la cuestión de qué es y para qué sirve la democracia, recurrente es recordar lo del viejo sueño americano ("el poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo") para redondear la respuesta, acudiendo al puro clasicismo y trayendo a colación las palabras que, refiriéndose a la democracia ateniense, Tucídides puso en boca de Pericles:

"Tenemos un régimen político que no se propone como modelo las leyes de los vecinos, sino que más bien es él modelo para otros. Y su nombre, como las cosas dependen no de una minoría, sino de la mayoría, es democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en los conflictos privados, mientras que para los honores, si se hace distinción en algún campo, no es la pertenencia a una categoría, sino el mérito lo que hace acceder a ellos; a la inversa, la pobreza no tiene como efecto que un hombre, siendo capaz de rendir servicio al estado, se vea impedido de hacerlo por la oscuridad de su condición. Gobernamos liberalmente lo relativo a la comunidad, y respecto a la suspicacia recíproca referente a las cuestiones de cada día, ni sentimos envidia del vecino si hace algo por placer, ni añadimos nuevas molestias, que aun no siendo penosas son lamentables de ver. Y al tratar los asuntos privados sin molestarnos, tampoco transgredimos los asuntos públicos, s que nada por miedo, y por obediencia a los que en cada ocasión desempeñan cargos públicos y a las leyes, y de entre ellas sobre todo a las que están dadas en pro de los injustamente tratados, y a cuantas por ser leyes no escritas comportan una vergüenza reconocida" (Guerra del Peleponeso, Discurso fúnebre de Pericles, XXXVII).

         Siguiendo ese ejemplo, hagamos pedagogía. Sin duda alguna, lo de Pericles fue civilizador y ejemplar, en una época en la que la ley de la fuerza se había alzado como exclusiva razón de estabilidad política. Pero, como toda doctrina política, tenía fallos que pronto fueron puestos en evidencia a la desaparición del propio Pericles.

         Tampoco liberó dicha democracia de palmarias injusticias a los más débiles, ni facilitó la práctica de una moral capaz de llevar a las conciencias la igualdad en dignidad natural de todos los seres humanos. Pero sí que animó la discusión sobre la democracia y su papel, en la cuestión de encauzar pertinentemente las relaciones humanas.

         Aristóteles, por ejemplo, no estaba muy de acuerdo con lo que Plan consideraba "democracia conveniente" para su República, y por eso en su Política nos invita a reflexionar con apuntes como los siguientes:

"Hay quienes piensan que existe una única democracia y una única oligarquía, pero esto no es verdad; de manera que al legislador no deben ocultársele cuántas son las variedades de cada régimen y de cuántas maneras pueden componerse. El estado más perfecto es evidentemente aquel en que cada ciudadano, sea el que sea, puede, merced a las leyes, practicar lo mejor posible la virtud y asegurar mejor su felicidad. No hay nadie que pueda considerar feliz a un hombre que carezca de prudencia, justicia, fortaleza y templanza, que tiemble al ver volar una mosca, que se entregue sin reserva a sus apetitos groseros de comer y beber, que es dispuesto, por la cuarta parte de un óbolo, a vender a sus más queridos amigos y que, no menos degradado en punto a conocimiento, fuera tan irracional y tan crédulo como un niño o un insensato. Entre criaturas semejantes no hay equidad, no hay justicia más que en la reciprocidad, porque es la que constituye la semejanza y la igualdad. La desigualdad entre iguales y la disparidad entre pares son hechos contrarios a la naturaleza, y nada de lo que es contra naturaleza puede ser bueno".

         Se ha dicho que Aristóteles tenía especial inquina a la democracia, lo que se contradice con los bien hilvanados argumentos de su célebre Política, escrita como añadido a su Ética a Nicómaco. El ser humano, según él, es un animal racional y social, que vive en squeda de la propia felicidad. Pero ha de hacerlo de forma inteligente, lo que es tanto como usar de su razón para sacarle el máximo partido a sus capacidades en justa armonía con sus semejantes.

         Siguiendo en esto a Platón, Aristóteles identifica el arte de buen vivir (o ética) con la sabiduría (o conocimiento de las leyes por las que se rige la propia naturaleza). Pero, a diferencia de su maestro, se preocupa más de las realidades materiales inmediatas que de la vida propia e independiente que pudieran tener las ideas (como patrones de esas mismas realidades).

         En cuestión de política, Aristóteles era realista, mientras que su maestro Platón era recalcitrante idealista. Mientras que éste se inventaba personas y sociedades ideales, aquel observaba la vida en la ciudad de los seres humanos cabales para apuntar medidas con que potenciar los aciertos y marginar los fallos. Y cierto, muy cierto es que, para él, la democracia o república (o gobierno de la mayoría) era aceptable en tanto en cuanto no derivase en oclocracia (o gobierno de una mayoría mediocre).

         Si repasamos la historia de la antigua Grecia, veremos allí distintos sistemas políticos, que Aristóteles agrupa en 3 variantes principales en razón de que: gobierne uno solo, gobierne un pequeño grupo de destacados ciudadanos, o gobierne la mayoría.

         Si la acción gubernamental responde a las exigencias del bien común con las consiguientes facilidades para el trabajo creador, la libertad y el bienestar de los ciudadanos, el gobierno de una sola persona merece el título de monarquía, si es de un pequeño grupo de ciudadanos destacados, se llamará aristocracia y, si es la mayoría de los ciudadanos libres la que detenta el poder, tendremos una democracia.

         Cada uno de esos 3 sistemas de gobierno merece la obediencia y respeto general si la acción de los respectivos responsables se ajusta a la ley natural según los parámetros, que Aristóteles expone en su Ética.

         Cuando no es así, se sufre de la corrupción del poder y, en consecuencia, la monarquía deriva en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia (a caballo de la demagogia) en oclocracia o desgobierno de los peores (a lo que añadimos de la propia cosecha). Si es cierto que el poder absoluto corrompe absolutamente, también corre peligro de corrupción un poder representativo y sin responsabilidad personal, pero que, de hecho, obra como el perro del hortelano: "ni come ni deja comer".

         A fuer de realista, Aristóteles, que conoce muy bien la sociedad en la que vive, sabe que la mayoría, por sí misma, difícilmente se pone de acuerdo a la hora de encontrar la mejor solución en los asuntos de vital importancia a la par que tiene serias dudas sobre que la monarquía es encarnada por una persona con las suficientes dotes de clarividencia, autoridad, generosidad y talento para tantas y tantas decisiones que han de tener fuerza de ley.

         Tampoco es muy convencido de que, en la llamada aristocracia (lo que hoy llamaríamos tecnocracia), todos los integrantes del reducido grupo de gobernantes merezcan el calificativo de aristócratas (del griego aristos, el mejor y krátos, poder) y, mucho menos, que trabajen unidos como una piña con renuncia a la defensa de sus particulares  intereses, aunque, por otra parte, gocen de especial capacidad de juicio para defender los intereses generales, de los que, normalmente, se alimentan los propios.

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         Entre los distintos sistemas de gobierno, pues, ¿cuál aparece como el gobierno menos malo, y con probables garantías de permanencia? Santo Tomás de Aquino, buen discípulo de Aristóteles, proponía una monarquía como el sistema de gobierno más idóneo, siempre que el titular estuviera plenamente imbuido de sus obligaciones como cristiano y hubiera hecho suyo aquello de "servidor de los servidores".

         No podía llegar tan lejos Aristóteles en cuanto que su ética, sin el trascendental fundamento cristiano, no iba más al de lo exigible por una convivencia sin hirientes aristas ni grandes sobresaltos. Consecuentemente, sin desechar la eventualidad de una monarquía realmente eficiente y justa, propugna una especie de república en la que los más capaces (la élite tecnocrática, que diríamos hoy), para no incurrir en abusos de poder ni en corporativa corrupción, gobiernen bajo el vigilante y permanente control de una mayoría, que al igual que un caudal de agua pura, resulta tanto menos corruptible cuanto es más abundante.

         Tendríamos así lo que podemos considerar el menos malo de los posibles sistemas de gobierno: una democracia formal al estilo de la que vivió Atenas en la época del estratego Pericles, que supo rodearse de personas no menos inteligentes que él y hubo de regular su autoritario carácter ante la persistente amenaza del ostracismo, fenómeno que facilitaba el control por parte de la mayoría de los ciudadanos libres (algo similar a lo que nos ofrece la democracia suiza).

         Si el servicio al bien común es la principal norma de acción de uno o varios gobernantes, para Aristóteles (y para el sentido común, añadimos nosotros) la forma de organización política es de segunda importancia.

         La historia nos muestra cómo a la monarquía puede sucederle la república y que un régimen aristocrático puede ser sucedido por un régimen democrático con los posibles estadios intermedios de tiraa, oligarquía u oclocracia. República y monarquía pueden competir en su aplicación al servicio del bien común.

         De a se deduce que la ética es un componente esencial de la política. De forma que, para el buen orden político-social resulta imprescindible que dirigentes y súbditos respeten y practiquen una escala de valores (lo que Aristóteles llama ética) consecuente con la condición humana.

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         Más cerca del mundo en que vivimos, el Montesquieu que no pueden olvidar los que se pretenden decratas, nos apuntaba las menos malas soluciones cuando escasea o brilla por su ausencia esa ética o moral que nos lleva a pensar y obrar sintiéndonos iguales unos a otros en dignidad natural.

         Como Aristóteles, distinguía Montesquieu 3 formas de gobierno: la republicana (o democrática), la morquica (o moderada) y la despótica (identificando a ésta tanto al absolutismo de un Luis XIV de Francia como a las diversas satraas o tiranía de cualquier usurpador).

         A cada una de esas tres formas de gobierno concede lo que podemos llamar "factor estabilizador". En la república será la virtud ("no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti"), en la monarquía el honor ("que el rey me considere de su órbita"), y en el régimen despótico el temor ("no la hagas y no la temas"). Claro que el propio Montesquieu no cree que tales factores sean espontáneo producto de su correspondiente forma de gobernar. Así lo expresa él mismo:

"Tales son los principios de las tres formas de gobierno, lo que no significa que en tal o cual república domine la virtud, sino que adebería ser; tampoco prueba que en ésta o aquella monarquía abunde el honor o que en un estado despótico no haya un estado de ánimo superior al miedo, sino que así debería ser para que la forma de gobierno corresponda con el obrar de sus gentes" (Espíritu de las Leyes, III, XI).

         De toda la obra de Montasquieu, lo que más ha prendido en el ánimo de sus devotos es lo que propugna sobre el necesario reparto de poder de forma que no se acumule en una sola persona o privilegiado grupo, sujeto de corrupciones, debilidades, orgullos y caprichos con el consiguiente peligro de "cambiar el orden natural de las cosas". En consecuencia, se ha de procurar evitar "que las mismas personas que tienen el poder de hacer las leyes tengan también el de ejecutarlas" (Espíritu de las Leyes, II, XII).

         Llegamos así a la recomendación de establecer 3 poderes, independientes entre sí por su propio carácter pero articulados en un sistema capaz de establecer los pertinentes controles de forma que cualquiera de ellos vea frenada las impropias acciones por la capacidad de supervisión y control de los otros dos.

         Esos 3 poderes, obvio es recordarlo, son el legislativo, el ejecutivo y el judicial, este último de tal carácter que permita la justa correspondencia entre el juez y el asunto que deba ser juzgado sin otros condicionantes que la ley y el leal saber (o entender) del propio juez.

         Menos importancia se concede a otra de las aportaciones de Montesquieu. Nos referimos a lo que se llama naturalismo en el entendimiento de la marcha de la historia y consiguiente formulación de las leyes ("una cosa no es justa por el hecho de ser ley, sino que debe ser ley porque es justa").

         Cada pueblo, viene a decir Montesquieu, tiene las formas de gobierno y las leyes que son propias a su idiosincrasia y trayectoria histórica, y no existe un único baremo desde el cual juzgar la bondad o maldad de sus corpus legislativos.

         A cada forma de gobierno le corresponden determinadas leyes, pero tanto éstas como aquéllas están determinadas por factores objetivos tales como el clima y las peculiaridades geográficas que, según él, intervienen tanto como los condicionantes históricos en la formación de las leyes.

         No obstante, teniendo en cuenta dichos factores, se puede tomar el conjunto del corpus legislativo y las formas de gobierno como indicadores de los grados de libertad a los que ha llegado un determinado pueblo.

         Por lo demás, justo es reconocer a Montesquieu algo no muy frecuente en los otros ilustrados: la generosa objetividad. Es lo que reflejan sus mismas palabras:

"Si supiera algo que me fuese útil, pero que fuese perjudicial a mi familia, lo desterraría de mi espíritu. Si supiera algo útil para mi familia pero que no lo fuese para mi patria, intentaría olvidarlo. Si supiese algo útil para mi patria pero que fuese perjudicial para Europa, o bien fuese útil para Europa y perjudicial para el género humano, lo consideraría un crimen y jamás lo revelaría, pues soy humano por naturaleza, y francés sólo por casualidad".

         El profesor Hirschberger enjuicia así el Espíritu de las Leyes, la obra más significativa de Montesquieu:

"La mentalidad abierta y limpia de prejuicios del autor despierta realmente en este libro una visión extraordinariamente rica e interesante de la vida del derecho. Una exposición comparativa hace ver las dependencias que guardan las varias legislaciones con las condiciones locales, climáticas, sociales y religiosas de los diferentes pueblos. El supremo principio potico es siempre el bienestar del pueblo y la libertad de los ciudadanos. Montesquieu cree ver la forma más perfecta de gobierno en la monarquía constitucional. El amor a la libertad hace necesario dividir el poder del Estado en los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Para el pueblo francés, Montesquieu significa el comienzo de su educación política y un giro radical en la concepción del poder potico" (Historia de la Filosofía, cap. 381).

         Se trata de un poder político, recalcamos, cuya natural tendencia al acaparamiento de funciones es atemperado, y resulta equilibrado si:

-el poder legislativo no pasa de elaborar las leyes,
-el poder ejecutivo se dedica a gestionar todo lo que concierne al bienestar ciudadano, en el marco de esas mismas leyes,
-el poder judicial, con las precisas dosis de equidad, independencia y templanza, vela por la correccn de tal o cual exceso o desviación del marco legal por parte de todos y cada uno de los ciudadanos, todos ellos sujetos de la misma consideracn y respeto.

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  Act: 18/09/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A