Las bases para una economía de reciprocidad

Zamora, 5 diciembre 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Sabemos ya que es mentira aquello que predicó Malthus de la progresión aritmética de los recursos naturales en paralelo con la progresión geométrica del incremento de la población. Sabemos que la Tierra nos reserva aun muy sorprendentes pruebas de su prodigalidad, que una certera aplicación de las herramientas que facilitan el progreso técnico sitúa tal prodigalidad a la medida de las necesidades de toda la humanidad. ¿En dónde, pues, radica el problema? En un torpe y estéril entendimiento del propio bien.

         Ante una breve consideración sobre los condicionantes del progreso económico interrumpido, vemos ya como seria amenaza para la supervivencia de las economías más desarrolladas tanto la apática inhibición personal (visceral zanganería) que nace de la ridiculización de los valores que la historia y la experiencia de múltiples auténticos héroes ha mostrado como más positivos, como de la ignorancia de tantas posibilidades de expansión universal para las propias capacidades: ello implica justas contrapartidas que consolidarían nuestra actual posición a la par que una forma de cubrir tantas y tantas carencias de otros hombres.

         En los planes de expansión de las economías nacionales debe figurar como prioridad esencial el no contravenir algo que puede entrar en el llamado equilibrio ecológico de que da sobradas pruebas la naturaleza: según ello es discutible esa teoría tan enraizada en la sociedad de bienestar: se dice que ésta resulta seriamente amenazada sino se ponen cotos artificiales a la expansión de la natalidad o que pone en conflicto el disfrute de la vida con el número de hijos lo que, evidentemente, se da de bruces con una elemental apreciación de nuestro entorno y, en el mejor de los casos, resulta una solemne majadería.

         Habría una razón para el voluntario estrangulamiento de la futura proyección de la pareja (noble y natural consecuencia del amor) si ello facilitara una más placentera vida. ¿Quien puede afirmarlo desde la estricta racionalidad? ¿Es más feliz (y estable) una pareja voluntariamente estéril que esa otra pareja que ha optado por la paternidad responsable?

         Es razonable no poner frenos a las posibilidades de felicidad; también lo es capitalizar los bienes que nos ofrece la naturaleza y habremos de aspirar a ellos en la medida en que no los necesiten nuestros prójimos y, según ello, sí que hemos de tener presente una recomendación: el pan que no comes pertenece a los que tienen hambre, y el agua que no utilizas a los que tienen sed, y el vestido que te sobra a los que tienen frío...

         Vemos que en la aldea global no faltan los pobres; también vemos inusitadas posibilidades de negocio en el desarrollo de economías atrasadas o quebrantadas por alguna grave calamidad. Ahí surgen elocuentes desafíos al ejercicio de una elemental generosidad y al desarrollo de nuestra capacidad de iniciativa, en solitario o en la línea de planes orquestados por poderes públicos u organizaciones humanitarias sin que ello implique la renuncia a legítimas rentabilidades.

         Hacerse rico haciendo ricos a los demás es una posibilidad que, al menos, debiera invitar a poderosos y emprendedores a una obsesiva reflexión de la que, sin duda, saldrían miles de proyectos que estrecharían los lazos de amistad entre personas y pueblos, podrían servir de base a una nueva economía de la reciprocidad y, sobre todo, regalaría a sus protagonistas nuevas oportunidades de desarrollo personal.

         Acaso falta imaginación para convertir en rentables consumidores a esas 4/5 partes de la humanidad que pasan hambre? ¿Puede alguien poner en duda el tirón que ello representaría para una economía a la altura del desafío de los tiempos?

         Una nación como la nuestra, tanto por su estratégica situación y trayectoria histórica como por su capacidad productiva y nivel de desarrollo, puede muy bien servir de puente entre las facilidades que brinda a la suficiencia la nueva industria y la inmensa multitud de países en vías de desarrollo, algunos de ellos buenos vecinos con voluntad de entendimiento y otros muchos hermanados por la sangre, la lengua y la cultura.

         Países como España deben resistirse a entrar en la tan habitual trama de antinaturales proteccionismos, cuya positiva viabilidad económica es harto discutible. Sorteando con arte las trabas que opone el imperialismo de la opulencia y en uso de sus derechos soberanos, un país practicante de la Economía de la Reciprocidad aplicará sus medios y modos de producción, sus capacidades y su saber hacer, a lo que demanda una buena parte de la humanidad deshereda, lo que, por feliz reversión que demuestra la experiencia, redundará en beneficio de sus propios ciudadanos.

         Nuevas industrias, mayor desarrollo técnico en lo socialmente necesario, más racionales cultivos (racionales porque se ajustarán al necesario equilibrio entre medios de explotación, recursos naturales y distribución) es lo que parece demandar a gritos cualquier isla de pobreza aceptada como potencial cliente.

         Para abrir o consolidar nuevos canales de expansión, los principales responsables de una Economía de la Reciprocidad (que es también, eso creemos, una Economía Racional) habrán de huir de probados excesos de papanatismo tanto respecto a teorías más que desprestigiadas por la ley natural y la experiencia como a dictados de los opulentos que continúan apurando al máximo las posibilidades que para el acaparamiento les ha brindado su insolidaria trayectoria histórica. Mayor libertad y viabilidad de éxito ofrece el desarrollo de iniciativas consecuentes con la demanda de otros países menos celosos de sus privilegios.

         Cuando recordamos experiencias como las del Plan Marshall podemos muy bien confiar en que un proyecto orientado a satisfacer determinadas carencias, más que empobrecer a su promotor, lo que ocasiona es un gratificante progreso económico puesto que crea para él nuevos y agradecidos clientes. Claro que para ello, forzoso será romper la apatía de no pocos gobiernos, los prejuicios de miles de teorizantes de la vieja escuela, neutralizar a los especuladores y su pretensión del beneficio incondicionado a cortísimo plazo, aunque tamaño atropello vaya en contra de las más respetables leyes por que se rige la propia naturaleza.

         Concluyamos en la posibilidad de roturar un cauce racional a una Economía de la Reciprocidad en la que sus actores puedan "hacer empresa" con la perspectiva de mayor satisfacción personal y nada desdeñables balances.

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  Act: 05/12/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A