¿Cuántos hay: uno, o 33 millones de dioses?

Zamora, 14 febrero 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Dice Plutarco que "existen ciudades salvajes que no tienen leyes civiles, ni reyes que las gobiernen", pero que "no existe ninguna que no tenga dioses, templos, oraciones, oráculos, sacrificios y ritos expiatorios".

         El hecho de adorar resulta evidente desde las primeras etapas de la humanidad, e infinidad de restos arqueológicos así lo demuestran. Sin duda que tales exteriorizaciones estaban llenas de meros signos externos y de las más puras manifestaciones folklóricas. Pero también respondían a sólidas vivencias interiores, que reflejaban el compromiso personal por adecuar las actividades y los pensamientos de cada día a un ansia de proyección espiritual, perdurable más allá del propio tiempo.

         Dentro de dichos cultos, desde siempre existieron individuos que hicieron "capilla aparte" respecto al Dios o dioses oficiales, en la mayoría de los casos representando ejemplos de celo egocentrista que les llevaba a erigirse en divinidad suprema, o incluso en el centro del universo (véase reyes o gobernantes).

         E incluso hubo individuos que aprovecharon la religión para distraer a los demás sobre el auténtico objeto de su insolidaridad, de su tiranía, de sus pasiones, de sus injusticias... Y todo ello para justificar que ellos se habían tomado a sí mismos como el principal objeto de adoración.

         Tal individualísima forma de entender la religión halla la justa respuesta en los 33 millones de dioses de los que habla el Libro de los Vedas, y que más cerca de nosotros expresa el "ego mihi deus" de Max Stirner.

         De la misma forma que la realidad no depende de la idea que el hombre se haga de ella, la evidencia del carácter religioso del hombre no demuestra que la creencia en tal cual dios sea certera. No obstante, por encima de todas las posibles conjeturas, se ha de aceptar que en el hombre existió siempre una natural tendencia a la adoración.

         Pudo suceder que el 1º ser adorado fuera una flor singular que despliega la aurora, o el propio sol como imagen del principio de la vida, o un fogoso guerrero que trajo la tranquilidad a la tribu. Pero si el 1º objeto de culto fue algo excepcional, como el intuido promotor de la luz del Sol, o de la energía latente en el universo, la población de entonces debió ser monoteísta, como parece desprenderse del estudio de las religiones más antiguas: el mazdeísmo, en que se habla de una "Fuente Primera de poder y de bondad".

         Por supuesto, no hay una rigurosa evidencia que demuestre que la 1ª (o primeras) religión de la humanidad fuera monoteísta. Pero si esa evidencia no la hay, mucho más difícil resulta demostrar que el monoteísmo fuese "una destilación de múltiples religiones politeístas", tal como defienden algunos de nuestros autoproclamados agnósticos.

         Existen buenas razones para creer que el hombre se manifestó siempre como un ser religioso, justo en el mismo momento en que tuvo conciencia de ser un animal racional. Y para dicho hombre racional y religioso, la "Fuente Primera de todo poder y de toda bondad" se revelaba como la principal merecedora de culto.

         A partir de entonces, en uso de su libertad y con el egoísta propósito de explotar a su favor el carácter religioso de sus congéneres, el líder (o demagogo) de turno empezó a inventar dioses acordes a sus pasiones, e incluso o erigirse a sí mismo como dios. Es así como pudo llegarse al disparatado "ego homini deus" de Max Stirner, o a los 33 millones de dioses del Libro de los Vedas (los cuales, evidentemente, resultan demasiados).

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