D.L: Sobre mis orígenes.

            La región del Tíbet de donde procedo se llama Amdo, y los tibetanos suelen decir que los habitantes de ese lugar son personas de temperamento irritable. Así pues, cuando alguien pierde los estribos en el Tíbet, los demás lo toman como un indicio de que esa persona es oriunda de Amdo. Sin embargo, cuando comparo mi temperamento actual con el que tenía a los 15 años, veo una gran diferencia. ¡Ahora casi siempre estoy contento!

D.L: Sobre mi destino trágico.

            A lo largo de mi vida he perdido mi país y me he visto reducido a depender por completo de la buena voluntad de los demás. También he perdido a mi madre, y la mayoría de mis tutores y lamas han fallecido. No cabe duda de que estos son incidentes trágicos en los que me entristece pensar.

D.L: ¿Cuál es el propósito de la vida?

            Personalmente, creo que el propósito de nuestra vida es ser felices. Desde el momento de su nacimiento, todo ser humano busca la felicidad y huye del sufrimiento, y este principio no se ve alterado por la condición social, la educación ni la ideología. Desde lo más profundo de nuestro ser deseamos, simplemente, ser felices.

D.L: ¿Cuál es la clave para un mundo más feliz?

            El crecimiento de la compasión.

D.L: ¿ Y cuál es la clave de la felicidad?

            Según la ley natural, la interdependencia: dar y recibir amor. Esa es la clave de la felicidad.

D.L: ¿Y eso?

            Todos compartimos la misma necesidad de amor, y esta cualidad común hace posible que sintamos el lazo de fraternidad que nos une con cualquier persona nueva a la que conocemos, sea en las circunstancias que sea. No importa lo extraños que nos resulten sus rasgos, su vestimenta o su forma de ser, pues no existe una división significativa entre nosotros y el resto de la gente. Es absurdo insistir en las diferencias externas, pues nuestras respectivas naturalezas son iguales.

D.L: Pero las noticias y la experiencia, ¿no dicen lo contrario?

            Algunos amigos me han comentado que el amor y la compasión no son demasiado importantes. Esa es la razón de que lo que llamamos noticias estén compuestas en su mayor parte por hechos desagradables o trágicos.

D.L: Entonces, ¿necesitamos hacer amigos?

            Eso es especialmente verdadero a medida que nos vamos haciendo mayores. Pondré mi propio caso como ejemplo: el Dalai Lama, que ya ha entrado en los 60 años, está empezando a dar muestras de aproximarse a la vejez. Me doy cuenta de que cada vez tengo el pelo más canoso y empiezo a padecer también algunas molestias en las rodillas, al sentarme o al levantarme. A medida que nos hacemos viejos dependemos cada vez más de la ayuda de los demás. Esta es la naturaleza de nuestra vida, como seres humanos.

D.L: Pero, ¿existe realmente la amistad, o se trata de una estrategia competitiva más?

            No lo creo. Es más, creo que hay que cuidar bien a los demás, preocuparse por su bienestar, ayudarles, servirles, conseguir más sonrisas. ¿El resultado? Cuando seamos nosotros quienes necesitemos esa ayuda, encontraremos a muchas personas dispuestas a prestárnosla. Si nos desentendiésemos de la felicidad de los demás, a la larga seríamos nosotros los perdedores.

D.L: ¿Y cómo conseguir amigos?

            Desde luego, no a través del odio y del conflicto. Es imposible hacer amigos golpeando a la gente y peleándonos con ellos. Una amistad genuina solo puede nacer de la cooperación basada en la honestidad y la sinceridad. La mejor manera de hacer amigos es ser muy compasivo.

D.L: ¿Y cómo podemos adquirir semejante actitud?

            Necesitamos hacer un esfuerzo para desarrollarla, utilizando todos los hechos de nuestra vida cotidiana para transformar nuestros pensamientos y nuestra conducta.

D.L: ¿Y por dónde empezar?

            Eliminando los mayores obstáculos que impiden la compasión: la ira y el odio. Emociones tremendamente poderosas que pueden llegar a ofuscar nuestra mente.

D.L: Y esos, ¿son nuestros enemigos?

            La ira y el odio son las fuerzas contra las cuales debemos luchar y vencer. Esos son nuestros verdaderos enemigos, y no los enemigos temporales que aparecen de forma intermitente en nuestra vida.

D.L: ¿Y cómo los podemos combatir?

            Necesitamos darnos cuenta de que su raíz se halla en nuestra propia actitud, que aprecia nuestro propio beneficio y bienestar, mientras que permanece insensible al bienestar del prójimo.

D.L: ¿Por qué hay hoy día tantos trastornos mentales?

            Recientemente me reuní con un grupo de científicos estadounidenses, que afirmaban que el índice de trastornos mentales en su país afectaba al 12% de la población. Durante nuestra conversación se hizo evidente que el origen de la depresión no se hallaba en la carencia de bienes materiales, sino en la dificultad para dar y recibir afecto.

D.L: Hablemos de los niños.

            Se trata de una etapa de importancia esencial, en cuanto al amor y cariño para el resto de sus vidas. Actualmente, hay muchos niños que viven en hogares desdichados. Si esos niños no reciben el afecto necesario, lo más probable es que ellos tampoco amen a sus padres al crecer, y tengan también dificultades para amar a otras personas. Es algo muy triste.

D.L: Hablemos de los matrimonios actuales.

            Los matrimonios de hoy día duran tan poco porque carecen de compasión. Suelen ser fruto de un apego emocional basado en la proyección y la expectativa. Y por eso, en cuanto esas proyecciones cambian, el apego desaparece.

D.L: Sobre la ecología.

            Asistimos a un creciente ciclo de calamidades naturales. Año tras año presenciamos cambios drásticos en el clima, que acarrea lluvias torrenciales y graves inundaciones en algunos países, mientras que otros países padecen la escasez y sequías devastadoras.

            Afortunadamente, asistimos a una creciente preocupación por la ecología y el medio ambiente en todo el mundo, pues empezamos a vislumbrar que la cuestión de la protección ambiental lleva implícita, en última instancia, nuestra propia supervivencia en el planeta.

D.L: Sobre la economía.

            Los países y los continentes dependen mucho unos de otros. Así, un país que sea capaz de desarrollar su propia economía se ve forzado a prestar mucha atención a las condiciones económicas de los demás países. Cada vez resulta más evidente que un sistema económico viable debe estar basado en un verdadero sentido de la responsabilidad universal.

D.L: Sobre la globalización.

            En la actualidad, los países y los continentes están más estrechamente relacionados entre sí, y hay una mayor interacción humana a gran escala. En esta situación global actual, la cooperación es esencial, especialmente en campos como la educación.

            El ejemplo de unidad de la Europa occidental ha servido para desmentir la idea de que las diferencias internacionales son infranqueables. Este movimiento de la UE es, a mi juicio, verdaderamente maravilloso y muy oportuno.

D.L: ¿Qué lecciones se pueden aprender de la historia?

            Si estudiamos la historia de la humanidad, vemos que la clave para conseguir lo que el mundo considera grandes conquistas ha sido un buen corazón. Por otra parte, en la historia también abundan los individuos que cometieron actos de lo más atroces y destructivos, como asesinar, torturar, causar desgracias y sufrimiento a cuantas más personas mejor. Estos incidentes reflejan la cara más oscura de nuestra herencia humana común, y solo son posibles cuando intervienen el odio, la ira, los celos y una codicia desmesurada.

D.L: ¿Es el caso de las guerras?

            Lamentablemente, la guerra ha formado parte de la historia humana hasta nuestros días. Algunas personas consideran que la guerra es algo glorioso, que les da la oportunidad de convertirse en héroes. Pero se trata de una actitud muy equivocada.

D.L: Entonces, ¿habría que vivir sin armas, y acabar con ellas?

            Con la fragmentación de la Unión Soviética surgieron algunos síntomas de desnuclearización. Nuestro objetivo debería ser, en mi opinión, ir liberando paulatinamente el mundo de armas. Eso no significa que debamos eliminar todas las armas. Podemos conservar algunas, pues siempre habrá entre nosotros personas y grupos que alberguen malas intenciones. Para salvaguardarnos y tomar ciertas medidas de protección frente a esas fuentes, podríamos crear una fuerza policial internacional.

D.L: ¿Qué decir de los occidentales?

            Recientemente, un periodista me comentó: «los occidentales temen mucho a la muerte, los orientales parece que le tienen menos temor». Yo le contesté que la guerra y el sistema militar son de extrema importancia para la mentalidad occidental. Y que la guerra significa muerte, de modo que sois los occidentales los que no teméis a la muerte, en vista de que sentís tanto afecto por la guerra.

D.L: ¿Es el caso de Estados Unidos?

            Cuando visité Estados Unidos en 1991 tuve la oportunidad de entrevistarme con el ex presidente George Bush. En ese encuentro hablamos del nuevo orden mundial, y le dije: «Un nuevo orden mundial con compasión sería algo muy positivo; pero albergo mis dudas sobre un nuevo orden sin compasión».

            A Bush, como al resto de mis amigos norteamericanos, siempre les digo: «Vuestra fuerza no proviene de las armas nucleares, sino de los nobles ideales de libertad y democracia que defendieron vuestros antepasados».

D.L: ¿Habría que respetar cualquier religión?

            Es difícil sentir respeto hacia otras tradiciones religiosas si desconocemos su valor. Y pongo mi ejemplo, de forma negativa. Pues mientras viví en el Tíbet (hasta los 24 años) no me di cuenta de lo útiles que eran las demás religiones para la humanidad, y del potencial que cada una de ellas posee para contribuir a mejorar el mundo.

            El respeto mutuo es el fundamento de la armonía auténtica. Deberíamos aspirar a un espíritu de armonía. Recurrir a la fe religiosa para potenciar los valores humanos es algo muy positivo.

D.L: ¿En qué debería consistir una religión?

            Las enseñanzas religiosas deben ser una parte integrante de nuestras vidas, en vez de permanecer al margen de ellas. A veces acudimos a la iglesia o al templo y rezamos una oración o generamos algún sentimiento espiritual; y luego, en cuanto salimos de la iglesia o del templo, no queda nada de ese sentimiento religioso. Esa no es la forma adecuada de practicar.

            El mensaje religioso debería acompañarnos dondequiera que vayamos, pues la religión es verdaderamente eficaz cuando se ha convertido en parte integrante de nuestra vida. Debemos practicar nuestra fe con sinceridad, e integrar nuestra religión en nuestra vida.

            Necesitamos conocer esas enseñanzas no solo a un nivel intelectual, sino también a través de una experiencia profunda. A veces, nuestra comprensión de las ideas religiosas es muy superficial o intelectual. Y sin un sentimiento más profundo, la efectividad de la religión queda limitada.

D.L: ¿Y en consecuencia?

            En consecuencia, pondremos en duda la fe de aquellas personas que animan a los demás a amar a Dios, pero personalmente no muestran un amor genuino hacia el prójimo. La persona que crea en Dios y en el amor de Dios debe demostrar la sinceridad de este amor, amando directamente a sus congéneres. Se trata de un planteamiento muy poderoso.

D.L: ¿Qué me parece la fe cristiana?

            Mis encuentros con el fallecido Thomas Merton me enseñaron lo hermoso y maravilloso que este hombre era como persona, y me proporcionaron información de primera mano sobre el potencial espiritual de la fe cristiana.

            En otra ocasión, conocí a un monje católico en Montserrat, uno de los monasterios más célebres de España. Me dijeron que ese monje llevaba varios años viviendo como ermitaño en una colina que quedaba detrás del monasterio. Cuando acudí a visitar el monasterio, ese monje bajó de su ermita solamente para conocerme. Resultó que su inglés era aún peor que el mío, y eso me dio más valor para hablarle. Estábamos cara a cara y le pregunté: «¿Qué ha estado haciendo durante todos esos años en la colina?». Él me miró y me respondió: «Meditar sobre la compasión, sobre el amor». Tras pronunciar esas pocas palabras comprendí el mensaje a través de sus ojos. Llegué a admirar sinceramente a esa persona, y a otras como él.

D.L: ¿Qué me parece la idea de un Dios creador?

            Se trata de un planteamiento muy eficaz, que proviene del mundo cristiano. Pues al recordar que esta vida ha sido creada por Dios, los cristianos adquieren sentimientos de dependencia e intimidad con Dios, y de ahí desprenden su enseñanza sobre el amor al prójimo. El razonamiento es: si amamos a Dios, debemos amar al prójimo, porque también ha sido creado por Dios, al igual que nosotros. Su futuro, al igual que el nuestro, depende del Creador; y por consiguiente, su situación es igual a la nuestra.

D.L: ¿Es posible una unión de todas las religiones?

            Personalmente, conocer otras religiones me ha ayudado a entender nuevas ideas. Del mismo modo, algunos de mis hermanos y hermanas cristianos han adoptado algunos de los métodos budistas, como la práctica de la meditación centrada en un solo punto.

            Los políticos y los líderes nacionales hablan con frecuencia de la coexistencia y de la unión. Pero nosotros ya lo hicimos en Asís en 1987, donde todos los líderes o representantes de las religiones mundiales nos reunimos para rezar juntos. Es, por tanto, algo que ya se ha llevado a cabo.

            Personalmente, aquel acto de Asís me pareció un paso muy positivo. No obstante, necesitamos poner más empeño en fomentar la armonía y el entendimiento entre las diversas religiones, dado que, sin ese empeño, seguiremos topándonos con muchos de los problemas que mantienen dividida a la humanidad.

D.L: ¿Cuál debería ser hoy día ese empeño de las religiones?

            Sería desastroso que hoy día la religión fuese una nueva fuente de conflicto. No hablo del pasado, cuya situación era completamente distinta a la de ahora. Hoy ya no estamos aislados, sino que somos interdependientes unos de otros. Así pues, hoy es fundamental reconocer que la relación entre las diversas religiones es esencial, haciendo un esfuerzo común y trabajando en estrecha colaboración.

D.L: ¿Hacia qué futuro se encamina la humanidad?

            El éxito o el fracaso de la humanidad en el futuro depende fundamentalmente de la voluntad y la determinación de la generación actual. Y no es lícito echar todas las culpas a los políticos o a aquellas personas que consideramos directamente responsables de algunas situaciones; nosotros también debemos aceptar nuestra parte de responsabilidad. Quejarnos y lamentarnos no basta.

 

* Tenzin Gyatso (Tíbet, 6 julio 1935) es el 14º dalai lama o líder religioso-político del Tíbet, cargo que ejerce desde hace ya más de 80 años. Educado en el Monasterio de Ganden, a los 5 años de edad ascendió al trono tibetano, tras el fallecimiento inesperado de su predecesor Thubten Gyatso (independizador del Tíbet). Desterrado por China del Tíbet en 1959, y nombrado en 1960 jefe del gobierno en el exilio por el Tíbet, recibió en 1989 el Premio Nobel de la Paz "por su no uso de la violencia, en su lucha por recuperar la independencia del Tíbet". Admirador de Jesucristo y de los cristianos, así como del papa Francisco I, escribió en su Poder de la Ira de 2019 que "Jesucristo tuvo un auténtico espíritu de asistencia al enfermo y al pobre, que los budistas tenemos que aprender", así como "nuestros hermanos cristianos trabajan de corazón en bien de la sociedad, de la educación, de la medicina...", todas ellas "prácticas cristianas que los budistas deberíamos aprender", bajo un "papa Francisco que no se cansa de ayudar al prójimo". En otro de sus libros, A good Heart: A buddhist perspective on the Teachings of Jesus, de 1996, ya se había dirigido el Dalai Lama más directamente a la cuestión de Jesucristo: "Jesús proclamó Creed en mí, que he venido al mundo como luz, para que nadie permanezca en la oscuridad y para que, quien me vea a mí, vea al Padre. Estos pasajes (Jn 12, 44-50) señalan que es a través de Cristo como se experimenta a Dios. Cristo es la puerta de entrada a este encuentro con el Padre Dios. Quien lea el evangelio y reflexione sobre la vida de Jesús, tendrá una gran devoción y admiración por Jesús. Ese es el primer nivel de fe, que los budistas compartimos con los cristianos".