E.P: ¿Cómo ha surgido todo esto de la UE?

            La naturaleza del fenómeno comunitario vio la luz en el Tratado de París de 1951, cuando se creó la 1ª comunidad europea: la CECA. Desde aquel inicio, Europa ha estado en movimiento, y los resultados obtenidos han ido empujando a ensanchar progresivamente la esfera de la acción europea, desde 1993 llamada Unión Europea.

E.P: Y dicho fenómeno, ¿se puede decir que está vivo?

            Desde mediados de los años 80, Europa vive en un estado de negociación institucional permanente, síntoma de la gran vitalidad de la UE y de la creciente dificultad de los gobiernos en conciliar sus propios intereses con el interés general. Tras la cumbre de Niza del 2000 se dio luz verde a la ampliación europea hacia el este y hacia el sur. El objetivo actual de la UE es la apertura de un gran debate en torno a su finalidad, y una refundación constitucional de la UE.

E.P: ¿Son compatibles ambos objetivos, el de ampliación y refundación?

            Los dos procesos se refuerzan de manera recíproca, y se van desarrollando bajo el signo de la igualdad (con la participación de los países candidatos), la democracia (con un papel más activo del Parlamento Europeo) y el pluralismo (a través de un diálogo franco y abierto con la sociedad civil).

E.P: Y esa Europa, ¿es de los pueblos, o de los gobiernos?

            Si se miran los pilares de la UE, éstos no dicen gran cosa. Pero hay que dirigir las miradas a las bóvedas, gracias a las cuales el ánimo puede elevarse. Ante todo, el ordenamiento supranacional europeo responde, desde el comienzo, a un diseño formado por los estados, y no lo contrario.

            Esto explica el porqué la Europa de los pueblos se ha visto obligada a correr tras la Europa de los estados. Pero no olvidemos que ya se ha conseguido la elección del Parlamento Europeo por sufragio universal directo, una Carta Social europea, la implantación de la ciudadanía europea, y ahora la Carta de los derechos fundamentales.

E.P: ¿En qué consiste esa Carta de Derechos?

            La Carta evidencia la voluntad de la UE de respetar los valores de la democracia, los derechos del hombre y las libertades fundamentales, con un lenguaje que pronto se plasmará en una Constitución Europea. Pero no descuidemos la diversidad de tradiciones jurídicas de la Unión, porque en algunos casos esta transición implicará un salto especial.

E.P: ¿Qué es lo que define a un italiano o a un neerlandés, como europeos?

            Los padres fundadores tenían en su mente la construcción de la paz entre los pueblos europeos, tras siglos y siglos de guerras fratricidas. Es cierto que tomaron como punto de partida la economía, porque en esa dirección les empujaron los acontecimientos. Pero esto no ha impedido que se haya construido un gran espacio de encuentro entre la cultura latina y la cultura eslava, entre la cultura griega y la cultura germánica, entre la cultura anglosajona y la cultura escandinava.

            Si nos fijamos bien, en la reunificación de Europa podemos encontrar la conciencia europea a la que Ud. se refería en la pregunta: el rechazo de cualquier forma de autoritarismo, y la aceptación común de un modelo de sociedad fundado en los derechos individuales.

E.P: ¿Tiene Europa alma cristiana, o un alma laica?

            Comprendo que los obispos estén preocupados en este aspecto. En la Carta de Derechos no se cita explícitamente a Dios, pero sí está presente la referencia a la tradición espiritual que ha dado origen a Europa. El cristianismo es el principal componente de Europa, y el que más ha contribuido a la cultura europea. La unidad de Europa, de hecho, surgió del cristianismo.

            Ahora bien, aquello que no se puede pretender es definir Europa como una entidad solamente cristiana, dada la diversidad de ciudadanos de otras religiones aquí presentes. Tampoco se puede construir una Europa ajena o indiferente a su impronta cristiana. El Tratado de Amsterdam sí hace una referencia explícita al cristianismo, como garante de libertad.

E.P: ¿Y qué supone eso?

            Reconocer la inspiración cristiana nos permite considerar las instituciones cristianas de referencia, así como recuperar la memoria histórica cristiana, como la alteridad personal, la economía solidaria y la conciencia responsable ante los desafíos bioéticos. Existe también en Europa, ciertamente, un viejo laicismo que sobrevive, pero que ya no tiene razón de ser. Esto puede representar una dificultad para el diálogo intercultural, pero no debemos desanimarnos.

E.P: ¿Contribuye la Iglesia a ese proceso de unión, o no?

            Creo mucho en el papel positivo que la Iglesia Católica, la Iglesia Ortodoxa, y las iglesias reformadas, pueden y deben tener en la construcción de la nueva Europa, y en el corazón de su sociedad. Se trata de una contribución de la que Europa tiene necesidad, para no perder su propia alma y para poder mirar al futuro, y no sólo al pasado. Dicha aportación de la Iglesia puede contribuir a la realización de un nuevo humanismo europeo.

E.P: ¿Y en el terreno práctico?

            Cuando Juan Pablo II esbozó su balance del Jubileo 2000, en su carta Novo Milenio Ineunte, señaló 3 aspectos que me impresionaron: su visita al Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, su petición de perdón del 12 de marzo del 2000, y la fiesta con los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud. En estos gestos, y en las palabras del papa, he visto una recuperación del Concilio Vaticano II. 

            En particular, me quedaría con su gesto hacia los jóvenes, a los que el papa no pidió el retorno a la Iglesia institución, sino su conversión en agentes de evangelización. El papa no hace discursos de hombre de curia, sino de profeta.

E.P: ¿Va democratizándose la UE, o está estancada en los procesos de decisión?

            La Cumbre de Niza ha sido, en ese sentido, decepcionante. Porque aunque una gran mayoría de gobiernos apoyaba el requisito de doble mayoría (de estados y de pueblos), la decisión tomada en Niza ha complicado la toma de decisión en la UE, y ha hecho que ésta sea menos comprensible para los ciudadanos.

            Las exigencias de mayor claridad, trasparencia y eficiencia, todavía no han sido atendidas. Y ni siquiera es satisfactoria la extensión del voto de mayoría cualificada, ya que algunas áreas claves (como la cohesión, la normativa tributaria, o la legislación social) siguen estando expuestas al veto de un solo estado.

E.P: ¿Son un peligro los nacionalismos, para la UE?

            En el Este existe el riesgo de un retorno al pasado comunista, y en el Oeste la asunción de concepciones antitéticas y equívocas. Junto a estos peligros étnico-nacionalistas, hay otros que subyacen por debajo, como el tema de la conciencia libre y responsable, o la nueva cultura de la des-responsabilización, que están empezando a emerger.

E.P: La ampliación de la UE hacia el este, ¿supone occidentalizar aquellas regiones?

            Hemos considerado ese riesgo, y estamos tratando que la negociación sea abierta y respetuosa, respecto a los intereses y necesidades de aquellas sociedades, y a sus convergencias con los parámetros de Maastricht. Como he repetido infinitas veces, la estabilización económica y social es la precondición para la integración.

E.P: ¿Qué ha supuesto la puesta en común de una misma economía europea?

            La economía de la UE se encuentra en claro relanzamiento, y tras un decenio de lento crecimiento se están obteniendo crecimientos del PIB del 3,5%. Se trata de una fase de crecimiento que está generando en toda Europa una nueva situación de empleo. Ciertamente, el camino es aún largo, pero la llegada de la moneda única puede mejorar sustancialmente esa situación.

E.P: ¿Qué supondrá la existencia de la moneda común europea?

            El euro permitirá inmediatas comparaciones entre los precios de los diferentes países, facilitará las decisiones de los consumidores y creará un mercado de capitales extremadamente consistente, en el que las empresas encontrarán los fondos necesarios para financiar su crecimiento. Cuando los ciudadanos tengan en sus manos las monedas y los billetes del euro, será más fácil para todos identificarse con la nueva Europa.

E.P: ¿Y la Europa social? ¿O esto sólo consiste en mejorar la economía?

            Efectivamente, la creciente globalización de intercambios, así como la revolución de internet, empujan a la desigualdad en la distribución de oportunidades y réditos. El mundo digital funciona en el ámbito global, pero no tanto en el interior de cada país, pues muchos conocen los nuevos lenguajes de la informática, y otros no. A los primeros se les presentan muchas oportunidades en el mercado de trabajo, y a los segundos no. Y así aumentan las desigualdades, a causa de la brecha digital.

E.P: ¿Y que se puede hacer, ante esa brecha social?

            Una gran suma va a ser destinada a la formación de los recursos humanos, a la conexión a internet de todas las escuelas europeas, y a la investigación científica superior. Ése fue el objetivo que nos propusimos tras la Cumbre de Lisboa, para forjar una sociedad del conocimiento.

            En paralelo a estas inversiones de futuro, el Consejo de Niza aprobó una Agenda Social europea, una estrategia europea contra la exclusión social, la protección social, la movilidad de los estudiantes y docentes, una nueva combinación entre flexibilidad y seguridad, etc. Todos estos son elementos de un mismo proyecto, convencidos como estamos de que una sociedad con más cohesión social, y menos exclusión, anuncia una Europa más eficiente.

 

* Romano Prodi (Reggio Emilia 1939) es licenciado en Derecho por la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán, en la que se hizo miembro de su Instituto Agustiniano. Poco después obtuvo la plaza de Economía Política en la Universidad de Bolonia, y de Economía Industrial en la Universidad de Harvard. Se afilió desde muy joven a la Democracia Cristiana de Giulio Andreotti, saneando en ella sus cuentas. En 1996 concurrió a las elecciones generales italianas bajo su propio partido (El Olivo, de inspiración católica y ecologista), obteniendo la victoria y gobernando Italia hasta 1998. En 1999 fue nombrado presidente de la Comisión Europea, cargo que ejerció hasta 2004 y en el que sacó adelante los procesos más decisivos de la UE. A nivel personal, contrajo matrimonio con Flavia Franzoni en 1969, ambos profesores universitarios y ambos católicos practicantes. En su relación con el clero, pidió en cierta ocasión a su párroco que hablara en sus homilías de asuntos económicos, diciendo jocosamente que "llevo yendo a misa toda mi vida, y nunca he oído hablar en las homilías de evasión fiscal". No obstante, su relación es cordial, y en su publicación geopolítica Limes incluyó a todo tipo de intelectuales católicos (Moro, Fanfani, Zaccagnini, De Mita, Andreatta...), incluidos numerosos amigos clérigos.