Carácter Angel
Barahona Jarakter (lit. grabar) es el término de origen griego que expresa la marca, impresión, señal imborrable, modo de reaccionar y sentir propio de una persona, rasgo que la diferencia de los demás, marcando su personalidad. Salvando la problemática que se nos propondría desde la vertiente genética, que sin duda ha de tenerse siempre en cuenta, el carácter ha de describirse como la forma de ser constituida a partir de una interacción recíproca entre el medio familiar, cultural y mediático y la propia libertad de acción y elección. Según Mounier, pensamos espontáneamente en el carácter como un conjunto de toques o rasgos elegidos en la infinita diversidad de los comportamientos de un individuo tal como van dibujando, por su acento, su constancia y su coherencia, un rostro fácil de retener y reconocer, primer reflejo de lo general en lo particular[1]. a) El carácter, dimensión esencial de la persona El carácter es el conglomerado de comportamientos, actitudes, valores, creencias, acciones, que configuran la personalidad. Es tanto lo que los demás ven, piensan y creen de mí, como lo que yo pienso, veo y creo de mí mismo. Con todo, esa visión, y ese entramado de creencias que tengo, puede estar tergiversado por la perspectiva, por el sufrimiento, por el entorno, por el grado de maduración de la personalidad, y está siempre sometido a revisión, en crecimiento y cambio a pesar de las constantes. La persona viene definida desde sí misma, y desde los demás, a partir de su carácter, transformándose así en un concepto que trasciende el de conciencia, el de sujeto, o el de individuo, y acercándose al de actitud con 2 criterios definitorios: el de crisis y el de compromiso (según Weil y Landsberg), a los cuales añade Ricoeur corolarios tales como la "fidelidad en el tiempo a una causa superior, acogida de la alteridad y la diferencia en la identidad". Actualizando las investigaciones contemporáneas sobre el lenguaje, la acción y la narración, para dar a la constitución ética de la persona un enraizamiento comparable a los que Mounier exploraba en la prolongación del Tratado del Carácter[2], nos propone un ethos de nuevo cuño que incluya la comunicación, las relaciones entre agentes, la responsabilidad, el compromiso social en la búsqueda y transformación de las instituciones, y la narración de la propia historia, que es uno de los componentes básicos de la formación del carácter. Mounier afirma que el hecho psicológico personal es inseparable de una historia, de una afirmación, de una significación y de una valorización personales. Y que, por tanto, es necesario unir la explicación con la historia y con las significaciones acumuladas en el sujeto individual[3]. El carácter sería la explicación base que agotaría la significación de un hecho psicológico, pues "la persona es unidad significativa y el carácter forma generadora y determinante de una melodía estructural"[4]. Weil nos define el carácter por la vía negativa, pues "la injusticia humana generalmente no fabrica mártires, sino cuasicondenados". Así, "los seres condenados en el cuasi-infierno son como el hombre despojado y herido por ladrones, pues han perdido las ropas del carácter"[5]. Este carácter, del cual el yo corre el riesgo de verse desposeído por la injusticia que le infligen otros yos, tiene grados de fortaleza y de debilidad. El yo muere tanto más rápido cuanto más débil es el carácter de quien padece la desgracia. Más exactamente, la desgracia limita, la desgracia destructora se sitúa más o menos lejos según el temple del carácter, y cuanto más lejos se sitúa, más fuerte decimos que es el carácter[6]. Sin embargo, no es una propuesta para elevar una sobrenaturaleza moral del propio yo a través del carácter, pues es consciente de que uno de los componentes básicos del carácter es la precariedad, y con ella hay que contar siempre, no para la autocomplacencia, sino para saber cuándo pedir ayuda, cuándo colaborar y prestarla, cuándo viene de lo alto, y cuándo estar agradecidos. En palabras de Weil:
La persona-carácter es entonces carencia y proceso. Es posibilidad potencial del bien si es ayudada, y se hace en ese desarrollo activo siempre renovado, partiendo del vacío o la nada que le es esencial. Al estilo de las psicologías humanistas (de Rogers y Maslow) el carácter de la persona se forja procesualmente, desde su precariedad inicial. Weil nos recuerda a San Agustín cuando descubre la misericordia infinita de Dios en la medida en que descubre su miseria. El carácter es tanto más fuerte cuanto mejor conoce su debilidad. La verdad del auto-conocimiento posibilita la potencia de una auto-valoración ecuánime, la auto-estima o amor debido a sí mismo, condición sine qua non para ser persona. En efecto, nadie puede amar a otro si no se ama a sí mismo. Y si uno piensa de sí mismo que no es amable, porque hay defectos en su carácter que le son repudiables, ¿cómo podrá aceptar, querer y sentir como amables los de los demás? b) Factores generadores del carácter Fruto de una interacción dialéctica entre lo heredado, lo vivido, lo creído, lo impuesto, las experiencias existenciales nos forjan el carácter. Y forjar denota suficientemente lo que éste es, porque implica tanto el troquel de partida, como el sufrimiento, el crisol posterior al que someten a la persona las vivencias, sufrimientos, injusticias (las que causa como las que recibe), el amor o el desamor que sienta o ejercite, la esperanza o el desasosiego desesperado, el trabajo como el no tenerlo, el tener alguien de quien ocuparse o el no tenerlo, el que alguien se ocupe de uno o nadie se moleste por uno. En este sentido, y como decía Mounier, la palabra carácter envuelve una feliz ambigüedad, pues designa a la vez el conjunto de las condiciones que nos son dadas y más o menos impuestas, y la fuerza mayor o menor con la que dominamos este dato[8]. Esta fuerza mayor o menor que denota nuestra libertad no es sólo el único aspecto de la moralidad de nuestro carácter, pues también, lo dado del carácter participa activamente en la constitución de la estructura de la persona; el carácter es más un acto que un hecho. La influencia del entorno (la familia, los amigos, la escuela, la sociedad) es absolutamente determinante en la formación del carácter. En este sentido, da infancia, la pubertad y la juventud son los momentos clave de casi todos los rasgos conformadores y fundamentales del carácter. El niño es como una esponja que se empapa de todo lo que oye y percibe. La forma en la que se lleva a cabo la introyección de esas influencias, la mayoría de las veces es inconsciente, por imitación o reproducción. Todos los comportamientos observables son susceptibles de ser adoptados y fijados en conductas futuras, en hábitos y rasgos perennes. c) Las crisis, en la formación del carácter Aunque la genética es un factor importante a tener en cuenta, no es el determinante. Sí lo es, sin embargo, el cultural, en gran medida, ya que la persona se ve afectada por todos los sucesos del entorno (la violencia de la que ha sido objeto, en la infancia o en la madurez, en sus múltiples formas, la vejación de la falta de trabajo, la sensación de abandono, la falta de cariño, la ausencia o presencia del rostro amable del otro, la carencia o presencia de una seguridad afectiva, las injusticias, la humillación o el respeto, el trato justo...). La influencia de las relaciones con las demás personas son determinantes. Esto es, el otro marca, potencia, o deja la huella de presencia o ausencia de forma definitiva en el carácter. No obstante, nunca esta historia condiciona de forma inexorable la personalidad, pues la libertad es un don insoslayable. La persona no pierde nunca la posibilidad final de resolver la crisis, la injusticia o la vejación, extrayendo un beneficio para sí misma, en términos de aprendizaje, o de maduración, de progreso moral, de transformación de la defección en un motivo para volver a enfrentarse a los obstáculos. Las condiciones externas son importantes pero no definitivas. Sería caer en el error entender la etiología del debilitamiento en la formación del carácter, arrojando culpas hacia fuera. Evidentemente, la injusticia social está presente desde el inicio en el itinerario vital del proceso de convertirse en persona. No obstante, si la persona no pudiera extraer del carácter un plus de determinación que minimizara esa influencia, o sacara de ella la potencia para superarla, estaríamos negando el hecho de la libertad, el sentido mismo del hablar de persona humana. Obviamente los obstáculos pueden ser sangrantes, pero no aniquilan el carácter. Es condición del hombre sobreponerse a la adversidad, sacar fuerzas de donde no las hay, una última energía de las cenizas del ave Fénix de la personalidad. Es más, es condición del deseo humano motivarse ante los obstáculos, siempre que estos no sean tan humillantes o degradantes, tan poderosos que hayan arrebatado la última esperanza que habita siempre en el último recodo del corazón. No obstante, no hay persona humana sin crisis, una crisis que le conduzca a un auto-juicio donde pueda ser evaluada la congruencia con uno mismo, que exija una decisión, que pese en términos de responsabilidad. La tentación es huir de la crisis, no afrontarla, que es lo mismo que no madurar. De esto último resulta el juego, finalmente banal, que todos conocemos bien: convencernos de nuestra nulidad humana y espiritual, subrayar nuestros fracasos pasados para extraer de ellos una previsión de futuro; repetirnos a nosotros mismos que el amor es imposible y que, de todos modos, nosotros somos incapaces, indignos o frustrados. El carácter pues, tiene una perspectiva meta-psicológica, pues traslada el acento de lo dado a lo querido o, más exactamente, de la determinación a la orientación personalmente asumida. En definitiva, mi carácter no es lo que yo soy (en el sentido de que una instantánea psicológica pudiera fijar todas mis determinaciones caducas, todos mis rasgos ya surcados), sino que es la forma de un movimiento dirigido hacia un futuro y consagrado a un ser más. Es lo que puedo ser más lo que soy; mis disponibilidades, más que mis haberes; las esperanzas que dejo abiertas, más que las realizaciones que he depositado. d) Consideraciones prácticas del carácter La 1ª regla de la formación del carácter es: "Conócete y acéptate a ti mismo, porque nada puede tener eficacia para ti fuera de los caminos y los límites que te han sido asignados. En otras palabras: No intentes saltar sobre tu sombra". La 2ª regla, de la cual la primera es condición, viene a decir: "Comprende y acepta el carácter del otro, porque es el único camino de llevarte a su misterio, para romper tu egocentrismo, y para establecer entre vosotros los fundamentos duraderos de una vida en común". La 3ª regla vendría a decir: "Nos cuidaremos de atribuir un coeficiente moral laudativo o peyorativo a tal o cual estructura del carácter, pues por lo general tendemos espontáneamente a erigir nuestro carácter en norma de moralidad, imponiéndoles a los demás nuestra forma de ver las cosas, exigiendo indulgencia para nosotros y dureza para los demás, viendo en el otro vigas sin ver en nosotros ni siquiera pajas". Estas 3 reglas requieren un tratamiento educativo de la persona que incluya, además, los objetivos que toda educación actual requiere: la colaboración en las condiciones para que todo hombre pueda disfrutar de la libertad. El fomento de la responsabilidad, el compromiso por la paz, la colaboración en la creación de oportunidades de trabajo, la solicitud, la apertura a los demás y al futuro esperanzador. La lucha pública por el mantenimiento de la familia como núcleo formador de la solidaridad, del aprender a compartir, del lugar del encuentro amoroso, de la seguridad y sensación de protección que equilibra el carácter. La capacidad utópica, la introyección del deber el coraje de la voluntad (amo, quiero, resisto, luego existo), la solidaridad, el querer servir, el amor a la verdad, la racionalidad, la búsqueda del paso del ello al nosotros o el comunitarismo como vocación, la voluntad de participar políticamente, la mística activa, el diálogo... son algunos de esos valores insoslayables para la forja del carácter. En el carácter es tanto más importante que el factor psicológico, el moral. Para un equilibrio personal elemental es más necesario un mínimo de seguridad moral, que un mínimo de seguridad física. Y puesto que la conciencia de los valores ocupa el 1º lugar en la constitución de la persona, una axiología estable es una condición del equilibrio de la personalidad. Si bien el carácter que constituye a un hombre en persona se cifra sobre la voluntad de querer serlo, la debilidad del carácter nos hace, paradójicamente, orgullosos e incapaces de comprender que ser persona humana no está solamente en el triunfo y en el reconocimiento, el éxito, la riqueza o la ciencia, sino en la aceptación callada del fracaso y la puesta en marcha inmediata de la esperanza de poder cambiar el mundo, superar los obstáculos, volver a empezar. De aquí se desprende un principio importante: que lo más importante del carácter reside en la voluntad de continuar esperando, frente al dolor y el sufrimiento, la decepción y la injusticia, para poder colaborar, con los otros (contemplados como hermanos, por mucho que nos los presenten como antagonistas) en su superación. El carácter futuro que debe configurar idealmente a la persona humana exige los rasgos de la no violencia, de voluntad de querer y ser querido tal cual uno es, del esfuerzo en el trabajo colaborador y comunitario, de la apertura a la esperanza, que se acepte a sí mismo en sus potencialidades y limitaciones, del combate por la justicia. El ethos (al que también podemos aplicar el significado de carácter) de la persona acompañado por la terna: estima de sí, solicitud por el otro, deseo de vivir en instituciones justas[9], es el ideal al que ha de tender todo intento de fraguar para el hombre un futuro digno de ser vivido. .
_______ [1] cf. MOUNIER, E; Tratado del Carácter, ed. Sígueme, Salamanca 1993, p. 17. [2] cf. RICOEUR, P; Amor y Justicia, ed. Caparrós, Madrid 1993, p. 106. [3] cf. MOUNIER, E; op.cit, p. 50. [4] cf. Ibid, p. 52. [5] cf. WEIL, S; La Gravedad y la Gracia, ed. Caparrós, Madrid 1994, p. 46. [6] cf. WEIL, S; op.cit, p. 47. [7] cf. Ibid, p. 48. [8] cf. MOUNIER, E; op.cit, p. 57. [9] cf. RICOEUR, P; op.cit, p. 194. |