Agnosticismo
José
Gómez El término agnosticismo parece haber sido usado por primera vez por el biólogo inglés Huxley en 1869. Desde entonces es frecuente para la definición de posturas en el ámbito religioso, cuando se quiere marcar una diferencia con las expresadas por el término ateísmo, pero coincidiendo con ellas en explicitar la ausencia de la profesión de fe en Dios que hace el creyente de las tradiciones monoteístas. Como vamos a ver, esta primera delimitación es todavía muy amplia; puede cobijar, y de hecho ha cobijado, posiciones diversificadas entre sí por matices nada irrelevantes. a) Teoría de las Posibilidades Concebibles Ante todo, y si atendemos a la etimología, agnóstico denota a alguien que se (auto) caracteriza por una ausencia de conocimiento (gnosis). Ahora bien, tal caracterización (sobre todo cuando se trata de autocaracterización) puede connotar dos básicas situaciones de espíritu muy diversas entre sí: -la de quien simplemente no conoce de hecho, pero
admitiendo que sería posible conocer; Cabe ya advertir que ese par simultáneo (no ateísmo, no-conocimiento de Dios), deliberadamente buscado en el término agnosticismo, parece cumplirse más netamente en la primera de las dos situaciones sugeridas. Ya que en la segunda se sabe que "no es humanamente posible el conocimiento de Dios" (lo cual, después de todo, podría ser muy bien un tipo de ateísmo). Ulteriores matices pueden provenir de las diversas razones que conduzcan a la adopción de la postura agnóstica en cada una de las dos posibles versiones (o que, quizás, se invoquen para justificarla). Genéricamente, pueden pertenecer: -a la epistemología,
en base a las afirmaciones hechas sobre la realidad, Epistemológicamente, hay que distinguir aún dos posibilidades al razonar la inhibición de la afirmación de Dios. Puesto que, en cualquier caso, Dios no es un objeto como los demás sobre los que versan las afirmaciones humanas normales, simplemente por ello cabe una conclusión agnóstica a su propósito. Tal es el caso, muy frecuente, de agnosticismos de tipo empirista, determinados por una epistemología exigente y rígida que prohíbe de modo general aventurarse a afirmaciones meta-empíricas. Pero cabe, aun sin tal severidad epistemológica, encontrar inviable una afirmación de Dios en razón de los problemas peculiares que presenta su conceptualización (o desde otro ángulo, en razón de la misma trascendencia sobrehumana de lo que se quiere significar). En cuanto a la diversidad cosmovisional de las posiciones agnósticas, queda ya sugerido en lo últimamente dicho que (por su propensión a la epistemología empirista) podrá estar en la base de muchas de ellas una cosmovisión como la que Dilthey llamó naturalista. Añadida a esta o independiente de ella, puede darse también una cosmovisión de tipo humanista, que excluye la nostalgia del más allá religioso por fidelidad a la finitud de la condición humana. Por otra parte, puede haber en la base de auténticos agnosticismos un temple cosmovisional no ajeno a lo religioso, en el cual hay que volver a distinguir. En 1º lugar, si se trata de una religiosidad de prevalencia sapiencial-práctica, desde donde se haría comprensible el caso tan llamativo del budismo originario y del Theravada, cuyo "silencio sobre Dios" parece originarse en un profundo respeto. En 2º lugar, si se trata de una religiosidad humanista (como es la de los monoteísmos bíblicos), la afirmación de la existencia de Dios, concebido con fuerte acento en su infinita bondad amorosa, es inhibida como incompatible con la realidad de tanto mal en el mundo que conocemos. Cuando, por otra parte, la existencia de Dios ofrecería una final salvación (escatológica) de ese mal; algo anhelado pero, a la vez, juzgado demasiado bello para poder ser verdadero. b) Las posiciones contemporáneas Es muy útil el esfuerzo realizado en el punto anterior con vistas a una estructuración teórica de las diversas posibilidades de agnosticismo. Pero nuestro interés se centrará en las posiciones que en nuestro siglo se presentan como agnósticas. Las consideraremos ahora directamente, con las oportunas citas. El primer autor a quien hay que referirse es, sin duda, Russell. Su declaración sobre qué es ser agnóstico es sumamente clara. La razón básica es epistemológica (empirista) y revela un temple cosmovisional naturalista, completado con sugestivos toques humanistas:
Con este agnosticismo guarda básica afinidad el profesado entre nosotros, más recientemente, por Tierno Galván. En un momento realmente decisivo de su discurso, aparece también la razón epistemológica, revelando un temple cosmovisional empirista:
Con todo, lo más específico de la postura de Tierno viene dado por un peculiar tono cosmovisional humanista; que se expresa como fidelidad a la condición finita del ser humano, pues "ser agnóstico es no echar de menos a Dios". Oigámosle:
Estos matices humanistas que destacamos en dos agnósticos de nuestro siglo faltan en la imagen del agnóstico que (para combatirla duramente en nombre de una mayor coherencia lógico-empirista) se puso delante el epistemólogo Hanson en unos breves ensayos a los que ahora es oportuno referirse. Para él:
Hanson pide que se trate a la afirmación "Dios existe" (a fuerza de afirmación de hecho) como sintética y necesitada de prueba; rechaza el pedir prueba en contrario, como cambio ilegítimo de terreno, pues ello equivaldría a tomarla por analítica, y "no necesitamos más prueba de que no existen seres fantásticos ni murciélagos ovíparos, que el simple hecho de que no haya prueba a favor". Oigamos su explicación:
Esto último define bien la postura de Hanson en el marco que antes propuse: el puro epistemólogo empirista de cosmovisión rígidamente naturalista, como otros que también escribieron sobre el tema en 1959 mas con la peculiaridad de explicitar una impugnación de la coherencia de la posición agnóstica, que estaba sólo implícita en otros. Lo que más lo distancia de los autores vistos antes es la ausencia de rasgos de cosmovisión humanista. Sólo estos permitirían valorar más las "experiencias personales", replanteando así todo el caso. Si pasamos ahora a autores en que sí están presentes dichos rasgos, marcando el perfil de su agnosticismo, encontramos, como ya dije en mi estructuración teórica, un humanismo de solidaridad que es afín con la religiosidad humanista cristiana. Su presencia genera un debate irresuelto, cuya clave está en el desgarrador choque de la exigencia de justicia con la evidente ausencia de la misma en nuestro mundo. Horkheimer no se autoproclama agnóstico, pero en el fondo esa es su postura, pues "el mal del mundo no permite afirmar un Dios (omnipotente y bueno, aunque sí genera el anhelo teológico de que sólo Dios podría superar la injusticia". Respecto a dicha teología, dice Horkheimer que:
Este debate desgarrado podría ejemplificar el primero de los dos tipos de agnosticismo que señalamos al comienzo, el más propiamente tal: aquel que hoy muchos viven más que describen, en el que realmente no se sabe finalmente sobre Dios (pues los otros autores citados sí saben, más bien que no). Es en esta categoría donde mejor entraría el español Santesmases, que se declara cercano del agnóstico nostálgico (al final de un inteligente recorrido por las posturas) y a un agnóstico humilde (epistemológicamente ininteligible, sin partir de la tradición cristiana). c) La postura personalista El personalista que haya seguido esta rápida evocación de unas posturas actuales tan representativas de la problemática de nuestro mundo occidental percibirá, a lo que entiendo, que la básica distancia que lo separa de la mayoría de ellas radica en la diferente cosmovisión. El mundo de lo objetivo (del ello) tiende a absorberlo todo (devorando incluso al yo-tú), en cualquier visión naturalista del mundo; y esta subyace al primado empirista de las epistemologías vigentes (incluso tras sus progresivas correcciones). Desde ahí, el agnosticismo sólo encuentra rival en un más coherente ateísmo. Por otra parte, tampoco podrá encontrar el personalista solución en una visión racionalista ("idealista-objetiva" para Dilthey) del mundo. Es más que dudoso que puros argumentos abstractos conduzcan al Dios personal. No está dicho, por otra parte, que el racionalismo sea la simple alternativa del empirismo. Hay que radicar tanto la experiencia como la razón en el sujeto personal. La cosmovisión personalista es humanista. Pero no se trata de cualquier humanismo, sino de uno que parte de la experiencia personal en toda su complejidad; que no tiene por qué abandonarse en manos del sentimentalismo ni recurrir al fideísmo; que es capaz de contar con la razón, descubriendo que lo que llamamos razón es más complejo de cuanto piensan racionalistas y empiristas. Hay una auténtica razón vital, que puede orientar en la búsqueda de una clave de sentido global más allá del mundo: con la que cabe interpretarse (a sí mismo y, desde sí, todo lo demás) como tendencia no vana a lo trascendente. Y que puede elaborar, con entramado simbólico, un cuasiconcepto de Dios personal (el Él eterno). Nada de esto es trabajo fácil; en todo caso, como bien puede comprenderse, no es un trabajo para desarrollar aquí. Sí cabe completar lo dicho con algunas advertencias metódicas. Ha de cuidarse, ante todo, que la apelación a las experiencias personales no resulte un recurso poco definido, que el agnóstico vería como escapatoria. Ha de mostrarse lo que de intersubjetivo pueden tener dichas experiencias. Y que no son simplemente cognitivas, sino activas y éticas, con acento en el compromiso y la solidaridad. Dios será descubierto, en la interpretación que acabo de sugerir, como profundamente cercano a la experiencia (el interior intimo meo de Agustín); pero no como igualmente fácil para la expresión. Aquí el personalista, consciente de que el lenguaje humano está primariamente vinculado a lo empírico, encontrará comprensibles los problemas del empirista. Y aceptará que, en la elaboración antes aludida de un cuasi-concepto de Dios, ha de jugar un papel insustituible lo negativo; que también él topa así con una insuperable agnosía (en términos del Pseudo Dionisio), que le ayuda a comprender al agnóstico y, en todo caso, lo aleja de toda veleidad gnóstica. Porque, finalmente, vale aquello que vio admirablemente el autor cristiano: "Jamás ha visto nadie a Dios. Si nos amamos los unos a los otros, Dios está en nosotros, y su amor en nosotros es perfecto". .
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