|
Creencia Lorenzo
Vicente Creencia, del latín credere, alude a la confianza depositada en alguien capaz de devolvernos lo que le hemos prestado (creditum). Tiene, pues, un sentido práctico (confiar en otro, para que haga lo debido en relación a mí), y un sentido extensivo (esperar lo pactado, apalabrado o comunicado). Se diría que esto último es lo específicamente humano. Sin embargo, también en otros seres dotados de comunicación pueden encontrarse indicios de confianza. Así, los animales se comunican entre sí y muestran su confianza ante la comunicación de otros (los que detectan depredadores, los que descubren alimento...). Según esto, habría que pensar que la actitud de confianza credencial (o creencia) posee unas profundas raíces genéticas. Aparte de ser un aspecto genético, la creencia posee en el hombre unos caracteres propios. Por ejemplo, el ser consciente positiva (reflexionando abiertamente) o negativamente (imponiendo exigencias). El motivo general de la creencia, en el plano humano, se denomina autoridad. Es decir, creemos a alguien, bien porque posee prestigio por sí mismo, bien porque posee garantías para nosotros. La creencia en la autoridad (por supuesto, epistémica, y no de gobierno[1]) ha sido siempre la base o fundamento general de las creencias humanas. La creencia se suele mostrar en dos grandes campos de acción: -el
familiar, pues para nosotros poseen credibilidad nuestros mayores,
fundadores o paisanos; En el 1º caso, la autoridad engendra fiabilidad, y viene a decir que, quienes nos han precedido, o nos lo han entregado todo, han demostrado un amor desinteresado y auténtico, y no albergan dudas al respecto. En el 2º caso, el prestigio engendra confianza, basada en la competencia de quienes hablan o informan. En este caso, la creencia no viene dada per se, sino que hay que ganársela, y según sea la pericia será la correspondiente indubitabilidad. En todo caso, está bastante claro que la vida humana necesita absolutamente de la confianza en los demás. De hecho, la experiencia humana no puede progresar sin la experiencia y los conocimientos de otros hombres. Es más, lo que creemos ocupa un porcentaje muy elevado de nuestros conocimientos (incluso en el campo de la ciencia). Nadie puede ser especialista en todo. Por eso, en las mismas ciencias, unas dependen de otras, y todas apoyan sus investigaciones en conocimientos recibidos de otras ciencias. Reciben estos conocimientos en forma de creencias, y en muchos casos no son competentes para justificarlos o rechazarlos (como la medicina, que depende de la fisiología, y ésta de la biología, y ésta de la química orgánica). De aquí se despende la importancia, e insustituibles funciones, de las creencias en nuestra vida. Estas funciones pueden reducirse básicamente a tres: -función
cognoscitiva, que cree lo que se ve, experimenta o queda registrado, a) Creencia y creencias Las creencias humanas pueden ser, y son de hecho, estudiadas por múltiples saberes (la psicología, la ética, la lógica, la epistemología, la teología, la filosofía...). Dejando de lado el punto de vista de la religión y de la ética, me limitaré a los aspectos gnoseológicos. En cuanto a la noción misma de creencia, podríamos decir que Tomás de Aquino y Kant coinciden en colocar este tipo de conocimiento (el fiducial) a medio camino entre el saber y el opinar. El conocer sería como el sentido general, pues versa sobre todo aquello de que tenemos alguna noticia, sea como sea. El opinar se aplicaría a aquel conocimiento que se refiere a cosas o verdades, acerca de las cuales no tenemos una evidencia suficiente; sólo tenemos ciertos indicios o probabilidades. El saber se refiere a un conocimiento de cierta categoría, dotado de una seguridad o certeza basada en algún tipo de evidencia objetiva o en una demostración o comprobación personal. Sabe, propiamente, el que conoce el qué y el porqué de algo. Según estas tres aserciones, creer es asentir mentalmente (según el kantiano Furwahrhalten, "tener por verdad") a algo que conocemos, sin evidencia objetiva o comprobación personal, sino basados en la autoridad de quien informa. Esto es lo que sucede en la intercomunicación personal, la cual coincide con el opinar en cuanto es asentir (sin evidencia objetiva) o aunque se tenga la evidencia subjetiva (la autoridad del informador). La creencia, por tanto, puede obtener un elevado grado de certeza. Sí que se aparta de la simple opinión, y sí que se acerca al saber. Sin embargo, no es un saber estricto, ya que carece de la evidencia objetiva y de la certeza científica, propias de lo que debe entenderse por saber. Por consiguiente, entendemos por creencia el asentimiento que otorgamos a ciertas verdades o informaciones (mensajes, enunciados), fundados por la confianza y la competencia (autoridad) de quien informa, enseña o comunica algo. Esta creencia gnoseológica, por tanto, supone ir más allá del sentido impreciso y general de creencia corriente o popular de la calle, e ir más allá de numerosas investigaciones psicológicas en las que creencia equivale a pensar. Esto no implica excluir el sentido de asentimiento espontáneo, y a veces irreflexivo, que prestamos a ciertas informaciones, mensajes o convicciones recibidas del ambiente social, las cuales (al decir de Ortega) "no las pensamos, sino que ellas actúan latentes, como implicaciones de cuanto expresamente hacemos o pensamos"[3]. Por todo ello, las creencias son algo de lo que no se nos ocurre dudar, y algo con lo que contamos de antemano. b) Conocimiento credencial La estructura del conocimiento credencial no deja de ser un tanto compleja, tanto psicológica como gnoseológicamente. Desde un punto de vista psicológico y sociológico, en la creencia intervienen, al menos, 3 géneros de factores: -el agente
informador, comunicante de un mensaje, junto a los medios o técnicas de que
se sirve; Para entender esto, podemos imaginar un triángulo cuyo vértice superior está ocupado por el receptor de la información, el 1º ángulo inferior por el emisor de la información, y el 2º ángulo inferior por el contenido mismo del mensaje[4]. Cada uno de estos componentes tiene su complejidad. En 1º lugar, el sujeto activo o emisor de una información puede ser considerado, bajo diversos aspectos, ya como testigo (explorador, detective, investigador...) ya como relator (informador, docente, predicador, profeta, vidente...). Y en todo caso, puede funcionar como informador inmediato o como cadena de informadores intermedios, a través de la cual circula un mensaje. En 2º lugar, el mensaje informativo suele ser también algo complejo, esto es, un discurso formado por múltiples enunciados o proposiciones, en las cuales se dice (se afirma o se niega) algo acerca de algo. Así pues, lo que creemos no son ideas o conceptos sueltos, ni palabras inconexas, sino mensajes que verdaderamente nos informan acerca de algo. Lo que suele hacerse mediante el lenguaje declarativo o predicativo. En 3º lugar, en el receptor de la información, pero sujeto activo de la creencia, también hay que distinguir varios elementos, tales como el carácter individual o social del mismo, los actos correspondientes de asentimiento credencial, y, sobre todo, los motivos o razones para prestar su confianza a un mensaje, enseñanza o información dados. En cuanto a la estructura gnoseológica, por así decirlo, de la creencia, parece una nota característica de la misma el ser un asentimiento a un contenido informativo, a través de la confianza en un informador. Es decir, pasamos desde el polo receptivo de la información a la aceptación del mensaje, a través del polo emisor o sujeto activo, que es el informador o maestro. Y ello, en base a los motivos que tenemos para creer. De aquí la importancia de tales motivaciones. c) Certeza y veracidad, en la creencia La vida humana apenas puede comprenderse sin el componente de las creencias. Esto es particularmente evidente en nuestro tiempo, en que nos hallamos sumidos en un ambiente de comunicaciones cruzadas, de mensajes, de noticiarios, de testimonios, de relatos, de secuencias de imágenes, aparte de lo que recibimos como tradiciones, noticias de hechos anteriores, historias, enseñanzas u opiniones. No es nuevo advertir que nos encontramos sometidos a una presión informativa constante, cuando no a una propaganda descarada, reclamándose para todo nuestra aceptación o nuestra buena fe. Por un lado, formamos parte de ese mundo de la información, como actores y como receptores; necesitamos absolutamente de la comunicación como medio obligado e insustituible para adquirir todo un bagaje de conocimientos. Por otro lado, tenemos conciencia de ser manipulados en muchas ocasiones, literalmente engañados, seducidos o malinformados por muchos de los mensajes recibidos. En cualquier caso, tenemos la impresión de que carecemos de la suficiente evidencia en cuanto a lo que debemos creer y a quién debemos creer, o cuándo debemos creer. Que el creer se presenta como un entregarse al informador, como un firmar un cheque en blanco. Los estudios psicológicos para analizar los modos más eficaces de obtener la confianza de la gente, para crear imagen, no contribuyen precisamente a la confianza en la información, sino quizás a sospechar más vehementemente que somos utilizados. Tanto desde el punto de vista gnoseológico, como desde el sociológico, se impone, pues, la adopción de unos criterios o reglas, siquiera generales, que nos permitan poder dilucidar cuándo y a quién debemos otorgar nuestra confianza credencial. En resumen, se trataría de saber cómo podemos decidir nosotros, los receptores de un informe, enseñanza o información, si el sujeto emisor de los mismos es persona digna de crédito o no lo es. Los criterios generales pueden y deben ser múltiples, según las diversas maneras de recibir la información, ya de forma inmediata, ya por vía de cadenas informativas, que tienen sus fuentes a distancia nuestra, ya sea una distancia espacial, ya sea, además, una distancia temporal. Así, por ejemplo, el conocimiento personal del testigo o informador parece ser un criterio positivo para aceptar su mensaje. Con todo, se ha de limitar esta confianza al campo específico de su competencia; y no es suficiente con que sea alguien famoso o muy conocido. Otro criterio puede ser la coincidencia de testimonios múltiples. Pero ha de ser acerca de la misma materia o tema; y, sobre todo, se ha de tratar de testigos múltiples y entre sí independientes. Del mismo modo, podemos acudir a signos externos, como la coherencia de lo que se hace y lo que se dice o enseña. Dentro de esto, prevalece, sin duda, el testimonio de los que ejercen la autocrítica o se retractan de opiniones anteriores o enseñan doctrinas contrarias a sus intereses materiales, a su comodidad... siendo el caso límite cuando alguien testimonia algo con el sacrificio de su vida. Mas no solamente hay que buscar razones para creer. También es una forma de creencia el no aceptar un testimonio en base a motivos negativos. Y estos pueden ser mucho más numerosos que los positivos. Podemos desconfiar del informador, en cuanto a sus dotes de observación o colectivas, o por la escasez misma de testigos o por el hecho de la discrepancia de testimonios acerca de los mismos temas. Incluso por la modalidad al ejercer el testimonio o la información, por ejemplo, si se dicen las verdades a medias o de forma equívoca, con doble sentido, o bien mediante fórmulas metafóricas, brillantes en imágenes innecesarias, o por miedo y coacción, favoreciendo abiertamente los intereses del informador. En un plano teórico, diríamos que lo que afirma una persona digna de fe y competente en un campo determinado, debe ser creído. Seria un tanto contradictorio que la persona fuera creíble en el campo de su competencia y no fuera creída en cuanto afirma respecto de dicho campo. En el terreno práctico, la dificultad está siempre en decidir quién y cuándo se trata de una persona digna de crédito. A ello contribuyen los criterios anteriormente insinuados y algunos otros. Con lo que la certeza que podemos obtener en el conocimiento credencial suele ser más bien de tipo probabilístico. No obstante, pueden darse casos en que tal probabilidad sea muy elevada. Así, nadie duda de la existencia de Napoleón, o de que la tierra gira en tomo al sol, aunque éstos sean conocimientos que obtenemos mayoritariamente por medio de una cadena de informes precedentes. .
_______ [1] cf. BOCHENSKI, I. M; ¿Qué es Autoridad?, ed. Herder, Barcelona 1979. [2] cf. STEINFATT, T. M; Comunicación Humana. Una introducción interpersonal, ed. Diana, México 1983, p. 145. [3] cf. ORTEGA GASSET, J; Ideas y Creencias, en Obras completas V, ed. Alianza, Madrid 1983, pp. 387-388. [4] cf. VICENTE BURGOA, L; Palabras y Creencias, ed. Universidad de Murcia, Murcia 1995, p. 40. |