18 de Abril

Jueves III de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 18 abril 2024

b) Jn 6, 44-51

         El discurso de hoy Jesús en la sinagoga de Cafarnaum sigue adelante, progresando hacia su plenitud. La idea principal sigue siendo también hoy la de la fe en Jesús, como condición para la vida. La frase que la resume mejor es el v. 47: "Os lo aseguro, el que cree tiene vida eterna". Ahora bien, a los verbos que encontrábamos ayer (ver, venir y creer) hoy se añade uno nuevo: "Nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no le atrae". La fe es un don de Dios, al que se responde con la decisión personal.

         Dentro de este discurso sobre la fe en Jesús hay una objeción de los oyentes, que refleja bien cuál era la intención de Jesús. En efecto, muchos murmuraban y se preguntaban: "¿Cómo puede decir que ha bajado del cielo?" (v.42). Lo que escandalizaba a muchos era que Jesús, cuyo origen y padres creían conocer, se presentara como el enviado de Dios, y que hubiera que creer en él para tener vida.

         Al final de la lectura de hoy parece que cambia el discurso. Ha empezado a sonar el verbo comer. La nueva repetición ("yo soy el pan vivo") tiene ahora otro desarrollo ("el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo"). Donde Jesús entregó su carne por la vida del mundo fue sobre todo en la cruz. Pero las palabras que siguen, y que leeremos mañana, apuntan también claramente a la eucaristía, donde celebramos y participamos sacramentalmente de su entrega en la cruz.

         Nosotros, cuando celebramos la eucaristía, acogiendo la Palabra y participando del cuerpo y sangre de Cristo, tenemos la suerte de que sí "vemos, venimos y creemos" en él, le reconocemos. Y además sabemos que la fe que tenemos es un don de Dios, que es él que nos atrae. Creemos en Jesús y le recibimos sacramentalmente, pero ¿de veras esto nos está ayudando a vivir la jornada más alegres, más fuertes, más llenos de vida? Porque la finalidad de todo es vivir con él, como él, en unión con él.

José Aldazábal

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         "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo", y "si alguno come de este pan vivirá eternamente", pues "el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo". Jesús revela el gran misterio de la eucaristía. Sus palabras son de un realismo tan grande que excluyen cualquier otra interpretación. Sin la fe, estas palabras no tienen sentido. Por el contrario, aceptada por la fe la presencia real de Cristo en la eucaristía, la revelación de Jesús resulta clara e inequívoca, y nos muestra el infinito amor que Dios nos tiene.

         La consagración eucarística es la piedra de toque de la fe cristiana. Pues tras la transustanciación, que "convierte la sustancia del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo", no queda ya nada de pan y de vino, sino las solas especies. Como bien decía Pablo VI, "bajo ellas Cristo entero está presente en su realidad física, aun corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos están en su lugar" (Mysterium Fidei).

         En la comunión eucarística se nos entrega el mismo Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre; misteriosamente escondido, pero deseoso de comunicarnos la vida divina. Y su divinidad actúa en nuestra alma, mediante su humanidad gloriosa, con una intensidad mayor que cuando estuvo aquí en la tierra. Oculto bajo las especies sacramentales, Jesús nos espera, y le decimos: tú eres nuestro Redentor, la razón de nuestro vivir.

         La comunión eucarística sustenta la vida del alma de modo semejante a como el alimento corporal sustenta al cuerpo: mantiene al cristiano en gracia de Dios librando el alma de la tibieza, y ayuda a evitar el pecado mortal y a luchar contra el venial. La eucaristía también aumenta la vida sobrenatural, la hace crecer y desarrollarse, y deleita a quien comulga bien dispuesto. Nada se puede comparar a la alegría de la cercanía de Jesús, presente en nosotros. Jesús nos espera cada día.

Teresa Correa

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         Jesús se presenta pues como la meta última de esa sabiduría divina que se expresaba tan maravillosamente ya en los profetas, pero que se desarrolló y materializó en todo un cuerpo literario, el de los libros sapienciales: Job, Proverbios, Eclesiastés (Qohelet, lit. Predicador), Cantar de los Cantares, Eclesiástico (Ben Sirá, o Sirácida) y Sabiduría. En ellos se nos presenta la sabiduría como un atributo de Dios, por medio del cual creó el mundo y lo sigue conservando y recreando para complacerse en él y para que sirva de hogar a los seres humanos.

         Esa sabiduría divina quedó expresada en la ley que Dios dio a su pueblo, a cuya reflexión y meditación se dedican los verdaderos sabios. Una ley que es garantía de vida para el pueblo, siempre que la guarde y ajuste su existencia a sus preceptos.

         Personificada como una matrona que se hace presente en el mundo (Prov 8-9; Eclo 1, 1-21; 24; Sab 6-9 y Job 28) la sabiduría divina se ofrece a la humanidad para que esta pueda alcanzar el verdadero gozo que procede de Dios y no de las vanidades del mundo. Justicia, derecho, paz, abundancia de bienes para todos, salud, belleza, equidad.

         Estos y otros muchos valores se ofrecen con la sabiduría que los contiene y abarca todos. Ella, finalmente, los ofrece en forma de banquete al cual se invita a todos los humanos, especialmente a los simples, los necios, los que este mundo reputa como ignorantes: "Venid y comed de mi pan, y bebed del vino que he mezclado; dejad las simplezas y viviréis, dirigidos por los caminos de la inteligencia” (Prov 9, 5-6).

         En el discurso del Pan de Vida, tácitamente Jesús se nos presenta como la verdadera sabiduría de Dios. Quien escucha lo que dice el Padre y aprende como buen discípulo la lección, va hacia Cristo. Y el que está con Cristo y cree en él tiene la vida eterna y la resurrección. Para vivir es necesario el pan de cada día, y para tener la vida eterna es necesario este pan de la eucaristía que nos ofrece Jesucristo, en un banquete suculento como el que la sabiduría del AT ofrecía a sus devotos.

         Aquí la sabiduría es Jesucristo, una sabiduría nada teórica ni intelectualista, sino todo lo contrario: la sabiduría de Cristo, que nos da la vida en plenitud que es el amor. El verdadero amor, que para ser amor a Dios tiene que ser, necesariamente, amor al prójimo, al hermano cercano. ¿Y qué ser humano no es para nosotros cercano en estos tiempos de globalización?

Juan Mateos

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         El largo texto que venimos leyendo esta semana (cap. 6 de Juan) es conocido como el Sermón Eucarístico, y tiene sus peculiaridades. En efecto, sabiendo Juan que su evangelio era el último en escribirse, y que toda la Iglesia celebraba ya la Cena del Señor, el evangelista decide omitir el relato de la institución eucarística, y se dedica a recoger una serie de instrucciones de Jesús sobre el significado de la eucaristía.

         En el caso de hoy, el pasaje hace pasar a la comunidad del pan que se necesita para vivir (maná, lit. pan común) al "pan que da la vida" y hace posible la vida eterna. No desprecia la comida del cuerpo (pues también implicaba la compartición de alimentos, en la 1ª comunidad), pero sí se centra en el alimento espiritual.

         Así, pues, el cuerpo y la sangre de Jesús son "verdadera comida", para los que comieron con él junto al lago y para las comunidades cristianas futuras. La comida del pan alimenta el cuerpo, y la comida del pan eucarístico alimenta el espíritu. Sin estos alimentos el hombre se debilita y puede morir. ¿Realmente tomas la eucaristía como un alimento más?

Ernesto Caro

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         En el pasaje evangélico de hoy, el Resucitado se presenta a su Iglesia con aquel "yo soy el que soy", que lo identifica como fuente de salvación: "Yo soy el pan de la vida" (Jn 6, 48). En acción de gracias, la comunidad reunida en torno al Viviente lo conoce amorosamente y acepta la instrucción de Dios, reconocida ahora como la enseñanza del Padre. Cristo, inmortal y glorioso, vuelve a recordarnos que el Padre es el auténtico protagonista de todo. Los que le escuchan y creen viven en comunión con el que viene de Dios, con el único que le ha visto y, así, la fe es comienzo de la vida eterna.

         El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos a nosotros, sino que nos asimila. Él nos hace tener hambre de Dios, sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón. La eucaristía es anticipación de la gloria celestial, como decía San Ignacio de Antioquía: "Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo".

         La comunión con la carne del Cristo resucitado nos ha de acostumbrar a todo aquello que baja del cielo, es decir, a pedir, a recibir y asumir nuestra verdadera condición: estamos hechos para Dios y sólo él sacia plenamente nuestro espíritu.

         Pero este pan vivo no sólo nos hará vivir un día más allá de la muerte física, sino que nos es dado ahora "por la vida del mundo" (Jn 6, 51). El designio del Padre, que no nos ha creado para morir, está ligado a la fe y al amor. Quiere una respuesta actual, libre y personal, a su iniciativa.

         Así que, cada vez que comamos de este pan, ¡adentrémonos en el Amor mismo! Ya no vivimos para nosotros mismos, ya no vivimos en el error. El mundo todavía es precioso porque hay quien continúa amándolo hasta el extremo, porque hay un sacrificio del cual se benefician hasta los que lo ignoran.

Pere Montagut

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         El fragmento del evangelio de hoy se abre con una afirmación categórica de Jesús sobre la intervención del Padre en la vida del cristiano: "Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre". Lo interesante de esta afirmación es que Jesús la clarifica en seguida: "No es que alguien haya visto al Padre".

         Esto nos plantea la necesidad de saber entender la forma en que Dios interviene en nuestra vida. Ciertamente no lo hace con apariciones, sino en el silencio de la vida cotidiana. Aquí es donde, según Jesús, hay que descubrir la presencia de Dios.

         Este planteamiento de Jesús choca con nuestra mentalidad contradictoria que, cuando no está absorbida por el seco análisis racional, está entregada al deseo utilitarista de lo milagroso. Jesús, en cambio, pedía a sus discípulos una disponibilidad abierta a descubrir, leer y encontrase con Dios Padre en el interior de la propia vida. Esto es lo que permite abrirse y dejarse penetrar por un mensaje que cambiará la manera de apreciar la realidad, de relacionarse unos con otros y de entender a Dios.

         Según Jesús, hay dos cosas que podemos hacer desde la cotidianidad: escuchar al Padre y reproducir las obras que él hace (v.45). No habla de un Padre alejado del ser humano en los cielos; habla de un Dios Padre que se hace manifiesto en la vida a través del Hijo que ha enviado, y que se identifica con él. Es precisamente en la cotidianidad de la asamblea comunitaria donde se da la comunión en Jesús.

         Hoy se impone la valoración de la cotidianidad en nuestros pueblos y culturas, pues es allí donde actúa y se descubre a Dios. En espacios como la casa, la calle o el trabajo, él nos interpela, nos invita a escucharlo y nos pide que respondamos. Nuestros pueblos tienen sus propias mediaciones en su camino hacia Dios. Valorar estos caminos y descubrir en ellos sus propios elementos de amor, de acogida, de justicia... es el mejor camino para que la asamblea comunitaria eucarística y la vida sacramental, conduzcan al encuentro del Dios de la Vida para todos.

Josep Rius

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         En el evangelio de hoy, Jesús replica a la crítica que le han dirigido, y viene a decir que su obra se entiende únicamente a la luz de una interpretación abierta de las Escrituras: "Todos serán discípulos de Dios". Es decir, no a la luz de la tradición interpretativa de los fariseos (los cuales creían que la fiel observancia de la ley conducía a la resurrección), sino a través de la comunidad del discípulo amado. En definitiva, que el único camino a la resurrección es la fe u opción por la persona de Jesús.

         La verdad del testimonio a favor de Jesús se prueba por su propio testimonio, por su talante de vida. El hecho de observar infinidad de normas piadosas, o de participar de la comida celestial, no excluyó a la multitud de la muerte en el desierto. El cambio de mentalidad ("nacer de nuevo") que Jesús exige a sus seguidores los lleva a romper con las seguridades del pasado.

         El tema del Pan de Vida nos invita a reflexionar sobre los grandes símbolos cristianos. La eucaristía, como encuentro personal con el Señor, y la Palabra de Dios reflexionada en comunidad constituyen Pan de Vida en la medida que se acepte el camino de Jesús: el camino de la entrega personal y la cruz.

         Otros caminos conducen únicamente a las seguridades en las que se endurecen los oyentes de Jesús, incluidos los discípulos. Al final, sus seguidores se escandalizan de la predicación y lo abandonan. En definitiva verán a Dios exclusivamente los seguidores que sean capaces de reconocerlo en el crucificado.

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 18/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A