25 de Marzo
Martes III de Cuaresma
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 25 marzo 2025
Mt 18, 21-35
Una vez más el evangelio da un paso adelante, y si la 1ª lectura nos invitaba a pedir perdón a Dios, ahora Jesús nos presenta otra consigna: saber perdonar nosotros a los demás. Por otro lado, la pregunta de Pedro (sobre el nº de perdones a dar) es razonable, pues para nuestras medidas es a veces bastante perdonar hasta 7 veces al mismo hermano. Para Pedro, no era difícil perdonar una vez, pero 7 veces era el colmo. Y la respuesta que recibe de Jesús no es la que se esperaba: perdonar 70 veces 7 (o sea, siempre).
La parábola de Jesús, como todas las suyas, expresa muy claramente el mensaje que quiere transmitir: una persona a la que le ha sido perdonada una cantidad enorme y luego, a su vez, no es capaz de perdonar una mucho más pequeña. Pero tenemos que recordar también la segunda parte del programa: saber perdonar nosotros a los que nos hayan podido ofender. "Perdónanos, como nosotros perdonamos", nos abrevemos a decir cada día en el Padrenuestro. Pero para pedir perdón, debemos mostrar nuestra voluntad de imitar la actitud del Dios perdonador.
La cuaresma es tiempo de perdón, y reconciliación en todas las direcciones, con Dios y con el prójimo. No echemos mano de excusas para no perdonar (tales como la justicia, la pedagogía...). Pues Dios nos ha perdonado sin tantas distinciones. El que tenga el corazón más sano que dé el 1º paso y perdone, sin poner luego cara de haber perdonado (que a veces ofende más) ni pasar factura. Alejemos de nosotros todo rencor, perdonemos con amor, sintámonos nosotros mismos perdonados por Dios.
José Aldazábal
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Se acercó Pedro a Jesús y le preguntó: "Si mi hermano peca contra mí, ¿cuántas veces he de perdonarle? ¿Hasta siete veces?". Pedro ha tenido disgustos con alguien, o ha discutido acaloradamente con alguien, o alguien le ha hecho alguna pizia. Pero de lo que se trata aquí no es de la gravedad de la falta, ni de la causa de la falta, sino de la dificultad que se siente para perdonar. Y Pedro, en ese campo, se debe haber sentido afectado en lo más vivo.
Nos encontramos en la esfera de las relaciones humanas, en las que entran en juego las faltas entre personas, en la que nacen y se mantienen los conflictos y las indiferencias, en la que las heridas son más vivas porque se las cree definitivas: "Si mi hermano peca contra mí...". Para comprender vitalmente la pregunta de Pedro, y la respuesta de Jesús, es preciso que apliquemos el caso de Pedro a mi propia vida: ¿Quién me ha hecho sufrir? Mis relaciones humanas, ¿con quién me resultan muy difíciles? ¿A quién debo perdonar?
Dícele Jesús: "No digo yo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete". La cifra 7, que había propuesto Pedro, era simbólica. Para un judío de entonces, era una cifra sagrada, que simboliza la perfección. Pero Jesús hace estallar esa perfección, y la lleva a otro nivel: 70 veces 7. Ciertamente, esto va más allá de lo razonable.
¿Y si el hermano no da señales de enmienda, o recae siempre en el mismo pecado contra mí? Sí, parece que Jesús va por ahí: incluso si no se mejorara la relación, es necesario que en nuestro interior cese toda enemistad, toda dureza, todo resentimiento. Es una exigencia evangélica, una exigencia cuaresmal.
Estas 2 cifras (el nº 7 y sus múltiplos) eran para el Génesis (Gn 4, 23) la expresión de la escalada de la violencia: los hijos de Caín se vengan 77 veces. Y significaba que el mal se multiplicaba en progresión geométrica, atrayendo la violencia más violencia: "He matado a un hombre por mi herida. Y si Caín fue vengado 7 veces, Lamek lo será 77 veces." La desmedida del perdón pedido por Dios corresponde a esta proliferación del odio: hay que invertir el proceso. "No os dejéis vencer por el mal, antes bien, venced el mal con el bien (Rm 12, 21).
Noel Quesson
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Hoy el evangelio de Mateo nos invita a una reflexión sobre el misterio del perdón, proponiendo un paralelismo entre el estilo de Dios y el nuestro a la hora de perdonar. El hombre se atreve a medir y a llevar la cuenta de su magnanimidad perdonadora: "Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?" (Mt 18, 21).
A Pedro le parece que 7 veces ya es mucho o que es, quizá, el máximo que podemos soportar. Bien mirado, Pedro resulta todavía espléndido, si lo comparamos con el hombre de la parábola que, cuando encontró a un compañero suyo que le debía 100 denarios, "le agarró y, ahogándole, le decía: Paga lo que debes" (Mt 18, 28), negándose a escuchar su súplica y la promesa de pago.
Echadas las cuentas, el hombre, o se niega a perdonar, o mide estrictamente a la baja su perdón. Verdaderamente, nadie diría que venimos de recibir de parte de Dios un perdón infinitamente reiterado y sin límites. La parábola dice que, "movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda" (Mt 18, 27). Y eso que la deuda era muy grande.
Pero la parábola que comentamos pone el acento en el estilo de Dios a la hora de otorgar el perdón. Después de llamar al orden a su deudor moroso y de haberle hecho ver la gravedad de la situación, se dejó enternecer repentinamente por su petición compungida y humilde: "Postrado le decía: Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré" (Mt 18, 26-27).
Este episodio pone en pantalla aquello que cada uno de nosotros conoce por propia experiencia y con profundo agradecimiento: que Dios perdona sin límites al arrepentido y convertido. El final negativo y triste de la parábola, con todo, hace honor a la justicia y pone de manifiesto la veracidad de aquella otra sentencia de Jesús: "Con la medida con que midáis se os medirá" (Lc 6, 38).
Enric Prat
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El texto evangélico de hoy nos invita a dirigir nuestra mirada a Dios en orden a asumir nuevas actitudes en la relación con los hermanos que nos ofenden. En la realidad a la que la parábola apunta, se trata de Dios ante quien toda persona debe considerarse como deudora, ya que no ha dado la respuesta adecuada, y de la relación que existe entre deudores y acreedores, ofensores y ofendidos, en la relación horizontal entre los seres humanos.
Pero si la actitud de los dos deudores es la misma, la de los acreedores es totalmente diversa. Aquel a quien se debía una suma millonaria asume la actitud de perdón total y quien era acreedor de la pequeña cantidad arroja a su deudor a la cárcel.
Este es el punto central de la enseñanza de la parábola. La misericordia aparece como la característica fundamental del actuar divino y puede ser experimentada en la vida de cada persona humana. Pero esta experiencia de perdón recibida, para ser conservada exige que se convierta en actitud permanentemente reguladora de las relaciones fraternas. Sólo cuando somos capaces de compartir el perdón de Dios, perdonando a los hermanos, permanecemos en comunión con Dios. Negarse a perdonar significa haber roto la ligazón a la fuente del perdón, al Padre del cielo.
Confederación Internacional Claretiana
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La cuantificación y el esquema lógico que Pedro quiere hacer del perdón es refutado inmediatamente por Jesús, quien le hace caer en cuenta de que el perdón revela la calidad humana de quien lo concede, calidad que se logra en la medida en que se asemeje al obrar del Padre celestial. Por lo tanto no son contables las veces en las cuales se deba conceder el perdón. De la misma manera que el Padre no se cansa de otorgarnos su perdón, así debería actuar cada uno de nosotros con su hermano.
El método que para enseñar usa aquí Jesús es el mismo de sus grandes enseñanzas: el de la parábola. Su experiencia de sentirse amado y reconciliado con el Padre y de sentir la necesidad de trasladar este perdón o reconciliación a la sociedad humana, lo lleva a crear esta parábola en la que queda claro la ilogicidad de quien no quiere perdonar.
Pero ¿cómo es posible que no sepamos perdonar a quien nos ofende, cuando el Padre celestial nos perdona a diario mil veces más? ¿No son nuestras mutuas ofensas humanas algo pequeñito en comparación de nuestras ofensas para con Dios? Quien no sea capaz de perdonar a su hermano, sencillamente, no merece el perdón de Dios.
A la gente de su tiempo y de nuestro tiempo Jesús no se cansa de reiterar que el advenimiento del Reino será de manera distinta a lo visto hasta entonces en el proceder humano. El reino de Dios, por ser un acto de gracia o de amor gratuito, parte de la reconciliación. Como lo hace Dios, hay que acoger a todos los seres humanos, sin importar cuán pecadores sean.
El Reino acontece allí donde acontezca el amor gratuito, el perdón. Por eso su acontecer es sencillamente la presencia tangible de la misericordia. Mientras el mundo no rompa con el perdón el espiral de la venganza, no hará habitable la tierra. La llenará de odio y de violencia. Es una obligación perdonar y ser compasivos para con los hermanos, en agradecimiento a Dios, que lo fue con nosotros.
Servicio Bíblico Latinoamericano
Act:
25/03/25
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