16 de Abril

Martes III de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 16 abril 2024

b) Jn 6, 30-35

         En el evangelio de hoy, la gente sencilla pide signos a Jesús. Y a forma de provocarle, le dicen que Moisés sí había hecho signos, como el del maná (que proporcionó pan en la travesía del desierto). Es lo que provoca que Jesús no pueda guardarse para más adelante, sino que tenga que proclamar ya mismo, su explicación al respecto: el Pan de Vida.

         Paradójicamente, el día anterior había hecho Jesús el signo (milagro) de la multiplicación de los panes, pero el pueblo parece no haber entendido nada, o no había querido entender. De ahí que Jesús no pueda esperar más (a un momento más adecuado y maduro), y tenga que explicarlo ya: el Pan de Vida. Pues como dice el Salmo 77, 24: "Les diste pan del cielo" (o como cantamos en la bendición con el Santísimo: "Panem de coelo praestitisti eis").

         El su discurso, Jesús establece un paralelismo entre el pan de Moisés y su Pan verdadero, entre el pan que no saciaba (a los hebreos) y el Pan que da vida eterna, entre el pan del desierto y el pan del cielo. A partir de la experiencia de la multiplicación, y del recuerdo histórico del maná, Jesús conduce a sus oyentes hacia la inteligencia más profunda del pan que Dios les quiere dar, que es él mismo, Jesús.

         Si en el desierto el maná fue la prueba de la cercanía de Dios para con su pueblo, ahora el mismo Dios quiere dar a la humanidad el Pan verdadero, Jesús, en el que hay que creer. Siempre es parecido el camino: de la anécdota de un milagro hay que pasar a la categoría del Yo Soy. En el caso presente, al "yo soy el pan de vida".

         Nosotros tenemos la suerte de la fe, e interpretamos claramente a Jesús como el Pan de la vida, el que nos da fuerza para vivir. El Señor, ahora glorioso y resucitado, se nos da él mismo como alimento de vida. Pero aquella gente del evangelio, sin saberlo bien, no sabía cómo responder, y de ahí que se limite a decir: "Danos siempre de este pan", en clara alusión al pan minúsculo que habían comido el día anterior (y no al pan que Jesús hoy les estaba proponiendo). El pueblo quería el pan inmediato, pero Jesús les propone el pan definitivo.

         Los cristianos no podemos conformarnos con saciarnos con el Pan de Vida, sino que deberíamos dedicarnos a distribuirlo a los demás, a anunciarlo a los demás, a hacer que la gente tenga hambre de ese pan, de acompañar a la gente a que se acerque a ese Pan. Pues se trata de un Pan que baja del cielo (no de la tierra) y da vida al mundo (no vida terrenal).

José Aldazábal

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         El pasaje del discurso eucarístico que hemos leído hoy presenta también, como la 1ª lectura, el contraste entre Antigua Alianza y Nueva Alianza, el tiempo de la preparación y la promesa, y el tiempo de la plenitud.

         Como los judíos retan a Jesús a que muestre sus obras, jactándose ellos del pan milagroso que sus antepasados comieron en el desierto, él les recuerda que no fue Moisés el dador del maná, sino Dios mismo que quiere ahora alimentar a sus hijos con el verdadero pan del cielo: "Yo soy el pan de vida".

         Así, Cristo se presenta como la realización de las expectativas y virtualidades contenidas secretamente en el milagro del maná en el desierto, durante la travesía de Israel desde Egipto hasta la tierra prometida.

         Si leemos el pasaje del AT en donde se nos habla del maná (Ex 16), captamos algunas peculiaridades que iluminarán nuestra comprensión de la eucaristía cristiana. En 1º lugar el maná era un don gratuito de Dios para la comunidad, que no se recibía por propia cuenta sino en el campamento y al amanecer, sin que nadie lo pudiera acaparar (de hecho, los israelitas que intentaron recoger más de la cuenta se dieron cuenta de que ese pan les dañaba).

         En 2º lugar, el maná permitía consagrar el culto a Dios, pues ningún sábado era otorgado, sino que aparecía los viernes en doble ración (y así, el pueblo podía cumplir con el sabbat). En 3º lugar, el maná fue alimento del pueblo mientras éste estuvo en marcha hacia la tierra prometida. En 4º lugar, una porción del maná se puso delante del Arca del Testimonio, como memorial para los israelitas.

         Estas son las razones que tiene Jesús para decir a los judíos que él es el Pan de Vida, y que quien está con él no pasará hambre, ni quien cree en él pasará sed jamás. Éste es el signo de Jesús, que ofrece a quienes lo retan a emularse con Moisés y superar el milagro del maná. La eucaristía de Jesucristo supera al maná en cuanto que es un pan que "da vida al mundo" entero y no sólo a los hebreos, entre otras superioridades.

Juan Mateos

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         El milagro de la multiplicación de los panes fue un acontecimiento de tal profundidad, que se constituyó para el evangelista en un verdadero ejemplo de lectura simbólica. Entre las muchas enseñanzas que Juan saca de este milagro está la de que sirve para actualizar nuestra memoria histórica.

         Los personajes y contenidos de la historia de nada nos sirven, si su memoria no es actualizada, es decir, si ellos no responden a nuestras necesidades vitales actuales. Esto es lo que Jesús les enseñó a los judíos al releer la figura de Moisés, la del maná y la del tiempo del desierto, desde su propia perspectiva.

         Jesús bien sabía que si no actualizaba la memoria histórica del pueblo, éste caería, como de hecho estaba cayendo, en el fundamentalismo: entender la historia literalmente, y por eso, no poder cambiar su dirección. Cuando el pueblo cae en el fundamentalismo histórico, pierde el sentido de la novedad y cree que las cosas deben seguir siendo tal y como lo han sido hasta el presente.

         Jesús quería que lo vieran como la alternativa de cambio que el Padre celestial le enviaba al mundo, en busca de una sociedad alternativa, más justa. Por eso Jesús les enseñaba cómo en Moisés, dador del maná, debían verlo a él (verdadero Pan del cielo), y cómo en el tiempo del desierto debían ver su propio tiempo.

         Quien no tenga esta capacidad de re-lectura, no puede actualizar su memoria histórica, y lo único que hace es congelar los acontecimientos en una fría memoria, petrificarlos en la historia, imposibilitándoles tener un significado para nosotros hoy.

         Si no leemos a Moisés, al maná y al desierto, desde Jesús, la antigua historia de Israel pierde su sentido, y lo único que haríamos sería condenarnos a repetirla. Y en vez de transformar nuestra historia, congelaríamos las esperanzas y pensaríamos inexorablemente haber llegado al final de esa historia.

Josep Rius

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         En el evangelio de hoy, Juan nos presenta la respuesta de la multitud a las exigencias de Jesús. Por el signo de los panes y los peces la gente estaba dispuesta a aceptarlo como líder político (Jn 6, 15). Pero, ante la exigencia de aceptarlo como término de la fe, la gente pide un nueva señal, una obra que lo reivindique como el enviado de Dios (Jn 6, 27). Y para ello le recuerdan las señales que Moisés realizó en el desierto: alimentar a los hebreos con el maná.

         Jesús, junto al pan que sustente su cuerpo (que les dio ayer), hoy les da el pan que sustente su alma: la eucaristía (su mismo cuerpo). Este pan era la vida de las personas y de la comunidad judía. A este grupo Jesús, como enviado de Dios, les parecía poco comparado con Moisés.

         Jesús contesta aclarando de dónde procede lo que Moisés les ha dado: todo ha sido un don del Dios de la vida. El don que Dios da al mundo, a la humanidad, significa la vida para todos quienes lo reciben. Pronto, la multitud se adelanta a pedirlo, pero al presentarse Jesús como "pan de vida", la gente lo rechaza, aludiendo a que no puede venir de Dios un hombre al que le conocen su humilde origen (Jn 6, 41-42).

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 16/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A