17 de Abril

Miércoles III de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 17 abril 2024

b) Jn 6, 35-40

           El Discurso del Pan de la vida que Jesús dirige a sus oyentes en la Sinagoga de Cafarnaum, al día siguiente a la multiplicación de los panes, entra hoy en su desarrollo decisivo. Se trata de un discurso catequético de Jesús con 2 partes partes muy definidas: una 1ª que habla de la fe en él, y una 2ª que habla de la eucaristía. En la 1ª afirma "yo soy el pan de vida", y en la 2ª dirá "yo doy el pan de vida". Ambas están íntimamente relacionadas, y forman parte de la gran página de catequesis que Jesús nos ofrece en torno al tema del pan.

           Hoy escuchamos la 1ª parte del Discurso del Pan de Vida, repitiendo la última frase de ayer ("yo soy el pan de vida"; v.35) y con un contenido que alude directamente a la fe en Jesús. Lo cual viene explicitado a continuación, con frases tan elocuentes como "el que viene a mí", "el que cree en mí" o "el que ve al Hijo y cree en él". Se trata de creer en el Pan verdadero (en alusión al pintoresco maná del pasado) que Dios ha enviado al mundo (no en sentido directamente eucarístico, sino más metafórico: a una humanidad hambrienta) y único capaz de saciar.

           Se trata de un simbolismo similar (el pan) a los de la luz y del pastor, que ya había empleado en otra ocasión Jesús. Aunque es verdad que, en este caso, con una 2ª parte que mañana se leerá: la perspectiva eucarística, con los verbos comerme y beberme. De momento, el efecto del creer en Jesús es claro: el que crea en él "no pasará hambre", "no se perderá", "resucitará el último día" y "tendrá vida eterna".

           El que nos empieza a preparar ya para comer y beber el alimento eucarístico (de mañana) es el mismo Cristo, que se nos da 1º (hoy) como palabra viviente de Dios, para que veamos, vengamos y creamos en él. Así es como tendremos vida en nosotros. Es como cuando los discípulos de Emaús le reconocieron en la fracción del pan, pero reconocieron que ya "ardía su corazón cuando les explicaba las Escrituras".

           La eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra en la fe y desde la fe. A su vez, la fe llega a su sentido pleno cuando desemboca en la eucaristía. Y ambas deben conducir a la vida según Cristo. Creer en Cristo, comer a Cristo, vivir como Cristo.

José Aldazábal

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           Desde el principio de su discurso sobre el Pan de Vida, Cristo se esfuerza en hacer pasar a sus interlocutores del recuerdo (de los signos operados por Moisés) a la constatación (de los signos que él mismo realiza), y después de estos últimos al misterio de su propia persona y misión.

           "Ver al Hijo" (v.40) significa reconocer sus relaciones con el Padre, expresadas por su obediencia y su misión (temas del envío y de la voluntad de Dios). Pero es también "venir a él" (v.37) o "serle dado" (v.39) como discípulo. A ese respecto, el evangelista Juan imagina 2 círculos concéntricos: el del Hijo (discípulo del Padre) y el del cristiano (discípulo del Hijo; Jn 6, 44-46).

           Se comprenderá mejor la importancia de este texto si se recuerda la evolución de la enseñanza en las escuelas de los rabinos. Al principio, Dios mismo instruía a los suyos (Is 2,2-4; 54,13; Jer 31,31-34; Sal 50,8) y los sabios no enseñaban a sus discípulos o "hijos" (Prov 1, 8-10) más que la misma luz de Dios. Con la llegada del judaísmo, los maestros empezaron a formar escuelas, alrededor de las diversas interpretaciones y particularidades de la ley (Mt 23, 8-10).

           En el principio de su vida pública, Jesús llamó a sus propios discípulos (Lc 6, 17), y a ellos les impuso normas austeras, tales como renunciar a los lazos familiares (Lc 9, 59-62; 14, 33), la obligación de llevar su cruz (Lc 14, 17, 9, 23) y estar al servicio del Maestro en los detalles de la vida cotidiana (Lc 8, 3; Jn 4, 8). Jesús enlaza así con la antigua tradición, en la que Dios mismo era el que enseñaba, y los rabinos no eran sino sus enviados y sus portavoces (Jn 6, 44-45).

           En efecto, Jesús elige sus discípulos entre los que reconocen su unión con el Padre, le acompañan en la vida común y le ayudan en la misión que el Padre le ha encomendado. Rehúsa así a elegir a los más simpáticos o entusiastas, pues no era su voluntad, sino la del Padre, la que él sigue a la hora de elegir discípulos, a la hora de hacerles nacer en ellos la vocación (v.37).

         El evangelista Juan considera esencial, pues, que el discípulo sepa reconocer los lazos que unen a Cristo con su Padre, antes de contraer él mismo relaciones con Jesús. Pues el discípulo no se liga solamente a Jesús por lo que éste dice, sino sobre todo por lo que él es. No sigue únicamente a Cristo (como recalcan los sinópticos) sino que le ve (v.40).

           Después de la desaparición de Cristo, los apóstoles no tuvieron jamás la pretensión de agrupar discípulos a su alrededor. Por supuesto que habían recibido de Jesús la misión de "hacer discípulos" (Mt 28, 19), pero no discípulos de ellos sino de Cristo y de Dios (1Tes 4, 9).

         En otros términos, los apóstoles reemplazan al alumno rabínico por el discípulo experimental (como había hecho Jesús con ellos), dispuesto a llevar una vida de contacto permanente con Jesús a través del Espíritu y de la Palabra (Jn 8,31; 20,29). Ahora bien, ¿cuántos ministros de Cristo se ocupan más en defender sus ideas, antes sus discípulos, que de llevarlos a ver a Jesús?

Maertens-Frisque

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           Seguimos escuchando como lectura evangélica el Discurso del Pan de Vida, pronunciado por Jesús en Cafarnaum a propósito del milagro de la multiplicación de los panes. En él, Cristo se declara "pan de vida", pero no en el sentido de un sistema estomacal y biológico, sino en su sentido existencial más profundo: la apertura a la trascendencia, el anhelo de felicidad, la plenitud de las posibilidades vitales, y todo aquello que encamina a la "vida eterna". En definitiva, de un estilo de vida del que Jesús se declara alimento y bebida verdaderos.

           Jesús se identifica con el Padre (pues "todo lo que el Padre me entrega llega hasta mí") y tiene su mismo designio: comunicar vida al hombre (pues "yo no he bajado del cielo para realizar un designio mío, sino el designio del que me envió").

         La expresión neutra "todo lo que" subraya la unidad que forman los que se adhieren a Jesús, no como individuos aislados sino un cuerpo que no se perderá (sino que él lo resucitará "el último día"). Éste es el día en que terminará el mundo antiguo y se inaugurará el nuevo, el día de la muerte de Jesús (Jn 7, 37-39). Será entonces, con la entrega del Espíritu (Jn 19, 30.34), cuando éste concederá a los hombres la resurrección (es decir, la vida definitiva que supera la muerte).

           Dios nos ha destinado a esta vida eterna que Jesús alimenta con su eucaristía. Somos de Cristo por voluntad del Padre y Cristo no nos dejará por fuera. Su misión en la tierra es no perder nada de lo que el Padre le ha dado sino, al contrario, darle vida eterna por la resurrección.

           Por ley general, la vida de un ser humano se agota rápidamente, ya sea por las múltiples privaciones a las que se ve sometido, o ya sea por el carácter pasajero de todos sus excesos (bienes de consumo, caprichos sin sentido, placeres momentáneos...). En cambio, Cristo se ofrece a llevar nuestra existencia a su plenitud, a través de la donación de su propia vida (la resurrección) y de la vida del Padre (la vida eterna).

Juan Mateos

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           Hoy Jesús se presenta como el "pan de vida". A 1ª vista, causa curiosidad y perplejidad la definición que da de sí mismo Jesús. Pero si se profundiza en ella, nos daremos cuenta de que en dichas palabras se manifiesta el sentido de una misión: salvar al hombre de la muerte, y darle vida auténtica. De ahí diga Jesús: "Ésta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día" (Jn 6, 39). Por esta razón, y para perpetuar su acción salvadora y su presencia entre nosotros, Jesucristo se ha hecho para nosotros alimento de vida.

           Dios es el que hace posible que creamos en Jesucristo y nos acerquemos a él, pues como el mismo Jesús explica: "Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 6, 37-38). Acerquémonos con fe, pues, a áquel que ha querido ser nuestro alimento, nuestra luz y nuestra vida, ya que "la fe es el principio de la verdadera vida", como afirma San Ignacio de Antioquía.

           Jesucristo nos invita a seguirlo, a alimentarnos de él (dado que esto es lo que significa verlo) y a realizar la voluntad del Padre, tal como él la está llevando a cabo. Por eso Jesús, al enseñar a los discípulos la oración del Padrenuestro, colocó seguidas estas 2 peticiones: "hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" y "danos hoy nuestro pan de cada día". Este pan no sólo se refiere al alimento material, sino a sí mismo, con quien debemos permanecer unidos día tras día, en una cohesión profunda.

Joaquim Meseguer

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           A lo largo del evangelio de Juan, Jesús se identifica a sí mismo con los bienes que necesita el ser humano: la luz (Jn 8, 12), la vida (Jn 11, 25), el camino (Jn 14, 6)... En el pasaje de hoy, se presenta como el "pan que da vida", y como aquel que satisface 2 necesidades vitales: el hambre y la sed. Pero hay una condición: es necesario acercarse a él y creer en él (v.35). La multitud insiste en ver una señal confirmatoria para creer en él como "enviado de Dios", pero Jesús les recuerda que lo único que necesitan es verlo a él mismo.

           El público es el mismo que el de la multiplicación de los panes. Y para Juan, en los panes había que ver la entrega eucarística de Jesús, y la intención de Jesús era inducir a que los presentes le aceptaran como enviado del Padre. Quería conmoverlos a partir de sus necesidades cotidianas, para que en él descubrieran la bondad y la voluntad de Dios.

         Ordinariamente, el ser humano satisface las necesidades cotidianas aparentemente sin necesidad de acercarse a Dios. Jesús presupone otra necesidad más profunda en la persona humana: la necesidad de solidaridad, de que alguien tenga esa capacidad de entrega que nos haga sentirnos amados, hijos de un Padre y hermanos de otros que se preocupan por nosotros.

           Pero en los planes de Jesús no está el hacer demostraciones de su divinidad, pues tales señales probatorias sólo constituyen una tentación religiosa del pasado (en el desierto con Satanás) que Jesús supo superar, para presentarse en la sencillez de su historicidad (Jn 6, 41-43).

         Lo hizo así porque él tenía que presentarse como el auténtico camino hacia Dios, acogiendo a todos (grandes y pequeños) lo que optan por él y estando dispuesto a compartirles su propia existencia. Al recibir a Jesús, pues, se recibe a Dios, y con él el don de la vida permanente. La opción ante Jesús supone una opción entre la nueva vida y el antiguo modo de vivir. Quienes opten por Jesús serán resucitados en el momento definitivo.

           Jesús quiere que sus discípulos lleguen a descubrir en su persona esta capacidad de entrega, y por eso les habla de lo que significa llegar a sentirle como su alimento y bebida. Palpar a Jesús al comer el pan es, por lo mismo, algo más que una metáfora. Es aprender a entregarse por los demás.

           Pero para ello se necesitan 2 condiciones: acercarse a él y creer en él. Unas condiciones que, hoy más que nunca, necesita este mundo, repleto de violencia, narcotráfico, secuestros, corrupción, migraciones, depresión... Hoy más que nunca estamos necesitados de solidaridad. Y la eucaristía es precisamente esto: comer el cuerpo de Jesús y revivir su entrega, para adquirir la capacidad de repetirla.

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 17/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A