27 de Abril

Sábado IV de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 27 abril 2024

b) Jn 14, 7-14

         En el evangelio de hoy nos encontramos en el corazón mismo de la revelación que Jesús hace de su propia persona: su relación con el Padre. Surge a raíz de una pregunta de Felipe (el de las preguntas sencillas, y cuasi-evidentes) y conduce a una de las afirmaciones más decisivas de Jesús: "Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Pues el Padre permanece en mí, y él mismo hace mis obras".

         Las consecuencias son riquísimas. En 1º lugar, que al Padre nadie le ha visto, pero el que ha visto a Jesús ya ha visto al Padre. Es decir, que el que acepta a Cristo, ya ha creído y aceptado al mismo Dios. Jesús es la puerta, el camino y la luz, y en él tenemos acceso a Dios Padre. También el éxito de nuestra oración queda asegurado: "Lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré". Tenemos en Jesús al mediador más eficaz, y su unión íntima con el Padre hará que nuestra oración sea siempre escuchada, si nosotros estamos unidos a Jesús.

         Nosotros (como Felipe) no hemos visto al Padre. Y (a diferencia de Felipe) tampoco hemos visto a Jesús. Por eso somos los dichosos de Jesús: "Dichosos los que crean sin haber visto". Porque hemos creído en él, le seguimos como al verdadero Maestro y le comemos como al verdadero Pan. Dejamos que él nos guíe con su verdadera luz, y recorremos su camino como único medio para llegar a Dios.

         En la eucaristía tenemos una experiencia sacramental de la presencia de Cristo Jesús en nuestra vida. Una experiencia que nos ayuda a saberle ver también presente a lo largo de nuestros días, convencidos de que, unidos a él, "también haremos las obras que él hace, y aún mayores", como hemos leído hoy.

José Aldazábal

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         Los apóstoles no acaban de creer que puedan ver al Padre de igual manera que ven a Jesús, y de ahí que Felipe lo pida hoy a Jesús: "Muéstranos al Padre" (v.8). Cristo responde que el Padre no es accesible a las miradas, sino a la contemplación, y que esta última se apoya en el signo por excelencia del Padre: el Hijo (v.10) y sus obras (v.11). Todavía falta descubrir el misterio del Hijo: percibir su relación con el Padre, su papel mediador, la significación divina de sus obras.

         Esta contemplación del Padre en la persona y la obra del Hijo se extiende además a las mismas obras del cristiano (v.12), que se convierte así en el signo de la presencia del Padre en el mundo. Y es en esta búsqueda del Padre donde la oración cristiana adquiere su verdadero significado (vv.13-14). Pedir "en el nombre de Jesús" equivale, efectivamente, a solicitar la presencia de Cristo en el actuar humano, a fin de que este último sea verdaderamente signo de la presencia de Dios en el mundo.

         El término Dios ha representado en las religiones antiguas, e incluso en ciertas filosofías clásicas, una realidad que "se bastaba a sí misma" y que "se mostraba evidente per se" (Aristóteles). Los apóstoles comparten esta opinión cuando solicitan ver al Padre.

         Ahora bien, el mundo secularizado de hoy pone en duda a este Dios de la filosofía y de la religión, y la creencia occidental en un Ser Supremo (que dirige los asuntos del mundo) se esfuma, y no llegan a exponerse datos objetivos sobre su persona, quedándose a lo sumo en un Dios científico (creador y organizador, como cosa abstracta e incognoscible).

         La respuesta de Cristo a los apóstoles es significativa: no les revela nada del Padre (porque para esto habría debido recurrir a los argumentos filosóficos), pero les remite al desvelamiento de Dios en él mismo: "Quien me ve a mí, ve al Padre".

         Desde entonces, creer en Dios o creer en el Padre es confesar que hemos sido conocidos, amados y redimidos por Otro que apenas conocemos, pero que obra por nuestra salvación y hace llamadas a nuestra responsabilidad. Es aceptar también otros modos de conocimiento que los de la inteligencia pura, que realzan las relaciones interpersonales. Es por esto por lo que la oración juega un gran papel en la relación del cristiano con el Padre, y por lo que la Palabra Dios es sustituida por la palabra Padre.

Maertens-Frisque

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         En todos los tiempos, en todos los lugares, las gentes hondas han querido ver a Dios, ver al que nos ve. Felipe, en el evangelio de hoy, también le dice a Jesús: "Muéstranos al Padre, y nos basta".

         Felipe recibe una respuesta sorprendente: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre". Porque Dios no es algo que está arriba, ni abajo. Está entre los hombres y tiene un nombre: se llama Jesús. Es un judío de Galilea, no de Arabia. Jesús es el rostro del Padre, la imagen acabada del Padre. Está entre nosotros, acompaña nuestra existencia, vela por nuestra vida, tiene compasión de los enfermos, atiende a los más desvalidos.

         Las gentes hoy se preguntan dónde está Dios. Allí donde hay hombre y mujeres que tienen la mirada limpia y el corazón pacífico, allí donde hay gente que vive en las manos de Dios, allí está Dios. "Dios anda entre los pucheros", decía Santa Teresa de Jesús. Dios anda entre las cosas de esta vida. No, Dios no guarda silencio. Dios está hablando constantemente. Otra cosa es que el hombre padezca sordera y no le oiga. ¿Lo oyes tú? ¿Lo ves tú?

Patricio García

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         El Padre está presente en Jesús. Y la petición que le hace Felipe ("Señor, muéstranos al Padre"; v.8) denota su falta de comprensión. Había visto en Jesús al Mesías que podía deducirse de la ley y los profetas (Jn 1, 43-45); no ha comprendido que Jesús no es la realización de la ley, sino del amor y la lealtad de Dios (Jn 1, 14.17). En el episodio de los panes (Jn 6, 5-7) no comprendía la alternativa de Jesús y todavía sigue en las categorías de la Antigua Alianza. Ve en Jesús al enviado de Dios (Jn 12, 13), pero no la presencia de Dios en el mundo.

         Jesús le contestó: "Tanto tiempo como llevo con vosotros, ¿y no has llegado a conocerme, Felipe? Quien me ve a mí está viendo al Padre" (v.9). Jesús le contesta con una queja, pues por lo visto su convivencia con él, ya prolongada, no ha ampliado su horizonte.

         La presencia del Padre en Jesús es dinámica (v.10), y a través de él ejerce su actividad. Las exigencias de Jesús reflejan las múltiples facetas del amor, lo concretan y lo acrecientan. Y por eso comunican espíritu y vida (Jn 3,34; 6,63), hacen presente a Dios mismo (Jn 4, 24) y formulan la acción del Padre en Jesús (y, por su medio, con los hombres).

         Entre Jesús y el Padre hay una total sintonía. El último criterio de identificación y sintonía son las obras. La obra de Jesús ha sido sólo un comienzo, el futuro reserva una labor más extensa (v.12). Las señales hechas por Jesús no son, pues, irrepetibles por lo extraordinario, sino que son obras que liberan al hombre, ofreciéndole vida. Con este dicho, Jesús da ánimos a los suyos para el futuro trabajo, pues la liberación ha de ir adelante.

         En efecto, Jesús ha cambiado ya el rumbo de la historia, y ahora le toca a los suyos continuar en la dirección marcada por él. Los discípulos no están solos en su trabajo ni en su camino, pues Jesús seguirá actuando con ellos.

         A través de Jesús, el amor del Padre (su gloria) seguirá manifestándose en la ayuda a los discípulos para su misión. La oración de la comunidad expresa su vinculación a Jesús (v.14); se hace desde la realidad de la unión con él y a través de él, pidiendo ayuda para realizar su obra.

Juan Mateos

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         El apóstol Felipe le formula hoy a Jesús una petición que cualquiera de nosotros podría suscribir: "Señor, muéstranos al Padre, y nos basta". La respuesta de Jesús es tan nítida como la petición: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre". Acerquemos este juego de pregunta-respuesta a nuestra situación.

         Empecemos por la petición de Felipe: "Muéstranos al Padre". Hace 3 semanas me hablaron de una experiencia que los monjes coptos ofrecen en las riberas del Nilo a las personas que "buscan a Dios". Sobre la arena, han construido un pequeño poblado semicircular con casitas individuales en torno a una casa central, de la que mana un surtidor de agua que, por pequeños canales, llega a cada una de las casitas, en las que se hospedan los peregrinos.

         El lugar se llama Anafora (lit. hacia arriba, en griego), la casa central representa a Cristo, y él es el agua viva que vivifica a todo el que allí se baña. Durante 15 días, en ese lugar se van despojando sus moradores de muchas cosas accesorias, y el desierto los empieza a confrontar con su misterio interior, en torno a una pregunta que tienen que ir vislumbrando: ¿Hay alguien ahí?

         Pero vayamos a la respuesta: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre". La casa central de Anafora simboliza a Cristo, y en él se hace visible el misterio invisible de Dios. Por eso necesitamos fijar nuestros ojos en él, absorber sus palabras y ponernos a sus pies.

         Sin Cristo, la búsqueda de Dios naufraga en el mar de la subjetividad. Si tenemos alguna duda al respecto, examinemos nuestras etapas de alejamiento del Maestro. ¿Qué fe ha surgido? ¿Qué experiencia de Dios? El tesoro de Cristo no se impone, sino que se propone mediante el testimonio, y en su momento a través de la palabra.

Gonzalo Fernández

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         Hoy la Iglesia nos invita a considerar la importancia que tiene, para un cristiano, conocer cada vez más a Cristo. ¿Y con qué herramientas contamos para hacerlo? Con diversas, como la lectura atenta y meditada del evangelio, nuestra respuesta personal en la oración, nuestro esfuerzo en pro de un verdadero diálogo de amor (y no un mero monólogo introspectivo), y el afán renovado por descubrir diariamente a Cristo en nuestro prójimo más inmediato.

         "Señor, muéstranos al Padre", pide Felipe a Jesús (Jn 14, 8). Una buena petición para que la repitamos durante todo este sábado: "Señor, muéstrame tu rostro". Y para ello, podemos preguntarnos: ¿Cómo es mi comportamiento? ¿Ven los demás en mí el reflejo de Cristo? ¿En qué cosa pequeña podría luchar hoy?

         A los cristianos nos es necesario descubrir lo que hay de divino en nuestra tarea diaria, la huella de Dios en lo que nos rodea. En el trabajo, en nuestra vida de relación con los otros. Y también si estamos enfermos: la falta de salud es un buen momento para identificarnos con Cristo que sufre. Como dijo Santa Teresa de Jesús, "si no nos determinamos a tragar de una vez la muerte, nunca haremos nada".

         El Señor del evangelio nos asegura: "Si pedís algo en mi nombre, yo lo haré" (Jn 14, 13). Dios es mi Padre, que vela por mí como un Padre amoroso, y que no quiere nada malo para mí. Todo lo que pasa (todo lo que me pasa) es que tengo que santificarme, y eso con los ojos humanos no se ve, ni mucho menos se comprende. Pero es lo que Dios tiene predeterminado, y por eso va permitiendo que todo suceda así. Fiémonos de él de la misma manera que él se fía de nosotros.

Iñaki Ballbé

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         Los cristianos nos atrevemos a afirmar y anunciar que hemos visto el rostro del verdadero Dios. Que él nos ha mostrado su amor paternal en la persona de Jesús quien pudo decir: "El que me ha visto a mí ha visto al Padre".

         Nosotros afirmamos, y creemos, que la palabra de Jesús es la misma palabra definitiva de Dios, que sus obras son las que Dios le ha encomendado hacer, y que ahora Jesús, constituido en gloria a la derecha del Padre, es la imagen verdadera y perfecta de Dios. Esto lo afirmamos y creemos apoyándonos, entre otras, en palabras como las que Jesús ha dirigido hay a sus apóstoles en el cenáculo.

         En las palabras de Jesús (en su evangelio) vemos colmadas nuestras expectativas: el anhelo de justicia y de verdad, de belleza y de amor, de vida y felicidad... Y en ellas encontramos razones más que absolutamente válidas para luchar por la dignidad de los seres humanos (pisoteada por los poderes del mundo), para reclamar amor allí donde hay egoísmo. Incluso sabemos que podemos dirigir nuestra voz a Jesús glorificado, apoyándonos en su promesa: "Lo que pidan en mi nombre yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo".

Confederación Internacional Claretiana

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         Jesús reafirma la necesidad de reconocer en él al Padre. Y la petición de Felipe ("Señor, déjanos ver al Padre"), responde con otra pregunta: "¿Y todavía no me conoces, Felipe?". El conocimiento que pide Jesús a Felipe es algo más profundo que una mirada superficial o a la mera apariencia física. Se trata de pasar de un pensamiento lógico, racional y frío, a un pensamiento que involucre otras dimensiones, que tenga ojos para la realidad interior que encierra lo simbólico de la historia y la cultura. Sólo así se capta qué Dios se revela en Jesús y cómo la corporalidad de Jesús es sacramento.

         Esta es la mirada de fe que pide Jesús a Felipe en su momento. Se necesita entonces una disposición mental, afectiva y espiritual que involucre todos los valores del ser humano, incluida su corporeidad, su afectividad, su sensibilidad, su cultura. Para aceptar a Jesús como sacramento del Padre, la fe en Dios presupone y necesita de una mentalidad global, totalizadora, que supere la dualidad cuerpo-espíritu.

         Nuestra sociedad, marcada por un pensamiento dual, ha creado ámbitos donde prima lo espiritual sobre lo material, y de esta manera se sataniza lo que tenga que ver con lo físico. Se demoniza el cuerpo (según Pablo "templo del espíritu") y éste pasa a convertirse en motivo de discriminación y rechazo. Es decir, se termina negando la cultura.

         Jesús se propone a sí mismo como mediación a través de sus obras. Hay aquí una valoración del cuerpo como lugar teológico en el que se descubre a Dios, desde el que se dialoga con Dios y desde donde es posible participar y contribuir activamente en la construcción de una nueva sociedad: "El que cree en mí hará también las obras que yo hago" (v.12).

         Se trata de la visión integral (Dios-naturaleza-vida) más profunda de nuestra cultura occidental. Una visión que, valorada en su justa medida, podría ser el mejor de los aportes a los pueblos profundos de nuestro mundo de hoy, tan aquejado de problemas y faltas de solución.

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 27/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A