2 de Diciembre
Martes I de Adviento
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 2 diciembre 2025
Lc 10, 21-24
"En aquel preciso momento, con la alegría del Espíritu Santo, Jesús exclamó" (v.21a). A pesar de ser Jesús un hombre alegre y feliz, que comía y bebía con todos, y no un asceta por el estilo de Juan Bautista, solamente aquí se transparenta su alegría.
Se trata de uno de los procedimientos literarios más bellos e intencionados: el autor quiere dar el máximo relieve posible a los hechos que han ocurrido por 1ª vez. Finalmente, hay un grupo de discípulos que ha sido capaz de expulsar las falsas ideologías que encadenaban a la gente.
Jesús está en sintonía con "los setenta". A través de la misión bien hecha, llevada a cabo por estos personajes anónimos, y de la reacción exultante de Jesús, Lucas anticipa cómo será la misión ideal: abierta, universal, liberadora. "Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra" (v.21b). Jesús deja transparentar su experiencia de Dios (Padre) y prorrumpe en un canto de alabanza porque ya no hay dicotomía entre el plan de Dios (cielo) y su realización concreta (tierra).
Este plan se ha ocultado a los "sabios y entendidos", los letrados o maestros de la ley (Lc 5, 17.21.30; 7,30) y a los que se tienen por justos (Lc 5, 32), pues sus intereses mezquinos hacen que sus conocimientos científicos no sean útiles a la comunidad (su influencia se deja sentir incluso en los discípulos israelitas, los Doce, seguros de sí mismos y de sus instituciones religiosas), y se ha revelado a los "pequeños" (a los Setenta), despreciados por su origen étnico y religioso, pero con capacidad para comprender las líneas maestras del designio de Dios. Son hombres sin fachada.
Jesús cierra la acción de gracias como la había iniciado: "Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien" (v.21c). Estamos cansados de repetir que los planes de Dios no van parejos con los nuestros, pero lo decimos en otro sentido.
Los nuestros son los planes de la sociedad en la que nos encontramos inmersos: pretendemos eficacia, salud, pesetas (más bien marcos o yenes, ¿no es así?), quisiéramos figurar como la única religión verdadera, ser respetados por los poderosos y aparecer en los medios de comunicación. Jesús tiene otros valores, valores que han comprendido los sencillos, los pequeños, los que ya están al servicio de los demás, los que no tienen aspiraciones y están abiertos a todos.
De la acción de gracias Jesús pasa a una revelación que habría firmado el propio evangelista Juan: "Mi Padre me lo ha entregado todo, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (v.22).
Jesús tiene conciencia de conocer a fondo el plan de Dios. Ha tomado conciencia de ello en el Jordán, cuando se abrió el cielo de par en par, bajó el Espíritu Santo sobre él y la voz del Padre lo manifestó como su Hijo amado: "Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado" (Lc 3, 21-22).
La comunidad de Espíritu entre el Padre y el Hijo explica esta relación de intimidad, que, por 1ª vez, Jesús revela a sus íntimos. Sólo conoce al Padre aquel que recibe el Espíritu de Jesús y experimenta así el amor del Padre. El conocimiento que el estudio de la ley, la Escritura, procuraba a los "sabios y entendidos" no es verdadero conocimiento. Estaba falto del conocimiento por experiencia que sólo puede procurar el Espíritu de Jesús.
Josep Rius
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Ocasionalmente encontramos formas de cristianismo que se pasan a Jesús por la faja. El centro de su devoción no es el Jesús de los evangelios, sino un conjunto aficiones por imágenes, santos y otras figuras interesantes de la fe cristiana. Pero, muchas veces, sin querer, ignoran a quien es el centro de nuestra fe.
Lo que nos enseñan los evangelios en su extensa catequesis es esto precisamente: para la cabal comprensión y asimilación del cristianismo es insustituible conocer y comprender al hombre Jesús de Nazaret. El pasaje que hoy leemos nos enfatiza precisamente este asunto.
En boca de Jesús el evangelista nos propone una reflexión sumamente interesante. Para nosotros los cristianos, la relación con Dios está mediada por la historia concreta de una persona concreta que es indispensable para nuestra fe. Y esta persona no es otra que Jesús, el que venía de Galilea y murió en Jerusalén.
El evangelista es enfático en decirnos que "nadie sabe quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo". Jesús y su historia son de este modo insustituibles para la fe. Quien pretenda ser cristiano ignorando el significado de Jesús para la fe, pierde el tiempo y se equivoca de camino.
Hoy asistimos al nacimiento de muchos movimientos religiosos que se saltan olímpicamente la relevancia de Jesús y lo reemplazan por espiritualismo de poco vuelo. Cambian el núcleo de la fe por cualquier ideología, ilusión o engañifa creyendo que con hacer más fácil la religión y ponerle estrategias publicitarias hacen un gran aporte al cristianismo. El evangelio, por el contrario, nos invita a tomarnos a Jesús en serio y a valorarlo como el tesoro hallado en el campo: por el damos todo y vibramos de alegría.
Servicio Bíblico Latinoamericano
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02/12/25
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