5 de Junio

Jueves VII de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 5 junio 2025

Jn 17, 20-26

         "Que todos sean uno". Es lo que hoy pide Jesús a su Padre, para los que le siguen y para los que le seguirán en el futuro. Y siempre bajo el mismo modelo: "como tú, Padre, en mi y yo en ti". Se trata del prototipo más profundo y misterioso de la unidad: que los creyentes estén íntimamente unidos a Cristo ("que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy") y que de ese modo estén también en unión con el Padre ("para que el amor que me tenías esté en ellos, como también yo estoy en ellos"). Esa unidad con Cristo y con el Padre es la que hace posible la unidad entre los mismos creyentes.

         Esa es la condición para que la comunidad cristiana pueda realizar su trabajo misionero con un mínimo de credibilidad, "para que el mundo crea que tú me has enviado". La unión entre los seguidores de Cristo es una tarea inacabada, una asignatura siempre pendiente, tanto dentro de la Iglesia católica como en sus relaciones con las otras iglesias cristianas.

         Pero la consigna del ut unum sint (lit. "que sean uno") es algo que no acabamos de obedecer, por nuestra falta de capacidad dialogadora y de humildad. En la eucaristía invocamos 2 veces al Espíritu (la 1ª sobre los dones del pan y del vino, para que él "los convierta en el cuerpo y sangre de Cristo", y la 2ª sobre "los que vamos a participar del cuerpo y sangre de Cristo"). Y lo que se pide que el Espíritu realice sobre la comunidad es "que congregue en la unidad a cuantos participamos del cuerpo y sangre de Cristo", para que "formemos un solo cuerpo y un solo espíritu".

         El fruto de la eucaristía es la unidad, como debe serlo la Pascua que hemos celebrado. Pues para ser fieles al testamento  del Señor, es necesario que se cumpla una cosa: "que sean uno".

José Aldazábal

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         Jesús ora por la comunidad del futuro, ensanchando el horizonte de su comunidad a épocas sucesivas. Y está seguro de que su obra continuará, y de que el mensaje del Padre (Jn 6, 7), y mensaje de Jesús (Jn 14, 23), lo será también de los discípulos.

         Es decir, que dicho mensaje cristiano no ha de ser para los discípulos una doctrina aprendida, ni ha de ser algo propuesto como algo a lo que se está obligado. Sino que ha de ser propuesto como algo que se ama y que se vive, y que se comunica como experiencia y convicción propia. Sólo así el mensaje provocará la adhesión a Jesús (punto de referencia para todos los tiempos), y no como una teoría del amor sino como formulación de la vida y muerte de Jesús.

         La petición de Jesús alude a la unidad, expresión y prueba del amor, y distintivo de la comunidad. Su modelo es la unidad que existe entre Jesús y el Padre, y es condición para la unión con ellos. Quienes no aman no pueden tener verdadero contacto con el Padre y Jesús.

         Se establece así la comunidad de Dios con los hombres, desde su presencia e irradiación y a través de las obras que revelan su amor (Jn 9, 4). Ésta es la prueba convincente de la misión divina de Jesús, en la que no se convence con palabras sino con hechos.

         La gloria/amor del Padre (el Espíritu) que Jesús ha recibido (Jn 1, 14) constituye al Hijo (Jn 1, 32.34) uno con el Padre (Jn 10, 30). La comunicación de la gloria a los discípulos realiza en ellos la condición de hijos, y la comunidad de Espíritu produce la unidad entre ellos y con Jesús y el Padre.

         Dicha comunidad (germen de la Iglesia) es el nuevo santuario, y la realización plena del designio de Dios (v.23) depende de la existencia de su unidad, fruto del amor incondicional. Éste es el testimonio, válido ante los hombres y en el que la gloria/amor del Padre son equivalentes, y los discípulos manifiestan a un Dios que es don de sí total (que es Padre).

         El término quiero muestra la libertad del Hijo (Jn 13, 3), y su designio es el mismo del Padre. Estar con él (Jn 14, 3) denota la condición de hijos, y "contemplar su gloria" equivale a experimentar su amor (Jn 1, 14) y responder a él (Jn 1, 16). Jesús ha realizado el proyecto de Dios (Jn 1,1; 17,5), que el Padre había concebido como expresión total de su amor, y cuya realización en Jesús preveía desde el principio.

         Jesús expone al Padre la diferencia entre el mundo que lo rechaza y él y los suyos, para que el Padre justo los honre (Jn 12, 26) y resume el contenido de su oración. Alude a su actividad pasada (vv.4 y 6) y afirma su propósito para el futuro (vv.1 y 5): manifestar ser el Padre dando la vida.

         La cruz será la revelación plena y definitiva de la persona del Padre, manifestando todo el alcance de su amor. Conocer al Padre a través de Jesús es la vida definitiva (v.3). Por eso Jesús quiere que los discípulos sean iguales a él, que gocen del mismo amor del Padre que él ha gozado, para qué su unión con ellos sea total.

Juan Mateos

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         La última súplica de Jesús en su preciosa Oración Sacerdotal es una plegaria por la unidad. Como bien decía Juan Pablo II en su Ut Unum Sint, un regalo y una tarea que "consiste en es ser uno en Jesús".

         Jesús mismo antes de su Pasión rogó para "que todos sean uno" (v.21). Esta unidad, que el Señor dio a su Iglesia, y en la cual quiere abrazar a todos, no es accesoria, sino que está en el centro mismo de su obra. No equivale a un atributo secundario de la comunidad de sus discípulos, sino que pertenece al ser mismo de la comunidad. Dios quiere la Iglesia, porque quiere la unidad y en la unidad se expresa toda la profundidad de su ágape.

         En efecto, la unidad dada por el Espíritu Santo no consiste simplemente en el encontrarse juntas unas personas que se suman unas a otras. Es una unidad constituida por los vínculos de la profesión de la fe, de los sacramentos y de la comunión jerárquica. Los fieles son uno porque, en el Espíritu, están en la comunión del Hijo, y en él con el Padre. Como bien decía el apóstol Juan en una de sus cartas: "Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo" (1Jn 1, 3).

         Así pues, la comunión de los cristianos no es más que la manifestación en ellos de la gracia por medio de la cual Dios los hace partícipes de su propia comunión, que es su vida eterna. Las palabras de Cristo "que todos sean uno" son la oración dirigida al Padre, para que su designio se cumpla plenamente y brille a los ojos de todos "cómo se ha dispensado el misterio escondido desde siglos en Dios, creador de todas las cosas" (Ef 3, 9).

         Creer en Cristo significa querer la unidad, querer la unidad significa querer la Iglesia, y querer la Iglesia significa querer la comunión de gracia que corresponde al designio del Padre desde toda la eternidad. Éste es el significado de la oración de Cristo: "Ut unum sint".

Nelson Medina

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         Hoy encontramos en el evangelio un sólido fundamento para la confianza, el que pide Jesús al Padre: "Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que creerán en mí" (v.20). Son las entrañas del corazón de Jesús, que en la intimidad con los suyos abre los tesoros inagotables de su amor. Quiere afianzar sus corazones apesadumbrados por el aire de despedida que tienen las palabras y gestos del Maestro durante la Ultima Cena.

         Se trata de la oración indefectible de Jesús, que sube al Padre pidiendo por ellos. ¡Cuánta seguridad y fortaleza encontrarán después en esta oración a lo largo de su misión apostólica! En medio de todas las dificultades y peligros que tuvieron que afrontar, esa oración les acompañará y será la fuente en la que encontrarán la fuerza y arrojo para dar testimonio de su fe con la entrega de la propia vida.

         Pero la contemplación de esta realidad, de esa oración de Jesús por los suyos, tiene que llegar también a nuestras vidas, pues Jesús dijo: "No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que creerán en mí". Esas palabras atraviesan los siglos y llegan, con la misma intensidad con que fueron pronunciadas, hasta el corazón de todos y cada uno de los creyentes.

         En el recuerdo fresco de Juan Pablo II encontramos el eco de esa oración de Jesús por los suyos, cuando el papa polaco dijo ante 2 millones de personas: "Con mis brazos abiertos os llevo a todos en mi corazón. El recuerdo de estos días se hará oración pidiendo para vosotros la paz en fraterna convivencia, alentados por la esperanza cristiana que no defrauda".

         De forma un poco más arcaica, otro papa (San León I Magno) hacía una exhortación que nos llega al corazón después de muchos siglos: "No hay ningún enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no le ayude la oración de Cristo. Ya que si ésta fue de provecho para los que se ensañaron con él, ¿cuánto más lo será para los que se convierten a él?".

Joaquim Petit

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         En el evangelio de hoy Jesús nos pone de manifiesto que la fe en su causa (el Reino) es fe en el Dios de la vida, y que esta fe debe ser motivo de profunda comunión entre los discípulos de Jesús y el Padre. ¿Y por qué? Porque el testimonio de la unidad constituye el mejor argumento ante un mundo dividido y enfrentado.

         En efecto, cuando Jesús formula que "los que crean en Jesús sean uno, para que el mundo crea que el Padre envió a Jesús", está formulando su última voluntad, expresada al Padre ante la presencia de los discípulos, y dirigida a los discípulos ante el Padre (v.21). No se trata, pues, de cualquier tipo de unidad, sino que ha de tratarse de un tipo muy especial de unidad.

         A grandes rasgos, la unidad a la que alude Jesús ha de ser una señal clara de lo que nos une a todos entre sí, al Padre, al Hijo y a los cristianos: el amor, "de modo que el mundo sepa que tú me has enviado, y los amas a ellos con el mismo amor con que me amas a mí" (v.23).

         Se trata del modo (la unidad) de hacer posible el mandato supremo de Jesús: "Amaos unos a otros como yo os amo, pues en esto reconocerán que sois discípulos míos" (Jn 13, 34-35). Pero no sólo como mandato, sino como anuncio y promesa del don de su Espíritu: podréis amaros con mi amor, porque os envío mi Espíritu, y nadie puede amar con ese amor sino le es dado.

         Entre las cosas que Jesús juzgó importantes para decir, en el corto tiempo que tenía de despedida, estuvimos los cristianos y las generaciones futuras. Es de inmenso consuelo saber que en sus últimas horas, Jesús también pensó en nosotros. Y lo hizo con un cariño tan grande, que se transparenta en la inmensa ternura que el evangelista pone en sus palabras.

         Cuando Jesús pensó en las comunidades cristianas futuras, lo 1º que hizo fue pedir por su unidad. Bien sabía que la gran amenaza del cristianismo sería siempre la división, no una división de mal humor o de rabias pasajeras, sino la división profunda de los intereses particulares, del egoísmo.

         A lo largo de la historia vemos cuánta razón tenía Jesús. ¡Cuántas veces la Iglesia se ha dividido por celos de poder y de autoridad! ¡Cuántas veces por estar al lado de los poderosos, abandonando el lugar de los oprimidos! ¡Cuántas veces por confundir lo accidental con lo necesario o por considerar como revelado lo que era puramente cultural!

         La unidad no es uniformidad, y la unidad que Jesús busca no es una unidad que destruya la diversidad cultural, sino una "unidad del espíritu". Es decir, en la que sea un mismo Espíritu (el que él ha revelado) el que anime a todas sus iglesias. La unión se da al vivir todos con el mismo Espíritu Santo, al abrazar todos la causa que Jesús abrazó.

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 05/06/25     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A