25 de Mayo

Sábado VII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 25 mayo 2024

b) Mc 10, 13-16

         Escuchamos hoy cómo "le llevan a Jesús unos chiquillos para que los tocase, pero los discípulos se pusieron a conminarles (v.13). Los chiquillos, como en otra ocasión (Mc 9, 36), son los nuevos seguidores de Jesús, que aceptan plenamente su programa. Los discípulos quieren impedir que se acerquen a Jesús y les conminan como si tuviesen un mal espíritu (Mc 8, 32). Aparece de nuevo la tensión entre las 2 mentalidades del grupo (Mc 9, 37).

         Al verlo Jesús, les dijo indignado: "Dejad que los chiquillos se me acerquen, y no se lo impidáis. Porque sobre los que son como éstos reina Dios" (v.14). Jesús se indigna, y su prohibición ("no se lo impidáis") relaciona esta perícopa con la del exorcista (Mc 9, 39), figura de un seguidor anónimo. Tienen derecho al contacto con Jesús porque, gracias a su opción, Dios reina sobre ellos. Es decir, Dios reina de los que son como éstos ("de estos tales"), de los que se hacen "últimos de todos y servidores de todos" (Mc 9, 35).

         Jesús termina con un dicho solemne: "Os lo aseguro: quien no acoja el reino de Dios como un chiquillo, no entrara en él" (v.15). La actitud de estos seguidores es la necesaria para entrar en el Reino, cuya primicia es la comunidad cristiana. Para ellos, el Reino ya no está cerca (Mc 1, 15), su opción por Jesús ha colmado la distancia que lo separaba, y entran en él. Son modelo de aceptación y acogida del reinado de Dios.

         Como hizo Jesús antes con un chiquillo (Mc 9, 36), también aquí abraza a éstos, mostrándoles su identificación y afecto. Ya se ha notado la correspondencia entre abrazar y "ser hermano, hermana y madre" de Jesús (Mc 3, 35). Al gesto del abrazo se une la bendición de Jesús, la abundante comunicación de vida a los que han producido (Mc 4, 24).

Juan Mateos

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         Presentan hoy a Jesús unos niños "para que los tocase", pero los discípulos "los reprendían". Y viendo esto, Jesús "se enojó" y, abrazándolos, "los bendijo y les impuso las manos". Marcos, Mateo y Lucas cuentan esta escena. Pero es interesante comparar los 3 relatos, pues sólo Marcos ha notado que Jesús "se enojó", y sólo Marcos dijo que "los abrazó" (Mt 19,13-15; Lc 18,15-17).

         Esto nos revela un Jesús muy humano, muy próximo a nosotros, que se enoja cuando no está de acuerdo. Un Jesús tierno, amoroso y sensible, y que además abraza. Esto pone más en evidencia el contraste entre su actitud y la actitud de los apóstoles, "que regañaban a los niños! Así que, cuando se acaricia a un niño, o cuando se defiende a los niños, se continúa una actitud profunda de Jesús. Para Jesús ningún ser es insignificante, y el mas pequeño, o el más débil, o el más indefenso, es el más sagrado.

         Porque ya lo dijo Jesús: "Dejad que vengan a mí los niños, y no se lo estorbéis. Porque de ellos y de los que se semejan a ellos es el reino de Dios". No se trata pues tan sólo de un amor natural o encantador, sino de una toma de posición teológica, como diríamos hoy. Para Jesús, el reino de Dios no es exclusivo de los adultos, y cualquier persona (incluso un niño) es capaz de entrar en relación con Dios de un modo auténtico.

         Las comunidades primitivas, a las que Marcos se dirigía, conocían ya la controversia que hoy todavía subsiste en nuestros días: ¿hay que bautizar a los niños pequeños? ¿Hay que integrarles a la vida de la comunidad litúrgica? ¿Hay que hacerles participar de la eucaristía?

         El judaísmo tendía a considerar al niño como cantidad desdeñable durante su tierna edad, y su entrada en la sinagoga se hacía alrededor de los 12 años. Y en la sociedad romana en tiempo de Marcos, el niño estaba en una situación de total dependencia de los adultos.

         En este contexto, las tomas de posición de Jesús, en favor de los niños, tienen una resonancia capital: el niño no es insignificante, sino una persona individual, y delante de Dios tiene un valor infinito. Múltiples palabras de Jesús lo prueban: "Quien no acoge el reino de Dios como lo hace un niño, no entrará en él". No solamente el niño es capaz de una verdadera relación con Dios, sino que en este punto da una lección a los adultos.

         Tratemos de comprender bien la profundidad de este texto capital. Porque esto no se trata de volver al infantilismo, o a la nostalgia de la inocencia y del frescor de nuestros años jóvenes. Sino de ponernos en relación con Dios en una total dependencia de él. De hecho, el niño es aquí el símbolo de la disponibilidad, de la dependencia, de la obediencia. El niño no calcula, se da todo él, de una pieza, sin discutir, sin hacer comentarios (mientras que el adulto tiende a perderse en el análisis complicado de sus razonamientos).

         El niño dado como ejemplo a los adultos es el que se echa en brazos de su madre y que confía plenamente en ella para todo. El niño no puede vivir si no es amado, sino que vive de este amor y depende vitalmente de este amor, como una cuestión de vida o muerte.

         Pues bien, Jesús nos dice: sed así ante vuestro Padre del cielo. Y esto sí que es una cuestión de vida o muerte, pues "el que no acepte el Reino como lo hace un niño, no entrará en él". Hay toda una concepción teológica sobre la gracia, y sobre la vida sobrenatural, en esta fórmula aparentemente tan simple y sencilla.

Noel Quesson

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         Nada cesa definitivamente en la vida, y los ojos nunca mueren. Siguen viviendo nuestras raíces y, al fondo de todas ellas, sigue existiendo un niño. No dejamos de ser niños, y no hay nadie que no tenga nostalgia de aquellos años. Sencillamente porque en aquella época amábamos. Amábamos a nuestro pare y a nuestra madre, y a su sombra vivíamos, y en ellos confiábamos, y a su lado nada temíamos. Estando en los brazos de nuestra madre, vivíamos felizmente.

         Las cosas son así, y no les demos vueltas. Uno que ha tenido una madre, un rostro, un pecho, una sonrisa frente a sus ojos (para que estos recojan luz personal, y no sólo luz natural), vive en una relación de confianza primordial, de alegría original y de real felicidad. El mundo le parece algo bueno, sano y cabal, que le es regalado por la vida para acogerlo y no para hacerle daño. Y ni el dolor, ni el pecado, ni la ofensa, han introducido todavía en él la desconfianza, el recelo o el desamor.

         En el evangelio de hoy, Jesús nos invita a ser como niños: "Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos". Nos está invitando, pues, a ser como ellos, pero pensando en Dios, nuestro Padre. Nos invita a vivir a la sombra de Dios Padre, confiados en él, seguros de él. Porque si viviéramos de este modo...

Patricio García

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         Cuando miramos a los apóstoles en su improvisada tarea de niñeros exasperados la escena resulta cómica ante nuestros ojos. Menos gracioso es pensar todo lo que el mundo, nuestro mundo contemporáneo, hace para que los niños no se acerquen a Jesús. Y por eso, como mensajeros de la santa indignación que sufrió nuestro Señor en aquel momento, es deber nuestro hacer todo para que el deseo de su corazón se cumpla y los niños le puedan conocer, y recibir su abrazo y su bendición.

         Para que los niños no se acerquen a Jesús el mundo intenta borrar toda frontera entre el bien y el mal, de modo que la palabra pecado nunca aparezca, la noción de culpa no exista y el único motor de la vida sean los propios intereses, gustos o beneficios personales.

         Un niño así malformado en su alma jamás descubrirá su propia responsabilidad ante Dios y ante los hermanos, y por consiguiente jamás sentirá que necesita de la gracia divina para alcanzar su genuino y pleno ser. Como ya nos enseñó el papa Juan Pablo II: desaparecida la noción de pecado, desaparece la noción de la gracia.

         Para que los niños no se acerquen a Jesús, nuestro mundo los vuelve super sensibles a sus placeres y super insensibles al dolor del prójimo. Obsesionados por sus demandas de disfrute sin límites no tienen ojos para aquellos a quienes Jesucristo dedicó lo mejor de su tiempo, su amor y sus fuerzas.

         Pero lo más importante de lo que venimos diciendo es que semejante estado de cosas no es definitivo ni estamos condenados simplemente a ver desmoronarse primero la niñez y luego la juventud. El mismo Jesús que con su amor se abrió paso hasta abrazar y bendecir los niños, está vivo y actuante entre nosotros. Su mismo celo por la gloria de Dios y por la salvación de los hombres hará maravillas en todos los que nos pongamos a su servicio y nos dejemos cobijar en su corazón.

Nelson Medina

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         Una vez más insiste Jesús en la importancia de acoger en la comunidad a los que no cuentan, representados esta vez por los niños. Los niños en nuestra sociedad son con frecuencia el centro de atención de la familia. Cuanto más desarrollado es un país, más desciende el nivel de natalidad y los niños son más valorados. Pero no sucedía lo mismo en tiempos de Jesús.

         En tiempos de Jesús, los niños eran los últimos, los que no contaban para nada, los que no se sentaban a la mesa a comer con los padres, sino con los criados. Niño y criado era con frecuencia sinónimos: ambos pertenecían al grupo de los sometidos, de los dependientes.

         Jesús no quiere una comunidad en la que haya unos que cuenten y otros no; donde haya dominadores y dominados, señores y siervos. Sus discípulos, sin embargo, no estaban en esa onda y, por ello, cuando ven que acercan los niños a Jesús, los conminan para que se dispersen como si se tratase de demonios.

         Jesús se indigna por la actitud de los discípulos y les anuncia que el reino de Dios (del que la Iglesia es una primicia) es de los que son como niños, o lo que es igual, de quienes se han hecho como niños: servidores y últimos. Para entrar en él hay que deponer todo deseo de preeminencia, de dominación y de señorío. El discípulo debe saber que la comunidad no tiene nada más que un Señor que se ha hecho servidor de todos hasta la muerte. No es el discípulo más que el maestro. ¿Estamos de acuerdo en esto?

Severiano Blanco

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         Los discípulos de Jesús aparecen otra vez en el ignominioso papel de guardaespaldas del Maestro. El miércoles pasado estaban empeñados en prohibir que un espontáneo echara demonios porque no es de los nuestros, y hoy dificultan el acercamiento de un grupo de niños a Jesús. El texto de Marcos dice literalmente que "los discípulos los regañaban". Ya hemos dicho en varias ocasiones que para la mentalidad judía un niño no es un símbolo de bondad, inocencia y pureza, sino de desvalimiento.

         No era común en el s. I esa imagen emocionalmente idealizada que tenemos del niño en nuestras sociedades contemporáneas. Los niños no tenían libre acceso a Jesús porque eran seres que no contaban. Por eso, como el mismo texto indica, "fueron presentados a Jesús".

         Jesús aprovecha la circunstancia para aclarar que de los que son como ellos es el reino de Dios. Es decir, de los que no cuentan, de los que son regañados, de los que tienen dificultades de acceso a él, de los que tienen que ser presentados por otros, de los que desean ser tocados.

         En el relato de hoy Jesús aparece con una personalidad llena de contrastes. Por una parte, se enfada con los discípulos, no quiere que se conviertan en barrera los que están llamados a ser servidores. Por otra, abraza, bendice e impone las manos a los niños. Más allá de las resonancias sacramentales de estos gestos, descubrimos a un Jesús humano, que sabe reaccionar como conveniente en cada momento.

Gonzalo Fernández

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         De nuevo son los niños los protagonistas de la enseñanza de hoy de Jesús, en una escena muy breve pero hermosa y esperanzadora.

         Los niños eran muy poco considerados en su época, y no valía la pena gastar tiempo con ellos. Los apóstoles no tienen paciencia y riñen a los padres que los traen. Pero Jesús, que atendía a todos, sobre todo a los pobres y abandonados de la sociedad, tiene tiempo también para los niños, les abraza y bendice: "Dejad que los niños se acerquen a mí". Además, les pone como modelos para los que quieran entrar en el reino de Dios: "De los que son como ellos es el reino de Dios".

         Pero ¿qué cualidades de los niños tendríamos que copiar nosotros para merecer estas alabanzas y garantías de Jesús? Porque se nos dice que para salvarnos tendremos que ser como ellos y "aceptar el reino de Dios como un niño". Ya había dicho Jesús a Nicodemo (Jn 3) que el que no "vuelva a nacer" no entrará en el reino de los cielos, o sea, que hay que "hacerse de nuevo niño".

         Jesús ya sabe que los niños no sólo tienen virtudes: también saben ser caprichosos y egoístas. Pero lo importante para Jesús es que los niños viven en una situación de indefensión, son insignificantes, necesitan de los demás, no son autosuficientes porque carecen de medios. Son receptivos y abiertos a la vida y a los demás.

         De igual modo nosotros, si nos sentimos llenos de nuestras propias riquezas y confiados en nuestras fuerzas, seguro que no recurriremos a Dios ni estaremos convencidos de que necesitamos ser salvados, ni aceptaremos el reino de Dios. Eso sólo sucederá si somos como niños, inseguros de nosotros, convencidos de la necesidad que tenemos de Dios.

         No se nos invita, claro está, a un infantilismo espiritual. Pero sí a no ser complicados, a tener confianza en Dios, a sentirnos hijos en su familia y estar disponibles y receptivos a su Palabra y su gracia. Las personas sencillas, sin complicaciones excesivas, son las que saben convivir con los demás y también las que acogen mejor los dones de Dios.

         De paso, no estaría mal que copiáramos la actitud de Jesús acogiendo amablemente a los niños, que entonces y ahora también saben poner a prueba la paciencia de los mayores. Una Iglesia que celebra con gozo el bautismo de los niños, que luego les acompaña en su proceso de formación cristiana y les prepara para recibir en la confirmación el don del Espíritu y para acudir a la mesa eucarística durante toda su vida, es la que imita al Jesús que les atendía y les bendecía: "Dejad que los niños se acerquen a mí".

José Aldazábal

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         Quisiera resaltar hoy la gravedad del mandato de Jesús: "Dejad que los niños se acerquen a mí, y no se lo impidáis". Porque sabe el Señor, mejor que nadie, que el alma del niño es como cera, y que cuanto se imprime en ella queda grabado para siempre, y que muchos adultos extraviados han vuelto a la fe porque no olvidaron sus devociones de infancia.

         Jesús se complace en la cercanía de los niños porque éstos se entienden con él mejor que nadie. Os contaría mil anécdotas, mil historias, pero si tenéis hijos pequeños, vosotros podríais contarme otras mil a mí. Por aquí ronda un chiquitín de 4 añitos que, al entrar en la capilla, se desata de los brazos de mamá y corre hacia el sagrario gritando: "Jesús, Jesús". Y luego, en su peculiar liturgia, se encamina al crucifijo, lo señala con el dedo y dice: "Jesús pupa".

         Papás y mamás que me leéis: cuidado con los niños, que son de Dios. Si los exponéis durante horas al televisor, criaréis infelices. Pero si los exponéis a Dios, criaréis santos. Enseñadles a rezar, rezad con ellos cada noche e invitadlos a que se arrodillen ante el cuadro que debe haber sobre el cabecero de su cama. Llevadlos a la iglesia para que os vean hacer con devoción la visita al Santísimo, acercadlos a la Misa aunque armen ruido, y leedles vidas de santos.

         Y sobre todo, hacedles caso cuando os hablen de Dios u os pregunten por él. Enseñadles a amar a la Virgen y a besar con ternura infantil sus imágenes. Os aseguro que no podéis hacerles un bien mayor, porque ya lo dijo el Señor: "Dejad que los niños se acerquen a mí".

Diócesis de Madrid

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         Las palabras de hoy de Jesús se engarzan perfectamente con el relato anterior de la creación del hombre a imagen de Dios. Dios, como padre, crea al hijo a su imagen, y lo lleva en sus entrañas como una madre lleva a su hijos, y les cuida en su desvalimiento. Quien no se deja cuidar por Dios, como niño, ha equivocado su papel en la historia salvífica.

         Se trata de una invitación a la responsabilidad e infancia, porque "de los que son como niños se forma el reino de Dios". Vale la pena que valoremos cada palabra. Porque si los niños (por su condición inmadura) no son un modelo de generosidad, de sacrificio, o de abnegación por los demás, ¿de qué lo son?

         Efectivamente, no es ese aspecto deficiente (motivado en gran parte por los mayores) lo que Jesús aplaude. Sino que lo que aplaude de los que "son como niños" es que saben ponerse en brazos de sus padres, que saben confiarse en sus mayores, y que reciben y dan su mejor cariño. Querer recibir amor de Dios, y darle amor, es la puerta del Reino.

         Apliquemos esto a la infancia del mundo de hoy, llena de niños consentidos en sus deseos, prematuramente adultos, intensamente caprichosos y derrochadores, y mal educados en el uso de su libertad a fuerza de concesiones sin cuento.

Dominicos de Madrid

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         Los niños de la antigüedad eran el símbolo de la total indefensión, y en caso de guerra, hambre o enfermedad eran los que primero sufrían. De hecho, cuando a un individuo lo insultaban llamándolo niño, no le querían decir que era un inmaduro, sino que era un débil.

         Cuando una persona reconocida como un médico, o un maestro llegaba a una aldea, la gente buscaba estar cerca de él para recibir influjos benéficos. Las madres buscaban que los niños recibieran alguna bendición que los protegiera de la enfermedad y de la muerte.

         Los discípulos querían evitar que los niños tocaran a Jesús porque eso no estaba bien para una persona reconocida y admirada como su maestro. Sin embargo, Jesús se empeña en subvertir el orden de cosas y les permite que se acerquen para darles una bendición. Exhorta a los discípulos a cambiar su manera de ver las cosas de manera que comprendan que en la nueva comunidad el puesto principal lo ocupan las personas sencillas e insignificantes.

         Esta actitud de Jesús está en la línea de los últimos avances de la humanidad. Hasta hace sólo 100 años, los niños no han sido considerados jurídicamente como personas, sino como "propiedad de los padres", y eran puestos a trabajar tan pronto como eran capaces.

         Fue tras la I Guerra Mundial cuando la recién creada Liga de las Naciones se comenzó a pasar de los planteamientos caritativos hacia los niños a la consideración de que el niño es un sujeto con derechos, lo cual todavía es hoy día un desafío, pues no se está sabiendo hacer buen uso de esos derechos y deberes del niño.

Confederación Internacional Claretiana

 Act: 25/05/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A