9 de Mayo

Jueves VI de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 9 mayo 2024

b) Jn 16, 16-20

         El tono de la lectura evangélica de hoy está impregnado del mismo espíritu de despedida de Jesús, que, por otra parte, llena todo el discurso de la Ultima Cena. Los apóstoles no entienden de momento las palabras de Jesús: "Dentro de poco ya no me veréis" (refiriéndose a su muerte inminente) y "dentro de otro poco me volveréis a ver" (como anuncio de su resurrección).

         Ante esta próxima despedida por la muerte, Jesús les dice que "vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará". Pero no será ésa la última palabra: Dios, una vez más, va a escribir recto con líneas que parecen torcidas y que conducen al fracaso. Y Jesús va a seguir estando presente, aunque de un modo más misterioso, en medio de los suyos.

         Las ausencias de Jesús nos afectan también muchas veces a nosotros, y provocan que nos sintamos como en la oscuridad de la noche y en el eclipse de sol. Si supiéramos que "dentro de otro poquito" ya se terminará el túnel en el que nos parece encontrarnos, nos consolaríamos, pero no tenemos seguridades a corto plazo. Sólo la fe nos asegura que la ausencia de Jesús es presencia, misteriosa pero real.

         También a nosotros, como a los apóstoles, nos resulta cuesta arriba entender por qué en el camino de una persona (sea Cristo mismo, o nosotros) tiene que entrar la muerte o la renuncia o el dolor. Nos gustaría una Pascua sólo de resurrección. Pero la Pascua la empezamos ya a celebrar el Viernes Santo, con su doble movimiento unitario: muerte y resurrección. Hay momentos en que "no vemos" y otros en que "volvemos a ver". Como el mismo Cristo, que también tuvo momentos en que no veía la presencia del Padre en su vida: "¿Por qué me has abandonado?".

         Celebrando la Pascua debemos crecer en la convicción de que Cristo y su Espíritu están presentes y activos, aunque no les veamos. La eucaristía nos va recordando continuamente esta presencia. Y por tanto no podemos desalentarnos ni perder el aliento. De ahí que el Espíritu Santo sea el pneuma (lit. aliento) que necesitamos.

José Aldazábal

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         En esta despedida de Jesús, el Maestro hace ver a sus discípulos el contraste entre la vida cristiana y la vida del mundo: "Vosotros entristeceréis y el mundo se alegrará con mi partida". Y es que la cultura moderna nos propone como la verdadera fuente de la felicidad un mundo sin Dios, en donde cada uno puede regir su vida como mejor le parezca. Los cristianos, por el contrario, hemos entendido que la vida sin Dios es caos, destrucción, angustia y soledad.

         Por ello la lucha en nuestro corazón continua, pues no faltan las invitaciones a vivir, si no toda nuestra vida, si muchas situaciones particulares (fiestas, negocios, sexualidad juvenil...) al margen de Dios. Si por nuestra debilidad nos hemos dejado llevar por estas invitaciones, ¡ánimo!, que el Señor no nos ha abandonado. Y si te sientes triste y desanimado porque tu vida atraviesa por un periodo en donde no sientes la cercanía de Dios, ¡ánimo!, que Jesús prometió que tu tristeza se convertirá en gozo. Y Jesús no miente. ¡Ten fe!

         Jesús anuncia a sus discípulos sobre los momentos que vivirán en la pasión. El mundo estará feliz con su crucifixión, y ellos estarán tristes. Igualmente les comunica y nos comunica sobre la fuente de nuestra verdadera alegría. Claramente, esa alegría no está en el mundo, sino todo lo contrario.

         Jesús advierte que mientras nosotros lloramos, el mundo se sentirá satisfecho. Sin embargo eso no debe ser motivo de preocupación para nosotros, pues nuestra tristeza se convertirá en alegría cuando estemos ya de nuevo con nuestro Dios. La alegría del mundo es efímera, mientras la nuestra será eterna.

Ernesto Caro

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         Volvamos nuestros ojos al evangelio de hoy, porque se trata de un texto que, a su modo, alude a los desconciertos. La partida de Cristo tenía que causar desconcierto y dolor entre sus discípulos, y Cristo mismo lo sabe; por eso se anticipa, como saliendo al encuentro de ese dolor, y olvidándose del espantoso suplicio que tendrá que padecer él mismo, trata de sanar en ellos las heridas que todavía no son visibles pero que pronto manaran torrentes de angustia y desconsuelo. ¡Bendito médico, Jesucristo, recibe nuestra gratitud por ese modo tuyo de compadecerte de los males de todos!

         Nuestro Señor es bien realista, y no vive de ilusiones ni se asienta en fantasías. Sabe que lo que viene es espantoso y por eso lo declara con sencillas pero suficientes palabras: "Os aseguro que vosotros lloraréis y gemiréis, mientras que el mundo se sentirá satisfecho". Se trata del 1º paso en su terapia contra el escándalo que ellos habrán de sufrir. Difícil sería decir, en una frase más corta, una descripción tan elocuente y serena. O como diríamos hoy, ¡qué frase más objetiva! Efectivamente, Jesús ama la objetividad.

         Pero no se queda en el dato de la persecución. No hace del miedo una muralla ni hace de la tristeza una casa para habitar. El miedo es una puerta; la tristeza es una grada del camino. Jesús lo explica a los suyos de 2 modos: en cuanto a él mismo y en cuanto a lo que ellos habrán de vivir.

         En cuanto a él, porque les da a conocer cuál es el término propio de su partida. Jesús no sale de este mundo hacia la nada, hacia el absurdo o hacia el piélago de la muerte sin fondo. Va hacia el Padre. Parece imposible que el camino hacia el Padre incluyo salivazos, clavos y sangre, azotes y espinas, pero así es, y con la misma firmeza con que reconocemos el poder del terror hemos de proclamar la fuerza incontenible del amor. Es lo que hace el Señor.

         En cuanto a ellos, todo queda condensado en la bella frase: "Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría". Es algo que no resulta fácil de entender en un 1º momento pero que luego se vuelve casi una ley para el creyente: detrás de cada montaña de obstáculos hay un valle de consuelos; más allá del mar de las incertidumbres está la playa del descanso y el encuentro fraterno; por encima de la más espesa noche ya prepara su nacimiento la más hermosa aurora.

Nelson Medina

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         Hoy contemplamos de nuevo la Palabra de Dios con la ayuda del evangelista Juan. En estos últimos días de Pascua sentimos una inquietud especial por hacer nuestra esta Palabra y entenderla. La misma inquietud de los primeros discípulos, que se expresa profundamente en las palabras de Jesús ("dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver"; Jn 16,16) concentra la tensión de nuestras inquietudes de fe, de búsqueda de Dios en nuestra vida cotidiana.

         Los cristianos del s. XXI sentimos la misma urgencia que los cristianos del s. I. Queremos ver a Jesús, necesitamos experimentar su presencia en medio de nosotros, para reforzar nuestra fe, esperanza y caridad. Por esto, nos provoca tristeza pensar que él no esté entre nosotros, que no podamos sentir y tocar su presencia, sentir y escuchar su palabra. Pero esta tristeza se transforma en alegría profunda cuando experimentamos su presencia segura entre nosotros.

         Una presencia que, como recordaba Juan Pablo II en su  Ecclesia de Eucharistia, se concreta específicamente en la eucaristía:

"La Iglesia vive de la eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. La eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, misterio de luz. Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: Se les abrieron los ojos y lo reconocieron (Lc 24,31)".

         Pidamos a Dios una fe profunda, una inquietud constante que se sacie en la fuente eucarística, escuchando y entendiendo la palabra de Dios; comiendo y saciando nuestra hambre en el cuerpo de Cristo. Que el Espíritu Santo llene de luz nuestra búsqueda de Dios.

Joan Pulido

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         En el evangelio de hoy Jesús insiste en su ausencia "por un tiempo". La comunidad de discípulos estaba segura junto a su maestro, y dicha ausencia de Jesús durante la Pasión supuso un tiempo de angustia y sobresalto para el grupo.

         El grupo de discípulos no comprendía cabalmente que el camino de Jesús pasase por la cruz. El "no entendemos de qué está hablando" se refiere a la aceptación y a la comprensión del misterio de la Pasión. La gloria de Dios se manifiesta en el hombre macerado por la injusticia.

         Se trata de una extraña contradicción, que entraña la verdadera fe en Jesús. El camino hacia el cielo es el difícil peregrinar por los duros caminos de la oscura realidad de la historia. Allí Jesús nos sale al encuentro: en los gratos momentos de la fiesta, la alegría y la celebración; igualmente, en los ásperos sinsabores del servicio a los hermanos. De este modo, el grupo de seguidores comprende que la comunión con los hermanos es necesariamente comunión con el Dios crucificado.

         En esta despedida de Jesús a sus discípulos, que viene haciéndose cada vez más intensa en contenido, en cada aseveración quedarán enseñanzas de vital importancia para la iglesia. Primero observamos que Jesús ya se ha dado cuenta de lo impactante que va a resultar su ausencia para el grupo. Después de compartir juntos tantos momentos, el hecho de tener que irse va a ser algo negativo por la inseguridad que esto pueda originar. A pesar de eso, esta ausencia tiene que darse, porque de ella dependerá la madurez y supervivencia de las futuras comunidades.

         Los discípulos parecen sorprendidos por las palabras de Jesús, no comprenden lo que quiere decir con ese "me voy al Padre". Él sólo les ha querido decir lo necesario que es el que la opción por el Reino se debe hacer en completa libertad, para lo cual se precisa de un proceso interior que ellos deben experimentar solos. En la medida que crezcan en libertad su decisión va a ser el fruto de una opción y no algo forzado por la "no obligación" sentida ante Dios.

         Todas nuestras comunidades, en su proceso de conversión, deben ser conocedoras de que todas las iniciativas del camino que conduce al Reino no están puestas exclusivamente en Dios. También nosotros estamos ahí comprometidos. Dios no va hace nada sin nosotros, no va a imponer nada. Dios respeta nuestra libertad. Y por eso nosotros debemos responderle desde nuestra libertad, individual y grupal.

         Esa madurez que Dios nos pide que tengamos, de cara a la aceptación libre y por convicción de su proyecto, es de vital importancia para nuestra vida, ya que cada persona, a pesar de no perder nunca la posibilidad de apoyarse en Dios siempre que sea necesario, sea también responsable de su salvación individual y grupal.

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 09/05/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A