12 de Febrero

Lunes VI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 12 febrero 2024

b) Mc 8, 11-13

         En vista del éxodo liberador propuesto por Jesús en favor de los paganos (Mc 8, 1-9), exigen de él una señal espectacular, una intervención divina extraordinaria que legitime y avale su pretensión mesiánica (Sal 78,24; 105,40). Quieren una señal del cielo como las que realizó Moisés en el éxodo, liberadora para Israel y destructora para sus enemigos (Dt 6,22; 7,19; 11,3). Sólo admiten un Mesías nacionalista.

         Las señales de Dios son las de su amor a todos los hombres ("el secreto del Reino"; Mc 4,10). Y los fariseos, en cambio, piden una señal de poder en favor de Israel y en contra de los paganos. No conciben un Dios que no sea exclusivamente suyo.

         La observación del evangelista ("para tentarlo") pone en relación la petición de los fariseos con la tentación del desierto ("tentado por Satanás"; Mc 1,13), indicando que pretenden que Jesús asuma el papel de un Mesías de poder. Quieren desviarlo de su línea, y se plasman así 2 programas contrapuestos: el de la entrega-amor (de Jesús) y el del dominio-poder (de los fariseos).

         Dando un profundo suspiro, expresa Jesús su pena y su tristeza, repitiendo así el mismo sentimiento que tuvo ante la obcecación de los fariseos en la sinagoga ("apenado"), porque ellos siguen igual.

         El dicho de Jesús es solemne ("os lo aseguro"), y su negativa es rotunda. El término generación es técnico, y se refería en el judaísmo a 3 generaciones: la del diluvio (que pereció en las aguas), la del desierto (que por su infidelidad no llegó a la tierra prometida; Sal 95, 10-11) y la del Mesías. Jesús se enfrenta con esta última, cuyo exponente son los fariseos. Así, es el pueblo que debía acompañar al Mesías en su éxodo. Pero no lo hace porque Jesús no asume el papel de Mesías nacionalista y violento.

         Ante el rechazo del judaísmo, representado por los fariseos, Jesús se embarca de nuevo. La escena que sigue se desarrolla en la travesía desde tierra judía (Dalmanuta) a tierra pagana (Betsaida).

         El olvido de los discípulos está en relación con la escena anterior. Querían coger panes en tierra judía (Dalmanuta), y su experiencia en tierra pagana no ha cambiado su mentalidad. Más aún, el breve contacto con el judaísmo en Dalmanuta ha reavivado en ellos el sentimiento de la superioridad judía, y el deseo de un mesianismo poderoso. Según ellos, la base para compartir con los paganos tienen que ser los panes (los principios) judíos.

Juan Mateos

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         Es todavía hoy opinión común que los enemigos clásicos de Jesús fueron los fariseos. En todas las lenguas modernas, palabras como fariseísmo o farisaico significan falsedad e hipocresía.

         Pero considerando con atención los elementos históricos, no es muy probable que los miembros de esta secta religiosa hayan sido sistemáticamente hostiles al profeta de Nazaret, cuyas ideas estaban muy cerca de las suyas en muchos puntos. Los fariseos se convirtieron en el símbolo principal de la hostilidad anticristiana solamente en el último tercio del siglo primero.

         Refiriéndose ahora al segundo evangelio, descubrimos que su autor no considera a los fariseos como los principales adversarios de Jesús, aunque los maltrata bastante. Esta relativa moderación de Marcos con respecto a los fariseos hace pensar en una fecha bastante anterior para su redacción. Marcos presenta a los fariseos como adversarios de Jesús en Galilea, mientras que fuera de ella tienen una parte mucho menos importante (Mc 10,12; 12,13).

         Ahora bien, había un grave punto de fricción entre Jesús y los fariseos. El evangelista pone muy de relieve esta diferencia, y por eso está muy preocupado en presentar a Jesús como hijo del hombre y no como Mesías triunfal. Este presupuesto está presente en los relatos taumatúrgicos de nuestro evangelio.

         Jesús hace milagros no para asombrar a la pobre gente, sino para informarle que la gran noticia se refiere realmente a su salvación total. Por eso, sus milagros se refieren siempre a la salvación del hombre (de la enfermedad, de la muerte o de la angustia).

         Por el contrario, en la cristología farisea se insistía mucho sobre los aspectos triunfalistas del futuro Mesías. Éste es el sentido de la pretensión de los fariseos, que le piden "que haga aparecer una señal en el cielo". Es decir, una exhibición cósmica, que obligue a obedecer a los espectadores al glorioso dictador celestial.

         Jesús se encuentra entre la indignación y el estupor: "¿Por qué esta generación reclama una señal?". En el NT la expresión "esta generación" denota siempre un juicio negativo (Mc 8,38; 9,19; Mt 12,39-45; 16,4; 17,17; Lc 9,41; 11,29; Fil 2,15). El sentido temporal pasa a 2º plano, mientras que se subraya el contenido humano colectivo. Quizás la traducción más cercana podría ser la expresión moderna "esta gente". Jesús afirma en forma solemne que el poder salvífico de Dios no se manifestará a través de una exhibición fulgurante.

         A través de los siglos, muchos creyentes caerán constantemente en esta tentación farisaica, buscando u ofreciendo señales asombrosas que hagan callar a sus adversarios. Es curioso notar que dicha tentación les viene en momentos críticos de decadencia de su fe, y que no teniendo que ofrecer a los otros testimonios vivos y reales de desalienación, intentan callarles la boca mediante supuestos fenómenos sobrenaturales (muy lejos del espíritu de los milagros de Jesús, y muy cerca de los resultados de la moderna ciencia de la parapsicología).

Bruno Maggioni

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         El pasaje evangélico de hoy nos delinea la actitud de los fariseos ante el mensaje de Jesús y quizás de muchos hombres de nuestro tiempo: piden una señal para creer.

         ¿Sabes por qué Jesús no le dio la señal que le pedían? En 1º lugar, porque conocía lo que había en sus corazones ("querían ponerlo a prueba"), y en 2º lugar porque sabía que aunque obrase una señal no creerían en él. ¡Cuántos milagros había hecho ya: curaciones, multiplicación de panes, caminar sobre las aguas...! Y encima, pedían otra señal del cielo.

         Dichos fariseos eran tardos de corazón. Su soberbia les cegaba, la vanidad les entorpecía y el egoísmo les estorbaba para reconocer en él al Mesías, al Hijo de Dios. ¡Pobres hombres! El momento de gracia se les fue cuando Jesús se fue a la orilla opuesta. Posiblemente, desde entonces, su corazón quedó insatisfecho y marchito ¡sólo por no creer en Jesús, con una fe viva y sencilla! Esto era lo que más le dolía a Cristo, pues él vino a los suyos y los suyos no le recibieron.

         Tal vez hoy, muchos hombres piden señales a Dios para creer. Pero Dios tiene sus caminos, y la cruz de Cristo sigue pesando en los hombros de todos los hombres (en particular, en los de todos los cristianos). Unos la abrazan con fe y amor y son felices, pero otros quieren un Cristo sin cruz, hecho a la medida de sus comodidades y placeres. Y por eso le gritan que si baja de la cruz le creerán. Pero no existe ese Cristo, y no creen en Jesús. Ojalá que cuando llegues al cielo, Cristo te diga: "Dichoso tú que has creído".

Marco Antonio Lome

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         Es normal en Marcos que los fariseos aparezcan de improviso para confrontar a Jesús. El lugar de la controversia es Dalmanuta, algún lugar de la Galilea. Aunque estamos ante una controversia, no se explicitan las razones que la originaron. Lo que si sabemos es que los fariseos quieren probar a Jesús exigiéndole una señal del cielo. De señales del cielo se habla normalmente en contextos apocalípticos (Lc 21,11.25; Ap 12,1.3; 15,1). Lo que piden los fariseos es que Dios testifique de alguna manera la autoridad de su profeta.

         En este sentido tendríamos que hablar de una diferencia entre milagro y señal, en cuanto son muchos los milagros realizados por Jesús que no han colmado las expectativas de los fariseos, ahora por tanto exigen una señal directa de Dios.

         En el AT Dios realizó "signos y prodigios" para acreditarse como el Dios de Israel, liberándolo de la esclavitud de Egipto y llevándolo a través del desierto a la tierra prometida. La exigencia a Jesús implica también cierta credibilidad por parte de los fariseos, pues no a cualquiera se le piden además de milagros, señales del cielo. Hay que notar además, que la exigencia de un signo compromete a Dios, y por tanto, puede presentarse como una tentación. Es obligar a Dios a satisfacer las exigencias caprichosas de los seres humanos.

         Ya en las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4, 1-10) había quedado claro que no es esta la manera como se revela Dios. Los fariseos no entienden que Jesús mismo es el signo que piden; que todo lo que ha dicho y hecho son los signos que lo revelan como el Hijo de Dios. En Jesús ha comenzado el Reino de Dios.

         Ante tanta sordera y ceguera, Jesús suspira por la incredulidad de unos hombres incapaces de ver a Dios en su palabra y sus obras. La respuesta de Jesús comienza con una pregunta denominando a sus adversarios como "esta generación". Esta expresión tiene en el AT una connotación negativa. Así se le llama a la generación del diluvio (Gn 7, 1), a la generación de Moisés (Sal 95, 10) o a la generación desobediente y dura frente a las exigencias de Dios (Jer 8, 3). También en el NT denota un juicio negativo (Mc 8,38; 9,19; Mt 12,39-45; 16,4; 17,17; Lc 9,41; Flp 2,15).

         Jesús continúa su respuesta con la fórmula "en verdad les digo". La expresión "en verdad" reproduce la palabra hebrea amén, que significa firme (y que generalmente era utilizada para responder afirmativamente a la palabra de otra persona) o "así es". Por eso, cuando Jesús dice estas palabras, su enseñanza adquiere una firmeza singular.

         En el caso presente, la aseveración es clara y tajante: "A esta generación (la que como los fariseos no quiere creer en la revelación personal del Dios de la vida) no se le dará ninguna señal", porque su problema es la incredulidad, y a quien no quiere creer no hay señales que valgan. Jesús no soporta la exigencia de un signo de parte de Dios estando precisamente frente al signo, por esto, decide dar la espalda a las autoridades judías e irse "a la otra orilla", es decir, volver a tierras paganas.

Fernando Camacho

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         A todos nos gustaría estar seguros de lo que hacemos. Saber que cada una de nuestras decisiones nos va a conducir, pasito a pasito, más cerca de la felicidad. Dicho de otra forma, sería estupendo tener un carné de cristiano, expedido en la parroquia más próxima, firmado y sellado por la autoridad competente (eclesiástica, por supuesto) y que asegurara el acceso directo al cielo.

         Pero la vida es de otra manera. Los esposos no tienen tampoco ese carnet que garantice la felicidad, pero se esfuerzan cada día por hacer al otro más feliz. Los religiosos no llevamos en la cartera una tarjeta de identificación con el sello elegido por Dios . Simplemente, intentamos no tentar a Dios, y cumplir lo mejor posible con nuestros compromisos, libremente asumidos.

         Vivimos en un mundo de cambios, de relativismo y de prisas. No hay mucho tiempo para pensar. Y a veces, cuando tenemos que decidir algo importante, no siempre escuchamos lo que Dios tiene que decirnos. Tenemos miedo, decidimos regirnos por otros criterios. Sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Y no es extraño que Jesús, a veces, pase a la otra orilla. Es posible que le aburramos con nuestros agobios, con nuestras dudas, con nuestros miedos.

         ¿Tú también le pides señales a Dios? ¿Tú también eres de los que quiere tener todo bajo control, y no le deja ni un pequeño hueco al Espíritu, para que actúe? Si no quieres que Jesús pase a la otra orilla, fíate de él. Reza un poquito, y pídele fuerzas para hacer aquello que descubras que tienes que hacer. Y si no sabes cómo hacerlo, lee este relato:

"Aquella tarde, la comunidad monástica hacía, en su oratorio, una plegaria de intercesión. Una tras otra, se escuchaban las oraciones de los monjes: Señor, te pido, Señor, te pido, Señor, te pido. También el abad hacía su plegaria: Señor, te pido. Por fin, todos callaron largamente. Hasta que de nuevo se dejó oír la voz del abad: Ahora, Señor, dinos en qué podemos ayudarte; te escuchamos en silencio. Al cabo de un rato concluyó: Gracias, Padre, porque quieres contar con nosotros. Y todos los monjes respondieron al unísono: Amén".

         Y eso porque habían comprendido que la oración, como el amor, tiene dos tiempos: dar y recibir, y que si falta uno de ellos, se muere.

Alejandro Carbajo

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         En momentos críticos uno quiere recurrir a recursos extraordinarios para no sucumbir ante las pruebas. Entonces se puede echar mano de la sicología de las masas, se pueden inventar supuestas revelaciones, se puede intentar hacer curaciones o utilizar algunos otros medios que impacten a las multitudes y las hagan venir hacia nosotros. Pero ya sea tarde o temprano, todo el teatro que se haya armado quedará descubierto y vendrá la ruina total.

         Jesús nos pide que no demos señales para convencer a los demás de adherirse a nuestras ideas, incluso religiosas, pues los milagros son un regalo que Dios nos hace y no se pueden convertir en una manipulación de los demás. Él quiere que nosotros mismos seamos esa señal; pues nuestras buenas obras deben apuntar hacia Cristo. Hacia él nos dirigimos; y lo hacemos en serio, con todo el compromiso de quien proclama la palabra de Dios y da testimonio de que ella ha sido eficaz en el que la anuncia.

         Cuando buscamos o damos otro tipo de señales estamos dando a entender que vivimos con mucha inmadurez nuestra fe y que necesitamos muletas o sillas de ruedas para movernos. Si incluso Dios nos permitiera hacer milagros, no podemos hacerlos para causar admiración hacia nosotros mismos sino para fortalecer, con toda sencillez, la fe de los demás. Pues no somos nosotros, sino Dios, quien ha de hacer su obra de salvación por medio nuestro, liberándonos de toda esclavitud al mal.

         La prueba más grande de que Dios nos ama consiste en que, siendo nosotros pecadores, nos envió a su propio Hijo, el cual entregó su vida para liberarnos de la muerte y de la esclavitud al pecado. Esto es lo que celebramos en esta eucaristía. Dios nos ama. Dios es el "Dios con nosotros", y no sólo se ha hecho cercano a nosotros, sino que ha hecho su morada en nosotros mismos.

         Sabemos que, a pesar de que el Señor habita en nosotros y va con nosotros, sin embargo jamás desaparecerán las pruebas por las que tengamos que pasar. Nuestra vida constantemente está sometida a una serie de tentaciones que, al ser vencidas con la fuerza que nos viene de lo alto (el Espíritu Santo) nos harán madurar en la perfección que nos asemeje, de un modo cada vez mejor y más claro, a nuestro Dios y Padre. La alianza y comunión de vida que volvemos a hacer nuestras en esta eucaristía, lleva a cabo esta obra del amor de Dios y de su salvación en nosotros.

Severiano Blanco

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         Jesús nos da un signo. Con este leit motiv va a jalonar su relato Marcos. Todavía al pie de la cruz, se exigirá a Jesús que baje de ella para fundamentar con ese signo la fe en su misión.

         Jesús debe ofrecer pruebas de sus pretensiones. Cuando reclaman un signo del cielo, los fariseos exigen que Dios dé directamente una prueba de la mesianidad de Jesús. Como representantes de la religión, deben pronunciarse, y quieren apoyar su opinión en hechos irrefutables. No habrá más signo que la vida de este hombre. Este es el gesto que manifiesta que Dios actúa: la vida de un hombre.

         Ya en la mañana del universo, Dios se había reconocido a sí mismo en la vida del hombre, y la vida se había convertido en la imagen de Dios. Y hoy, en este hombre de Nazaret vuelve a encontrar Dios su 1º retrato. No se dará otro signo que la obediencia del Hijo (es decir, una vida vivida, sin reticencias, bajo la inspiración del Espíritu). La vida de este hombre habla por sí misma, y no requiere demostración alguna.

         Estos son los signos de los tiempos: un hombre que ama, que habla de perdón, que no acabará de romper la caña quebrada; un hombre que, en la cara a cara de la oración, llama "Padre" a Dios. Un signo que es una vida de hombre, porque sólo el testimonio (la vida, quiero decir) puede ser una invitación, invención y promesa.

         Dios no podía dar más signo de salvación que la vida entregada de su Predilecto, que llega hasta las últimas consecuencias del amor. Pero también nuestra vida de hombres puede serlo, y nuestra serenidad puede convertirse en palabra de esperanza.

         Nuestra constancia en buscar el bien puede atestiguar nuestra fidelidad a la llamada recibida. Nuestra sencillez puede manifestar ya que todos participamos del mismo Espíritu. ¿Qué este signo es muy modesto? Pero tened en cuenta esto: Dios no puede dar otro, pues desde el 1º día se identificó con la vida.

Conrado Bueno

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         Uno de las ideas del fariseísmo era el que esperaban un Mesías triunfalista en donde los milagros no fueran el signo de la salvación del hombre del pecado, del dolor y de la angustia, sino el signo del poder de Dios sobre sus enemigos. Por ello Marcos tiene siempre presente en su evangelio presentarnos la correcta imagen de Jesús. Los fariseos quieren una señal prodigiosa, pero el problema que tienen es que ya se les ha dado esa señal, y no han querido reconocerla.

         Esta actitud se mantiene aun en muchos cristianos, que continúan buscando un super-Mesías que sea capaz de cumplir todos sus caprichos. Un Mesías que les resuelva la vida a base de milagros y hechos prodigiosos. Son hermanos que siempre andan a la caza de milagros, de apariciones, de todo lo que suena a extraordinario.

         Debemos recordar que nuestro Mesías Jesús (el Hijo de Dios) se manifiesta de manera discreta en medio de nuestra vida y que ha escogido precisamente lo débil para confundir a los poderosos. ¿Seremos todavía de los que piden a Jesús una señal para creer o para amarlo?

Ernesto Caro

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         A Jesús no le gusta que le pidan signos maravillosos, espectaculares. Como cuando el diablo, en las tentaciones del desierto, le proponía echarse del templo abajo para mostrar su poder.

         Sus contemporáneos no le querían reconocer en su doctrina y en su persona. Tampoco sacaban las consecuencias debidas de los expresivos gestos milagrosos que hacía curando a las personas y liberando a los poseídos del demonio y multiplicando los panes, milagros por demás mesiánicos. Tampoco iban a creer si hacía signos cósmicos, que vienen directamente del cielo. Él buscaba en las personas la fe, no el afán de lo maravilloso.

         ¿En qué nos escudamos nosotros para no cambiar nuestra vida? Porque si creyéramos de veras en Jesús como el enviado y el Hijo de Dios, tendríamos que hacerle más caso en nuestra vida de cada día. ¿También estamos esperando milagros, revelaciones, apariciones y cosas espectaculares? No es que no puedan suceder, pero ¿es ése el motivo de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Cristo Jesús? Si es así, le haríamos suspirar también nosotros, quejándose de nuestra actitud.

         Deberíamos saber descubrir a Cristo presente en esas cosas tan sencillas y profundas como son la comunidad reunida, la Palabra proclamada, esos humildes pan y vino de la eucaristía, el ministro que nos perdona, esa comunidad eclesial que es pecadora pero es el pueblo santo de Cristo, la persona del prójimo, también el débil y enfermo y hambriento. Esas son las pistas que él nos dio para que le reconociéramos presente en nuestra historia.

         Igual que en su tiempo apareció, no como un rey magnifico ni como un guerrero liberador, sino como un niño que nace entre pajas en Belén y como el hijo del carpintero y como el que muere desnudo en una cruz, también ahora desconfió él de que esta gente pida "signos del cielo", y no le sepa reconocer en los signos sencillos de cada día.

José Aldazábal

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         El texto evangélico de hoy nos pone frente a la negativa de Jesús de manifestarle a los fariseos los signos y los milagros que él hacía en medio de la gente sencilla y pobre del pueblo. Jesús sabía que los fariseos jamás entenderían su actuar, ni el acto liberador de su ministerio.

         Jesús sabe que el proyecto del Reino de Dios no debe basarse en el poder ni en los portentos extraordinarios, antes por el contrario, para que el Reino llegue a su máxima expresión es necesario que se geste en la sencillez, en lo ordinario de la vida y en el anonimato.

         Abiertamente Jesús, con la actitud que toma frente a los que le ponen a prueba, se está negando al poder de dominio. Sabe que la vía para que Dios acontezca en la vida de los sencillos, no es el protagonismo ni el demostrar poder para quedar bien frente a los que lo detentan.

         El proyecto de Dios se da en otra esfera y con otros parámetros. La misericordia y el amor son las formas más concretas y reales para que el plan-proyecto de Dios sea asumido por los que escuchan la palabra de Jesús y para los que vieron su actuar coherente con esa misma palabra.

         El reino de Dios no tiene por qué favorecer a los grandes de esta tierra y de esta historia. El reino de Dios siempre tiene que estar al servicio de los pequeños, de los que no tienen poder, de los que no tienen autoridad ni voz en este mundo convulsionado. Por eso también nosotros estamos llamados a abandonar el poder, las estructuras de poder en las que estamos montados, siendo capaces de vivir los valores del Reino en nuestra vida y con todas sus consecuencias.

Confederación Internacional Claretiana

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         En este texto bíblico se nos relata cómo Jesús, frente a la necesidad de los fariseos de recibir una señal del cielo para creer en él, se lamenta, y asegurándoles que no se realizara señal alguna se aleja de ellos.

         En un modelo de sociedad donde manda quien tenga más poder, la mejor manera de ganar adeptos es hacer gala del poder que se posee. Los fariseos quieren medir la capacidad de Jesús para realizar actos milagrosos, pero lo que Jesús considera un milagro no llenaría la expectativas de ellos.

         Jesús no acepta el reto de los fariseos, no les hace el juego, no se pliega a sus exigencias; prefiere perderlos como integrantes de su grupo, porque, al fin y al cabo, su Reino es de los pequeños.

         La actitud de Jesús debe ser considerada como una negación al poder. No tiene afán de convencer a quienes miden la grandeza de las personas por su capacidad de mando y de dominio. Jesús con sus actos siempre quiso demostrar cómo la entrega y el servicio, dentro de un marco de amor-misericordia, son los principales requisitos para llamarse seguidores de Dios. Él no habló de un Dios que ostenta poderío y que está del lado de los fuertes, habló de un Dios que acompaña y apoya a los débiles y a los explotados.

         Llamarse seguidores del Reino que propuso Jesús, es entregarse a la causa de la fraternidad universal, que pasa por favorecer a los empobrecidos, los que son considerados por la sociedad actual como poco importantes, carentes de valor, de poderío. La propuesta de Jesús es grandiosa por la exigencia que hace a nuestra humanidad de vivir en continuo compromiso con la misericordia, lejos de todo orgullo, ambición de riquezas o deseo de mando.

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 12/02/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A