22 de Mayo
Jueves V de Pascua
Equipo de Liturgia
Mercabá, 22 mayo 2025
Jn 15, 9-11
Con la metáfora de la vid y los sarmientos Jesús invitaba a "permanecer en él", para poder dar fruto. Hoy continúa el mismo tema de días pasados, pero avanzando cíclicamente y concretando en qué consiste este permanecer en Cristo: se trata de "permanecer en su amor, guardando sus mandamientos".
Se establece una misteriosa y admirable relación triple. La fuente de todo es el Padre. El Padre ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a los discípulos, y éstos deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, lo mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad.
Y esto lleva a la alegría plena, como recuerda: "Que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud". La alegría brota del amor y de la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.
Uno de los frutos más característicos del cristianismo debe ser la alegría. Y es la que Cristo Jesús quiere para los suyos. Una alegría plena, una alegría recia, una alegría no superficial ni blanda. La misma alegría que llena el corazón de Jesús, porque se siente amado por el Padre, cuya voluntad está cumpliendo, aunque no sea nada fácil, para la salvación del mundo. Ahora nos quiere comunicar esta alegría a nosotros.
Esta alegría la sentiremos en la medida en que "permanecemos en el amor" a Jesús, "guardando sus mandamientos" y siguiendo su estilo de vida, aunque resulte contra corriente. Es como la alegría de los amigos o de los esposos, que muchas veces supone renuncias y sacrificios. O como la alegría de una mujer que da a luz: lo hace en el dolor, pero siente una alegría insuperable por haber traído una nueva vida al mundo.
José Aldazábal
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Hoy escuchamos nuevamente la íntima confidencia que Jesús nos hizo el Jueves Santo: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros" (Jn 15, 9). El amor del Padre al Hijo es inmenso, tierno y entrañable. Lo leemos en el libro de los Proverbios, cuando se afirma que, mucho antes de comenzar las obras, "yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo" (Prov 8, 30). Así nos ama a nosotros Jesucristo, como anunció proféticamente el libro de Proverbios al añadir que, "jugando por el orbe de su tierra, mis delicias están con los hijos de los hombres" (Prov 8, 31).
El Padre ama al Hijo, y Jesús no deja de decírnoslo: "El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn 8, 29). El Padre lo ha proclamado bien alto en el Jordán, cuando escuchamos: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido" (Mc 1, 11) y, más tarde, en el Tabor: "Éste es mi Hijo amado, escuchadlo" (Mc 9, 7).
Jesús siempre respondía al Padre con su clásico Abbá (lit. papá). Pero ahora nos revela que "como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros". Entonces, ¿qué pintamos nosotros aquí? Sencillamente una cosa: mantenernos en su amor, observando sus mandamientos y obedeciendo la voluntad del Padre. ¿No es éste el ejemplo que él nos da? Recordémoslo: "Yo hago siempre lo que le agrada al Padre", repetía una y otra vez Jesús.
Pero nosotros, que somos débiles, inconstantes y cobardes, ¿perderemos, por ser malos, su amistad? ¡No! Porque él no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas. Pero si alguna vez nos apartásemos de sus mandamientos, pidámosle la gracia de volver corriendo como el hijo pródigo a la casa del Padre y de acudir al Sacramento de la Penitencia para recibir el perdón de nuestros pecados. "Yo también os he amado (nos dice Jesús), y os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado" (Jn 15, 9.11).
Luis Raventós
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De la brevísima lectura del evangelio de hoy de Juan (apenas 3 versículos), debemos destacar 2 realidades: el amor y la alegría. Pero un amor que no es sentimiento ni pasión humana, sino algo divino. Es Dios quien ama a Jesucristo, es Jesucristo quien nos ama a nosotros y está dispuesto a entregar su vida para nuestra salvación. Y nosotros somos los invitados a permanecer en el amor de Cristo.
Pero este amor de Dios, no es como nuestros frágiles amores humanos; es eterno, irrevocable, inextinguible. Podemos nosotros dejar de amar a Dios porque nos extraviemos yéndonos detrás de cualquier ídolo, pero Dios no dejará de amarnos jamás. Su amor es tan irrevocable como la cruz de Cristo, como su sangre derramada injustamente, precisamente para demostrarnos este amor de Dios.
Muchos seres humanos, hermanos nuestros, podrán dolerse de no haber sido nunca amados, de no haber recibido en la vida sino dolores y sufrimientos. A nosotros corresponde testimoniarles el amor de Dios, el amor de Cristo, hacérselo presente. Así guardamos o cumplimos los mandamientos de Cristo.
Este amor es causa de alegría, es fundamento de felicidad. Y Cristo quiere que esta felicidad llegue en nosotros a la plenitud. Porque el verdadero amor es la fuente de la felicidad, como lo habremos experimentado muchos de nosotros cuando hemos amado de verdad a alguien.
Pues bien, si esto es así, con mayor razón la experiencia del amor de Dios (y de su Hijo Jesucristo) debe ser en nosotros fuente de felicidad, para compartir con los demás. Sobre todo con los que se sienten solos, fracasados, abandonados, enfermos, desahuciados, rechazados por la sociedad, encarcelados o pobres. Y con tantos y tantos seres humanos que merecen ser algún día felices, y experimentar el amor liberador de Dios.
Confederación Internacional Claretiana
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El evangelista continúa hoy con la temática del viñedo de días atrás, pero añadiendo (o recordando) un mandamiento principal: "Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado". La ley que Jesús comunica es su propia experiencia de Dios. El amor del Padre lo ha cobijado de manera tan radical que Jesús, como Hijo, se solidariza con todos los que acogen la propuesta del Reino. Quien opte por Jesús, por el reinado de Dios, permanece en el amor del Padre.
"Yo os amo, como el Padre me ama a mí". Jesús explicita el tipo de amor que tiene a sus discípulos: un amor parecido al del Padre, y basado en el cumplimiento de sus mandamientos. El eje fundamental de la enseñanza de Jesús es la práctica del amor.
Por las energías que despierta, y los caminos que abre, el amor es la gran fuerza que mueve al ser humano. Y el hecho de que Jesús proponga un amor fundamentado en la obediencia, no le quita valor. Al contrario, lo libera y lo vuelve expedito, ya que garantiza el crecimiento del grupo al establecer el amor sobre relaciones solidarias, igualitarias, justas y fraternas.
Si quisiéramos identificar la principal causa de la crisis de nuestra sociedad, tendríamos que decir que es la falta de amor. Hace falta en las relaciones sociales ese sentimiento que nos acerca y nos permite reconocer en el otro y en la otra a un hermano, sabiendo que somos hijos de un mismo padre.
Hoy cuando un nuevo ídolo se erige como paradigma universal, proclamando como ley suprema "mi libre voluntad", se hace urgente volver al mandamiento del amor. Es necesaria, pues, una renovación de las mentes, pues la "alegría será completa" (v.11) sólo cuando el amor de Dios sea la alternativa que supere la lógica del libertinaje individualista que hoy predomina.
Servicio Bíblico Latinoamericano
Act:
22/05/25
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