5 de Septiembre

Jueves XXII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 5 septiembre 2024

b) Lc 5, 1-11

         La llamada de los primeros discípulos, que hoy escuchamos, tiene como marco el lago de Genesaret. Lucas, a diferencia de Mateo y de Marcos, evita denominarlo mar, pues su travesía connotaría la salida (éxodo) del territorio judío hacia los paganos, siendo así que para Lucas el punto de partida del éxodo del Mesías ha de ser precisamente el centro espiritual de la religiosidad judía, Jerusalén (Lc 24, 47-48; Hch 1,8).

         En el encabezamiento del episodio de la pesca (relacionado con el de Jn 21,1-14) Lucas establece una referencia implícita ("también él") a un pasaje conocido de los lectores, la profecía de Ezequiel sobre el río de aguas salutíferas que mana del templo y sanea las aguas del mar (Ez 47, 1-10): "Mientras la multitud se agolpaba alrededor de él para escuchar el mensaje de Dios, también él se paró a la orilla del lago de Genesaret y vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes" (vv.1-2).

         Se cumplía así la profecía: "Se pararán pescadores a sus orillas, procedentes de Engadí hasta Eglain; habrá tendederos de redes" (Ez 47, 10a). Ahora bien, en nuestro caso (como veremos inmediatamente), los pescadores han pasado la noche bregando y no han pescado absolutamente nada (v.5), mientras que allí se prometía una "pesca variada, tan abundante como la hay en el mar Grande, una cantidad extraordinaria" (Ez 47, 10b). El contrapunto servirá para dar relieve a la actuación de Jesús.

         Mientras que allí era el agua que manaba del templo la que saneaba las aguas, aquí será la enseñanza de Jesús la que calificará la actividad de los pescadores: "Subió a una de las barcas, que pertenecía a Simón, y le rogó que la sacase un poco de tierra. Se sentó y, desde la barca, se puso a enseñar a las multitudes" (v.3).

         Jesús se vale de 2 grupos humanos ya constituidos (simbolizados por las 2 barcas), liderados ambos por Simón, para ejemplarizar el alcance de la nueva enseñanza que imparte a la gente. La enseñanza de Jesús se traduce de inmediato en hechos palpables: "Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: Sácala adonde haya fondo y echad vuestras redes para pescar" (v.4).

         Simón reconoce que el liderazgo de Jesús es superior al que él ejercía sin fruto: "Señor, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, fiado en tu palabra, echaré las redes" (v.5). El término señor es buena muestra del concepto que Pedro se ha formado de Jesús después de haber escuchado su enseñanza. A partir de ahora, los discípulos, siempre que se dirijan a Jesús, lo llamarán así, pues lo consideran un líder.

         La noche representa el pasado infructuoso de la actividad del grupo, que, capitaneado por Simón, ha experimentado la ineficacia de los medios humanos, en los que tanto confiaba.

         El resultado de la nueva actividad asumida por el grupo bajo las directrices de la enseñanza de Jesús es totalmente otro: "Así lo hicieron, y capturaron tal cantidad de peces que reventaban las redes" (v.6). La nueva experiencia es compartida de inmediato por los socios de la otra barca, el otro grupo humano que había compartido hasta ese momento los ideales propugnados por Simón, llenándose de tal modo las barcas que casi se hundían (v.7).

         La única diferencia que existe entre su actividad anterior y la presente es el contenido nuevo de la enseñanza impartida por Jesús. El fruto abundante será una constante de la actividad humana llevada a cabo bajo las directrices de Jesús.

         "Al ver esto, Simón Pedro (la 1ª vez que aparece en Lucas el calificativo de Pedro, lit. piedra) se postró a los pies de Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador" (v.8). Pedro está en contradicción consigo mismo: si bien no es un judío practicante (Lc 4, 38), se siente indigno ante Jesús, que viene a liberar precisamente a los que se tienen o son tenidos por pecadores (Lc 5, 32).

         El texto evangélico insiste en la existencia de una comunidad humana y en el liderazgo de Simón, previos a la llamada de Jesús. Y es que "él y todos los que estaban con él se habían quedado pasmados, por la redada de peces que habían cogido. Y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón" (vv.9-10a).

         Jesús asume las realidades humanas, pero cambia su dirección: "No temas; desde ahora pescarás hombres vivos" (v.10b). Uno y otro grupo dejan los valores en que confiaban hasta ahora, y empiezan el seguimiento de Jesús (v.11), seguimiento al que serán invitados de ahora en adelante todos los que quieran ser sus discípulos.

         No se trata de un simple consejo evangélico, sino de una condición indispensable para llegar a ser miembros del grupo de Jesús. Este "dejarlo todo", por otro lado, comporta un cambio total en la escala de valores, cambio que no se realiza en un instante ni por un acto de generosidad, por muy pensado y reflexionado que se quiera hacer, sino día tras día, en la medida en que cada uno va integrando los valores del reino en la experiencia cotidiana.

Josep Rius

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         En la pesca sobre el lago de hoy vemos simbolizada (a través de Lucas) toda la actividad de Pedro y de la Iglesia. Hasta entonces Jesús actuaba de una manera directa y personal; desde ahora actúa por medio de los hombres que les escuchan o cumplen su palabra (los que "lanzan en su nombre" las redes sobre el lago).

         Miradas las cosas desde fuera, parece que Jesús envía a los discípulos a un lago de aguas malas, enigmáticamente vacías de peces. Sin embargo, la voz del Maestro ofrece mayor seguridad que toda la apariencia adversa de las aguas. Desde esa voz la pesca habrá de ser ampliamente milagrosa.

         Para Lucas, discípulo es ante todo el mensajero y enviado de Jesús; en este sentido es necesario que la Iglesia (todos los cristianos) aviven su conciencia de misión.

         La apariencia de inutilidad de la misión sigue siendo tan grande como al principio; por eso no debemos olvidar que el resultado no se funda en previsiones de carácter social y psicológico, sino en la misma fuerza del envío de Jesús y la presencia de su Espíritu.

         En la misión, los discípulos tienen que impartir aquello que Jesús ha realizado: su victoria sobre el mal (Lc 4, 31-36), su ayuda a todos los perdidos, su mensaje de plenitud escatológica (Lc 4, 16-22). Sin olvidar que el resultado de la pesca será escatológico, sepamos que su efecto puede vislumbrarse algunas veces desde dentro de este mundo.

         Si no se ha capturado nada "durante la noche", que es el tiempo de la pesca, ahora (por la mañana) se pescará mucho menos. La elección y la vocación exigen fe, aunque no se comprenda, exigen "esperanza contra toda esperanza" (Rm 4, 18). Así creyó y esperó Abraham, y así también María.

         Simón reconoce que la palabra de Jesús ordena con autoridad y que es capaz de realizar lo que no se puede lograr con fuerzas humanas: "Maestro, por tu palabra, echaré las redes". La fe en la palabra imperiosa del Maestro no se ve frustrada. Las redes estaban a punto de romperse debido al peso de los peces.

         Como Pedro no exige ningún signo, recibe el signo que se amolda a su vida, a su inteligencia y a su vocación. Dios procede con él como con María. Así procede Dios con su pueblo. La salvación exige fe, pero Dios apoya la fe con sus signos. Simón ve en Jesús una manifestación (epifanía) de Dios. Ha visto y vivido el milagro, el poder divino que actúa en Jesús.

         La manifestación de Dios suscita en él la conciencia de su condición de pecador, de su indignidad, el temor del Dios completamente Otro, del Dios santo. La manifestación del Dios santo a Isaías remata en esta confesión del profeta: "Ay de mí, perdido soy, pues siendo hombre de impuros labios, he visto con mis ojos al rey, Dios sebaot" (Is 6, 5). La admiración por Jesús atrae a Simón hacia él, la conciencia de su pecado le aleja de él. En la palabra Señor expresa la grandeza de aquel al que ha reconocido en su milagro.

Juan Mateos

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         La escena que nos narra el evangelio de Lucas en el texto de hoy esta enmarcada por las riberas del lago de Genesaret (lit. jardín de la riqueza). Los personajes que actúan en el pasaje bíblico tienen como actividad económica la pesca. Lucas nos dice que Jesús tomó la barca de Pedro y la utilizó como púlpito para hablar a la gente que se agolpaba a su lado para escucharlo.

         Cuando terminó de hablar, le pidió a Pedro que se alejara mar adentro y echara las redes para pescar. Pedro quedó asombrado; habían trabajado toda la noche y no habían pescado nada. Jesús insiste. A pesar de la duda de Pedro echaron las redes y el resultado fue asombroso, tanto, que Pedro inmediatamente se decidió seguir a Jesús de manera incondicional y definitiva.

         El pasaje tiene los elementos característicos de un relato vocacional. Es frecuente en la Biblia que antes de confiarle a una persona una misión, se tenga una fuerte experiencia de Dios, muchas veces esta experiencia esta construida a través de una teofanía o signo que manifiesta el poder de Dios.

         Después del signo, Pedro reconoce a Jesús como Señor, es decir, como Mesías y Salvador, y también reconoce su propio pecado indicando que ha dudado de Jesús y no se había dado cuenta de que en él actuaba el poder de Dios. "Simón, no temas", le dice Jesús, pues "en adelante serás pescador de hombres". Ellos, por su parte, nada más llevar sus barcas a tierra, "lo dejaron todo y siguieron a Jesús". Éstas son las 2 características claves del seguimiento: dejarlo todo y seguir a Jesús.

         Jesús llamó a gente del pueblo, a pescadores sin una formación profesional, ni pertenecientes a ningún grupo especial, para conformar el grupo de sus discípulos. Los llamó para instruirlos y enviarlos a anunciar la buena noticia del Reino.

         A nadie se le hubiera ocurrido seleccionar ese personal para una empresa tan importante. Pero ésa era la mejor manera de respaldar con hechos al mensaje de la buena noticia para el pueblo, de que Dios está con nosotros. Los elegidos no tienen que tener cartas de recomendación, títulos o prestigio, para ser objeto de su amor y predilección, para ser invitados a poseer el Reino y a trabajar por él.

         Hoy Jesús sigue llamando a hombres y mujeres para que sean pescadores de personas, para que sigan anunciando que el reino de Dios es posible, para que sigan creando espacios de esperanza en medio del dolor y la muerte en la que viven nuestros pueblos.

Gaspar Mora

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         El agua tiene en el AT un sentido negativo y caótico; sacar de las aguas es salvar (Gn 1,7; Ex 14; 15). Toda salvación se realiza a través del agua: el bautismo. De ahí que pescar (simb. salvar) sin Jesús sea espiritualmente imposible. Todos los saberes y técnicas humanas, las horas oportunas: la noche, no son capaces de salvar. Jesús, el aprisionado, el que tiene peligro de ser apropiado y destruido entra en el mar y la salvación comienza. Él corrió nuestros caminos hasta el fondo.

         Ser "pescadores de hombres" no puede ser cambiar a los hombres de prisión, es dar libertad de ídolos, de ideologías, de opresiones. Es la salvación total la que anuncia Cristo. Es abrir el corazón humano a la esperanza y al amor de Dios.

         Sólo pueden salvar los que son libres: "dejándolo todo le siguieron" (v.11). Los aprisionados por el poder, el dinero, la sociedad de consumo no podremos salvar, hay que dejarlo todo ante el pasmo de un Dios que se hace carne para hacernos hijos de Dios. El pecado no aparta a Dios, cuando es reconocido como tal. Él no vino a salvar a los justos, sino a los pecadores.

Fernando Camacho

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         Se comprende mejor la importancia del episodio de hoy, de la pesca milagrosa, si se tiene en cuenta que el judío considera el agua, sobre todo el mar, como morada de Satanás y de las fuerzas contrarias a Dios. Hasta la venida del Salvador, nada podía hacerse (salvo un milagro del tipo del del mar Rojo) para salvar a quienes la mar enemiga engullía; pero desde que Él está aquí, se pueden pescar hombres en abundancia y sustraerlos a las garras del imperio del mal.

         Ese es, por otro lado, el sentido profundo de la bajada a los infiernos (inferi, lit. aguas inferiores; 1Pe 3, 19), en donde Cristo desciende precisamente para salvar a quienes habían sucumbido bajo las aguas del diluvio. Ser pescadores de hombres es, pues, participar en esa empresa de salvamento de todos cuantos se han visto absorbidos por el mal; ya Jeremías preveía esa función (Jr 16, 15-16).

         Lucas considera, pues, a la Iglesia como la institución encargada de salvar a la humanidad del hundimiento que la amenaza. Para garantizar la realización de esa misión hay hombres encargados de una misión apostólica particular dentro de la Iglesia. Pero sólo a Cristo le deben las fuerzas con que cuentan para llevar a buen término su pesca y el ardor que ponen en conseguirlo.

         El misionero será un pescador de hombres en la medida en que salve seres humanos mediante la administración del bautismo. El cristiano será pescador de hombres en la medida en que multiplique a su alrededor las conversiones e introduzca en la Iglesia a muchas almas. Este concepto individualista no corresponde quizá del todo con la manera de pensar de Lucas y ni siquiera con la mentalidad moderna.

         Bajo apariencias místicas, el relato de la pesca milagrosa parece tener otro alcance, según el cual la humanidad es presa de potencias (que la absorben y la anegan), y Cristo se reserva para sí y sus discípulos una misión liberadora (que frene y contrarreste ese deslizamiento hacia la catástrofe).

         El caso es que la humanidad actual se mueve en la cuerda floja, y bastaría muy poca cosa para que se hundiese a sí misma sin necesidad de otras fuerzas demoníacas que su propio egoísmo y su afán de poder.

         Ser pescador de hombres consiste hoy, por tanto, en participar en todas las empresas que quieren evitarle al hombre esa perdición y colaborar, mediante una mayor igualdad, una paz más estable y una mayor posibilidad para los humildes de promoverse a sí mismos, sacando a la humanidad del océano que la sumerge. Dejar a la Iglesia fuera de estos movimientos sería condenarla a no revelar su identidad y su misión entre los hombres.

Maertens-Frisque

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         Lucas nos narra hoy la llamada vocacional de Pedro, sobre todo cuando Jesús le dice: "Desde ahora serás pescador de hombres". Es decir, hasta ahora aparecía trabajando solo, pero ahora necesitas colaboradores.

         Ya ayer hablaba de Pedro el evangelio, cuando Jesús curó a su suegra de la fiebre. Y hoy nos cuenta cómo, para poder apartarse un poco de la gente que se agolpaba en torno, le pide a Pedro que le preste su barca. ¡Qué satisfacción sentiría Pedro! Sobre todo porque ese predicador que se estaba haciendo famoso, por su palabra y por sus milagros, y ahora le hace a él protagonista.

         Aunque a regañadientes, porque tiene la experiencia del fracaso de la noche, Pedro echa las redes "por la palabra de Jesús". Y sucede lo inesperado: la pesca milagrosa, que provoca en Pedro una reacción de espanto y admiración: "apártate de mí, Señor, que soy un pecador".

         No debieron entender mucho los discípulos eso de ser "pescador de hombres". Pero aquel hombre les había convencido, pues "dejándolo todo, lo siguieron".

         Ser "pescadores de hombres" no significa nada peyorativo, ni pescar personas consiste en un proselitismo a ultranza, ni hacer que mueran para nuestro provecho (en eso consiste la pesca de los peces), sino lo contrario. Cosiste en evangelizar, convencer y ofrecer de parte de Dios la buena noticia del amor y la salvación, a cuantas más personas mejor 

         En el origen de nuestra vocación cristiana tal vez no haya una pesca milagrosa o hechos extraordinarios. Pero sí que hubo, y de algún modo, sigue habiendo, un sentimiento de admiración y asombro. Sobre todo por Cristo, pero también pñor la convicción de que vale la pena dejarlo todo y seguirle, para colaborar con él en la salvación del mundo.

         Probablemente, lo que sí hemos experimentado ya son noches estériles en que "no hemos pescado nada", y días en que hemos sentido la presencia de Jesús que ha vuelto eficaz nuestro trabajo. Sin él, todo es esterilidad, y con él una fecundidad sorprendente.

         Y así vamos madurando, como aquellos primeros discípulos, en nuestro camino de fe, a través de los días buenos y malos y sin caer en la tentación del miedo o la pereza. Por otra parte, no confiemos excesivamente en nuestros métodos, sino en la fuerza de la palabra de Cristo. Si no hemos conseguido más, en nuestro apostolado o en ese "mar adentro", ¿no habrá sido porque hemos confiado más en nosotros que en él? ¿O será porque hemos "echado las redes" en nombre propio y no en su nombre?

José Aldazábal

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         La Iglesia, simbolizada en la barca de Pedro, teniendo consigo a Cristo, proclama la Buena Nueva a todos los hombres, invitándolos a unirse a ella para que la salvación se haga realidad para todos. No podemos anunciar el nombre de Dios sin preocuparnos de atraer a todos hacia Cristo.

         Cuando el Señor pide a Pedro arrojar las redes al mar, lo está invitando a cumplir fielmente con la misión de hacer que la salvación, por medio del anuncio del evangelio, que conduce a la fe en Cristo, llegue a todos los hombres sin distinción.

         Por eso el Señor nos dice: Conduce la barca mar adentro, que yo voy contigo. Aprende a escuchar mi Palabra y a ponerla en práctica, porque la salvación no puede estar al margen de tu esfuerzo continuo, por vivir conforme al camino que yo te he indicado.

         Si queremos convertirnos en pescadores de hombres, o si queremos ser colaboradores para que todos encuentren el camino del amor fraterno, y unidos a Cristo den un nuevo rumbo a su existencia, antes que nada tenemos nosotros que adquirir las actitudes de Cristo, e introducir dentro de nosotros su luz, su amor y su esperanza ante la vida.

         No podemos sólo predicar la Buena Nueva, sino que es necesario ponernos a trabajar echando las redes y afanándonos para que ese reino de Dios (ese mundo nuevo) se abra paso entre nosotros. Fieles a la palabra de Cristo, vayamos mar adentro, no huyamos del mundo y sus problemas, acerquémonos a todos para proclamarles el nombre del Señor. Así, siendo instrumentos eficaces en las manos de Dios, seremos realmente colaboradores para que él continúe pescando a los hombres.

Carlo Gallucci

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         El texto del evangelio de hoy viene decirnos que, para encontrar o pescar personas, tenemos que aceptar definitivamente que hay Alguien que sabe más que nosotros y que es a su sombra donde nuestras búsquedas alcanzan su objetivo, y nuestras preguntas encuentran respuesta.

         Lucas nos presenta a pescadores expertísimos intentando explicar a Jesús que él sabrá mucho del reino de su Padre... pero que de peces son ellos los que entienden (sobre todo cuando éste les dice "echad las redes"). Sin embargo, Pedro deja que Jesús se meta en su vida cotidiana y en sus asuntos más triviales, y tiene la lucidez suficiente para responder a Jesús: "Fiado en tu palabra, echaré la red".

         No hizo falta más. Su gesto fue bastante para poner en evidencia el poder de Dios y, sobre todo, para descubrir que Dios es más grande que todos nuestras teorías, más poderoso que nuestra ciencia. Pero necesitamos fe. Sin ella no tendremos el valor de echar las redes, no nos determinaremos a abandonar la seguridad de lo que conocemos para buscar allí donde la Palabra nos asegura que hemos de encontrar.

         Simón Pedro entendió lo que había sucedido ("¡Señor!"), y tras ello adquirió la serenidad necesaria para llevar lo aprendido a su vida, con un rumbo diferente. Es lo que le dijo Jesús: "No tengas miedo; desde ahora serás pescador de hombres". ¡Dios está con nosotros! Basta tener la fe y la transparencia de corazón suficientes para saber mirar y arriesgarnos. ¿No os parece que esto es motivo, más que suficiente, para una verdadera y profunda alegría?

Olga Molina

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         Hoy día todavía nos resulta sorprendente comprobar cómo aquellos pescadores fueron capaces de dejar su trabajo, sus familias, y seguir a Jesús ("dejándolo todo, le siguieron"; v.11), precisamente cuando Éste se manifiesta ante ellos como un colaborador excepcional para el negocio que les proporciona el sustento. Si Jesús de Nazaret nos hiciera la propuesta a nosotros, en nuestro s. XXI, ¿tendríamos el coraje de aquellos hombres? ¿Seríamos capaces de intuir cuál es la verdadera ganancia?

         Jesucristo es eternamente presente, y por eso no está pidiendo ya a Pedro, o a Juan, o a Santiago, que eche las redes, sino que se lo está diciendo a Jordi, a José Manuel y a Paula, a todos y cada uno con quienes él quiere colaborar. Lo repito, Cristo quiere que le acojamos en la barca de nuestra vida, porque quiere descansar junto a nosotros. Y tras ello nos pide que le permitamos mostrar hacia dónde orientar nuestra existencia, para ser fecundos en medio de una sociedad cada vez más alejada y necesitada de la Buena Nueva.

         La propuesta es atrayente, sólo nos hace falta saber y querer despojarnos de nuestros miedos, de nuestros "qué dirán" y poner rumbo a aguas mas profundas, o lo que es lo mismo, a horizontes más lejanos de aquellos que constriñen nuestra mediocre cotidianeidad de zozobras y desánimos. Como decía Santo Tomás de Aquino, "quien tropieza en el camino, por poco que avance, algo se acerca al término. Mas quien corre fuera de él, cuanto más corra más se aleja del término".

         Duc in altum, "boga mar adentro" (v.4). No nos quedemos en las costas de un mundo que vive mirándose el ombligo. Nuestra navegación por los mares de la vida nos ha de conducir hasta atracar en la tierra prometida, fin de nuestra singladura en ese cielo esperado, que es regalo del Padre, pero indivisiblemente, también trabajo del hombre (tuyo, mío) al servicio de los demás en la barca de la Iglesia. Cristo conoce bien los caladeros, pero de nosotros depende: o en el puerto de nuestro egoísmo, o hacia sus horizontes.

Pedro Iglesias

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         El evangelio de hoy nos ofrece el diálogo, sencillo y profundo a la vez, entre Jesús y Simón Pedro, diálogo que podríamos hacer nuestro: en medio de las aguas tempestuosas de este mundo, nos esforzamos por nadar contra corriente, buscando la buena pesca de un anuncio del Evangelio que obtenga una respuesta fructuosa.

         Y es entonces cuando nos cae encima, indefectiblemente, la dura realidad: que nuestras fuerzas no son suficientes y necesitamos alguna cosa más. Ahí es donde debe surgir la confianza en la Palabra de aquel que nos ha prometido que nunca nos dejará solos. Sobre todo como hizo Pedro, el cual respondió a Jesús: "Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada, pero en tu palabra echaré las redes" (v.5).

         Esta respuesta de Pedro la podemos entender en relación con las palabras de María en las bodas de Caná: "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5). Y es en el cumplimiento confiado de la voluntad del Señor cuando nuestro trabajo resulta provechoso.

         Y todo ello a pesar de nuestra limitación de pecadores, como el propio Pedro lo reconoció: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (v.8). Es lo que explica San Ireneo de Lyon, descubriendo en esto el aspecto pedagógico del pecado, pues "quien es consciente de su naturaleza pecadora es capaz de reconocer su condición de criatura, y este reconocimiento nos pone ante la evidencia de un Creador que nos supera".

         Solamente quien ha sabido aceptar su limitación, como hizo Pedro, está en condiciones de aceptar que los frutos de su trabajo apostólico no son suyos, sino de Aquel de quien se ha servido como de un instrumento. El Señor llama a los apóstoles a ser pescadores de hombres, pero el verdadero pescador es él. El buen discípulo no es más que la red que recoge la pesca, y esta red solamente es efectiva si actúa como lo hicieron los apóstoles: "dejándolo todo y siguiendo al Señor" (v.11).

Blas Ruiz

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         El evangelio de hoy nos muestra 3 momentos dentro de una misma escena, que Lucas enlaza con perfecta unidad. Todo está centrado en un hecho (la pesca milagrosa, mientras la predicación de Jesús desde la barca es sólo un elemento accesorio y secundario) y sobre una persona (Pedro, pues Andrés no es mencionado, y Santiago y Juan lo son sólo al final).

         Pedro se presenta como el hombre de fe que se fía absolutamente de la palabra-mandato de Jesús. Todo lo que se suscita posteriormente es visto a través del prisma del ánimo de Pedro: el poder taumatúrgico de Jesús, la maravilla o asombro. Esto a su vez provoca en Pedro la toma genuina de conciencia de ser un pecador. Se trata de una reacción espontánea, aquella en la que el ser humano experimenta de modo inmediato y tangible el misterio divino.

         No obstante, dicha experiencia hace capaz a Pedro de comprender la palabra tranquilizante de Jesús (v.10) como una clara invitación a la misión que lo empuja a aceptar esta misión, haciéndose, en esto, modelo de sus compañeros. De ahí la centralidad de la figura de Pedro en este pasaje.

Severiano Blanco

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         Amo particularmente el texto del evangelio de hoy. Porque es un texto de llamado, desde luego, pero más aún por el modo como Cristo completa el llamado que ya había hecho a sus primeros discípulos.

         Cristo ya era conocido por Pedro. Para Pedro, Cristo era tal vez un profeta, tal vez el mejor y más grande maestro y predicador que él hubiera conocido, pero hasta ahí. Es decir: Pedro tenía su terreno, el de la pesca, y Cristo tenía el suyo, el de la predicación y los milagros. Eran dos terrenos diferentes y Pedro quizá se sentía cómodo con esa frontera que estaba tácita pero muy clara.

         En el evangelio de hoy vemos a Cristo pasar la frontera, y para atraer a Pedro hacia su terreno, Cristo invade el terreno de Pedro. Hoy vemos a Cristo pescando peces para que mañana Pedro pueda pescar hombres.

         Y ciertamente Cristo no lo hizo mal como pescador de peces en el lago de Genesaret. ¡Las redes casi se rompían, las barcas casi se hundían bajo el peso de la pesca más grande que se hubiera visto en aquel lugar! Semejante abundancia mostró varias cosas a Pedro y a nosotros.

         En 1º lugar, dejemos la idea de los terrenos separados, y eso de que "esta parte la hago yo y la otra parte la hace Dios". Eso no vale para el verdadero discípulo, y la comunión con el Señor implica que estemos todos en la siembra y en la siega, en la echada de la red y en su recogida.

         En 2º lugar, el Señor multiplica nuestros esfuerzos, y confirma con su bendición nuestro trabajo. Y en 3º lugar, sepamos que él, cuando nos llama, no anula lo que hemos sido, sino que lo plenifica y eleva. Como decían los antiguos escolásticos, "la gracia no destruye, sino que perfecciona la naturaleza".

Nelson Medina

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         Hoy se tiene la tentación de pensar que la palabra de Dios, o lo que leemos en el evangelio o en la Sagrada Escritura, tiene el mismo valor que la que está escrita en cualquier otro libro. Lo digo porque hoy Pedro, un experimentado pescador, se pone a escuchar en asuntos de pesca lo que a 1ª vista parece una ilógica petición proveniente de un carpintero.

         Sin embargo, la Escritura nos dice que antes de invitara a Pedro a pescar, Jesús había predicado a los que se reunieron en torno a la barca. Seguramente que lo que escuchó Pedro de labios de Jesús, lo animó a intentar una acción fuera de toda lógica dentro de sus oficio. El resultado: una gran pesca.

         Pedro reconoce entonces que la palabra de Jesús no es como la de cualquier hombre. Y a pesar de ser un experto en la materia, se deja conducir por la palabra del Maestro.

         Debemos, pues, por un lado, escuchar más seguido y con mucha atención la palabra de Jesús que tenemos en los evangelios y por otro lado reconocer que esa palabra no es la de cualquier hombre, no es simplemente la palabra del carpintero de Nazaret, sino que es la palabra de Dios, la cual tiene poder. Date tiempo para leer la Sagrada Escritura y aprende a dejarte conducir por ella.

Ernesto Caro

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         La actuación de Jesús ha levantado expectativas en el pueblo que se agolpa a su alrededor para escuchar su mensaje. Se trata de un mensaje en acción, pues no se dice en qué consiste la enseñanza de Jesús. O mejor, no se dice con palabras, sino con hechos. Porque el episodio de la pesca abundante informa sobre cómo se llega a ser discípulos, que implica serlo y para qué se es.

         Pedro llega a ser discípulo de Jesús, gracias a que Jesús lo ha elegido. Es Jesús quien le confía en ministerio y lo llama para que lo siga.

         Ser discípulo implica, llegado el caso, "dejarlo todo". Puesto que los discípulos se hacen miembros de una comunidad guiada por Jesús, las personas llamadas al discipulado tienen que estar preparadas para abandonar sus posesiones, e incluso la familia si fuese necesario. "Dejarlo todo" significa que los discípulos tienen su lugar adecuado entre los pobres (Lc 6, 20), para seguirlo por el camino de liberación de todos los marginados y oprimidos.

         Finalmente, "dejarlo todo" tiene un alcance de misión universal, pues Pedro es enviado no a pescar israelitas, sino personas, si más precisión de país o raza. El nuevo pueblo de Dios estará integrado por judíos y paganos, y con el tiempo no habrán barcas suficientes para acoger a esa ingente cantidad de pueblos y razas incorporados.

         En todo caso, por esta escena queda claro que dentro de la comunidad no puede haber otro liderazgo que el de Jesús, liderazgo de servicio y entrega. Bajo el liderazgo de Pedro, su grupo se había pasado la noche bregando sin coger nada; cuando éste y su grupo siguen la orden de Jesús, el resultado es una pesca abundante a pesar de no ser la hora apropiada; tan abundante que tuvieron que hacer señas a los socios de la otra barca para que les echasen una mano, llenándose las dos barcas que casi se hundían.

José A. Martínez

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         Propia y exclusiva de Jesús es la gran experiencia de vivir en calidad de Hijo, en las entrañas del Padre. Un don que no tenían Pedro ni sus compañeros, ni lo tenemos tampoco nosotros. Sin embargo, todos, a pesar de nuestra debilidad, podemos acercarnos a participar un poco de una experiencia profunda, que es experiencia de riesgo, de entrega, de oración, de sacrificio por los demás, de búsqueda de la justicia, de compasión por los más necesitados...

         Cuando Jesús dice a Pedro "rema mar adentro", le está indicando metafóricamente que entre en las profundidades de la experiencia de Dios. Y Pedro, como se siente pecador, infiel, pobre, le pide perdón de una forma alocada: "Apártate de mí, Señor, que soy pecador".

         ¡Pobre Pedro! Precisamente lo que necesitas es que Jesús no se aparte de ti. ¡Pobre Pedro! Como amas mucho, no sabes bien lo que dices. Quieres decir lo contrario de lo que insinúan las palabras: que no se aleje de tu vida y de tu corazón. Eso es lo que hemos de decir también nosotros.

Dominicos de Madrid

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         Los amigos de Jesús habían estado pescando toda la noche y habían vuelto con las redes vacías. Pero Jesús les invita a remar mar adentro y a echar de nuevo las redes. La pesca supera a todas las expectativas, y el peso de la cantidad de peces hace que se rompan las redes. A lo largo de los siglos, se hablará de aquella pesca milagrosa.

         La cosa podría haber quedado ahí, y lo que ocurrió aquella mañana no habría pasado de ser una anécdota. Pero Jesús prosigue, sobre todo diciendo a Pedro: "En adelante, serás pescador de hombres". La imagen resulta sorprendente, y la anécdota se hace parábola. Aquella mañana desveló Jesús la misión de la Iglesia.

         ¡Pescar hombres! Hay una enorme competencia en todos los bancos de pesca... Sectas, gurús e ideologías tratan de seducir a los hombres que nadan entre dos aguas, abandonados a las corrientes que les llevan de acá para allá sin que ellos puedan dar con el sentido de su vida. ¿Será la Iglesia una empresa de pesca más, en competencia con otras muchas?

         En adelante, será hombres lo que pesques, le viene a decir Jesús a su Iglesia. Ahora bien, uno puede ser capturado en el sentido en que se afirma de un prisionero, y puede también ser capturado en el sentido que se emplea para referirse a un enamorado que ha quedado atrapado en las redes del amor.

         Por eso, la Iglesia sólo podrá lanzar sus redes a la manera de su Señor: "en su nombre", sobre todo para que los capturados no se sientan engañados por nosotros, y sí atraídos directamente por el Señor (por la luz de su verdad, pero sin manipulación; por la asistencia de su Espíritu, pero sin violencia). Y es que Jesús captura a los hombres para gozo y alegría de éstos. Es decir, para hacerlos libres y para que el hombre se quede prendado únicamente de él.

         En adelante, la misión de la Iglesia consiste en lanzar a todos los vientos la palabra de Jesús, para que los hombres queden seducidos por ese rostro que les despierta a la vida y a la libertad. De hecho, la expresión "en adelante" de Jesús a Pedro va en esa dirección, y no significa tanto "a partir de este momento" como "a causa de la experiencia que acabas de tener".

         Aun habiendo sido seducida, la Iglesia no ha de ser seductora, y ha de saber que las presiones, los eslóganes y los chantajes no tienen nada que ver con su misión. La vocación de la Iglesia no consiste en atrapar a nadie en sus redes, ni en tratar de pescar a los hombres para poseerlos. Sino que consiste tan sólo en tocar a las personas, para que éstas despierten de su letargo y entren a la verdadera vida (y no a la muerte, como le pasa a los peces pescados).

         El futuro "tú sabes que te amo" de Pedro brotará de la experiencia y libertad de un corazón convertido, que se abandona en sus manos. Sólo los enamorados son atrapados en las redes que les sumergen en la libertad de la vida.

Confederación Internacional Claretiana

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         Los amigos de Jesús eran en su mayoría pescadores, y por eso los vemos hoy en plena acción, con Jesús a su lado. Entre ellos, como no, se encuentra Simón Pedro, que está trabajando junto a las barcas de sus compañeros.

         La llamada que Jesús hace a Simón no es una invitación individual. Simón Pedro es la cabeza de 2 grupos de pescadores, y su respuesta representa un conjunto de preocupaciones respecto a trabajos para el sustento diario y las expectativas del Reino. En Pedro es llamado un grupo de seres humanos que se encuentran desesperados frente a la improductividad de sus esfuerzos y que se asustan ante los resultados que obtienen al obedecer a Jesús.

         El grupo de pescadores lleva las barcas a tierra, y sus miembros deciden dejarlo todo para seguir al Maestro. Al abandonar las barcas, dejan lo conocido, su trabajo cotidiano, sus seguridades... y se arriesgan a un nuevo camino. Empiezan así una experiencia de formación humana que los irá llevando, poco a poco,  a una mentalidad universal, con un nuevo estilo de vida en torno al Maestro.

         Hay muchos que hoy en día creen, influidos por ideas extrañas al evangelio, que la llamada de Jesús va dirigida exclusivamente a individuos excepcionales. El evangelio, sin embargo, constantemente nos muestra que, aunque cada uno debe decidir en su interiorl, el seguimiento de Jesús se hace en comunidad.

         La llamada de Jesús al grupo de Pedro, Santiago y Juan nos desafía hoy a buscar formas comunitarias de formarnos como discípulos del Maestro. Es hora de dejar la devoción solitaria y buscar un cristianismo comunitario y solidario.

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 05/09/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A