22 de Octubre

Miércoles XXIX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 22 octubre 2025

Lc 12, 39-48

         Pedro abre el evangelio de hoy preguntando a Jesús si la parábola de ayer (en la que invitaba al servicio dentro de la Iglesia, como camino del Reino) es válida sólo para los discípulos judíos, o también para los paganos (para el resto del mundo, como diríamos hoy).

         Jesús le responde hoy de modo indirecto, diciéndole que los cristianos somos administradores de los bienes que hemos recibido de Dios, pero no sus dueños ni propietarios. Jesús alaba la figura del administrador "fiel y sensato", de aquel que tiene conciencia de una doble servidumbre: a su amo y a los siervos de su amo, con la finalidad de que nada falte a las personas encomendadas a su administración.

         El administrador no es el dueño del Reino, y por eso no puede tener una postura despótica ("pegar a los mozos y a las muchachas"), ni egocéntrica (viviendo centrado en sí mismo) ni materialista ("comiendo y bebiendo"), hasta perder el control de sí mismo ("y emborracharse"). Esto es lo más opuesto que hay a la actitud de vigilancia y servicio, que Jesús recomienda a sus discípulos.

         El mismo Pedro, que tal vez esperaba privilegios, recibe de Jesús una única respuesta: en la Iglesia no hay otro privilegio que el servicio. Y quien sirve así se sitúa al mismo nivel de su señor, como se nos decía ayer: "Dichosos esos siervos si el señor al llegar los encuentra despiertos. Os aseguro que él se pondrá el delantal, los hará recostarse y les irá sirviendo uno a uno" (Lc 12, 37).

         Y si el Señor sirve a quienes en teoría son sus siervos, esto quiere decir que dentro de la comunidad de Jesús no hay ya señores ni siervos, sino amigos y hermanos, en un afán de servicio amoroso que debería acabar con toda clase de autoritarismo, violencia, dominación y poder (palabras que habría que desterrar para siempre del léxico cristiano).

Juan Mateos

*  *  *

         El Señor de una casa está ausente y lejano. Pero durante el tiempo de su ausencia encarga a un capataz que cuide de atender con justicia y puntualidad a la servidumbre. Un cargo para el que se requiere fidelidad y sensatez. Fidelidad porque el capataz sólo es administrador (no señor), y por ello debe obrar conforme la voluntad del señor. Y sensatez porque no debe perder de vista que el señor puede venir de repente y pedirle cuentas.

         Si este capataz obra con conciencia, será felicitado, y posiblemente el señor le encomiende la administración de sus bienes. Pero si obra sin conciencia o indebidamente (maltratando a la servidumbre, explotando su posición de manera egoísta), posiblemente le espere un duro castigo. La tentación puede consistir para el administrador en que se diga: "el Señor está tardando", y tardará en venir. A partir de ese momento, los instintos egoístas y los impulsos del capricho le seducirán, y le llevarán a la infidelidad.

         La venida del Señor, en un plazo próximo, es algo que, evidentemente, todavía no se ha cumplido. Pero el hecho de que Jesús ha de venir es cierto, aunque se ignore el cuándo. Y con esa venida de Jesús está asociado el juicio, en el que cada cual habrá de rendir cuentas de su administración.

         Pedro había preguntado a Jesús si esa parábola la había dicho para ellos o para el resto, porque pensaba que los apóstoles debían ocupar el puesto de administradores, y el resto del pueblo debía ser mero rebaño servil. Jesús le responde que el apóstol debe dar cuenta de sí mismo y no de los demás. Y que debe hacerlo con fidelidad y sensatez, si quiere tener participación en el Reino. Porque también para él existe la posibilidad de castigo.

         La sentencia depende de la medida y gravedad de la culpa, del conocimiento de la obligación, y de la responsabilidad. Los apóstoles han sido dotados de mayor conocimiento que los otros, por lo cual también se les exige más y también es mayor su castigo si se hacen culpables.

         El que "no habiendo conocido la voluntad del Señor" hace algo que merece azotes, recibirá menos golpes. No estaba iniciado en los planes y designios del Señor, y por ello no será tan severa la sentencia de castigo. Pero será también alcanzado por el castigo, aunque menos, pues al fin y al cabo conocía cosas que hubiera debido hacer, pero no las ha hecho.

         Todo hombre es considerado punible, pues nadie ha obrado completamente conforme a su saber y a su conciencia. La medida de la exigencia de Dios a los hombres se regula conforme a la medida de los dones que se han otorgado a cada uno. Todo lo que recibe el hombre es un capital que se le confía para que trabaje con él.

Alois Stoger

*  *  *

         La parábola de hoy de Jesús nos muestra que el tiempo de la espera se precisa como tiempo de servicio, porque el reino se refleja ya de forma decisiva en nuestra vida. Es muy posible que el mayordomo a quien se ha puesto al frente de la casa sea un símbolo de los dirigentes de la Iglesia.

         A todos se confía un tipo de servicio en el tiempo de la espera. La riqueza del reino de Dios se traduce para todos a manera de amor que dirige hacia los otros. Aquél que ha recibido el gran tesoro que le hace rico para Dios empieza a ser inmediatamente (tiene que ser inmediatamente) fuente de amor para los hombres.

         Jesús exhorta a la vigilancia, especialmente a los pastores de la Iglesia, a los responsables de la comunidad (v.41). Ellos tienen el encargo especial de velar por el rebaño (1Pe 5, 1-4). La tentación típica del ministerio, al tardar el Señor, es la de olvidarse de que sólo se es administrador, actuar como si fuera el dueño, a su capricho y en su propio provecho. La tentación de apacentarse a sí mismos.

         La fidelidad al Señor (que es el amo) y a la Iglesia (a cuyo servicio ha sido destinado) define la actitud radical de todo administrador (1Cor 4, 2). Y no olvidemos que ese administrador habrá de rendir cuentas. Sólo si se ha mostrado fiel será el siervo asociado al reinado de Cristo. Y si ha sido infiel, no tiene parte en su Reino. No cabe excusa: el administrador ha recibido encargos de mayor responsabilidad, pero también ha recibido los dones correspondientes.

Emiliana Lohr

*  *  *

         Pedro, con su deseo de poder piensa que las palabras de Jesús no van dirigidas a los discípulos, sino a la gente en general. Este programa del maestro parece que no le resulta demasiado atractivo. Y Jesús vuelve a insistir en lo mismo: el único camino de crear una administración (Reino) fiel y sensato es adoptar la actitud de servidores, que hace libres a las personas y que evita en los otros toda clase de sumisión, dominación o dependencia.

         Quien no adopta una actitud de servicio, sino que en su relación con los demás tiene una práctica de maltrato ("pegarle a los mozos y a las muchachas"), de ensimismamiento y egocentrismo hedonista ("a comer, beber"), hasta perder el sentido ("y emborracharse"), no es cristiano, y se parece más bien a un pagano (se le asigna la suerte de los infieles).

         Cada uno es responsable de los dones recibidos y tendrá que responder de ellos (al que mucho se le ha dado, mucho se le exigirá; al que mucho se le ha confiado, más se le pedirá). Y entre los dones recibidos se encuentra el amor que Dios infunde en el corazón de cada uno de nosotros y que debe expresarse en altruismo y amor hacia los demás, en una actitud de servicio que dignifica a los otros, abriéndolos también al camino del servicio y del amor.

         De este modo cada miembro de la Iglesia deberá ponerse al servicio de los otros para que no falte nada en ella. Quien hace esto, se hace como su Señor, servidor, para que nazca un mundo nuevo sin señores y siervos, sino sólo hermanos que se prestan servicio mutuo. Utopía cristiana que cada uno de nosotros tiene que encargarse de hacer realidad.

Fernando Camacho

*  *  *

         Los administradores del reino de Dios, cualquiera que sea su procedencia, deben ponerse al servicio de los demás, y prestar ayuda para que en la comunidad no falte nada (v.42). Jesús declara dichoso al "administrador fiel y sensato" a quien el Señor (término característico del Resucitado) lo encuentre en vela (cumpliendo con su encargo). El que haga esto, como lo hace Jesús, llegará al mismo nivel que su Señor: "Os aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes" (v.44).

         El 1º encargo que ha confiado el amo (Jesús) al administrador ha sido el servicio de la mesa y de la despensa (el cuidado de los desvalidos). Si cumple bien ese 1º encargo, le confiará la administración de un 2º encargo: los bienes espirituales del Reino. Mediante la Parábola del Administrador, Lucas anticipa y prepara el tema de la administración de los bienes de toda índole eclesial, que desarrollará en el libro de los Hechos.

         Por el contrario, si el administrador actúa con autoritarismo y con aires de grandeza o poder, como hacen los que ejercen autoridad sobre los demás (Lc 22, 25-26), el Señor "cortará con él y le asignará la suerte de los infieles" (vv.45-46).

         Es de notar la dureza del lenguaje de Jesús con el grupo de discípulos procedentes del judaísmo. A la falta de libertad interna que aún padecen por no haber renunciado a la ideología autoritaria judía, corresponde un lenguaje propio de esclavos: "El siervo ese que, conociendo el deseo de su señor, no prepara las cosas o no las hace como su señor desea, recibirá muchos palos" (v.47), muchos más que los infieles que "desconocen su designio, pero hacen algo que merece palos" (v.48a).

         La razón es obvia: "Al que mucho se le ha dado, mucho se le exigirá; al que mucho se le ha confiado, más se le pedirá" (v.48b). La responsabilidad va pareja con los dones recibidos.

Josep Rius

*  *  *

         Para el creyente, la historia no es un perpetuo volver a empezar, sino que sigue una progresión jalonada por una serie de visitas de Dios, por unas intervenciones de Dios en días y momentos privilegiados. El Señor, pues, ya ha venido a mi vida alguna que otra vez, continuará viniendo y vendrá definitivamente para juzgarme.

         Es verdad que los primeros cristianos esperaron, casi físicamente, la última venida (la Parusía) de Jesús. De hecho, la deseaban con ardor y hasta rogaban para que se adelantase esa venida: "Ven Señor Jesús" (1Cor 16,22; Ap 22,17-20).

         Las nuevas plegarias eucarísticas, desde el Concilio II Vaticano, nos han retornado esa bella y esencial plegaria: "Esperamos tu venida gloriosa, esperamos tu retorno, ven Señor Jesús". Pero ¿puede decirse que esas plegarias han entrado efectivamente en nuestras vidas?

         Por tanto, no debemos estar solamente a la espera de la última venida de Jesús (la de nuestra propia muerte, o la del fin del mundo). Porque las venidas de Jesús son múltiples, para nada ostentosas, e incluso no son fáciles de captar. De ahí que diga la Escritura que "vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron" (Jn 1, 11), o que Jesús llorara sobre Jerusalén "porque la ciudad no reconoció el tiempo en que fue visitada" (Lc 19, 44).

         El Apocalipsis presenta a Jesús preparado a intervenir en la vida de las Iglesias de Asia si no se convierten (Ap 2, 3). Y cada discípulo es invitado a recibir la visita íntima y personal de Jesús: "He ahí que estoy a la puerta y llamo: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y tomaremos la cena juntos" (Ap 3, 20). Por tanto, Jesús viene "cuando menos lo penséis". Oh Señor, ayúdame a pensarlo, y despierta mi corazón para esos encuentros contigo.

         Pedro le dijo entonces: "Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos en general?". Y el Señor le respondió: "¿Dónde está ese administrador fiel y sensato a quien el amo va a encargar de repartir a los sirvientes la ración de trigo a sus horas? Dichoso el tal empleado si el amo al llegar lo encuentra portándose así".

         Después de invitar a cada cristiano a la vigilancia, Jesús contesta a Pedro con una aplicación particular de la parábola de los administradores "fieles y sensatos". Sí, el servidor de los sirvientes es solamente un administrador, no es el amo. Y llegará el día en que tendrá que rendir cuentas. Su papel esencial es "dar a cada uno el alimento a sus horas".

         Así pues, toda la Iglesia tiene que estar en actitud de vigilancia, todo cristiano y ante todo cada responsable. El reino de Dios ya está inaugurado, y "al que mucho se le dio, mucho se le exigirá", y "al que mucho se le confió, más se le pedirá".

         Referirse a ese reino de Dios (que ciertamente no estará acabado más que al final) no supone para la Iglesia un proyectarse en un futuro de ensueño, sino aceptar el presente como esperanza, y contribuir a que ese presente acepte y reciba el Reino que ya está aquí. Ayúdame, Señor, a estar en mi trabajo cada día y a captar tu presencia, como aquel "dichoso servidor al que su amo, al llegar, lo encontró en su trabajo".

         La pregunta de Pedro podía quizá significar que, en su interior, se sentía muy seguro del Reino, y que no tenía nada que temer ya que había sido elegido responsable. La respuesta de Jesús va enteramente en sentido contrario: cuanto mayor sea la responsabilidad, tanto más serán también las cuentas a rendir.

         Notemos, empero, la sutileza del pensamiento: el juicio dependerá del grado de culpabilidad. Se puede ser inconsciente del daño causado, y eso disminuye nuestra responsabilidad, dice Jesús. Ayúdanos, Señor.

Noel Quesson

*  *  *

         Con la lectura del evangelio de hoy, podemos ver que cada persona es un administrador: cuando nacemos, se nos da a todos una herencia en los genes y unas capacidades para que nos realicemos en la vida. Descubrimos que estas potencialidades y la vida misma son un don de Dios, puesto que nosotros no hemos hecho nada para conseguirlas.

         Son un regalo personal, único e intransferible, y es lo que nos confiere nuestra personalidad. Son los talentos de los que nos habla el mismo Jesús (Mt 25, 15), las cualidades que debemos hacer crecer a lo largo de nuestra existencia.

         "En el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre" (Lc 20, 40), acaba diciendo Jesús en el 1º párrafo. Nuestra esperanza está en la venida del Señor Jesús al final de los tiempos. Pero ahora y aquí, también Jesús se hace presente en nuestra vida, en la sencillez y la complejidad de cada momento.

         Es hoy cuando, con la fuerza del Señor, podemos vivir su Reino. San Agustín nos lo recuerda con las palabras del salmo responsorial de hoy: "Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor", para que podamos ser conscientes de ello, "formando parte de esta nación" (Sal 32, 12).

         "También vosotros estad preparados" (v.40), concluye Jesús, que hace una llamada a la fidelidad, nunca subordinada al egoísmo. Tenemos la responsabilidad de saber dar respuesta a los bienes que hemos recibido junto con nuestra vida.

         Nuestra conciencia ha de seguir "conociendo la voluntad de su señor" (v.47), pues eso es lo que nos hace dignamente responsables de nuestros actos. La respuesta generosa por nuestra parte hacia la humanidad, hacia cada uno de los seres vivos, es algo justo y lleno de amor.

José Luis Socias

*  *  *

         A la comparación de ayer (los criados deben estar preparados para la vuelta de su señor) añade hoy Jesús otra: debemos estar dispuestos a la venida del Señor como solemos estar alerta para que no entre un ladrón en casa. La comparación no está, pues, en lo del ladrón, sino en lo de "a qué hora viene el ladrón".

         Pedro quiere saber si esta llamada a la vigilancia se refiere a todos, o a ellos, los apóstoles. Jesús le toma la palabra y les dice otra parábola, en la que los protagonistas son los administradores, los responsables de los otros criados. La lección se condensa en la afirmación final: "Al que mucho se le confió, más se le exigirá".

         Todos tenemos el peligro de la pereza en nuestra vida de fe. O del amodorramiento, acuciados como por tantas preocupaciones. Por eso nos recuerda hoy Jesús que debemos estar vigilantes.

         Las comparaciones del ladrón que puede venir en cualquier momento, o el amo que puede presentarse improvisamente, nos invitan a que tengamos siempre las cosas preparadas. No a que vivamos con angustia, pero sí con una cierta tensión, con sentido de responsabilidad, sin descuidar ni la defensa de la casa ni el arreglo y el buen orden en las cosas que dependen de nosotros.

         Si se nos ha confiado alguna clase de responsabilidad, todavía más: no podemos caer en la fácil tentación de aprovecharnos de nuestra situación para ejercer esos modos tiránicos que Jesús describe tan vivamente.

         La "venida del Hijo del Hombre" puede significar, también aquí, tanto el día del juicio final como la muerte de cada uno, como también esas pequeñas pero irrepetibles ocasiones diarias en que Dios nos manifiesta su cercanía, y que sólo aprovechamos si estamos despiertos y no nos hemos quedado dormidos en las cosas de aquí abajo. El Señor no sólo nos visitará en la hora de la muerte, sino cada día y a lo largo del camino, si sabemos verle.

         En el Apocalipsis, el ángel les dice a los cristianos que vivan atentos, porque podrían desperdiciar el momento de la visita del Señor: "Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20). Sería una lástima que no le abriéramos al Señor y nos perdiéramos la cena con él.

José Aldazábal

*  *  *

         El evangelio de hoy termina con un dicho de Jesús que solemos aplicar a aquellos que, según nuestro humano criterio, han recibido muchos dones en la vida: "Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá". Creo que estas palabras de Jesús se pueden aplicar perfectamente a la Iglesia, mediación histórica de la gracia de Dios para que todos los hombres participen, a través de su anuncio, de la riqueza insondable que es Cristo.

         ¿No os parece que se nos ha dado mucho? Se nos ha dado la gracia de conocer a Cristo, de formar parte de la Iglesia, de gozar de la Palabra y de los sacramentos? ¿No debería surgir de tanto don un impulso más fuerte para compartir con otros la riqueza que es Cristo? ¿No os parece que hemos ido apagando inadvertidamente la pasión por compartir la fe? No se trata de invadir la intimidad de nadie, o de imponer una manera de vivir. Sino que se trata de compartir un regalo.

         Yo creo que las dificultades para compartir la fe no surgen tanto de la sociedad secularizada, como decimos cansinamente, sino de nuestra falta de alegría. ¿Cómo se va a entender la fe como un regalo si no va acompañada de una existencia feliz y esperanzada en medio de las pruebas de la vida?

         Pidamos humildemente al Señor esa alegría honda y duradera que prueba su paso entre nosotros. Y valoremos el don de pertenecer a la Iglesia. Los grandes creyentes, al final de sus vidas, han dado gracias por haber pertenecido a la Iglesia, a pesar de todos los sinsabores y pruebas que en muchas ocasiones han tenido que padecer.

Gonzalo Fernández

*  *  *

         Dios nos llamará para rendir cuentas de la herencia que dejó en nuestras manos y nos pedirá a cada uno de nosotros según nuestras circunstancias personales y las gracias que recibimos: puede venir en la 2ª vigilia, o en la 3ª vigilia, o a cualquier hora.

         Todos tenemos que cumplir una misión en la tierra, y de ella hemos de responder al final de la vida. Seremos juzgados según los frutos, abundantes o escasos, que hayamos dado. Y a todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán (vv.39-48). ¿Cuánto nos ha encomendado a nosotros? ¿Cuántos dependen de mi correspondencia personal a las gracias que recibo?

         La responsabilidad en una persona que vive en medio del mundo ha de referirse, en buena parte, a su trabajo profesional, con el que da gloria a Dios, sirve a la sociedad, consigue los medios necesarios para el sostenimiento de la propia familia y realiza su apostolado personal. Por poner un ejemplo, el sentido de responsabilidad llevará al cristiano a labrarse un prestigio profesional sólido, y a cumplir y a excederse en su tarea.

         Pensemos en las incontables gracias que hemos recibido a lo largo de la vida, larga o corta, aquellas que conocimos palpablemente, y esa infinidad de dones que nos son desconocidos. Todos aquellos bienes que habíamos de repartir a manos llenas: alegría, cordialidad, ayudas pequeñas pero constantes... Meditemos hoy si nuestra vida es una verdadera respuesta a lo que Dios espera de nosotros.

         El Señor ha llegado ya y está todos los días entre nosotros. Es a él a quien en cada jornada dirigimos nuestra mirada para comportarnos como hijos delante de su Padre, como el amigo delante del Amigo. Y cuando al final de nuestra vida demos cuenta de la administración que hicimos de nuestros bienes, se llenará nuestro corazón de alegría al ver esa fila interminable de personas que, con la gracia o nuestro empeño se acercaron a él.

Francisco Fernández

*  *  *

         El Señor ha confiado a su Iglesia la distribución de la gracia y la proclamación de su evangelio a todos los hombres. Aprendamos a meditar en el evangelio a los pies de Jesús como fieles discípulos suyos. Hagámoslo nuestro y vivámoslo con gran amor. A partir de esa experiencia personal del Señor podremos anunciarlo a los demás.

         Permitámosle al Señor hacer su morada en nuestros corazones, entonces su vida será realidad en nosotros y podremos trabajar para que esa gracia llegue a todos los hombres. No queramos sólo proclamar el evangelio desde el estudio, tal vez muy erudito, de la palabra de Dios, sino desde nuestra propia vida. Seamos así testigos de la gracia y no sólo predicadores de inventos humanos.

         Si el Señor no está con y en nosotros tal vez digamos discursos muy bien elaborados, pero en el momento en que se nos pida dar cuenta con nuestra vida de lo que anunciamos seremos considerados como los hipócritas que dicen una cosa y hacen otra. No podemos, por tanto, ser auténticos portadores de Cristo sólo con los labios, mientras con nuestras obras nos dediquemos a hacer el mal.

         Quien anuncia la buena nueva de Dios lo ha de hacer con la fidelidad nacida del conocimiento amoroso de Aquel que lo ha enviado. No puede, por tanto, vivir como un siervo descuidado, que ante aquello que se le ha confiado, tal vez procure que otros vivan fieles al Señor, pero él mismo no lo vive.

         Quien se embriaga y golpea a su prójimo, por más que ore y anuncie el evangelio, no puede considerarse realmente siervo de Dios puesto al frente de la Iglesia para alimentarla a su tiempo con la Palabra, con la eucaristía y con el servicio de caridad; más bien sería un malvado que querría vivir a costa del evangelio.

         Vivir vigilantes para el momento en que el Señor llegue significa estar atentos a su Palabra, velar por los intereses de quienes nos han sido confiados y estar dispuestos a dar nuestra vida por el bien de ellos. La Iglesia de Cristo no ha sido enviada para aprovecharse de los demás, sino para servirles con amor.

         Y esta misión no es responsabilidad únicamente de los pastores del pueblo de Dios, sino de toda la Iglesia que, unida a su Señor (Cristo Jesús), ha sido enviada como un testimonio vivo del amor del Padre en favor de la humanidad de todos los tiempos y lugares.

José A. Martínez

*  *  *

         Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos en general? Hago mía la pregunta de Pedro. La hago mía y también me gustaría que la hicieras tuya, tú que estás leyendo. Lo que me estás diciendo, Señor, ¿va conmigo? ¿Me afecta? ¿Es algo por lo qué tengo que preocuparme? ¿Me hablas a mí?

         A veces dan ganas de hacerse el tonto cuando la palabra de Dios es exigente, preferiríamos hacer como que está hablando para el del al lado. La Palabra de estos días me está indicando un camino de disponibilidad al servicio hacia los demás, de vigilia, de preocupación por las cosas del cielo, de responsabilidad según los dones que hayamos recibido: "Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le pedirá".

         La pregunta de Pedro hace pensar a un niño al que su mamá le acaba de decir que tiene que hacer algo y no tiene muchas ganas de hacerlo, contestando si "¿lo tengo que hacer yo o mi hermana?". No nos hagamos los despistados, aunque la Palabra sea exigente: la exigencia va para nosotros, aunque contemos con el auxilio del Señor.

Carlo Gallucci

*  *  *

         A la pregunta de Pedro de hoy ("¿dices esta parábola por nosotros o por todos?"), Jesús, tú respondes que se refiere a todos, pero no de la misma manera: "A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá". Los apóstoles recibieron mucho, conviviendo personalmente contigo, recibiendo la doctrina personalmente de tus labios, aprendiendo a rezar y a querer a los demás a través de tu ejemplo. Por eso se les pidió mucho, y acabaron entregando su vida por ti, muriendo mártires. Como decía San Gregorio I Magno:

"Ninguno hay que pueda decir con verdad: No he recibido ningún talento, por lo tanto no estoy obligado a dar cuenta y razón de él. Pues uno recibe la inteligencia, y por este talento queda obligado a la predicación. Otro recibe bienes terrenales, y éste debe distribuir su talento de esos bienes. Otro no recibió ni la inteligencia ni bienes terrenos, pero aprendió el arte que profesa; a éste se le reputa como talento recibido su mismo arte. Luego el que tiene inteligencia procure no callar; el que tiene riquezas trate de no cansarse en las obras de misericordia; el que posee un arte o profesión trate muy principalmente de que su uso y utilidad redunde en provecho del prójimo" (Homilías a los Evangelios, IX).

         Jesús, a mí que, por ser cristiano, también me has dado mucho, ¿qué es lo que me vas a pedir? Pero no me lo digas, porque ya lo sé. Me vas a pedir que sea un administrador fiel y prudente, que utilice con responsabilidad los dones que me has dado, que sea ejemplar en mi trabajo profesional, que sea un apoyo para los que viven conmigo, que aproveche bien el tiempo, que sea leal y sincero. En una palabra, que sea fiel a mi vocación cristiana.

         Jesús, tú hablas de 2 siervos que no hacen la voluntad de su amo: el que conocía esa voluntad, y el que sin saberlo hizo algo digno de castigo. El 1º siervo recibe muchos azotes, y el 2º pocos. Entiendo el 1º caso, pero ¿por qué castigas al que no sabía? Precisamente porque no sabía cuál era la voluntad de su amo, y tenía el deber de enterarse.

         Jesús, yo tengo la responsabilidad de conocer bien tu doctrina. Y si no la conozco es por que no quiero, y esa actitud indica falta de amor a ti, que has venido al mundo para revelarme el camino de la vida eterna. La lealtad exige hambre de formación. ¿Cómo es mi deseo de conocer a fondo tu doctrina? ¿Pongo los medios a mi alcance, dedicando el tiempo necesario, para formarme bien?

         Jesús, yo quiero ser un administrador fiel y prudente de esos dones inmerecidos que me has dado, empezando por el don de la vida y el de la fe. Quiero utilizar mis talentos en una vida útil, en una vida de servicio y de amor, de trabajo, de alegría y de penas que no son penas, porque te las puedo ofrecer. Dichoso aquel siervo al que encuentre obrando así su amo cuando vuelva.

Pablo Cardona

*  *  *

         Al administrador de una casa se le llama, en castellano, mayordomo. Es el que se cuida de todos los detalles, el que hace que la casa funcione, que los que la habitan se sientan a gusto. Él coordina, organiza, está atento a las necesidades de todos los moradores de la casa, y todo como parte del servicio que tiene que hacer.

         La parábola de hoy nos recuerda 2 cosas: 1º que nosotros no somos los dueños, y 2º que hemos sido puestos en la casa como administradores de lo que no es nuestro. Somos mayordomos de este mundo y de la creación. Por tanto, es nuestra responsabilidad cuidar de este mundo, de esta familia de Dios, hacer que el alimento llegue a todos y que todos se sientan confortables y a gusto. Hoy, más que nunca, nos hace falta diligencia y atención para cumplir con nuestra responsabilidad.

         Hoy, más que nunca, nos hace falta cuidar de la casa de todos que es el mundo, porque tenemos el poder suficiente para destruirla. Los desastres ecológicos ya no son un problema sólo de los países ricos. Ahora somos conscientes de que a todos nos afecta el destrozar lo que es nuestro hábitat.

         En este servicio, los cristianos tenemos una especial responsabilidad: ser mayordomos de la creación, al servicio de Dios y de nuestros hermanos los hombres. Éste debería ser un título que los cristianos, todos, debiéramos llevar con gozo y orgullo.

Conrado Bueno

*  *  *

         El Señor llegará a la hora más inesperada. Por eso debemos siempre estar preparados, dispuestos a ser recibidos por él en las moradas eternas. Y esto no es algo que competa a los que Dios ha puesto al frente de su Iglesia, sino a toda la Iglesia. Vivir vigilantes en la presencia de Dios no puede concretarse a orar y a llevar personalmente una vida digna.

         Es necesario que todos los bienes que Dios nos ha comunicado y confiado los pongamos al servicio de los demás, para que todos puedan comenzar a disfrutar, ya desde ahora, de ellos. El mundo entero, a través de la historia, debe experimentar el amor salvador de Cristo por medio de su Iglesia. A nosotros corresponde continuar en la historia esa obra de amor y de salvación que Dios ofrece a todos.

         Por eso, aprendamos a orar como discípulos, escuchando al Señor y pidiéndole que nos conceda su gracia para trabajar decididamente por su Reino. Dios nos ha confiado mucho y nos exigirá mucho más, pues su Espíritu Santo va guiando nuestra vida y nuestras obras; no apaguemos al Espíritu Santo que habita en nosotros.

         Cada uno de nosotros es responsable de que el evangelio se extienda a más y más gentes. No es sólo la cabeza la que ha de trabajar en este aspecto, sino el cuerpo completo. Y nadie puede bajar los brazos, nadie puede quedarse inmóvil en este aspecto, pues Cristo ha fundado su Iglesia como la servidora a favor del evangelio. Quien se gloríe de pertenecer a la Iglesia de Cristo no puede conformarse con orar y disfrutar de los dones de Dios.

         Es necesario que cada uno vaya colaborando a la difusión del evangelio, dando testimonio del mismo tanto con las palabras, como con las obras, las actitudes y la vida misma. Adentrémonos en nosotros mismos y reconozcamos la forma en que estemos viviendo nuestra fe. Veamos si sólo buscamos nuestra salvación de un modo personal y personalista, o si en verdad vivimos como Iglesia convertida en fermento de santidad en el mundo.

Severiano Blanco

*  *  *

         Dios ha puesto en nuestras manos muchos bienes materiales, humanos y espirituales. Nos ha dado la gracia y la vida, nos ha encomendado el cuidado de nuestros hermanos (para que los ayudemos a llegar a la santidad) y ha puesto a algunos de nosotros como administradores de bienes (para promocionar a los subordinados).

         Todos, cada uno según sus carismas y el llamado propio, hemos sido constituidos en administradores de los bienes del Señor. Por ello valdría la pena hoy revisar: ¿Cómo hemos administrado nuestros bines materiales? Para quien está casado ¿cómo ha dirigido su casa, la esposa y a los hijos? Para quien tiene responsabilidades con subordinados ¿cómo los ha tratado y ayudado en su promoción integral?

         No se te olvide lo que hoy dice el Señor, que "a quien mucho se le confió, mucho se le exigirá".

Ernesto Caro

*  *  *

         En el texto evangélico de hoy se da continuidad a la lección de ayer sobre la vigilancia, para no dejarse sorprender (aunque el Señor llegue "por sorpresa"). Y esto es algo que a Pedro le cuesta entender, sobre todo porque Jesús les amonesta a las claras. No sólo a los otros sino a nosotros mismos es a quienes debemos amonestar, agitando de continuo la conciencia, para ser fieles, pues hemos recibido mucho.

         ¿Cuál es la actitud que adopta un hombre honrado ante la fidelidad de uno o muchos de sus servidores? La actitud de acrecentar su confianza. Quien demuestra honradez es digno y merecedor de la confianza de los demás. Y una vez que se la conceden, el acrecentamiento de esa renovada confianza debe implicar más finura todavía en la fidelidad.

         ¡Qué alegría es vivir en plenitud humana gustando de las delicias de la gracia, del amor, de la libertad, de la caridad, hechas ley de amor y vida. Ese es el lenguaje de la santidad en las almas grandes que pueblan el cielo y los altares de la Iglesia de Dios.

Dominicos de Madrid

*  *  *

         La expectativa ante la venida del Señor, inesperada y repentina, debe crear en nosotros una fuerte conciencia de responsabilidad en las tareas que se nos han encomendado. Pues como dice Saint Exupery, "la conciencia de ser administradores y no dueños de lo que se nos ha encomendado debe llevarnos a concebir nuestra libertad en términos de responsabilidad" (Tierra de Hombres).

         Todas nuestras tareas, por tanto, conciernen a la administración de los bienes que el Señor nos ha confiado. Y según esto, se manifiesta la autenticidad o inautenticidad de nuestra respuesta a Dios.

         El desempeño, conforme al querer divino, de nuestras tareas exige que se haga manifiesta en nuestra actuación una relación con los demás servidores regida por la justicia. Se nos ha encomendado la distribución de la ración del trigo y una atención especial sobre los más desvalidos del entorno. La injusticia con ellos significa una falta grave contra el dueño de la casa y nace de una conciencia de la que se eliminado la ardiente expectativa de la vuelta del Señor.

         La falta de responsabilidad es, en el fondo, una falta de fe cuya consecuencia lógica consiste en ser separado del medio de la comunidad creyente y pasar a formar parte de los incrédulos.

         De los dones de Dios brotan las exigencias divinas a quienes los han recibido. A mayor don corresponde una mayor exigencia. Y las gracias y funciones concedidas por Dios a cada miembro de la Iglesia no pueden ser concebidos como un honor del que ha sido beneficiado con ellos sino un deber a cumplir en favor de los restantes miembros de la Iglesia.

Confederación Internacional Claretiana

*  *  *

         Muchos cristianos piensan que las exigencias del evangelio únicamente van dirigidas a los curas y monjas, o a aquellos que se dedican a algún servicio de la Iglesia. Sin embargo, el evangelio nos advierte que las exigencias son iguales para todos los seguidores de Jesús.

         La pregunta que Pedro le dirige a Jesús al terminar el ciclo de las enseñanzas dirigidas a los discípulos, pone en evidencia esta preocupación: "Este ejemplo, ¿lo dijiste para nosotros nada más o para todos?".

         Jesús no le contesta con un simple sí o no, sino que le ofrece toda una veta de reflexión a partir de una comparación que está centrada en el tema del trabajo continuo: "Feliz el servidor al que el Señor encuentre bien ocupado".

         La ocupación no consiste en aprovecharse del descuido del patrón para molestar a los demás empleados o para apropiarse de los bienes que pertenecen a todos. El trabajo consiste en realizar la misión que el Señor nos ha encomendado: anunciar la buena Nueva a los pobres, liberar a los cautivos dar vista a los ciegos (Lc 4, 16).

         A los cristianos se nos ha confiado una gran misión: administrar las comunidades del Reino, donde los seres humanos se realicen en plenitud. Y como se nos ha confiado mucho, el Señor también nos exigirá mucho. Por eso, el cristianismo no se puede hacer la vista gorda, ni hacerse partidario del cinismo imperante. Sino que debe luchar para crear las condiciones en que el reino de Dios se viva a plenitud.

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 22/10/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A