24 de Octubre

Viernes XXIX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 24 octubre 2025

Lc 12, 54-59

         El comienzo del texto de hoy es una invitación que hace Jesús al discernimiento: "Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: Chaparrón tenemos, y así sucede. Cuando sopla el viento del sur, decís: Hará bochorno, y lo hace. Hipócritas, si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis interpretar el momento presente?" (vv.54-56). El lenguaje de Jesús no tiene nada de religioso; todos los motivos que emplea son profanos, sacados de la vida.

         Las multitudes esperaban un caudillo poderoso, rodeado de atributos divinos. Esperaban de él señales eficaces, una intervención masiva por parte de Dios y de su Mesías en la historia del pueblo. Jesús los tilda de hipócritas, a causa del fermento o levadura de los dirigentes religiosos (Lc 12, 1).

         Las multitudes habían oído decir que Jesús hacía frente al sistema teocrático de Israel y habían ido en su busca para convertirlo en su líder. Esto les impedía interpretar correctamente los signos claros y transparentes que les iba dando: el Mesías no ha venido a hacer la revolución, para que otros se aprovechen de la subversión de la sociedad.

         Jesús ha invertido, en efecto, la escala de valores de la sociedad, pero ha condicionado su plena realización al cambio profundo de la mentalidad de cada uno: "Y ¿por qué no juzgáis vosotros mismos lo que se debe hacer?" (v.57).

         Es necesario hacer las paces con el contrincante, eliminando todo lo que te enemista con el hermano. Y no esperar que te lo haga el magistrado, y éste te arrastre ante el juez, que te entregue al alguacil y te meta en la cárcel. Porque entonces "tendrás que pagar hasta el último céntimo" (vv.58-59). No se puede jugar con 2 barajas, y Dios tiene siempre las cartas boca arriba.

Josep Rius

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         Interpretar el momento presente, a veces no resulta fácil. Jesús invita a las multitudes a la práctica del discernimiento para saber lo que es conveniente hacer y lo que no en cada momento. La gente esperaba de Dios el envío de un mesías de poder, un mesías político que, por la fuerza, los liberase de la dominación romana y de los aprietos económicos.

         Pero Jesús no está de acuerdo con esto y tacha a la gente de hipócritas, como lo había hecho con los fariseos. No es por el poder, la fuerza y la dominación de unos sobre otros por donde se alumbrará una nueva sociedad. No. Será más bien por el diálogo, el consenso, el acuerdo con el otro por el que se saldrá airoso de la situación presente.

         Con el contrincante en un pleito es mejor hacer las paces que declararle la guerra. Así eliminas todo lo que te enemista con él, dejas de considerarlo enemigo y lo abres a él también a la vía del amor, del diálogo y del consenso. Si no se adopta ese método, uno mismo, en lugar de probar la libertad, tendrá que soportar las cadenas.

         El momento presente es tiempo de enmienda y de cambio. Hay que provocar un cambio fuerte de mente que nos lleve a practicar la unión y no la división, el reparto y no el acaparamiento, el servició y no la sumisión, la liberación y no la esclavitud.

         Y este cambio en profundidad no puede hacerse sin un amor que, como decía Pablo, "es paciente, afable, no tiene envidia, no se jacta ni se engríe, no es grosero ni busca lo suyo, no se exaspera ni lleva cuentas del mal, no simpatiza con la injusticia, sino con la verdad, disculpa siempre, se fía siempre, espera siempre, aguanta siempre" (1Cor 13, 4-7). Quien va por este camino sabe ya discernir el momento presente y está anticipando un futuro mejor para sí y para los demás.

Juan Mateos

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         En el evangelio de hoy Jesús quiere que levantemos nuestra mirada hacia el cielo. Esta mañana, después de 3 días de lluvia persistente, el cielo ha aparecido luminoso y claro en uno de los días más espléndidos de este otoño. Vamos entendiendo en el tema de cambios de tiempo, ya que ahora los meteorólogos son casi como de la familia.

         En cambio, nos cuesta más entender en qué tiempo estamos o vivimos. De ahí que nos diga Jesús: "Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿y no exploráis el tiempo presente?" (v.56). Muchos de los que escuchaban a Jesús dejaron perder una ocasión única en la historia de toda la humanidad, pues no vieron en Jesús al Hijo de Dios. No captaron el tiempo, ni la hora de la salvación.

         El Concilio II Vaticano actualiza el evangelio de hoy: "Pesa sobre la Iglesia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del evangelio" (GS, 4). Cuando observamos la historia, no nos cuesta mucho señalar las oportunidades malogradas por la Iglesia y por los demás. Pero ¿cuántas ocasiones no habremos perdido hoy por no descubrir nuestros propios signos de los tiempos? "¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?" (v.57), nos vuelve a recordar hoy Jesús.

         No vivimos en un mundo de maldad, aunque también haya bastante. Dios no ha abandonado su mundo. Como recordaba San Juan de la Cruz, "habitamos en una tierra en la que anduvo el mismo Dios y que él llenó de hermosura". Santa Teresa de Calcuta captó los signos de los tiempos, y el tiempo ha entendido a Santa Teresa de Calcuta. Que ella nos estimule. No dejemos de mirar hacia lo alto, sin perder de vista la tierra.

Frederic Rafols

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         Cuando veis subir una nube por el poniente decís enseguida: "Tendremos lluvia", y así sucede. Cuando sopla el viento sur decís: "Hará calor", y así sucede. Por medio de esas palabras, Jesús reprocha a sus conciudadanos no saber interpretar los "signos de los tiempos", cuando son perfectamente capaces de interpretar los signos metereológicos.

         La Iglesia contemporánea cuida especialmente de ser fiel a esa invitación de Jesús, y por eso dijo en el Concilio Vaticano II que "es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos, e interpretarlos a la luz del evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura". En efecto, "es necesario conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el rasgo dramático que con frecuencia le caracteriza" (GS, 4).

         O como decía Jesús: "Hipócritas, si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis interpretar el momento presente?". Analizando el estado actual del mundo, o el momento presente, el Vaticano II ha reconocido algunos "signos de los tiempos" esenciales. He ahí algunos:

-la solidaridad creciente de los pueblos (AS, 14),
-el ecumenismo (DE, 4),
-la preocupación por la libertad religiosa (LR, 15),
-la necesidad del apostolado de los laicos (AL, 1).

         Movido por la fe que le impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor (que llena el universo), el pueblo de Dios se esfuerza en discernir en los acontecimientos, las exigencias y los deseos que le son comunes con los demás hombres de nuestro tiempo y cuáles son en ellos las señales de la presencia o de los designios de Dios (GS, 11).

         Darnos cuenta del momento en que nos encontramos. Esa es la clave. Dios conduce la historia, Dios sigue actuando hoy, y más que dolernos añorando la Iglesia del pasado, o más que evadirnos soñando la Iglesia de mañana, es preciso "darnos cuenta del momento en que nos encontramos".

         Los contemporáneos de Jesús no supieron aprovechar la actualidad prodigiosa del tiempo excepcional que estaban viviendo. ¿Y nosotros? La finalidad de la revisión de vida es tratar de reconocer la acción de Dios en los acontecimientos y en nuestras vidas, para encontrarlo y participar en esa acción de Dios, a fin de revelarlo (en cuanto fuere posible, a los que lo ignoran. Señor, ayúdanos a vivir los menores acontecimientos de nuestras vidas, como los mayores, a ese nivel. Reconocer, participar y revelar tu obra actual.

         Y ¿por qué no juzgamos nosotros mismos lo que se debe hacer? Es lo que nos pregunta Jesús, pues el tiempo en el que yo estoy viviendo es el único verdaderamente decisivo para mí. "Juzgad vosotros mismos", nos dice Jesús. Porque nadie, nadie más que yo puede ponerse en mi lugar para la opción fundamental. No puedo apoyarme en el juicio de los demás, si bien no es inútil que el suyo me dé alguna luz.

         La breve parábola siguiente nos repetirá la urgencia de esa toma de posición: "Cuando vas con tu contrincante a ver al magistrado, haz lo posible para librarte de él mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel".

         En Mateo, esa misma parábola (Mt 5, 25) servía para insistir sobre el deber de la caridad fraterna. Lucas coloca esa parábola en una serie de consejos de Jesús sobre la urgencia de la conversión: no hay que dejar para mañana la toma de posición, o el discernimiento de los "signos de los tiempos".

Noel Quesson

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         Cuando se levanta una nube en el occidente va a llover, cuando sopla del sur va a hacer bochorno. Y cuando Cristo se pasa la vida diciéndonos que Dios nos ama y que nos tenemos que preparar para acoger su eternidad, significa que algo grande nos espera allá en el cielo, y que merece la pena hacer cuanto sea posible para que el mayor número de almas pueda gozar de ello.

         Cristo quiere que exploremos el tiempo, y el tiempo para él consiste en que con su venida hemos llegado a la "plenitud de los tiempos". Es una plenitud real, no imaginaria, que no hay que confundir con el fin del mundo, sino con la manifestación más clara y plena del amor de Dios por los hombres.

         El 1º acto de amor de Dios al hombre ha sido la creación. Le hizo pasar de la nada a la existencia. Luego se le reveló para que supiera que lejos de estar solo se encontraba bajo la protección de un Dios omnipotente. Ahora, con la plenitud de los tiempos se hace uno de nosotros y muere como sacrificio de expiación.

         Pero no sólo esto, sino que después de resucitado Cristo no se va al cielo y nos espera. No soporta la idea de dejarnos solos y nos envía al Espíritu Santo para que nos ayude en el camino hacia el cielo. Pero su amor es tan grande que no se conforma y se queda aquí, en el sagrario de cada iglesia, con el único fin de estar.

         ¿Puede el hombre pedir algo más? Lo inteligente en el hombre es atisbar el tiempo y saber decir cada día "gracias, Señor, por tu amor tan presente y cercano". Hoy es un buen día para contemplar sin más el amor de Dios. A lo largo de nuestra vida, de nuestra lucha por ser cristianos siempre luchamos buscando un fin, ya sea el fin particular (de obtener una virtud) o ya sea el fin general (de ir al cielo).

         Pues bien, la vida interior de Dios, que es la Santísima Trinidad, nos ama sin ningún fin, no persigue nada, ni busca nada, ni se dirige a nada. Sino que ama, sin más.

Bruno Maggioni

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         Con un ejemplo tomado de la naturaleza y de la sabiduría popular, Cristo se queja de la poca vista de sus contemporáneos: no ven o no quieren ver que han llegado ya los tiempos mesiánicos.

         Los hombres del campo y del mar, mirando el color y la forma de las nubes y la dirección del viento, tienen un arte especial, a veces mejor que los meteorólogos de profesión, para conocer el tiempo que va a hacer. Pero los judíos no tenían vista para "interpretar el tiempo presente" y reconocer en Jesús al enviado de Dios, a pesar de los signos milagrosos que les hacía. Jesús les llama hipócritas, porque sí que han visto, pero no quieren creer.

         Otra recomendación se refiere a los dos adversarios que se ponen de acuerdo entre ellos, antes de ir a los tribunales, que se ve que sería peor para los dos. También eso es tener buena vista y ser previsores.

         La ofuscación no era exclusiva de los contemporáneos de Jesús. Hay algunos (¿nosotros mismos?) muy hábiles en algunas cosas, y necios y ciegos para las importantes. Espabilados para lo humano y obtusos para lo espiritual. Cuando Jesús se queja de esta ceguera voluntaria, emplea la palabra kairós para designar "el tiempo presente". Kairós significa tiempo oportuno, ocasión de gracia o momento privilegiado (que si se deja escapar, ya no vuelve).

         Nosotros ya reconocemos en Jesús al Mesías. Pero seguimos, tal vez, sin reconocer su presencia en tantos "signos de los tiempos" y en tantas personas y acontecimientos que nos rodean (que si tuviéramos bien la vista de la fe, serían para nosotros otras tantas voces de Dios).

         El Concilio II Vaticano invitó a la Iglesia a que supiera interpretar los signos de los tiempos (GS, 4). Nos daría más ánimos y nos interpelaría saludablemente si supiéramos ver como voces de Dios, y signos de su presencia en este mundo, las ansias de libertad que tienen los pueblos, la defensa de los valores ecológicos de la naturaleza, la revalorización de la mujer en la sociedad, la solidaridad con los más injustamente tratados.

         Podríamos preguntarnos hoy si tenemos una visión cristiana de la historia, de los tiempos, de los grandes hechos de la humanidad y de la Iglesia, viendo en todo un kairós u ocasión de crecimiento en nuestra fe. Por ejemplo, en el acontecimiento profundo y transformador que fue el Jubileo del año 2000, todavía presente en la mente de muchos.

José Aldazábal

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         Desde siempre los hombres se han interesado por el tiempo y por el clima, especialmente los agricultores y los marinos, para tener un pronóstico en razón de sus tareas. En el evangelio de hoy, Jesús advierte a los hombres que saben prever el clima, pero no saben discernir las señales abundantes y claras que Dios envía para que conozcan que ha llegado el Mesías.

         El Señor sigue pasando cerca de nuestra vida, con suficientes referencias, y cabe el peligro de que en alguna ocasión no lo reconozcamos. Se hace presente en la enfermedad o en la tribulación, en las personas con las que trabajamos o en las que forman nuestra familia, en las buenas noticias esperando que le demos las gracias.

         Nuestra vida sería bien distinta si fuéramos más conscientes de la presencia divina y desaparecería la rutina, el malhumor, las penas y las tristezas porque viviríamos más confiados de la Providencia divina.

         La fe se hace más penetrante cuanto mejores son las disposiciones de la voluntad. Cuando no se está dispuesto a cortar con una mala situación, cuando no se busca con rectitud de intención sólo la gloria de Dios, la conciencia se puede oscurecer y quedarse sin luz para entender incluso lo que parece evidente.

         Como dice Pieper, "si la voluntad no se orienta a Dios, la inteligencia encontrará muchas dificultades en el camino de la fe, de la obediencia o de la entrega al Señor". La limpieza de corazón, o la humildad y rectitud de intención, son importantes para ver al Jesús que nos visita con frecuencia. Rectifiquemos muchas veces la intención, y sea para Dios toda la gloria.

         Todos vamos por el camino de la vida hacia el juicio. Aprovechemos ahora para olvidar agravios y rencores, por pequeños que sean, mientras queda algo de trayecto por recorrer. Descubramos los signos que nos señalan la presencia de Dios en nuestra vida. Luego, cuando llegue la hora del juicio, será ya demasiado tarde para poner remedio.

         Este es el tiempo oportuno de merecer, amar, trabajar y hacer, así como pagar las deudas contraidas. A la vez, hemos de ayudar a otros que nos acompañan en el camino de la vida a interpretar esas huellas que señalan el paso del Señor cerca de su familia o de su trabajo.

         Hemos de saber descubrir a Jesús, presente en la historia, en el mundo presente, en los grandes acontecimientos de la humanidad y en los pequeños sucesos de los días sin relieve. Entonces sabremos darlo a conocer a los demás.

Francisco Fernández

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         Hay muchos esfuerzos que llevan a lograr grandes descubrimientos para bien de la humanidad. Apenas se vislumbra un poco de luz y no se descansa hasta lograr la luz meridiana que disipe enfermedades y problemas. Se siguen las señales que marcan el camino hacia las más altas conquistas. ¿Seguimos las señales que nos conducen hacia nuestra plena realización en Cristo, como hijos de Dios?

         Nuestros esfuerzos no pueden quedarse en el intento de querer construir sólo un paraíso terrenal. Está bien que construyamos la ciudad terrena, y que todos podamos disfrutar de una vida temporal cada vez más digna y libre. Sin embargo, sin pretender ponerme de aguafiestas, no podemos negar que llegará el momento en que se cumpla el ciclo de la vida que nos correspondió vivir.

         Ojalá y hayamos aportado lo mejor de nosotros para el buen desarrollo de la vida, y ojalá y nosotros mismos hayamos disfrutado del fruto de nuestros esfuerzos. Pero no todo termina con la muerte. Más allá está la eternidad junto a Dios en una vida de plenitud en él.

         Caminar hacia esa vida nos pone en camino no sólo junto a Cristo, sino en Cristo, cabeza de nosotros (que somos su cuerpo o Iglesia). Además de nuestras labores diarias vivimos abiertos hacia el prójimo en un verdadero y sincero amor fraterno, de tal forma que nos convertimos para él en un signo concreto de Cristo que hoy sigue preocupándose de aquellos que viven esclavos de la injusticia para liberarlos, o esclavos del pecado y de la muerte para devolverles su dignidad de hijos de Dios y su dimensión de eternidad.

         Por eso el campo en que se desenvuelve nuestra vida no puede ser sólo el campo de lo temporal y pasajero, sino el campo de la salvación y de la eternidad.

José A. Martínez

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         En una 1ª instancia el evangelio nos describe como algo torpes, incapaces de interpretar el tiempo presente, incapaces de juzgar lo que se debe hacer. ¡Qué descripción tan realista de lo que somos y de cómo nos sentimos ante un mundo en constante cambio y confusión!

         Pero Dios no suscita jamás interrogantes para dejarlos sin respuesta. Él sí que sabe cuál es el rostro del grupo que viene a su presencia, del grupo que le invoca desde su pobreza e incapacidad, porque tiene la experiencia de que su Dios mira y se complace en la pequeñez de sus hijos, que inclina su oído y escucha sus palabras siempre.

         Sobre todo "en el grupo que ha experimentado muchas veces cómo este Dios es un Dios que lo guarda como a las niñas de sus ojos, y que sabe que la sombra de sus alas los protege en los momentos de peligro y de angustia" (Misal Romano, antífona de entrada).

Carolina Sánchez

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         No hay mejor lugar para aprender a orar que cuando uno va en un barco y éste, sacudido por las olas y azotado por los vientos, está en peligro de naufragar. Cuando los problemas nos caen encima, cuando nos encontramos con lo que ya es inevitable, entonces nos acordamos de que había que haber puesto las soluciones. Son muchas cosas las que dejamos pasar en nuestra vida. Las dejamos para el día siguiente, pensando que siempre habrá tiempo disponible.

         A los que hacemos esto Jesús nos llama desde el más fuerte hipócritas hasta el más suave gente superficial, según las diferentes traducciones. Nos sucede demasiadas veces que tenemos una visión excelente de lo que sucede a otros o de cómo hay que arreglar las cosas, pero no tenemos valor para aceptar y poner en práctica lo que tenemos que hacer con nuestras propias vidas.

         Jesús nos recuerda que ser libres y responsables no es un distintivo que podemos usar para hacer más solemnes los días de fiesta. Ser libres y responsables significa tomar aquí y ahora las riendas de nuestra vida, tomar las decisiones oportunas y asumir sus consecuencias.

         ¿Para cuándo vamos a dejar el tomarnos nuestra vida en serio? ¿Cuándo vamos a leer el evangelio sin miedo? ¿Cuándo nos vamos a reconciliar de verdad con Dios y con nuestros hermanos? ¿Cuándo vamos a salir de nuestro cómodo cascarón, y mirar los nubarrones que se ciernen en nuestro horizonte?

Severiano Blanco

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         Es increíble hasta donde puede llegar la ceguera del hombre. Para la gente que vivió en el tiempo de Jesús no eran suficientes todos los signos y milagros, o los cientos de curaciones que hizo. ¿Y qué decir de nosotros?

         Somos muy inteligentes para conocer hasta los más recónditos misterios de la ciencia, pero muchas veces nos pasa desapercibido el Dios del amor que día a día nos da muestras de su presencia entre nosotros y nos invita a vivir en él. Hoy se habla mucho de catástrofes naturales, de cambio climático y de violencia familiar, por ejemplo.

         Pues bien, todos ellos son "signos de los tiempos" y, por tanto, palabra de Dios. Es una palabra que nos hace ver que el pecado solo lleva a la destrucción, que la fe verdadera es creer como creyó Abraham y María (en la oscuridad). Debemos estar, pues, atentos, porque Dios va diciendo cosas nuevas a través de esos hechos. No obstante, tengamos presente otra cosa que él siempre ha ido repitiendo, estemos en una generación o en otra: "Yo te amo".

Ernesto Caro

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         Jesús, tú te quejas hoy de que la gente acepte signos más o menos indicativos sobre el tiempo atmosférico, y que, por el contrario, no quiera aceptar los evidentes signos del tiempo mesiánico que le proporcionas. ¿Cómo es que no sabéis interpretar este tiempo? Se han cumplido todas las profecías, has hecho milagros portentosos, ¿qué más puedes hacer?

         Jesús, no es un problema sólo de conocimiento, sino sobre todo de voluntad. No te entienden porque no quieren entender, porque están tan aferrados a sus ideas que ya no saben discernir lo que es justo. No les llamas incultos, sino hipócritas, porque viven una doble vida: muestran una fachada llena de honradez y obediencia a Dios, y en su interior están llenos de egoísmo y soberbia. Como dice San Gregorio I Magno:

"Debemos considerar en todas las señales que fueron dadas tanto al nacer como al morir el Señor, cuánta debió ser la dureza de corazón de algunos judíos, que no llegaron a conocerle ni por el don de la profecía, ni por los milagros. Todos los elementos han dado testimonio de que ha venido su Autor. Porque, en cierto modo, los cielos le reconocieron como Dios, pues inmediatamente que nació lo manifestaron por medio de una estrella. El mar le reconoció sosteniéndole en sus olas; la tierra le conoció porque se estremeció al ocurrir su muerte; el sol le conoció ocultando a la hora de su muerte el resplandor de sus rayos; los peñascos y los muros le conocieron porque al tiempo de su muerte se rompieron; el infierno le reconoció restituyendo a los muertos que conservaba en su poder. Y al que habían reconocido como Dios todos los elementos insensibles, no le quisieron conocer los corazones de los judíos infieles y más duros que los mismos peñascos" (Homilías a los Evangelios, X).

         Jesús, ¿cómo es mi vida cristiana? ¿Me limito a cumplir exteriormente algunos mandatos y tradiciones religiosas, o realmente busco enamorarme de ti y darme a los demás? Que no me ocurra lo de aquella gente; que sepa interpretar el sentido de los sacramentos y de la gracia; que sepa discernir lo que es justo y lo que es pecado, de modo que luche por evitar el mal y que, si alguna vez te ofendo, acuda prontamente a la confesión, sin excusarme, sin engañarme.

         Jesús, mi vida es como un camino que he de recorrer antes de llegar a mi destino eterno. Tú eres el juez que me juzgará en el último día y me darás el premio o el castigo que me merezca. Durante este caminar terreno, además de tu compañía, siento también cerca al demonio, el adversario de mi vida espiritual. Su voz agridulce me promete todo tipo de placeres si accedo a sus continuas insinuaciones.

         Jesús, a veces me da la impresión de tener una vela encendida a San Miguel y otra al diablo. No acabo de desprenderme de esas pasioncillas (vanidad, impureza, comodidad), y mientras voy de camino en esta tierra, quiero tener este acuerdo con mi adversario: luchar cada día por mejorar en mi vida interior, sin cansarme, sin darme por vencido.

         Jesús, si de verdad lucho cada día, tratando de mejorar en algún punto concreto y dejándome ayudar en la dirección espiritual, al final del camino, cuando tengas que juzgarme, no tendré nada que temer. Y me premiarás con el premio de los escogidos, porque habré sabido amarte con obras y de verdad.

Pablo Cardona

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         Las acres palabras del Señor en el evangelio de hoy nos apremian a descubrir los "signos de los tiempos". Es una exhortación que nos envía a leer la vida, es decir, a no limitarnos a escribir cada día una página de ese libro que es vivir. Pues antes de escribir, ¿no estaría bien leer un poco?

         Kant dijo que el mundo, básicamente gracias a la Ilustración, había llegado a su mayoría de edad. Parece que Jesucristo se le adelantó unos siglos. La pregunta de Jesús en el texto de hoy nos llama a madurez, a edad adulta: "¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos, pues, lo que conviene hacer ahora?".

         Hay en esto una apelación a la propia conciencia, pero no sólo a ella. Lonergan hablaba de los 4 preceptos trascendentales, y creo que cabe citarlos aquí, como un modo de disponernos a leer la vida. Porque en ellos se trata básicamente de la decisión de hacerse más atento, más inteligente, más razonable, más responsable. Es decir: despertar y enriquecer nuestra atención, inteligencia, razón y responsabilidad.

Nelson Medina

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         Jesús pide hoy un lenguaje y unas actitudes de coherencia. Si trabajamos a partir de la razón natural y de sus conocimientos, es obligado ser coherentes. ¿Y cómo no vamos a serlo si trabajamos a partir de una actitud de fe? ¿Por qué será, sugiere Jesús,  que personas bien adiestradas en el conocimiento de las tierras, vientos, nubes, leyes y aconteceres de interés más o menos material,  no se muestran también expertas en discernir los signos del tiempo presente, que es tiempo de Cristo y del Espíritu?

         Nos encontramos ante el misterio de Dios, de la libertad y del hombre. Sólo quien vive abierto al Espíritu percibe su voz, su llamada, su presencia. Por eso hay que estar alerta siempre y en disposición de convertirse a la verdad. Nuestro tiempo es único, el que nos ha tocado en suerte, y en él hemos de fructificar espiritual, cultural, socialmente.

         Si conociendo las Escrituras percibimos que en Jesús se están cumpliendo lo que del Mesías anunció Dios por medio de la ley y los profetas, ¿Habrá razón para rechazarlo? ¿Habrá razón para seguir esperando otro Mesías? Nosotros decimos creer en él, ¿Somos sinceros en nuestra fe? ¿O actuamos con hipocresía de tal forma que, a pesar de nuestros rezos, vivimos como si no conociéramos a Dios y a su Hijo, enviado a nosotros como Salvador?

         No podemos llamarnos seguidores de Cristo cuando vivimos en paz con el Señor, pero vivimos como enemigos con nuestro prójimo. Si al final llegamos ante el Señor divididos por discordias y egoísmos, en lugar de vida encontraremos muerte, y en lugar de una vida libre estaremos encarcelados y sin esperanzas de la salvación (que Dios concede a quienes aman a su prójimo, como Cristo nos ha amado a nosotros).

Dominicos de Madrid

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         Las previsiones sobre diversos ámbitos de la existencia humana ocupan un lugar importante en la vida humana de nuestros contemporáneos. Ellas se multiplican con mayor o menor fundamento, según los casos. Su utilidad reside en el hecho de que nos brindan la información necesaria para no convertirnos en seres pasivos conducidos al margen de nuestro querer por los acontecimientos, y la posibilidad de encuadrar dichos acontecimientos en el marco de nuestros objetivos y fines.

         La preocupación por las múltiples previsiones (sobre el tiempo, las tendencias económicas...) no tiene su correspondencia en el ámbito más importante de la historia humana, es decir, en el ámbito de la relación de las personas con su Creador. Las señales de la presencia de Dios en Jesús, aunque fácilmente reconocibles, no suscitan ningún interés.

         De este modo, las señales de Dios pasan desapercibidas para hombres y mujeres ocupados en descubrir otras señales. De ahí la necesidad de retornar sobre lo más importante, de juzgar "nosotros mismos sobre lo que es justo" (v.57).

         Esta vuelta a las preocupaciones esenciales de la existencia se nos presenta hoy cargada de la urgencia en que son colocadas por el cercano juicio de Dios. Esta cercanía, mayor o menor según los casos, fundamenta la exhortación a un cambio de vida en la que lo justo ocupe el lugar central que debe ocupar en toda vida humana. En este cambio de vida, se juega la realización personal de cada integrante de la familia humana llamado a realizar la reconciliación con Dios y con sus hermanos.

Confederación Internacional Claretiana

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         La sección evangélica de hoy, a diferencia de la de ayer, está dirigida a toda la multitud. Jesús apela a la experiencia popular que ya tiene unos esquemas con los que interpretar el clima. Estos esquemas le permiten anticipar el tiempo venidero y prever las acciones necesarias por si hace calor o por si llueve. Sin embargo, este conocimiento no se extiende más allá al conocimiento de la realidad.

         Jesús exhorta a la multitud a que interprete los signos de los tiempos, a que analice la realidad y a que no se contente con vivir el día. Pues el pueblo no puede conformarse con ver cómo los hechos ocurren y los cambios se producen. El pueblo se debe preocupar por descifrar y anticipar las señales del tiempo presente. De otra manera, sólo seguirá siendo la eterna víctima de las circunstancias, que otros previeron y decidieron.

         De igual modo, Jesús exhorta a la multitud a que desarrolle un criterio de justicia, a que forme juicios de valor. Y eso porque la multitud era muy propensa a dejar la decisión sobre lo justo y lo injusto en manos ajenas, de escribas y fariseos.

         Desarrollar un criterio propio es una necesidad imperiosa y un síntoma de madurez humana. Mientras el pueblo se atenga ciegamente a lo que las voces autorizadas le dicen, a escuchar únicamente la opinión pública de ciertos medios de comunicación, seguirá siendo un menor de edad dependiente e impulsivo. Las palabras que Jesús dirige hoy a la multitud son duras e hirientes, pero no buscan apesadumbrar a la multitud sino despertarla a una nueva conciencia.

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 24/10/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A