27 de Agosto

Miércoles XXI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 27 agosto 2025

Mt 23, 27-32

         Los 2 últimos ayes de Jesús, iniciados en los vv. 27 y 29, desvelan la presencia de la muerte en la dirigencia farisea, y culminan el lamento fúnebre de Jesús (que brota del rechazo que ha ido experimentando a lo largo de su caminar histórico). En los vv. 27-28 se muestra la existencia de la muerte al interior de los corazones, en los vv. 29-32 esa presencia de la muerte se revela como complicidad homicida con los antepasados causantes de la muerte de profetas y justos.

         El 1º de estos ayes retoma la oposición interior-exterior iniciada precedentemente. El sepulcro, con el que los letrados y fariseos son comparados, es exteriormente de "buena apariencia", pero en su interior guarda "huesos de muerte y podredumbre".

         La práctica de la dirigencia farisea, de modo semejante, es "apariencia de honradez para la gente", que los contempla desde afuera. Sin embargo, la mirada de Dios es capaz de atravesar la máscara de respetabilidad y descubrir la interior "hipocresía y crímenes", percibiendo su falta de justicia.

         Los versículos siguientes (vv.29-32) ponen de manifiesto la relación de esta criminalidad presente con el rechazo histórico del pasado a los profetas y justos enviados por Dios.

         Los letrados y fariseos intentan atribuirse la gloria de los profetas del pasado. Construyen "sepulcros a los profetas y ornamentan los mausoleos de los justos". Mediante esas acciones pretenden, desolidarizarse del pecado de sus padres, con ellas intentan mostrar una actitud distinta a la de sus antepasados y, por ello, afirman: "Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres no habríamos sido cómplices suyos en el asesinado de los profetas".

         En esta proclamación se esconde también la hipocresía y la mentira. La actitud frente al mensaje de Jesús es idéntica a la reacción de sus padres al mensaje de los profetas. La violencia y agresividad de éstos vuelve a reproducirse en la dirigencia religiosa. La culpa del presente solidariza con las malas acciones de los antepasados.

         El intento de poner distancia respecto a la furia homicida de éstos es sólo proclamación oral ya que esconde la misma actitud interior. Por ello se convierte en testimonio contra ellos ya que muestran con sus prácticas que la herencia de agresividad y de rechazo a la palabra de Dios sigue actuando en el presente. De esta forma la culpa de los hijos (la dirigencia del presente) lleva a la plenitud los crímenes de los padres (dirigencia del pasado).

         El mensaje de Jesús que, en el evangelio de Mateo, es la culminación de la palabra transmitida por los profetas y por el estilo de vida de los justos suscita el mismo rechazo. El Dios de vida no encuentra espacio en el ámbito de la muerte en que vive la dirigencia farisea. Este es el punto desde donde se origina este lamento sobre el obcecamiento de los que, por su mala fe, no han querido abrir sus corazones al ofrecimiento de salvación.

         La Iglesia debe mostrar con su vida y no sólo con sus palabras, la capacidad de poner distancia de esta actitud. De lo contrario, se alinearía de hecho en la larga serie de homicidios contra los enviados de Dios. Este último lamento invita a todo hombre a defender la vida en la que se manifiesta el Dios de Jesucristo.

Juan Mateos

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         Era costumbre encalar los sepulcros antes de Pascua, para que presentaran un aspecto agradable. Pero, a pesar de todo, su interior es repugnante. La denuncia repite la anterior, pero añade la idea de que ellos, los que blasonan de pureza, son causa de impureza para los que toman contacto con ellos.

         Con sus construcciones en honor de los grandes hombres del pasado quieren distanciarse de los que les dieron muerte, pero en realidad son sus herederos, pues sus crímenes son aún peores. Sus protestas de adhesión a los profetas y justos asesinados no son más que otra manifestación de su hipocresía. Mateo pone en boca de Jesús la invectiva pronunciada por Juan Bautista contra fariseos y saduceos: son agentes de muerte, destinados a perecer.

Fernando Camacho

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         Terminan los lamentos de Jesús con un acento especial al hacer memoria histórica de los profetas. Hay una memoria tramposa que no sirve para vivir en el hoy de Dios lo que ellos vivieron en sus épocas. De nada sirven esos monumentos erigidos en su honor ni lamentar su muerte si repetimos los crímenes que causaron su martirio.

         Dios se convirtió en un producto nacional, sólo judío. La justicia legalista ha borrado del mapa a los profetas, al pretender ser al mismo tiempo fieles a Dios y asesinos de los profetas.

         Con estos ayes Jesús quiere darnos nuevos ojos para ver la vida. Nos advierte del peligro de pervertir la fe en el Dios de la Alianza. La fe así pervertida, produce mucha muerte. Lo que quiere decir Jesús es que Dios está interviniendo en la historia con sus prácticas a favor de los indefensos y marginados. Matar al mensajero es matar a ese Dios, comprometido con su pueblo.

         La originalidad de Jesús está precisamente aquí: en considerar a los excluidos como las fuerzas vivas de la historia. Vivir eso hace que el culto no sea estéril, y que las tradiciones de nuestros padres puedan ser releídas desde los signos de los tiempos.

         No es una reforma lo que ofrece Jesús, sino una alternativa, un nuevo comienzo, una novedad. Romper con ese Dios de muertos, y con una religión encubridora de las injusticias. Prácticas como pagar impuestos o diezmos son, así, irrelevantes, ante las exigencias de la justicia y de la misericordia. No existe la impureza externa, sino la impureza del corazón.

Gaspar Mora

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         Jesús fustiga hoy la distancia que hay en nosotros entre el parecer y el ser, entre lo que dejamos que aparezca de nuestras vidas, y lo que ocultamos. Jesús es el único santo, el único que puede exponer tales exigencias sin ser hipócrita. Todo hombre es pecador, todo predicador es pecador, y todos los que critican severamente a los demás son también pecadores.

         La hipocresía toma todas las formas, incluso la de acusar a los demás de ser hipócritas, pues los cristianos no somos mejores que los demás.

         A veces se siente la tentación de replicar: "Y usted señor, señora, ¿es usted perfecto, usted que exige que lo sean los cristianos?". Ante esa rigurosa exigencia de verdad, nos sentimos pequeños, reconocemos nuestros propios límites. No se trata tampoco de exhibir a plena luz nuestras miserias.

         Este exhibicionismo podría ser, a su vez, un modo de hipocresía dándoselas de listo para aparentar la justificación de nuestros defectos. Sacar las inmundicias delante de la piedra de la tumba no es lo que Jesús recomienda, sino la conveniencia de purificar lo de dentro de la misma manera que se ha embellecido el exterior.

         Señor, que para el interior de nuestros corazones tengamos el mismo afán de purificación y de hermosura que tenemos para nuestras apariencias.

         Una tras la otra, cada generación dice lo mismo: "Si hubiéramos estado allí, lo hubiéramos hecho mejor que vosotros"; "considerad, adultos, cuán lamentable es la sociedad que nos habéis legado"; "ah, si nos dierais las responsabilidades, veríais" ¡Y nos cargamos a nuestros antepasados y nos cargamos a los judíos, y creemos que nosotros no hubiéramos crucificado a Jesús! Resulta una terrible hipocresía creerse mejor que su propio padre, considerarse entre los justos, cuyas tumbas se adornan en los cementerios.

         Hay así una hipocresía inconsciente en el hecho de mirar desde arriba la historia de la Iglesia, al creer que somos nosotros los que, por fin, hemos purificado la fe, y que el cristianismo de nuestros antepasados dejaba mucho que desear.

         "Con nosotros renacerá la Iglesia", dicen algunos. Ingenua pretensión, o como dice el propio Jesús, "con eso atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas". Todo este cap. 23 de Mateo, que hemos leído, es sombrío, pesimista y trágico. Quizá su violencia nos excede; pero no puede suprimirse del evangelio. Es como un escalpelo que abre las llagas. El peligro estaría en aplicarlo sólo a las llagas de los demás. Y para Jesús, ciertamente fue trágico: será asesinado.

Noel Quesson

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         Dos acusaciones más de Jesús contra los fariseos, con los que terminamos esta serie, nada halagüeña para las clases dirigentes de Israel. Según él, esos letrados y fariseos hipócritas se parecen a "sepulcros encalados", por fuera "con buena apariencia", pero por dentro "llenos de podredumbre". Los sepulcros se blanqueaban, entre otras cosas, para que se pudieran distinguir bien y no tocarlos, porque eso dejaba impura a la persona.

         Además, los fariseos levantan mausoleos o "adornan los sepulcros de los profetas muertos por sus antepasados". Y eso que ellos rechazan a los profetas vivientes, y están a punto de asesinar al enviado de Dios, con lo que van a "colmar la medida de sus padres".

         Jesús sigue fustigando el pecado de hipocresía: aparecer por fuera lo que no se es por dentro. Como había condenado los árboles que sólo tienen apariencia y no dan fruto, aquí desautoriza a las personas que cuidan su buena opinión ante los demás, pero dentro están llenos de maldad.

         ¿Se nos podría achacar algo de esto? ¿No andamos preocupados por lo que los demás piensan de nosotros, cuando en lo que tendríamos que trabajar es en mejorar nuestro interior, en la presencia de Dios, a quien no podemos engañar? ¿Es auténtica o falsa nuestra apariencia de piedad? ¿Sería muy exagerado tacharnos de "sepulcros blanqueados"?

         También conviene que nos evaluemos en el otro aspecto que Jesús denuncia. ¿Somos de los que se distancian de los malos, como los fariseos de sus antepasados ("nosotros no hubiéramos hecho eso de ninguna manera"), pero en realidad somos tan malos o peores que ellos, cuando se nos presenta la ocasión?

         Se podría decir algo así de la Iglesia, que denuncia (con razón) los defectos de la sociedad pero puede caer ella misma en las mismas faltas que critica. Y también de cada uno de nosotros, los buenos y los mejores, cuando en realidad somos espiritualmente más pobres que los que tenemos por alejados.

José Aldazábal

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         Hoy, como en los días anteriores y los que siguen, contemplamos a Jesús fuera de sí, condenando actitudes incompatibles con un vivir digno, no solamente cristiano, sino también humano: "Por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad" (Mt 23, 28). Viene a confirmar que la sinceridad, la honradez, la lealtad, la nobleza... son virtudes queridas por Dios, y también muy apreciadas por los humanos.

         Para no caer en la hipocresía, pues, tengo que ser muy sincero. En 1º lugar con Dios, porque me quiere limpio de corazón y que deteste toda mentira por ser él totalmente puro, la verdad absoluta. En 2º lugar conmigo mismo, para no ser yo el 1º engañado, exponiéndome a pecar contra el Espíritu Santo (al no reconocer los propios pecados ni manifestarlos con claridad en la confesión, o por no confiar suficientemente en Dios), que nunca condena a quien hace de hijo pródigo ni pierde a nadie por el hecho de ser pecador, sino por no reconocerse como tal.

         Y en 3º tercer lugar, con los otros, ya que también a todos nos pone fuera de sí la mentira, el engaño, la falta de sinceridad, de honradez, de lealtad y de nobleza (como también le ponía a Jesús). Y por esto mismo, hemos de aplicarnos el principio de la Regla de Oro: "Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie".

         Estas 3 actitudes (que podemos considerar de sentido común) las hemos de hacer nuestras para no caer en la hipocresía, y hacernos cargo de que necesitamos la gracia santificante, debido al pecado original ocasionado por el "padre de la mentira" que es el demonio.

         Por esto, haremos caso de la exhortación de San José Mª Escrivá: "A la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo". O tendremos también presente a Orígenes, que dice que "toda santidad fingida yace muerta, porque no obra impulsada por Dios". Y nos regiremos siempre por el principio elemental y simple propuesto por Jesús: "Sea vuestro lenguaje sí, sí; no, no" (Mt 5, 37).

Luis Roque

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         Jesús nos invita hoy a revisar nuestra forma de comportarnos en diferentes espacios. A qué responde dicha forma en realidad. Nos pasa lo mismo que a los escribas y fariseos de su época. Parecemos muy puros por fuera, pero en realidad eso es simplemente una coraza que encierra todo lo que somos por dentro.

         ¿Es nuestra forma de ser de una manera ante las personas que conocen de mí como cristiana y otra muy diferente ante las y los demás? No dudemos ni un momento que si la respuesta es afirmativa, Jesús no dudará en llamarnos hipócritas a nosotros también.

         Señor, te pido que a la luz de tu espíritu me sondes y me hagas verme tal cuál soy, para así poder ponerme ante tus pies y pedirte que me transformes a tu imagen y semejanza.

Miosotis Nolasco

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         Con estas palabras de hoy termina Jesús su duro sermón contra aquellos que aparentan una cosa y viven de una manera contraria a lo que predican. No podemos decir que somos cristianos por el hecho de que portamos con nosotros una medallita o un crucifijo, o por que tenemos en nuestras casas u oficinas alguna imagen de Jesús o de la Santísima Virgen.

         La vida cristiana es ante todo un estilo de pensar y vivir que se tiene que reflejar en todas las áreas de nuestra vida. Por ello nuestro trato con la familia, con los vecinos, con los empleados y compañeros debe manifestar a los demás, que creemos y amamos a Jesús, que somos auténticamente cristianos.

         No debemos olvidar que nuestra vida diaria será siempre un reflejo de nuestra vida interior. Por ello decía el padre Esquerda: "Quien es cristiano no lo puede esconder, y quien no lo es no lo puede fingir. Pues ambas cosas se notan".

         Preguntémonos, pues, cómo es mi vida interior. ¿Tengo realmente una relación profunda y personal con Dios, por medio de la oración? Pues de lo contrario por más esfuerzos que hagas para disimularlo, finalmente se notará si eres o no un discípulo del Señor.

Ernesto Caro

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         Continúa hoy Jesús su denuncia contra los fariseos. Denuncia que no es sólo eco de los conflictos que enfrentó Jesús, sino que recoge los padecimientos de las comunidades cristianas primitivas.

         Los fariseos acentuaron la persecución contra los cristianos en la medida que éstos dejaron de ser una secta del judaísmo y empezaron a adquirir su propia identidad. Dentro del judaísmo había muchas sectas y movimientos religiosos que proponían reformas y remiendos a las antiguas instituciones. Ninguna, en el fondo, se atrevía a cuestionar la legitimidad de las instituciones en sí mismas.

         Los cristianos, al proclamar que Jesús era el Mesías (el enviado de Dios), ponían en entredicho la validez de todas las instituciones, incluso de las más sagradas (como el Templo de Jerusalén). La persona y la palabra de Jesús eran una alternativa novedosa y definitiva frente a las antiguas instituciones.

         La novedad de Jesús consistía en una valoración incondicional de la vida de la persona. La vida humana estaba por encima de instituciones y leyes. Para él, absolutamente nadie tenía poder para quitar la vida. Pues en el momento que alguien se arrogara este derecho, estaba abierto el camino hacia la crueldad. La dignidad humana se constituía como el fundamento de la nueva humanidad.

         Hoy enfrentamos a muchas instituciones que a nombre de las más diversas causas, incluso de las religiosas, se adjudican el derecho a dominar la vida del ser humano. Toda la realidad la reducen a una cotización en beneficio de sus intereses económicos, políticos y sectarios.

         El evangelio nos invita a que entonemos nuevos ayes contra los modernos "sepulcros blanqueados" que encubren violencias y corrupciones, y a que denunciemos a los que les hacen monumentos a sus víctimas para encubrir la impunidad perpetuada en la historia.

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 27/08/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A