8 de Octubre

Miércoles XXVII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 8 octubre 2025

Lc 11, 1-4

         Escuchamos hoy una nueva secuencia, perfectamente marcada por: 1º el nuevo escenario (cambio de decorado), pues "sucedió que él se encontraba orando en cierto lugar" (v.1a); 2º unos nuevos personajes (Jesús y los discípulos), pues "uno de sus discípulos le pidió" (v.1b), y 3º una nueva temática (la oración), pues ese discípulo le pidió "enséñanos a orar" (v.1c).

         Los discípulos no han participado en la oración de Jesús ("mientras él se encontraba orando"), pero sienten la necesidad de tener unas formas de orar parecidas a las del Bautista ("enséñanos a orar, como Juan"). Este ya había hecho escuela, pero Jesús todavía no. Y sus discípulos quieren unas formas rígidas, que llenen las horas del día y de la noche, que den solidez e identidad al grupo que se está constituyendo.

         La oración de Jesús, o no la han comprendido o no la comparten (no le piden que les enseñe a orar como él lo hace). Quieren aprender unas formas como las que Juan enseñó a sus discípulos. Jesús contrasta esta forma de orar ritualizada con una oración de compromiso personal: "Cuando oréis, decid: Padre" (v.2a). Inaugura una forma de orar inaudita.

         La oración judía oficial se realizaba en el Templo de Jerusalén, el lugar por excelencia, pero hoy Jesús convierte el sitio donde se encuentra en lugar adecuado para la oración ("mientras él se encontraba orando en cierto lugar"). Por 1ª vez hay quien se dirige a Dios con confianza filial: Abba (lit. Papá). Jesús introduce un cambio profundo en la relación del hombre con Dios.

         Todas las religiones, incluyendo la religión judía (AT), rezan a un Dios lejano, al que tratan de aplacar. Pero Jesús sustituye la verticalidad por la horizontalidad: Dios es Padre. A diferencia de Mateo ("Padre nuestro"), Lucas no pone el acento en el aspecto comunitario.

         En la 1ª parte de la secuencia el centro es el Padre, en contraste con el Dios del AT: que "se proclame que ese nombre tuyo es santo" (v.2b), que las "buenas obras" de la Iglesia hagan que la humanidad proclame su santidad (en vez de la blasfemia), que "llegue tu reinado" (v.2c). Jesús quiere que el reinado de Dios se extienda a todo hombre, y que la Iglesia lo haga presente con su estilo de vida.

         Pide también Jesús al Padre "nuestro pan del mañana, cada día" (v.3), es decir, que lo que parecía reservado para el mañana (mentalidad escatológica) se anticipe ya ahora (en la eucaristía). Hablar de "la otra vida" es propio de todas las religiones, pero Jesús habla de hoy, y de que el reino de Dios tiene que ir construyéndose cada día.

         Pide Jesús al Padre que "perdone nuestros pecados, pues también nosotros perdonamos a todo deudor nuestro" (v.4a). Respecto al hermano no hay pecado, sino que hay una deuda. La Iglesia se anticipa en el perdón y amor al prójimo, para forzar el perdón de Dios.

         Pide también Jesús al Padre "no nos dejes ceder a la tentación" (v.4b). La Iglesia no ha de ceder a las pretensiones nacionalistas y religiosas del Tentador. Es el peligro que la amenazará en todo momento. Jesús superó todas las 3 pruebas en el desierto, y la Iglesia pide poder hacer otro tanto en el desierto de la sociedad, sin ceder a las tentaciones del Maligno bajo capa de providencialismo (irresponsable) o ambición (de gloria u ostentación).

Josep Rius

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         La práctica habitual de la oración por parte de Jesús lleva a uno de sus discípulos a pedirle que les enseñe a orar, como Juan enseñó a los suyos. Jesús les enseña la oración que conocemos como el Padrenuestro, de la que Lucas presenta una versión abreviada con relación a Mateo. Debe observarse, no obstante, que la traducción de Padre nuestro que se conserva en la liturgia tiene serios errores, que sería bueno subsanar.

         La primera novedad de esta oración es que Jesús nos invita a dirigirnos a Dios como a un padre y a que anunciemos a los cuatro vientos ese nombre nuevo de Dios ("proclámese ese nombre tuyo"). El texto de la oración que rezamos dice "santificado sea tu nombre", expresión cuyo significado es difícil de determinar. A ese Padre Dios le pedimos que llegue su reinado, o lo que es igual, que reine sobre nosotros y sobre la comunidad cristiana en la que no deben reinar otros señores.

         La traducción que rezamos dice "venga a nosotros tu reino", expresión que ha dado lugar a imaginar que un día vendrá sobre nosotros el reino de Dios, como si se tratase de una realidad sobrepuesta a nuestro mundo. La oración que rezamos prosigue: "Nuestro pan de cada día dánoslo hoy", separándose también de la traducción correcta del texto griego que dice nuestro pan del mañana dánoslo cada día, esto es, que el banquete anunciado para los tiempos mesiánicos por los profetas se haga realidad en la comunidad presente, que celebra la eucaristía.

         Quienes comen juntos como hermanos y celebran la eucaristía deben mostrarlo en el perdón fraterno, como garantía y prueba del perdón que recibimos de Dios (perdónanos nuestros pecados, que también nosotros perdonamos a todo deudor nuestro). La traducción actual dice "perdónanos nuestras ofensas", como si Dios pudiera ser ofendido con nuestro comportamiento.

         Finalmente, pedimos a Dios no caer en la tentación, la triple tentación que Jesús venció desde el principio de su ministerio: la de no actuar sin atender al plan de Dios (di que esas piedras se conviertan en pan), la de la ambición de gloria y de poder ("te daré toda esa autoridad y su gloria si me rindes homenaje") y la de no caer en el providencialismo irresponsable ("tírate de aquí abajo, porque está escrito"). Qué pena que la oración cristiana por excelencia esté mal traducida.

Juan Mateos

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         Hoy vemos cómo uno de los discípulos le dice a Jesús: "Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos" (v.1). La respuesta de Jesús fue apoteósica: "Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación" (vv.2-4). Una oración que bien pudiera ser resumida con una frase: la correcta disposición para la oración cristiana es la disposición de un niño delante de su padre.

         Vemos enseguida que la oración, según Jesús, es un trato del tipo padre-hijo. Es decir, es un asunto familiar basado en una relación de familiaridad y amor. La imagen de Dios como padre nos habla de una relación basada en el afecto y en la intimidad, y no de poder y autoridad.

         Rezar como cristianos supone ponernos en una situación donde vemos a Dios como padre y le hablamos como sus hijos. Orar es hablar con Dios, hablar de ti, dar gracias y hacer peticiones. Y sobre todo amor y desagravio. En 2 palabras: conocerse y tratarse.

         Cuando los hijos hablan con sus padres se fijan en una cosa: transmitir en palabras y lenguaje corporal lo que sienten en el corazón. Llegamos a ser mejores mujeres y hombres de oración cuando nuestro trato con Dios se hace más íntimo, como el de un padre con su hijo. De eso nos dejó ejemplo Jesús mismo. Él es el camino.

         Y si acudes a la Virgen, maestra de oración, ¡qué fácil te será! Pues como ya decía Juan Pablo II, "la contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro de Hijo le pertenece de un modo especial. Y nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo".

Austin Chukwuemeka

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         Hoy nos instruye el Señor sobre la oración. Más precisamente, nos enseña la oración propia de la comunidad de Jesús, es decir, el Padrenuestro, una oración que ha venido a llamarse el "compendio del evangelio". En la fórmula que nos propone el evangelista Lucas faltan algunas de las peticiones que recitamos habitualmente, pero está recogido lo esencial. Destacamos 2 puntos.

         El 1º punto es la fuerte tensión hacia el cumplimiento. Los profetas remitían al día en que Dios santificaría su nombre ante todo el pueblo y ante todas las naciones. En ese día acabaría el exilio de Israel, porque Dios congregaría a los suyos, dispersos entre las gentes. En ese día, Dios establecería su reinado. En ese día, Dios "arrancará el velo que cubre a todos los pueblos y el paño que tapa a las naciones, y preparará para todos los pueblos un festín de manjares suculentos".

         El 2º punto es esa especie de compromiso que adoptamos en la petición referente al perdón de los pecados. La venida del reino de Dios es un don que desciende verticalmente del Padre que está en los cielos; pero nosotros no somos simples sujetos pasivos. Eso es justamente lo que distingue la espera de la esperanza. La espera es un aguardar que se cumpla algo que no depende de nosotros: esperamos la llegada del tren (no somos los maquinistas); esperamos que llegue pronto el buen tiempo (no está en nuestra mano el traerlo).

         La esperanza es, sin embargo, activa. Uno pone buenamente lo que está de su parte, por poco que sea. Una joven pareja espera que su matrimonio no fracase, pero no lo ha de fiar todo de la buena estrella o la buena suerte; ha de hacer lo posible por que la unión se consolide, aunque sabe que pueden aparecer circunstancias ajenas a su control que acaso dificulten este propósito. Este esperar no es ya el de la mera espera, sino el de la esperanza activa.

         La venida del Reino depende totalmente de Dios, y es gracia suya. Pero nosotros tomamos parte en esta venida con varios gestos: la petición de esa venida, el buen empleo de los talentos (Mt 25, 14-30) y el perdón ofrecido al ofensor o a quien nos debe algo.

         Un dicho rabínico es a este respecto pertinente, y nos ayuda a ahondar en este apunte: "Rab dijo: El mundo debe crearse exclusivamente en orden a David. Y Semuel dijo: En orden a Moisés. Y rabí Yohanán dijo: En orden al Mesías". Un apunta cuya interpretación la aportan Levinas y Lohfink:

"David, tenido por el autor de los salmos, representa la oración, la alabanza y adoración a Dios; con éstas se alcanza el sentido de la creación. Moisés representa la Torah, porque la mera oración puede ser palabrería biensonante pero hueca; la creación sólo alcanza su finalidad si se da la seriedad de la moral. Yohanán acepta lo anterior, pero añade que para que la creación llegue a su plenitud necesita al Mesías como asistente todopoderoso. Sólo en la plenitud de un pueblo mesiánicamente transformado resplandece el sentido de la creación".

         El Padrenuestro es la oración que el Mesías ha dado a su comunidad. En él se ensamblan la alabanza, la petición y el compromiso moral de este pueblo. Oremos el evangelio, oremos el compendio del evangelio.

Pablo Largo

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         El Padrenuestro es el resumen orante y actuante de toda la vida cristiana, y el resumen de todo el evangelio. Muchos consideran el Padrenuestro como la síntesis de la predicación y práctica de Jesús, pues vida de Jesús fue eso: el Padre y el pueblo (Padre-nuestro).

         Toda la práctica y predicación de Jesús consistió en esto: hacer la voluntad del Padre, que consiste en construir su Reino en medio de nosotros, para que así sea santificado por todos su nombre y todos los seres humanos, que formamos el gran pueblo de Dios podamos tener vida en abundancia, gracias a que adquirimos como don y como lucha lo que necesitamos para vivir con dignidad (pan), crecemos en la vida comunitaria y solidaria (perdón), superamos egoísmos e individualismos (tentaciones) y nos liberamos de aquello que nos oprime (mal).

         En el Padrenuestro encontramos una correcta relación y articulación entre la causa del Padre y la causa del pueblo, entre Dios y los seres humanos, entre el cielo y la tierra. La 1ª parte del Padrenuestro se refiere a la causa de Dios Padre: la santificación de su nombre, su reinado y su voluntad. La 2ª parte concierne a la causa de los seres humanos: el pan necesario, el perdón indispensable, la tentación siempre presente y el mal continuamente amenazador.

         Ambas partes forman una unidad en la práctica y predicación de Jesús, enseñándonos que Dios no se interesa sólo de lo que es suyo (su nombre, su reinado, su voluntad), sino que se preocupa por lo que es propio del pueblo (su pan, su perdón, la tentación, el mal). En pocas palabras, en la oración del Padrenuestro, la causa de Jesús no es ajena a la causa del pueblo, y la causa del pueblo no es extraña a la causa de Dios.

Fernando Camacho

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         Cuando hubo terminado Jesús de rezar, uno de sus discípulos le pidió: "Señor, enséñanos una oración, como Juan enseñó a sus discípulos". En efecto, Juan Bautista les había enseñado a rezar en el contexto que era el suyo: la fiebre de la última y próxima espera del Mesías. Pero los discípulos quisieron también tener también una oración salida de los labios de Jesús.

         Jesús les dijo: "Cuando recéis decid: Abba, Padre nuestro". He aquí la oración que surgió de Jesús.

         Es muy interesante notar las diferencias entre el Padrenuestro relatado por san Mateo (Mt 6, 9) y el que nos relata aquí Lucas. Seguramente uno y otro propusieron el texto usado en sus comunidades respectivas, a menos que el mismo Jesús hubiera dado, en diversas ocasiones, varias versiones (a la vez diferentes y a la vez semejantes). Hoy tenemos que volver a descubrir esa diversidad de las liturgias, en la unidad de fondo: 7 peticiones según Mateo, y 5 peticiones según Lucas.

Mateo

Lucas

Padre nuestro celeste,

Padre nuestro,

que sea santificado tu nombre,

santificado sea tu nombre

que venga tu Reino,

venga tu Reino

que tu voluntad se haga en

(...)

la tierra como en el cielo.

 

El pan nuestro de cada día

danos cada día

dánoslo hoy,

nuestro pan cotidiano,

perdónanos nuestras deudas

perdónanos nuestros pecados

como nosotros perdonamos

porque también nosotros perdonamos

a nuestros deudores.

a todo el que nos debe.

Y no nos dejes caer en

Y no nos dejes caer

la tentación,

en la tentación.

mas líbranos del mal.

(...)

Noel Quesson

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         La vida de Jesús, su alma misma, su programación misionera, quedaron enmarcadas para todos los tiempos en la oración más hermosa: el Padrenuestro. La oración de Jesús no es un rezo, ni una fórmula infantil, ni una nueva doctrina. Sino que la oración de Jesús es, ante todo, un proyecto: su proyecto mismo de vida.

         Los apóstoles fueron los primeros en admirar cómo oraba Jesús en permanente diálogo con el Padre; ellos estaban muy preocupados porque no tenían una forma propia de orar. Ni una oración que los distinguiera de los demás grupos religiosos. Ellos solamente sabían las oraciones de todo judío piadoso, pero necesitaban una oración que los caracterizara como discípulos de Jesús, como familia de Dios y como llamados al Reino.

         Fue entonces cuando Jesús les enseñó el Padrenuestro, que no solamente es una oración digna de ser puesta en nuestros labios, sino que nos da el estilo y los criterios para que toda oración se auténtica. Cuando Jesús ora no solamente dice palabras bonitas. La oración para Jesús es un momento clave de confrontación entre su vida y el proyecto del Padre, y eso es en definitiva el Padrenuestro.

         Los cristianos estamos acostumbrados a rezar. No podemos negar que muchos cristianos oran, pero por lo general cuando oramos, vivimos pidiendo. Con la oración, con la eucaristía y con todos los actos religiosos que hacemos acontece a veces como que queremos manipular a Dios, y con frecuencia somos sólo nosotros los que pedimos a Dios, y no dejamos que Dios nos pida a nosotros.

         Como Jesús, cada vez que oremos hemos de confrontarnos con el reino de Dios. Esta sería la genuina forma de orar. No podemos hacer de la oración un espacio de escape a la realidad, ni un momento de manipulación y de promesas falsas a Dios. La oración tiene que producir frutos en la vida personal y comunitaria, así como lo hizo Jesús.

         La oración del Padrenuestro, es la vida misma de Jesús, hecha oración. Debe seguir siendo nuestra oración principal, para que seamos interpelados por los sentimientos mismos de Jesús. Porque el Padrenuestro es, en definitiva, la oración del reino de Dios.

Severiano Blanco

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         En el camino de Jesús a Jerusalén, también se va describiendo el camino de sus seguidores en su vida de fe. Si ayer era la escucha de la palabra de Dios lo que recomendaba Jesús, hoy y mañana nos enseña la importancia de la oración.

         El Padrenuestro del evangelio de Lucas es menos desarrollado que el de Mateo, y contiene 2 peticiones referentes a Dios ("santificado sea tu nombre" y "venga tu reino", al tiempo que Mateo añade "hágase tu voluntad") y 3 para nosotros ("danos el pan", "perdona nuestros pecados" y "no nos dejes caer en la tentación", al tiempo que Mateo añade "líbranos del mal").

         Los especialistas dicen que es más fácil pensar que Mateo haya añadido matices, más que Lucas los haya suprimido. Por tanto, la versión de Lucas podría considerarse más cercana a lo que dijo Jesús. Todavía hay otra versión del primer siglo, la de la Didaché, que añade una doxología final ("tuyo es el reino"), que nosotros también decimos en la misa como conclusión del Padrenuestro.

         No importan mucho estas diferencias en el texto. Nosotros rezamos la forma eclesial, la que la Iglesia ha creído más conveniente poner en labios de sus fieles, teniendo en cuenta la de las otras confesiones cristianas y también la traducción que más ayude a rezar en común a todos los que utilizan la misma lengua, como en el caso del castellano (que desde 1988 se unificó para los 580 millones de hispanohablantes, a lo largo de 32 países de habla hispana).

         A Jesús le pidieron que les enseñara a rezar porque le vieron rezando a él. Él es el mejor modelo: él, que se dedicaba continuamente a evangelizar y atender a las personas, pero que también oraba, con una actitud filial de comunión con el Padre. Rezamos muchas veces el Padrenuestro, y por eso tiene el peligro de que la rutina no nos permita sacarle todo el gusto espiritual que merece. Es la más importante de las oraciones que decimos, la que nos enseñó el mismo Jesús.

         El Padrenuestro es una oración entrañable, que nos ayuda a situarnos en la relación justa ante Dios, pidiendo ante todo que su nombre sea glorificado y que se apresure la venida de su Reino. El centro de nuestra vida es Dios. Luego pedimos por nosotros: que nos dé el pan de nuestra subsistencia, nos perdone las culpas y nos dé fuerza para no caer en la tentación.

         Es nuestra oración de hijos. Lucas trae como invocación inicial una sola palabra: Padre, que la comunidad primera conservó cariñosamente, recordando que Jesús llamaba a Dios Abbá. Mateo añade lo de "nuestro, que estás en los cielos".

         Hoy haríamos bien en decir el Padrenuestro por nuestra cuenta, despacio, saboreándolo, por ejemplo después de la comunión, creyendo lo que decimos. Además, tendríamos que enseñar a otros a rezarlo con fe y con amor de hijos. Las demás oraciones son glosas, comentarios, no tan importantes como ésta. A los hijos de una familia, a los niños de la catequesis, les tenemos que iniciar en la oración sobre todo "orando con ellos", no tanto "mandándoles que recen", y precisamente con estas palabras que nos enseñó Jesús.

         Si tenemos la sana costumbre de hacer alguna lectura de tipo espiritual a lo largo del día, podemos hoy leer los comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC, 2759-2865) a las peticiones del Padrenuestro, en los que presenta esta oración como "corazón de las sagradas Escrituras", "la oración del Señor y oración de la Iglesia" y el "resumen de todo el evangelio".

José Aldazábal

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         Señor, enséñanos a orar. La oración es el diálogo del hombre con Dios. He aquí la grandeza de la oración. Jesús enseñó a sus discípulos la más grande de las oraciones, el Padrenuestro. En esta oración de Jesús se da una relación filial del hombre con Dios.

         Hablar como hijos y no como siervos ante alguien desconocido, decir Padre a Dios. "Padre nuestro" es el Padre que nos espera ansioso en la casa, como el Padre del hijo pródigo; es el Padre que nos da el pan diario, que es su Hijo en la eucaristía, como lo dio en el desierto a los israelitas, para alimentar a los peregrinos de este mundo.

         Pedir con insistencia y con la fe de que recibiremos, así debemos pedir como nos enseña Jesús. Lo primero es fácil, siempre pedimos por nuestras necesidades, por el trabajo, por el hijo enfermo... Pero pedir con fe, no es así de fácil. La fe requiere confianza y es una virtud que no se practica mucho en nuestro tiempo. Si tuviésemos la fe como un granito de mostaza diríamos a un árbol "plántate en el mar" y así sería.

         También hay que pedir por la fe, como aquel padre que pedía por su hija enferma: "Señor, creo, pero aumenta mi fe". Aunque Jesús "ya sabe lo que necesitamos, antes de pedirlo".

Luis Felipe Nájar

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         Lo que más me impresiona del fragmento de hoy es que Jesús aparece orando "en cierto lugar". Su acción despierta un deseo ("Señor, enséñanos a orar"), y ese deseo convoca de nuevo a la acción ("Cuando oréis, decid"). ¿Por qué ora Jesús? ¿Por qué a veces se retira y otras se acerca? ¿Por qué es necesario decir: "Padre, santificado sea tu nombre"?

         Jesús ora porque necesita viajar al centro de su experiencia filial, porque necesita respirar el cariño de su Abbá. Jesús es el gran experto del "viaje al centro". Y desde el centro, se conecta con todos y con todo. Sé que estas expresiones pueden malentenderse en tiempos en que hemos hablado, más bien, de la necesidad de viajar la periferia. No hay contradicción.

         Cuando hablo de centro me refiero al núcleo de la persona, su alma y corazón. Viajar al centro es viajar al santuario de nuestra identidad, en el que descubrimos a Dios, nos descubrimos a nosotros mismos de un modo nuevo, nos vinculamos a los demás en la raíz y nos insertamos en el mundo. Por eso orar es como respirar.

         Naturalmente este viaje, como todas, necesita algunas señales. La petición de los discípulos es la que nosotros mismos formulamos cuando alguien nos habla de lo importante que es orar: "Enséñanos a orar". El Padrenuestro es un maravilloso y sencillo mapa para viajar al centro. En la versión de Lucas, nos lleva al centro a través de 4 peticiones esenciales: el reino, el pan, el perdón, la preservación de la tentación.

         Os invito a que hoy miércoles repitamos estas peticiones en contextos diferentes: en casa, en la calle, en la iglesia. Dejemos que el Espíritu de Jesús nos conceda el don de saber orar como conviene. Dejemos que él sea el pedagogo que nos enseñe a orar como Jesús.

Gonzalo Fernández

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         El Señor, mediante la oración, nos enseña a relacionarnos con Dios no sólo como criaturas, sino como hijos suyos. En la oración del Padrenuestro estamos aceptando el compromiso de reconocer que Dios no es Padre exclusivo de un grupo, pues no decimos, por ejemplo, Padre de los cristianos, sino Padre nuestro, Padre de todos.

         Santificamos el nombre de Dios no sólo cuando le rendimos culto, sino cuando, por nuestras buenas obras, elevamos hacia Él una continua alabanza a su santo nombre. Su Reino sólo vendrá a nosotros cuando se haga realidad su amor en nuestros corazones, amor que nos una a todos sin distinción, como Dios nos quiere.

         El "pan nuestro de cada día" lo pedimos sin querer entregar nuestro corazón a los bienes materiales, pues bástele a cada día sus propias preocupaciones; y si el Señor nos concede más de lo que necesitamos que sea para que sepamos compartir con los pobres lo que el Señor nos ha confiado.

         Cuando veamos que la unidad está en riesgo de perderse a causa de nuestra fragilidad que nos arrastra a ofender a los demás, o a ser ofendidos por ellos, hemos de pedir a Dios que nos perdone, con un arrepentimiento sincero que nos lleve a restaurar nuestras relaciones de hijos con Dios y nuestras relaciones fraternas con nuestro prójimo.

         Finalmente le pedimos a Dios que "no nos deje caer en tentación", que vele por nosotros, que nos fortalezca con su Espíritu para que, a pesar de nuestras fragilidades e inclinaciones al mal, permanezcamos firmes en hacer el bien; entonces la victoria de Cristo sobre el Maligno será también nuestra victoria.

         Así, vislumbramos que el Padrenuestro no es sólo una oración para recitarla de memoria, sino una oración que ha de recitarse con el compromiso de la vida diaria hecha testimonio de la presencia del Señor en nosotros, que nos lleva a vivir unidos como hermanos, libres de maldades, egoísmos y odios, en torno a nuestro Dios y Padre, manifestando así que ya desde este mundo hemos dado inicio al reino de Dios entre nosotros.

         En esta eucaristía nos hemos reunido, libres de odios y de rivalidades en torno a nuestro Padre Dios, unidos mediante una misma fe y un mismo Espíritu que nos hace tener un sólo corazón por nuestra unión a Cristo, cabeza de la Iglesia.

         El Señor nos hace hoy una fuerte llamada a la unidad; nos invita a reconocer que somos pecadores y frágiles; pero también nos invita a confiar en la ayuda, en la fuerza que nos viene de lo alto: el Espíritu que Dios ha derramado en nuestros corazones. Mientras nos dejemos conducir por el Espíritu de Dios, el Señor hará su obra en nosotros, y desde su Iglesia hará que la salvación llegue a todas las personas sin distinción alguna.

José A. Martínez

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         Los discípulos le dijeron con toda sencillez a Jesús: "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11, 1-4). Y de sus mismos labios aprendieron el Padrenuestro, una oración en la que, como decía Juan Pablo II, "hay una sencillez tal, que hasta un niño la aprende; y hay una profundidad tal, que se puede consumir una vida entera en meditar el sentido de cada palabra".

         La 1ª palabra que pronunciamos, por expresa indicación del Señor, es Abba (lit. Padre). El mismo Dios que trasciende absolutamente todo lo creado está muy próximo a nosotros, es un Padre estrechamente ligado a la existencia de sus hijos, débiles y con frecuencia ingratos, pero a quienes quiere tener con él por toda la eternidad. Hemos nacido para el cielo, y "cuando llamamos a Dios Padre (decía San Cipriano, en su Tratado de la Oración) nuestro, tenemos que acordarnos que hemos de comportarnos como hijos de Dios".

         Cada vez que acudimos a nuestro Padre, él nos dice: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo" (Lc 15, 31). Ninguna de nuestras tristezas, de nuestras necesidades, le deja indiferente. Si tropezamos, él está atento para sostenernos o levantarnos.

         Ya el mismo Jesús nos había enseñado antes la manera de tratar con nuestro Padre Dios: con una conversación filial y personal, en el secreto de la casa (Mt 6, 5-6), discreta (Mt 6, 7-8), humilde, como la del publicano (Lc 18, 9-14), constante y sin desánimo, como la del amigo inoportuno (Lc 11, 5-8; 18, 1-8) y penetrada de confianza en la bondad divina (Mc 11, 23), pues Dios es un Padre conocedor de las necesidades de sus hijos, y nos da no sólo los bienes del alma, sino también lo necesario para la vida material (Mt 7, 7-11). Padre mío, enséñanos y enséñame a tratarte con confianza filial.

         Tenemos derecho de llamar Padre a Dios si tratamos a los demás como hermanos, especialmente a aquellos con quien nos unen lazos más estrechos, con los que más nos relacionamos, con los más necesitados y con todos. Pues como señala San Juan Crisóstomo: "No podéis llamar Padre nuestro al Dios de toda bondad si conserváis un corazón duro y poco humano, pues, en tal caso, ya no tenéis en vosotros la marca de bondad del Padre celestial". La oración del cristiano, aunque es personal, nunca es aislada. Decimos Padre nuestro, e inmediatamente esta invocación crece y se amplifica en la comunión de los santos.

Francisco Fernández

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         En el evangelio de hoy, los discípulos hacen una petición a Jesús: "Señor, enséñanos a orar". La oración es el gran deporte (entrenamiento) y la gran disciplina (competición) del cristiano. Algo que recordará el mismo Jesús en el huerto de Getsemaní: "Vigilad y orad para que no caigáis en tentación". Él es nuestro entrenador, y hoy nos ofrece la fórmula perfecta para llegar hasta el final de la competición: el Padrenuestro.

         En dicha oración encontramos los elementos que deben caracterizar toda oración de una auténtico cristiano. Se trata de una oración dirigida a una persona: al Padre, al que alabamos como Dios y del que anhelamos la llegada de su Reino.

         También pedimos por nuestras necesidades espirituales y temporales, pedimos perdón por nuestros pecados, ofrecemos el perdón a quienes nos han ofendido, y pedimos las gracias necesarias para permanecer fieles a su voluntad. Todo ello, rezado con humildad y con un profundo espíritu de gratitud.

         Ojalá que sea el Padrenuestro, la oración de todas nuestras familias, y, el reflejo de nuestras vidas como cristianos y discípulos de Jesucristo.

Clemente González

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         Jesús, de nuevo me das ejemplo mostrándome la importancia de la oración. Los discípulos te miran, y quieren aprender también a rezar. Esperan a que termines tu rato de oración para pedirte: enséñanos a orar. Jesús, enséñame a orar, enséñame a tratarte, a dirigirme a ti, y al Padre y al Espíritu Santo. Y me respondes con el Padrenuestro, para que me quede claro que Dios no es un ser abstracto, lejano, ininteligible. Dios es mi Padre, y como tal he de tratarle: "Padre, santificado sea tu nombre".

         Cuando oramos al Padre estamos en comunión con él y con su Hijo, Jesucristo. Y como dice el Catecismo de la Iglesia:

"Entonces le conocemos y lo reconocemos con admiración siempre nueva. La primera palabra de la Oración del Señor es una bendición de adoración, antes de ser una imploración. Porque la gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos como Padre, Dios verdadero. Le damos gracias por habernos revelado su nombre, por habernos concedido creer en él y por haber sido habitados por su presencia" (CIC, 2781).

         Jesús, tu me enseñas a pedir al Padre por todas mis necesidades espirituales y materiales, y por los demás: nuestro pan cotidiano dánosle cada día; y perdona nuestros pecados. La vida del cuerpo se alimenta de ese pan cotidiano. Pidiéndote por él, no sólo pido por todo lo material que necesito, sino también reconozco que todo lo que tengo viene de ti (casa, familia, trabajo...).

         La vida del alma se alimenta de la gracia, que se obtiene en los sacramentos, la oración y las buenas obras. Trabajo bien hecho y ofrecido, obras de caridad y de servicio a los demás, etc. Y pierdo la gracia por el pecado. Por eso es tan importante pedirte perdón por mis pecados. En el Sacramento de la Penitencia se me perdonan los pecados y recibo tu gracia.

         "Domine, doce nos orare", dijeron los discípulos a Jesús, a lo que el Señor respondió: "Cuando os pongáis a orar, habéis de decir: Pater noster qui es in coelis". Jesús, aunque la oración mental (la que hago ahora, hablando personalmente contigo) sea necesaria para mi vida cristiana, he de tener en mucho también la oración vocal, que consiste en repetir oraciones y fórmulas establecidas de antemano.

         Entre éstas, la principal es la oración del Padrenuestro, que rezo (al menos) cada día que voy a misa. El Padrenuestro ha sido la oración vocal que tú mismo me has enseñado para dirigirme a Dios Padre. Por eso el Padrenuestro es el modelo de oración. Que no me acostumbre nunca a rezarlo. Con esta oración quiero dar a la Santísima Trinidad toda la gloria y honor que se merecen, reafirmando una vez más mi decisión de hacerlo todo para la gloria de Dios.

Pablo Cardona

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         Más que enseñarnos una oración, Jesús busca hoy enseñarnos un estilo de oración. Una oración más intima en la cual podemos llamar a Dios Papá. A lo largo de la historia, la Iglesia ha propuesto a los cristianos, no solamente el Padrenuestro, sino ante todo un estilo de orar.

         Uno de los elementos que surgieron ya desde e. s. XII fue el rezo del Rosario. A través de él, mientras nuestra boca se deleita en alabar a Dios, nuestra mente y corazón se elevan a Dios. Por ello los grandes santos y sobre todo los místicos han tenido el rezo del Rosario como un excelente camino hacia la contemplación.

         En la meditación de los misterios, el alma dialoga con Dios, y se ve inspirada a imitarlos. Ciertamente, la oración cristiana no se agota con el rezo del Rosario. Sin embargo, ésta es la oración de los simples, de los que como María, saben que estas cosas Dios las ha escondido a los sabios y las ha revelado a lo de corazón puro. Te invito a descubrir en el Rosario un camino de meditación y de encuentro con Dios.

Ernesto Caro

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         Escuchamos hoy la lección de cómo debemos orar en Cristo y con Cristo, en unos versículos tomados del evangelio de Lucas que nos insisten en que nuestra oración consiste en ponernos en manos de Dios Padre, y abogar y clamar por la presencia del Reino (de la caridad, fraternidad, justicia, pan) de cada día. Es decir, por un cambio de los corazones humanos que nos lleve a ser más amigos de Dios y de los hermanos. No hay que cultivar caprichos espirituales; hay que nutrirse de las grandes verdades del reino de Dios en el seno del misterio.

         Normalmente, antes de alguna acción importante los evangelios nos presentan a Jesús orando. Y en el momento en que nos enseñará a sus discípulos a orar, él está en oración. Entonces nos hará conocer algo muy importante: orar ante Dios como hijos, pues no sólo llamamos Padre a Dios, sino que lo tenemos por Padre en verdad. En Cristo, que vuelve al Padre, el nombre divino es santificado por aquellos que han recibido el perdón de Dios y la comunicación de su Espíritu Santo.

         El Señor no sólo nos alimenta con el pan de cada día, sino que nos da el Pan de vida. Él nos perdona nuestros pecados, porque es misericordioso para con todos los suyos; así hemos de aprender a perdonar a nuestro prójimo quienes nos gloriamos de ser hijos de Dios. El Señor hará que su victoria sobre el pecado y la muerte sea nuestra, especialmente en la batalla final, pues él jamás nos abandonará, sino que nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial.

         Aprendamos a orar con la confianza de hijos, sabiendo que el Señor está dispuesto siempre a concedernos todo aquello que contribuya a nuestra salvación eterna y a fortalecer nuestros lazos de amor fraterno. Por eso pidámosle a él que nos conceda su Espíritu, para que no nos presentemos ante él sólo para recitar con los labios nuestra oración, sino para entrar en una profunda relación de amor con él. Que cuando estemos ante nuestro Dios sepamos que estamos amorosamente presentes ante nuestro Padre, que jamás ha dejado de amarnos.

         El Señor nos reúne hoy para enseñarnos el Padrenuestro, esa oración que no sólo escuchamos sino que cobra vida en nosotros y nos convierte en un templo digno en el que Dios habite. El Señor parte su pan para dárnoslo como alimento de vida eterna. Él está dispuesto a perdonar a todo aquel que, con humildad, se reconozca pecador en su presencia y le pida el perdón. Él nos hace participar de su victoria, gracias a que entramos en comunión de vida con él. Él se nos manifiesta como el Padre amoroso y providente que vela con gran ternura por sus hijos.

         Aprovechemos este momento de gracia no sólo para pedirle al Señor cosas pasajeras, sino para aceptar su perdón, su vida y su espíritu de tal forma que en adelante vivamos totalmente comprometido con el Señor y en la construcción de su Reino entre nosotros.

         No sólo podemos decirnos hijos de Dios y llamarlo Padre cuando le damos culto. Es necesario que nos comportemos como hijos suyos en la vida diaria. Si nuestra oración no nos compromete en el trabajo por la paz, por la justicia, por una vida más fraterna, no sólo hemos de revisar la intención de nuestra oración, sino aquello que fundamenta nuestra fe en Dios.

         Los que hemos sido llamados para ser hijos de Dios estamos comprometidos a compartir lo nuestro con los que nada tienen; y no podemos vivir divididos como si el Dios en quien creemos fuera distinto al de los demás, o como si no fuera Padre de todos. Seamos motivo de alegría y de paz para todos, y jamás nos convirtamos en motivo de tentación, de tropiezo o de escándalo para nuestro prójimo.

         Al volver a nuestras labores diarias vayamos como personas renovadas en Cristo, hechos en él hijos que aman en verdad al Padre Dios; pero hechos también hermanos que aman de un modo afectivo y efectivo a su prójimo. Que el Señor guíe nuestro pasos por el camino del bien.

Dominicos de Madrid

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         La oración del Padrenuestro, propia de los discípulos de Jesús, tiene como 1ª finalidad hacernos olvidar nuestras preocupaciones más cercanas, y situarnos un poco más cerca del horizonte de Dios.

         Este amplio horizonte de los intereses y preocupaciones del querer divino brota de un profundo sentimiento de intimidad, fundamentado en la relación filial de Jesús, hecha nuestra en la invocación al Padre. Esta invocación nos introduce en el ámbito familiar de Dios y nos conduce al sentido más profundo de nuestra comunicación con él.

         Por ello la oración tiene por objeto principal la concreción del querer divino sobre la vida y la historia de los hombres. Por consiguiente, sólo puede tener adecuada realización en la revelación a los ojos de toda la humanidad que está ligada a la venida de su Reino.

         Sólo desde ese marco pueden adquirir un adecuado sentido los intereses propios y comunitarios expresados en la oración. La realización del reino de Dios tiene como consecuencia la posibilidad de una vida digna en que sea factible el acceso al alimento de todos los días y dónde se pueda experimentar a Dios en el perdón de las deudas propio del año de gracia, conforme a la palabra de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 19). Permanecer en ese ámbito de la gracia es el don que imploramos de un Dios que no nos abandona a una prueba superior a nuestras fuerzas.

         Por consiguiente, la oración del discípulo no se aparta en ningún momento de la preocupación por hacer realidad el designio de salvación. Podemos hablar de una oración profética ya que con ella anticipamos la realización para todo hombre del querer salvífico de Dios.

Confederación Internacional Claretiana

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         A diario rezamos al Padre con la oración que Cristo nos enseñó. Lo hacemos con mucha devoción y entrega, pero a veces, caemos en una repetición mecánica e inconsciente. Podemos convertir una oración de tanto contenido en una fórmula de saludo, despojándola de su profundo significado.

         La oración de Jesús, por su brevedad y contenido, no es una estilizada forma ritual, sino una manera de iniciar la comunicación con el Padre hablando de las cosas cotidianas. En efecto, en ella entra la preocupación por el sustento y la confianza de que Dios lo otorgará conforme nuestro esfuerzo. Es una oración que se puede hacer en cualquier momento y lugar, pues no es necesario recurrir al templo ni esperar las grandes festividades.

         Está dirigida a un Padre misericordioso, que se acuerda de sus hijos y los ama. Un Padre atento a cada una de las personas y, a la vez, pendiente de toda la comunidad que lo invoca. Es una oración que clama para que el Reino de justicia e igualdad se haga efectivo aquí y ahora. Que hace válida la reconciliación y el perdón de las deudas como un medio para edificar comunidad, actuando en reciprocidad con la generosidad divina.

         También, no hace conscientes de las pruebas que enfrentamos a diario, y de la fuerza que Dios nos da para sobrepasarlas. La oración dirigida al Padre está llamada a ser el modo más perfecto de entrar en comunión con Dios para hablarle de nuestras preocupaciones diarias, de los proyectos de la comunidad y de la esperanza en un mundo mejor. Pero no debe convertirse en un montón de frases de cajón, que no nos conducen a la oración ni a nada.

         Por ello, busquemos cómo vincular la oración del Padrenuestro a todo el contenido del evangelio, a nuestra vida diaria, a nuestra visión del futuro.

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 08/10/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A