6 de Noviembre

Jueves XXXI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 6 noviembre 2025

Lc 15, 1-10

         El relato evangélico de hoy comienza con un sumario general: "los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para oírle", y "los fariseos y escribas murmuraban diciendo Jesús acoge a los pecadores y come con ellos". Este sumario general, donde los verbos están en imperfecto, es un recurso típico de Lucas, y expresa una situación prolongada y recurrente. Es lo que sucedía siempre.

         Lo que describe este sumario es realmente escandaloso. Los publicanos eran posiblemente agentes aduaneros que recolectaban impuestos. Normalmente eran corruptos y ladrones, y por eso todo el mundo (especialmente los comerciantes ricos) los odiaban.

         El término pecadores designa en forma general a los que violaban públicamente la ley. Los 2 términos juntos designan a todos aquellos que vivían al margen de la ley y constitucionalidad judía. Que estas personas se acercaran a Jesús para oírle no era ningún escándalo, sino que lo escandaloso era que "Jesús los acogía y comía con ellos".

         No se dice en el texto que Jesús los reprendiera y les exigiera conversión, para que se integraran a la normativa pública judía. Más adelante tenemos el caso de Zaqueo, que por cuenta propia, y sin que se lo exigiera Jesús, hará un cambio radical de vida. Por ahora, Jesús se limita a "acoger a los publicanos y pecadores, y a comer con ellos".

         Acoger a un pecador arrepentido no era escándalo, pero sí lo era acogerlo por lo que era, en su estado de pecado. De esta manera, Jesús estaba violando gravemente la ley. La intencionalidad de Jesús no es la violación de la ley en sí misma, sino la revelación de Dios como un Dios de misericordia. Eso es lo que hará en las 2 parábolas que siguen, donde el tema central esta revelación de Dios como un Dios de misericordia.

         La Parábola de la Oveja Perdida tiene como sujeto a un hombre, y la Parábola de la Dracma Perdida a una mujer. La 1ª parábola es compartida por Lucas con Mateo (Mt 18, 12-14), y la 2ª es material propio de Lucas. En la conclusión teológica de ambas parábolas (vv.7.10), el sujeto directo es Dios mismo, que se revela como Dios de misericordia.

         La 1ª parábola no es sobre la oveja perdida, sino sobre el pastor que deja las 99 para buscar la perdida. Es una parábola sobre el pastor misericordioso, y en ella llama la atención el trato que se da a la oveja perdida ("la pone, contento, sobre sus hombros") y el gozo que comparte con sus amigos y vecinos. La 2ª parábola, en estricto paralelo con la 1ª, trata de una mujer que, encendiendo luces y barriendo, busca cuidadosamente una dracma perdida. La conclusión teológica se refiere a Dios. El pastor y la mujer solícita nos revelan la manera de ser de Dios.

Juan Mateos

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         "Quien tenga oídos para oír, que oiga" (Lc 14, 35). Así concluía el pasaje de ayer, en una invitación a aceptar sin condiciones el magisterio de Jesús. Acto seguido, se constata hoy la reacción del auditorio: "Se le iban acercando todos los recaudadores y descreídos para escucharlo. Y por eso tanto los fariseos como los letrados se pusieron a murmurar diciendo: Este acoge a los descreídos y come con ellos" (vv.1-2).

         Los proscritos por la sociedad teocrática, atraídos por los planteamientos radicales de Jesús, reaccionan en masa y aceptan sus condiciones. Son los que han hecho ya la experiencia de la marginación, insatisfechos por la vida que llevaban dentro de aquella sociedad religiosa. Jesús habla un lenguaje distinto y, sobre todo, muestra hacia ellos una actitud abierta, compartiendo su situación.

         La flor y nata de la religiosidad judía reacciona haciendo aspavientos, porque "acoge a los descreídos", rompiendo con el apartheid religioso, y come con ellos, sin importarle su mentalidad arreligiosa. Comer comporta participar de una misma manera de pensar, crea comunidad.

         Como toda respuesta, Jesús les propone una parábola. Entre el enunciado de la parábola (v.3) y su exposición (vv.11-32), Lucas intercala 2 analogías en forma de 2 preguntas retóricas, una basada en el mundo cultural del hombre (vv.3-7) y otra en el de la mujer (vv.8-10).

         100 ovejas y 10 dracmas representan la unidad (100/10 = 1). Si se pierde la unidad, se ha perdido todo. La unidad de la humanidad para Jesús es indivisible, y alude a que no se puede dividir el mundo en sagrado (los 99/9 justos) y profano (los malos). Es lo que hacían los fariseos, los que "se tenían por justos", separándose (pharisaios) de la chusma.

         En el ámbito de Dios ("el cielo") "hay más alegría por 1 pecador que se enmienda que por 99 justos que no sienten necesidad de enmendarse" (vv.7.10). Se invierten así los valores, y los perdidos (los descreídos) pueden activar su capacidad de hacer fiesta (si se enmiendan), mientras que los que se tienen por justos (los creídos, o seguros de sí mismos) han perdido su festejo (al haber perdido su capacidad de enmienda).

Josep Rius

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         El evangelio de hoy comienza diciéndonos que "los publicanos y los pecadores se acercaban para escuchar a Jesús", y que "los fariseos y los letrados murmuraban porque a Jesús se le acercaba esta clase de gente".

         El judaísmo oficial no podía disimular su amargura contra Jesús, porque se veía suplantado por aquellos que ellos mismos despreciaban. Sabemos que Jesús optó por los que las autoridades judías marginaron, y que éstos se convirtieron en los destinatarios del anuncio del Reino. Por eso los que actuaban conforme a la ley (los legales) se sintieron desplazados, pensando equivocadamente que Jesús atendía sólo a los marginados (los ilegales), y con ello les quitaba sus derechos.

         Esta controversia se convierte en el marco desde el cual el evangelio de Lucas nos propone las 3 parábolas que contiene el cap. 15 (de las cuales hoy escuchamos 2). Las 2 parábolas que nos presenta el pasaje de hoy nos permiten contemplar a Dios como el Padre que siempre espera y perdona.

         La Parábola de la Oveja Perdida (vv.1-7) nos presenta al Dios de la ternura yendo en busca de aquel discípulo que se ha salido del camino. La Parábola de la Moneda Perdida (vv.8-10) nos recuerda la preferencia del Dios de la misericordia por los pequeños y por todos aquellos que se pierden.

         Aunque no aparezca hoy la 3ª de esas parábolas (la Parábola del Hijo Perdido; vv.11-32) nos muestra al Dios de la misericordia que acoge siempre, espera siempre y perdona sin imponer condiciones.

         Las 2 parábolas de hoy nos presentan la experiencia de Jesús con respecto a su Padre, que no era la de un Dios que excluye ni hace diferencias, sino todo lo contrario. Jesús sabía que Dios se había definido desde la antigüedad como Padre, precisamente por salir al encuentro de lo perdido, para hacerle una oferta de amor al que estaba en las peores circunstancias.

         Dejar a las 99 ovejas para ir en busca de la perdida hasta encontrarla, y después cargársela y llenarse de alegría por su encuentro, y hacer participar a otros de su alegría, ¿no era precisamente lo que hacía falta para que los fariseos y los letrados creyeran que Dios era un verdadero Padre?

         La parábola de Jesús, que justifica su actuación con los marginados de Israel, pone en evidencia la conducta egoísta de los malos pastores de Israel, y resalta a Dios mismo como el pastor que cuida de todas las ovejas sin distinción. Jesús anuncia de esta manera la salvación de Dios ofrecida a los pecadores, no porque ellos se hayan hecho dignos de ella mediante sus buenas obras, sino porque Dios se solidariza con los excluidos y marginados.

         En la Parábola de la Moneda Perdida Jesús quiere dejar bien claro que buscar lo perdido, gastar tiempo en ello, encender una lámpara para iluminar el cuarto, barrer incansablemente, empeñarse en lo que no vale mayor cosa... es algo que sí se puede hacer, porque muestra la gracia de Dios y da pie a la manifestación de su amor.

         Mientras el legalismo llevaba al judaísmo a la desvalorización de lo perdido, el amor del Padre lleva a Jesús a ponerse en servicio de lo perdido. No olvidemos que el amor y la misericordia de Dios esperan al pecador arrepentido. Esta es la gran noticia que nos revela el evangelio.

Fernando Camacho

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         Los publicanos y los pecadores solían acercarse en masa para escuchar a Jesús. Y los fariseos y los escribas lo criticaban diciendo: "Este hombre acepta a los pecadores y come con ellos", como viniendo a decir que Jesús es "aquel que acepta bien a los pecadores". He ahí una revelación sorprendente de Dios.

         Jesús les dijo: "Si uno de vosotros tiene 100 ovejas y se le pierde 1 oveja, ¿no deja las 99 en el campo para ir en busca". La aritmética de Dios no es la nuestra. El número y la cantidad es algo que a los humanos nos impresiona. Pero para Dios 1 = 99, porque cada hombre tiene un valor inestimable. Misterio de Dios, que muestra respeto por cada uno de nosotros.

         En cuanto a la oveja descarriada, nos dice Jesús que aquel pastor "la buscó hasta que la encontró". Me la imagino. Es precisamente aquella que se ha escapado, y que embarga todo el pensamiento del pastor. Sólo ella cuenta, por el momento. ¡Es así nuestro Dios! Un Dios que sigue pensando en los que le han abandonado, un Dios que ama a los que no le aman, un Dios que anda en busca de sus "hijos dispersos", y preocupado por ellos. ¿Soy quizás yo esa oveja que tanto preocupa a Dios?

         Y cuando aquel pastor "la encontró, se la cargó en los hombros muy contento" (como pastor feliz, sonriente, exultante y muy contento, imagen de Dios), y "de regreso a su casa, reunió a sus amigos y a sus vecinos para decirles: Alegraos conmigo, porque he encontrado mi oveja, la que había perdido".

         "Alegraos conmigo", dice Dios. Dios es un ser que se alegra, y de su alegría, hace partícipes a los demás. La "alegría de Dios" es encontrar de nuevo a los hijos que estaban perdidos. Por eso, nos dice Jesús que "lo mismo pasa en el cielo, que tiene más alegría por un pecador que se enmienda, que por noventa y nueve justos que no necesitan enmendarse".

         En el cielo hay alegría, y ¿quién quiere alegrarse conmigo, dice Dios? Un solo pecador que se convierte. ¿Lo he oído bien? Sí, un solo pecador que se convierte (¡uno solo!) pasa a tener una importancia desmesurada a los ojos de Dios. Parece que sólo él es el que cuenta. Y tú, ¿no te contentas con esperar que ella vuelva? Tú, Señor, saliste a buscarla. ¿Y yo? ¿Tengo ese mismo afán por la salvación de los hombres? ¿Tengo, como Dios, un corazón misionero, enviado para salvar lo que se ha perdido?

         Respecto a la mujer que tiene 10 monedas de plata y se le pierde 1 moneda, interpela Jesús: "¿No enciende un candil, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?". Lucas es el único que nos cuenta esa parábola femenina, que nos viene a recordar la importancia del alumbrar, barrer y "buscar con cuidado". Yo, pecador, como todos los pecadores, soy objeto de ese amor.

Noel Quesson

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         Hoy nos expone Lucas (el evangelista de la misericordia de Dios) 2 parábolas de Jesús que iluminan la conducta divina hacia los pecadores que regresan al buen camino. Con la imagen tan humana de la alegría, nos revela la bondad de Dios que se complace en el retorno de quien se había alejado del pecado. Es como un volver a la casa del Padre (Lc 15, 11-32).

         El Señor no vino a condenar el mundo, sino a salvarlo (Jn 3, 17), y lo hizo acogiendo a los pecadores que con plena confianza "se acercaban a Jesús para oírle" (v.1), ya que él les curaba el alma como un médico cura el cuerpo de los enfermos (Mt 9, 12).

         Los fariseos se tenían por buenos y no sentían necesidad del médico, y es por ellos (dice el evangelista) que Jesús propuso las parábolas que hoy leemos. Si nosotros nos sentimos espiritualmente enfermos, Jesús nos atenderá y se alegrará de que acudamos a él. Si, en cambio, como los orgullosos fariseos pensásemos que no nos es necesario pedir perdón, el Médico divino no podría obrar en nosotros.

         Sentirnos pecadores lo hemos de hacer cada vez que recitamos el Padrenuestro, ya que en él decimos "perdona nuestras ofensas". ¡Y cuánto hemos de agradecerle que lo haga! Un gran agradecimiento es lo que deberíamos sentir por el Sacramento de la Reconciliación que él ha puesto a nuestro alcance, de forma tan compasiva.

         Que la soberbia no nos lo haga menospreciar. San Agustín nos dice que Jesucristo nos dio ejemplo de humildad para curarnos del tumor de la soberbia, ya que "gran miseria es el hombre soberbio, pero más grande misericordia es Dios humilde".

         Digamos todavía que la lección que Jesús da a los fariseos es ejemplar también para nosotros; no podemos alejar de nosotros a los pecadores. El Señor quiere que nos amemos como él nos ha amado (Jn 13, 34) y hemos de sentir gran gozo cuando podamos llevar una oveja errante al redil o recobrar una moneda perdida.

Francesc Nicolau

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         El cap. 15 de Lucas ha sido llamado "el corazón del evangelio" de Lucas. Y hoy nos transmite 2 de esas parábolas de la misericordia: la oveja descarriada y la moneda perdida. La del hijo pródigo, la más famosa, la leeremos en cuaresma.

         La ocasión se la brindan a Jesús los fariseos y los letrados, que murmuraban porque él acogía a los publicanos y pecadores y comía con ellos. La lección, por tanto, va para estas personas que no tienen misericordia. Lo contrario de Jesús, y de Dios, que sienten gran alegría cuando la oveja que se había descarriado vuelve al redil y cuando la moneda que se había perdido, ha sido recuperada.

         Son hermosas las imágenes del pastor que, lleno de alegría, se carga sobre los hombros a la oveja perdida, y la de la mujer que reúne a sus vecinas para comunicarles su alegría por la moneda encontrada. Así es la alegría de Dios (de "los ángeles de Dios") "por un solo pecador que se convierta".

         Dios es rico en misericordia, y su corazón está lleno de comprensión y clemencia. Y a pesar de que nosotros nos alejemos de él, él nos busca hasta encontrarnos, y se alegra aún más que el pastor por la oveja y la mujer por la moneda. Sobre todo, Dios emplea esta misericordia cuando nos perdemos, porque también nosotros tenemos nuestros momentos de alejamiento y despiste, como los demás pecadores.

         Pero la lección se orienta a nuestra actitud con los demás, cuando fallan. Sería una pena que estuviéramos retratados en los fariseos que murmuran por el perdón que Dios da a los pecadores, o en la figura del hermano mayor del hijo pródigo que no quería participar en la fiesta que el padre organizó por la vuelta del hermano pequeño. ¿Tenemos corazón mezquino o corazón de buen pastor?

         Las parábolas nos las narra Jesús para que aprendamos a imitar la actitud de ese Dios que busca a los que han fallado, uno por uno, que les hace fácil el camino de vuelta, que les acoge, que se alegra y hace fiesta cuando se convierten.

         ¿Acogemos nosotros así a los demás cuando han fallado y se arrepienten? ¿Qué cara les ponemos? ¿Quisiéramos que recibieran un castigo ejemplar? ¿Les echamos en cara su fallo una y otra vez? ¿Les damos margen para la rehabilitación, como Jesús a Pedro después de su grave fallo?

         Si somos tolerantes y sabemos perdonar con elegancia, entonces sí nos podemos llamar discípulos de Jesús. La imagen de Jesús como Buen Pastor que carga sobre sus hombros a la oveja descarriada (la famosa estatua del s. III que se conserva en el Museo Letrán de Roma), debería ser una de nuestras preferidas, porque nos enseña a ser buenos pastores y a comportarnos no como los fariseos puritanos (que "se creían justos"), sino como seguidores de Jesús (que "no vino a condenar, sino a perdonar y a salvar").

José Aldazábal

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         En el evangelio de hoy nos recuerda Jesús que la oveja o la moneda perdidas son invitaciones a salir de nosotros mismos y de nuestras miradas cortas, para encontrar en la misión la fuente de vida que, en casa cerrada, se agota.

         Así, nuestra misión no consiste en buscar a los buenos (que ya han recibido mucho, y así se les exigirá), sino en remar mar adentro, hacia aquellos que necesitan recuperar, o tener por 1ª vez, una dignidad de vida y vida en el Espíritu. Ciertamente no para ser como ellos, sino para invitarles a recorrer un camino mejor, un camino de vida en abundancia.

         El gozo de encontrar la oveja perdida es una experiencia que necesitamos los cristianos para imaginar la "alegría del cielo". Y parece que sólo se consigue al estilo de Jesús, que "acoge a los pecadores y come con ellos". Siempre es más fácil comer con quienes entienden nuestra jerga y responden a nuestros ideales y expectativas. Siempre es más fácil acoger a quienes pueden recompensarnos y no nos complican la existencia.

         Pero el talante de Jesús va más allá, y arriesga más que nosotros. Y es que si no arriesgamos evangélicamente, no encontraremos la verdadera alegría, sentiremos que unos días somos de 1ª y otros de 2ª, y no tendremos vida. Apostemos por la verdadera alegría.

Luis de las Heras

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         En el evangelio de hoy leemos que "los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Éste recibe a los pecadores y come con ellos" (vv.1-10)". La batalla de Jesús contra el pecado y sus raíces más profundas, no le aleja del pecador. Muy al contrario, lo aproxima a los hombres, a cada hombre.

         La vida de Jesús es un constante acercamiento a quien necesita la salud del alma, hasta tal punto que sus enemigos le dieron el título de "amigo de publicanos y pecadores" (Mt 11, 18-19), por mucho que Jesús les recuerde que "no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos" (Mc 2, 17).

         Sentado entre estos hombres que parecen muy alejados de Dios, Jesús se nos muestra entrañablemente humano. No se aparta de ellos, sino que busca su trato. La oración de hoy nos debe llevar a aumentar nuestra confianza en Jesús cuanto mayores sean nuestras necesidades; especialmente si en alguna ocasión sentimos con más fuerza la propia flaqueza. Y pediremos con más confianza por aquellos que están alejados del Señor.

         La vida de Jesús estuvo totalmente entregada a sus hermanos los hombres (Gal 2, 20), con un amor tan grande que llegará dar la vida por todos (Jn 13, 1). Cuanto más necesitados nos encontramos, más atenciones tiene con nosotros. Esta misericordia supera cualquier cálculo y medida humana. El Buen Pastor no da por definitivamente perdida a ninguna de sus ovejas.

         Con esta parábola, el Señor expresa su inmensa alegría ante la conversión de un pecador; un gozo divino que está por encima de toda lógica humana. Es la alegría de Dios cuando recomenzamos en nuestro camino, quizá después de pequeños o grandes fracasos. Existe también una alegría muy particular cuando hemos acercado a un amigo o a un pariente al Sacramento del Perdón, donde Jesucristo le esperaba con los brazos abiertos.

         Jesucristo sale muchas veces a buscarnos. Jesús se acerca al pecador con respeto, con delicadeza. Sus palabras son siempre expresión de su amor por cada alma. Los cuidados y atenciones de la misericordia divina sobre el pecador arrepentido son abrumadores. Nos perdona y olvida para siempre nuestros pecados. Lo que era muerte se convierte en fuente de vida.

         Nos muestra el Señor el valor que para él tiene una sola alma y los esfuerzos que hace para que no se pierda. Este interés es el que debemos tener para que los demás no se extravíen y, si están lejos de Dios, para que vuelvan.

Francisco Fernández

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         A una amiga mía le encanta meditar sobre la alegría de Dios. Y me habla de este tema con frecuencia. Por eso disfruta tanto con las parábolas del cap. 15 de Lucas. No es para menos. Fijaos cuántas alusiones a la alegría: "la carga sobre los hombros muy contento", "felicitadme, he encontrado la oveja que se me había perdido", "habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta", "felicitadme, he encontrado la moneda que se me había perdido", "la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta".

         Estamos muy acostumbrados a subrayar el amor de Dios. En los últimos años se habla también mucho, influidos quizás por la tradición ortodoxa, de la belleza de Dios. ¿No necesitaríamos contemplar más a menudo la alegría de Dios? Lo que más me llama la atención de las parábolas del pastor que encuentra la oveja perdida, de la mujer que encuentra la moneda (e incluso del padre que encuentra a su hijo) es el tono de alegría que impregna a todas ellas.

         Ciertamente, hay otros aspectos importantes: el esfuerzo de búsqueda, el arrepentimiento, etc. Pero, por encima de todos, destaca la alegría. Donde hay experiencia de gracia (cháris, en griego) siempre hay alegría (chára, en griego).

         Sólo cuando experimentamos que Dios es alegre, y que nos contagia su alegría, podremos renunciar a todo (como leíamos en el evangelio de ayer) sin sentir que nuestra vida se queda vacía. Pero ¿por qué tanta gente asocia el evangelio a las palabras cruz, renuncia y exigencia? ¿Por qué hay tantos creyentes que siempre, de manera obsesiva, utilizan los imperativos debemos, tenemos que, es necesario? Nada es posible sin un corazón feliz. La alegría es fuente de heroísmo, y el esfuerzo sin alegría genera crispación y resentimiento (porque encaja mal los medios plazos, ni tolera los errores).

         Recuerdo que cuando era adolescente circulaba una canción que hoy me parece ingenua en la letra y simplona en la música, pero que expresaba esta dimensión esencial de la experiencia de Dios. Estoy seguro de que muchos de vosotros la conocéis, y decía más o menos así: "Si Dios es alegre y joven, si es bueno y sabe sonreír, ¿por qué rezar tan tristes?, ¿por qué vivir sin cantar ni reír?".

Gonzalo Fernández

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         El Señor nos invita a una sincera conversión; lo cual significa aceptar la salvación que nos ofrece, y que él nos logró a costa de la entrega de su propia vida por amor a nosotros. Dios nos ama con un amor infinito. Su amor por nosotros no es como nube mañanera, ni como el rocío del amanecer. Podrán desaparecer los cielos y la tierra, podrá una madre dejar de amar al hijo de sus entrañas; pero el amor de Dios hacia nosotros jamás se acabará.

         Ese amor llevó al Hijo de Dios a descender desde la eternidad para que hecho uno de nosotros, saliera a buscarnos, pues andábamos errantes como ovejas sin pastor. Y cuando nos encontró, lleno de amor nos cargó sobre sus hombros. Es decir, no nos trató con golpes, no nos condenó puesto que él no vino a condenar, sino a salvar todo lo que se había perdido. Y con grandes muestras de amor hacia nosotros (amor manifestado hasta el extremo) nos hizo experimentar que Dios jamás ha dejado de amarnos.

         Y puesto que sólo el amor es digno de crédito, el amor de Dios no se quedó sólo en palabras, sino que se manifestó mediante sus obras, incluso hasta la entrega de su propia vida en favor nuestro. ¿Seremos capaces de amar como él nos ha amado? ¿Seremos capaces de colaborar a la salvación de los que viven lejos del Señor, buscándolos y ayudándoles a retornar? Pero no lo hagamos a golpes y regañadientes, sino con un amor sincero, manifestado hasta el extremo.

         El Señor nos envía como un signo de su amor misericordioso y salvador en el mundo. Conociendo las grandes miserias que aquejan a muchas personas, hemos de trabajar de un modo real por remediarlas. Quien ante el dolor y la pobreza de los demás permanece indiferente, o sólo da las migajas que le sobran mientras él banquetea espléndidamente, no puede identificarse con Cristo que sale al encuentro de la oveja herida por tantas injusticias de que ha sido víctima.

         Quien vive su fe encerrado en sí mismo, no puede identificarse con Cristo que sale a buscar a la oveja descarriada, y que se desvela por ella hasta encontrarla. No podemos ser signo de Cristo mientras nos quedemos en casa esperando que los pecadores y descarriados vuelvan solos. La vida de Cristo ha de ser como una luz que, por medio nuestro, se hace cercana a quienes viven en tinieblas y en sombras de muerte para que, en Cristo, encuentren el camino que le dé nuevamente sentido a su vida y les salve.

José A. Martínez

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         Las parábolas de la oveja y la moneda perdida nos invitan justamente a considerar esa nuestra situación de encontrados por un Dios que nos ha buscado. Hemos alegrado su corazón, y hay fiesta en el mundo de Dios ("en el cielo"). Nuestra espiritualidad tiene que ser la de agradecidos a un Dios que nos ha amado antes que nosotros a él (1Jn 4,10).

         Con estas parábolas, Jesús nos invita a tener un corazón grande, deseoso de que los perdidos sean encontrados, como lo fuimos nosotros, y de que hagamos fiesta por ello. Según Lucas, Jesús las dirigió a quienes no aceptaban que él se juntase con pecadores o gente de mala fama (v.1). El cristianismo no es propio de puritanos que no quieren contaminarse con el mal de su alrededor; es la religión de los pecadores perdonados y acogidos por Jesús, y deseosos de que otros muchos sean acogidos igualmente para poder hacer fiesta por ellos y con ellos.

         El evangelio de hoy nos hace sentir gozo pero sobre todo esperanza. ¿Quién no se ha sentido alguna vez como la oveja perdida? No sólo por el pecado, sino que ¡hay tantos conflictos y problemas en la vida! Todos hemos conocido días amargos. Peor incluso si abrimos los ojos y miramos al mundo. Pero nuestra vida tiene sentido porque Dios nos cuida, nos ama, se alegra con nuestras alegrías y llora con nuestras penas.

         Los marginados que tuvieron la dicha de encontrarse con Jesús supieron que había algo diferente en aquel hombre. Tanto, que estaban deseosos de oír su palabra. La envidia de los oficial y socialmente buenos no pudo por menos que aparecer. Jesús, usando esta parábola de la oveja perdida les habla claro.

         No es tiempo de ser tacaños sino de aprender a gozar con el mismo gozo de Dios. Y sufrir con sus penas. La alegría en el cielo por cada pecador arrepentido nos hace suponer una parecida pena por cada pecado y cada dolor que nos aflige. Si Jesús estuvo cerca de los que en su tiempo eran los últimos y más necesitados, podemos estar seguros de que hoy también está con nosotros, alegrándose cuando somos capaces de superarnos y llorando con nuestros momentos bajos. Maravilloso.

Severiano Blanco

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         La predicación del Señor atraía por su sencillez y sus exigencias de entrega y amor, y los fariseos le tenían envidia porque la gente se iba tras él. Una actitud farisaica que puede repetirse hoy día entre los cristianos, cuando la dureza de juicio es tal que no acepta que un pecador pueda convertirse y ser santo, o cuando una ceguera de mente impide reconocer el bien que hacen los demás, y alegrarse de ello.

         Prostitutas, enfermos, mendigos, maleantes y pecadores. Esos fueron los buscados por Cristo, que "no vino a llamar a los justos sino a los pecadores", y por eso fue signo de contradicción. Llegó rompiendo esquemas, escandalizando, amando hasta el extremo. Jesús se rodeaba de los sedientos de Dios, de los que estaban perdidos y buscaban al Buen Pastor.

         Esto no significa que el Señor no estime la perseverancia de los justos, sino que aquí se destaca el gozo de Dios y de los bienaventurados ante el pecador que se convierte, que se había perdido y vuelve al hogar. Es una clara llamada al arrepentimiento ya. Otra caída, y ¡qué caída! No te desesperes, no. Sino humíllate y acude al amor misericordioso de Jesús. Arriba ese corazón, y ¡a comenzar de nuevo!

Conrado Bueno

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         En el pasaje evangélico de hoy, Lucas ha recogido quizás las más bellas parábolas que Jesús dijo, pues son las que nos expresan el infinito e incansable amor de Dios por nosotros sus hijos.

         Dios nos ama. Tenemos que meternos esta idea no solo en la cabeza sino en el centro de nuestro corazón. Nos ama a pesar de nuestras debilidades y errores, y nos ama como somos, aunque busca continuamente que salgamos de nuestra miseria. No es un Dios que está siempre acusando, sino es un Dios que está siempre salvando.

         ¿De dónde salió la idea de que Dios es un policía? No lo sé, pero lo que sé es que tenemos que cambiarla ya, pues Jesús nos ha revelado que Dios es un Dios amoroso, que se alegra cuando uno de nosotros decide dejar su vida de pecado e iniciar un camino de conversión. Jesús ha venido por ti y por mí, pero no porque somos buenos, sino porque somos, precisamente, pecadores.

Ernesto Caro

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         Nos dice el evangelio de hoy que los fariseos y escribas se consideraban a sí mismos como el verdadero Israel, y descalifican a los publicanos y pecadores como gente con la que no valía la pena conversar, ni mucho menos compartir la mesa. Jesús ve las cosas de otro modo, y desde Dios la oferta tiene una palabra: misericordia, como se ve en las preciosas parábolas de este cap. 15 de Lucas.

         Lo importante no es quién cumple (o no) con los preceptos de la ley, sino qué hace (o no) el hombre cuando ve que no puede cumplir estos preceptos. En tal sentido es mejor la condición de los pecadores, no por su pecado, sino por su capacidad de aceptar la oferta de Dios. Y esta acogida que ellos dan a la gracia, mediante la fe, es en realidad un triunfo del amor, es decir, una revelación de la gloria del poder de Dios. ¿No es natural entonces la alegría del cielo?

Nelson Medina

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         Empiezan hoy a narrarse las 3 parábolas de la misericordia, en que Jesús nos muestra, como una característica del corazón de su Padre, la predilección con que su amor se inclina hacia los más necesitados, contrastando con la mezquindad humana (que busca siempre a los triunfadores).

         En concreto, hoy se nos ofrecen las 2 primeras: la de la oveja perdida y buscada, y la de la dracma perdida y hallada. Una parábolas que hacen saltar de alegría, al leer en la Biblia párrafos tan llenos de ternura, y de solicitud por nosotros de parte de Dios. ¿Cómo podemos decir los cristianos que nuestro Dios es juez exigente, o centinela de nuestra existencia? Felicitémonos, porque Dios "se alegra" de nuestro bien.

         El Señor, para encarecernos la importancia de pertenecer a su Reino mediante el amor que nos ligue a él y al Padre, repite ejemplos, semejanzas  de preferencias que se citan continuamente entre nosotros, elevando su significación al plano divino de la fe.

         Un buen pastor lo deja todo por su "oveja perdida, hasta dar con ella y abrazarla". La mujer hacendosa y pobre, dedica tiempo, paciencia e interés sumo en buscar la "moneda perdida, hasta que la encuentra". Y cualquiera de nosotros ha de hacer algo parecido renunciando a tiempo, placeres, sosiegos, pareceres, ambiciones, para alcanzar y mantener lo único necesario: el amor a Dios y la vida en el Reino. Lo demás pasará, pero eso permanece para siempre.

Dominicos de Madrid

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         Los vv. 1 y 2 del pasaje de hoy plantean una problemática sin la cual es imposible comprender adecuadamente las parábolas que siguen a continuación. En ellos aparecen Jesús junto a dos categorías de personas: publicanos y pecadores, de una parte, fariseos y maestros de la ley, de la otra.

         Estos pertenecen a una categoría situada en el centro de religiosidad, según el pensamiento general de la época, aquéllos están situados al margen de ese espacio según la misma mentalidad. La actitud de Jesús frente a la primeros suscita, por ello, la crítica inmediata de los segundos.

         Desde esta perspectiva las parábolas de la oveja, de la dracma y del hijo perdido son respuesta directa a esa crítica. Por consiguiente, lo que se pone de relieve es la actitud de acogida, por parte de Jesús y de Dios frente a lo que estaba perdido.

         En todo caso, el mensaje es inquietante: 1 oveja suscita más preocupación que las 99 restantes, 1 dracma crea más inquietud que las otras 9. Como se ve, la lógica de la parábola parece desafiar el pensamiento común del ser humano. Pero lo que en realidad está en juego es el espacio en que se mueve la misericordia divina: si es de verdad universal o si se encuentra limitada por las prescripciones e ideas religiosas de los hombres piadosos.

         Para Jesús, el hombre que busca lo perdido y la mujer que busca su dracma (igualmente el padre del hijo que ha marchado lejos de su tutela) son las únicas formas adecuadas de expresar la actitud misericordiosa de Dios.

         El encuentro de lo que se había perdido produce una gran alegría que se quiere comunicar a sus amigas y vecinas y es expresión de la alegría divina compartida por los ángeles. La alegría de un Dios que sale en busca de lo perdido sólo puede hallar concreción en la actitud de Jesús que recibe a personas que en la consideración general estaban situados fuera de la realidad salvífica de Israel: los odiados publicanos, considerados por su profesión de cobradores del impuesto imperial como traidores a su pueblo, y los pecadores, alejados de la comunión con Dios.

         De esa forma se responde a la crítica de los autosuficientes que se consideraban justos y partícipes de los bienes divinos. Las parábolas rechazan, por tanto, toda participación basada en reglamentaciones o leyes y colocan como único lugar de encuentro con Dios la participación en su misericordia para con todos.

Confederación Internacional Claretiana

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         La justicia es pensada muchas veces como el estricto cumplimiento de la ley. Pero pasa muchas veces que la ley no es justa o que se cumple con un sentido egoísta. Jesús se tuvo que enfrentar a muchos que se creían el non plus ultra de la sociedad porque cumplían la ley. Pero la realidad era que cumplían sólo la letra, olvidando el espíritu de la ley.

         La ley de Israel estaba hecha para que el pueblo, tras la liberación de Egipto, llegara a ser autónomo, equitativo y auténtico. Sin embargo, muchos habían trivializado el sentido de la ley, y se contentaban con la exaltación del cumplimiento de las normas más triviales. De esta manera, manipulaban el bien común, decantándose por unos intereses muy particulares de clase.

         La parábola con la que Jesús los encara hoy muestra cuál es la verdadera intención de Dios, al ofrecer una ley para su pueblo. El interés está dirigido decididamente a que la historia cambie y el pueblo viva. Dios quiere que el ser humano se salve de la injusticia y de la marginación. Por eso, el pastor sale en busca de la oveja extraviada, aquella que está excluida del rebaño. Se alegra de su presencia y festeja la integración de ella en el conjunto mayor.

         De igual manera, la mujer busca su moneda, porque sólo la unidad (10 monedas) es valiosa. Si falta una, el conjunto carece de valor. El reino de Dios es una casa donde todos son admitidos, donde no hay excluidos.

         Esta manera de pensar y actuar molestaba profundamente a los legalistas, que pensaban solamente en sus intereses individualistas y sectarios. Jesús les privaba con su predicación del instrumento ideológico (su legalismo) con el que defendían su situación y sus deseos de no cambiar. Por estos mismos intereses solucionaron sus diferencias con Jesús por medio de la violencia, lo que mostró hasta qué punto estaban aferrados a ellos.

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 06/11/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A