5 de Noviembre
Miércoles XXXI Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 5 noviembre 2025
Lc 14, 25-33
Seguimos con Jesús en su camino a Jerusalén. En este caso, el contexto de hoy no es la cena en casa de uno de los jefes de los fariseos, sino que el contexto es el propio camino. Ahora la atención se centra sobre el discipulado. Mucha gente caminaba con Jesús, por eso Jesús se vuelve y deja bien en claro las condiciones para ser discípulos de él.
El discípulo es el que camina detrás de Jesús camino a Jerusalén. Muchos caminan con él, pero de hecho pocos llegan a ser sus discípulos. Por eso Jesús define el discipulado y lo hace en términos extremadamente radicales.
Nuestra perícopa de hoy tiene 3 partes: 1ª condiciones para ser discípulo (vv.25-27), 2ª medir fuerzas para decidirse a ser discípulo (vv.28-32) y 3ª conclusión final (v.33). Jesús exige a sus discípulos una preferencia radical por su persona, por encima de todas las relaciones familiares (padre, madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas) y de la preocupación por la vida propia.
Esa preferencia radical se expresa en el semitismo odiar, que significa "preferir por encima de". El discípulo es el que camina detrás de Jesús hacia Jerusalén, llevando su cruz. No se trata de la cruz en general, sino de la misma cruz que Jesús va a asumir en Jerusalén. El discípulo, como Jesús, no asume una cruz cualquiera, sino la cruz por causa del reino de Dios.
Ser discípulo de Jesús es tan radical, que Jesús pide a los que quieren ser discípulos que se lo piensen bien, y midan bien sus fuerzas. Y pone 2 ejemplos: la edificación de una torre y la guerra de un rey contra otro.
Se trata de 2 empresas que exigen mucha reflexión y mucho cálculo. Es triste que se burlen de nosotros y digan: "Este comenzó a edificar y no pudo terminar" (v.30). Muchos deciden ser discípulos de Jesús, pero no llegan con Jesús hasta Jerusalén, y se quedan a medio camino.
La conclusión de la perícopa es general: "Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulos mío". Y se pone el acento en lo económico: renuncia a todos los bienes. Es propio de Lucas acentuar el fundamento económico de las decisiones espirituales.
En la renuncia del v. 26 aparece como candidato a discípulo un adulto varón joven, que tiene todavía padre y madre, que ya está casado y que tiene hijos, como también hermanos y hermanas. Llama la atención aquí la renuncia a la mujer y a los hijos, para ser discípulo de Jesús.
El texto paralelo de Mateo (Mt 10, 37) no menciona a la mujer. Abandonar la mujer y los hijos por seguir a Jesús es propio de la tendencia ascética de Lucas. Mejor sería interpretar que el discípulo, con su mujer, hijas e hijos, se hace discípulo de Jesús por causa del Reino de Dios.
Juan Mateos
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En la 1ª parte del texto de hoy (vv.25-35) Jesús invita a las multitudes por triplicado a la renuncia total (vv.26b.27a.33a) y al seguimiento (vv.26a.27b), de otro modo no podrán llegar a ser discípulos suyos (vv.26c.27c.33b). La 1ª condición dice así: "Si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre... y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío" (v.26).
Se trata de hacer una opción radical por la persona de Jesús y por la nueva escala de valores que él propone (la antigua, personificada por las relaciones familiares a la que es necesario renunciar, es común a toda sociedad humana).
Los valores del reino deben estar por encima de todo. Y quien no hace opción por la Vida que Jesús personifica, tendrá que contentarse con una vida raquítica y no conseguirá superar jamás los problemas que plantean las relaciones humanas.
La 2ª condición es consecuencia de la anterior: "Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío" (v.27). A imitación de Jesús, el discípulo tiene que estar preparado para afrontar el rechazo de la sociedad que tan segura se muestra de sí misma, si bien tiene los pies de barro. Quien no esté dispuesto a aceptar el fracaso a los ojos de los hombres, viene a decir, que no se apunte. Uno debe ir por el mundo sin seguridades de ninguna clase, llevando a cuestas la suerte de los marginados y asociales.
La 3ª condición es reasuntiva: "Esto supuesto, todo aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío" (v.33).
Después se formula una pregunta doble, donde se insiste en la absoluta necesidad de calcular (deliberar) antes de tomar una decisión tan importante: "¿Quién de vosotros, en efecto, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos? ¿Y qué rey, si quiere presentar batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si le bastarán diez mil hombres para hacer frente?" (vv.28-32).
Los 2 ejemplos propuestos sirven para demostrar que la decisión no puede hacerse a la ligera. Los medios humanos con que se puede contar son del todo insuficientes para acometer la construcción del reino de Dios y para afrontar las dificultades humanamente insuperables que se derivan de ello.
La única escapatoria inteligente de este callejón sin salida es sopesar la gravedad de la situación, renunciando a contar exclusivamente con los propios medios. Solamente así se podrá hacer la experiencia del Espíritu, la fuerza de que Dios dispone para la construcción del reino.
Josep Rius
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Los proselitistas humanos hallarían muy sorprendente esta política de Jesús: Cuando inmensas multitudes lo siguen (Lc 12, 1). Jesús, en lugar de atraerlas con promesas, como suele hacerse, pone en el más fuerte aprieto la sinceridad de su adhesión (Lc 9, 57). Con ello nos da una de las grandes muestras de su divina verdad (Lc 12, 22).
Quiere decir simplemente que en el orden de los valores Jesús ocupa el primer lugar, aun frente a los padres. Nótese que, si bien el honrar padre y madre es un gran mandamiento del mismo Dios, Jesús se declara El mismo instrumento de discordia en las familias (Lc 12, 51), y nos previene que los enemigos estarán en la propia casa (Mt 10, 34), donde el ambiente mundano o farisaico se burlará de los discípulos como lo hacían del Maestro sus propios parientes (Mc 3,21; Jn 7,3-5).
Es notable que la conclusión de Jesús no nos habla de aumentar nuestros recursos propios, como parecería deducirse de la parábola. Es para enseñarnos que Satanás será siempre más fuerte que nosotros, si pretendemos combatirlo con las armas nuestras (Lc 9, 24) y sin el auxilio que el mismo Dios nos da (Lc 9,24; Mt 10,39; Jn 15,5).
Gaspar Mora
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El evangelio de Lucas en los textos anteriores nos ha dicho que el reino de Dios es una invitación abierta para todos los hombres y mujeres, que todos estamos llamados a participar de esta propuesta. Bajo esta premisa, el texto de hoy plantea necesariamente el problema de las exigencias o condiciones que deben cumplir los que libre y voluntariamente asumen este camino.
Seguir a Jesús exige muchas veces renunciar y despojarse de todas las cargas que no dejan caminar, exige adecuar la vida a la propuesta que Jesús nos hace, implica replantear nuestra vida, desinstalarnos y asumir los compromisos del Reino, si queremos ser los verdaderos discípulos de Jesús.
La colección de dichos que encontramos en este texto, en su mayoría de la comunidad lucana, están centrados en las condiciones necesarias para ser discípulos de Jesús. En todo caso, Jesús marca las exigencias reales que conlleva el acompañarlo en su viaje hasta Jerusalén, y lo que significa seguirlo hasta el lugar donde él se va a enfrentar con la hora de la verdad.
Según Lucas, nada puede imposibilitar el seguimiento de Jesús, ni los lazos familiares (construidos en el afecto a los padres, hermanos o a la mujer y los hijos) ni los bienes económicos o los propios proyectos (que pueden ser una atadura en el compromiso total del seguimiento).
Seguir a Jesús implica asumir su proyecto con todas sus condiciones, que no son otra cosa que entregar la propia vida, si es necesario, por los demás, como lo hizo el mismo Jesús. Por eso, quien no asume la cruz no puede ser discípulo de Jesús.
Las 2 parábolas finales del evangelio tienen como objetivo hacer hincapié en las exigencias que tiene el seguir a Jesús, exigencias que llevan a entregar la propia vida como Jesús, si es necesario, por el Reino. Nos invitan a sentarnos a calcular, a ver las propias condiciones con que se cuenta para asumir, resistir y enfrentar la cruz.
Esta actitud la exige Jesús a sus seguidores para que no se queden a medio camino: sólo con el comienzo (con un seguimiento aparente), o con el desengaño de quienes no completaron la obra (los que se quedaron sin cambiar de estructura mental). Mientras que la radicalidad en el seguimiento de Jesús no tenga consecuencias, incluso en lo que se refiere a los bienes materiales, siempre podemos pensar que seguir a Jesús solo se queda en discursos vacíos y sin contenido.
Fernando Camacho
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Un gran gentío acompaña hoy a Jesús por el camino, y él se vuelve y les dice: "Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser discípulo mío". Ya estamos advertidos.
El amor universal sin condiciones y sin fronteras no es un suave sentimiento muy tranquilo y muy fácil. Es una revolución. Jesús pide una renuncia total, para que nuestra entrega a él sea también total. Escuchemos esto, por difícil que pueda parecernos.
En su lengua aramea, Jesús ha utilizado un término que no tiene comparativo con el resto de lenguas, y que incluye una carga de violencia: odiar. El griego lo ha traducido por preferir, pero en su radical original vendría a significar: "Si uno quiere ser de los míos, y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, no puede ser discípulo mío".
Ya sabemos que Jesús quiere que amemos a los nuestros. El amor filial, el amor conyugal, el amor fraterno son sagrados. Pero el amor de Dios, que los sostiene y los anima, debe ser mayor todavía: "Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío". Seguir a Jesús no es cosa fácil, y cuesta caro y exige inversiones costosas. Hay que echar el resto, hay que comprometerse por entero y "cargar con la cruz".
En la antigüedad, "cargar con la cruz" era el suplicio de los desertores y de los esclavos. No olvidemos que Jesús se prepara para subir a Jerusalén, donde habrá de dar ese espectáculo lamentable por las calles de la ciudad hasta el lugar de su tortura. Nosotros, en el s. XX, no hemos visto este espectáculo en la calle, pero los oyentes de Jesús sí que lo habían presenciado alguna que otra vez algún día, curioseando al crucificado que cargaba con su cruz hasta el lugar de la ejecución.
De ahora en adelante, que no nos extrañen los obstáculos, ni los sufrimientos, ni las dificultades de la vida cristiana. Tampoco hemos de soportarlos a regañadientes ni refunfuñando, sino que más bien tenemos que considerarlos como objeto de comunión con Jesús, como una participación a su obra esencial y como un "caminar en seguimiento de Jesús".
A continuación, ofrece Jesús 2 comparaciones para ilustrar este seguimiento de Jesús: el que quiere edificar una torre y el que está dispuesto a emprender una guerra. Dos empresas que requieren reflexión y perseverancia.
Pues bien, dice Jesús que, para esto, el que quiera seguirle que empiece por sentarse y "calcular los gastos", para ver si podrá afrontar al adversario. Seguir a Jesús, pues, no ha de hacerse sin previa reflexión, ni pensarlo de antemano. Como en toda empresa emprendida, que hay que prever y organizarse.
Pide Jesús, por tanto, que nos sentemos a reflexionar, con el bolígrafo en la mano, calculando las ganancias y las pérdidas. Y que consideremos la empresa un par de veces. Por el hecho de "seguir a Jesús", ¿qué voy a ganar? ¿qué voy a perder? De igual manera, "todo aquel de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío". ¿Qué he arriesgado yo por Jesús? En la alegría del don total.
Noel Quesson
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Hoy contemplamos a Jesús en camino hacia Jerusalén, donde entregará su vida para la salvación del mundo. Y en dicha situación, "caminaba con Jesús mucha gente» (v.25). Los discípulos, al andar con Jesús que les precede, deben aprender a ser hombres nuevos. Ésta es la finalidad de las instrucciones que el Señor expone y propone a quienes le siguen en su ascensión a Jerusalén.
Discípulo significa seguidor, y seguir las huellas del Maestro implica ser como él, pensar como él y vivir como él. El discípulo convive con el Maestro y le acompaña.
El Señor enseña con hechos y palabras. Y sus discípulos han visto claramente la actitud de Cristo entre el Absoluto y lo relativo. Han oído de su boca muchas veces que Dios es el primer valor de la existencia. Han admirado la relación entre Jesús y el Padre celestial. Han visto la dignidad y la confianza con la que oraba al Padre. Han admirado su pobreza radical.
Hoy el Señor nos habla en términos claros. El auténtico discípulo ha de amar con todo su corazón y toda su alma a nuestro Señor Jesucristo, por encima de todo vínculo, incluso del más íntimo: "Si alguno viene donde mí y no odia hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío" (vv.26-27). Él ocupa el 1º lugar en la vida del seguidor.
Dice al respecto San Agustín: "Respondamos al padre y a la madre: Yo os amo en Cristo, pero no en lugar de Cristo". El seguimiento precede incluso al amor por la propia vida. Seguir a Jesús, al fin y al cabo, comporta abrazar la cruz. Sin cruz no hay discipulado.
La llamada evangélica exhorta a la prudencia, es decir, a la virtud que dirige la actuación adecuada. Quien quiere construir una torre debe calcular si podrá afrontar el presupuesto. El rey que ha de combatir decide si va a la guerra o pide la paz después de considerar el número de soldados de que dispone. Quien quiere ser discípulo del Señor ha de renunciar a todos sus bienes. La renuncia será la mejor apuesta.
Joan Guiteras
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Suele suceder que al escuchar hablar de la santidad, nos sentimos poco aludidos, poco comprometidos. Más bien solemos dejar este tema para otros, para los especialistas, para "los que sí pueden". Quizás para los religiosos y consagrados, pero no para un cristiano de la calle, con sus cotidianos obstáculos y ocupaciones.
Por supuesto, la cuestión fundamental está en plantearse seriamente la pregunta sobre la santidad, cuyo edificio nos parece demasiado alto, y posible pero para otro. No obstante, también podemos percibir la llamada alentadora de Cristo: "Siéntate y haz cuentas, y ya verás que tienes recursos suficientes para construir una torre más alta de lo que tú crees".
Jesucristo es exigente y no se conforma con una entrega a medias, sino que quiere nuestro corazón totalmente para él. Él lo pide todo, y por eso nos dice: "Si alguno no aborrece a su padre y a su madre, y aun su propia vida, no puede ser mi discípulo". Más aún, incluso cuando ya lo hemos dejado todo, nos pide una cosa más: "El que no toma su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo".
Es preciso dar la vida por él, como él mismo la dio por nosotros. En definitiva, vemos que Cristo nos pide ser santos, quiere que todos los que asuman su doctrina como norma de vida, sean verdaderos hombres de Dios, desprendidos de todo, dedicados a él.
Y lógicamente, esto nos parece demasiado arduo. Incluso es posible que hayamos dejado de considerarlo como una posibilidad. Cristo en este pasaje nos invita a hacer cuentas para ver si tenemos o no para terminar la obra de la santidad. Pero su idea no es para que nos retiremos decaídos y desanimados: "No, no soy capaz de construirla". Jamás ha pretendido Cristo que hagamos las paces con el enemigo de nuestras almas.
Por tanto, si nos invita a deliberar si podemos hacerle frente, es para que nos convenzamos de que realmente somos capaces de vencer, de que somos más fuertes de lo que nos imaginamos. Podemos atrevernos a atacar con la plena seguridad de que saldremos victoriosos.
Tenemos el material suficiente para levantar ese gran edificio de nuestra santidad. Contamos con las tropas necesarias para vencer al enemigo de Cristo en nosotros. Basta que hagamos cuentas, conscientes de que nunca seremos tentados más allá de nuestras fuerzas.
Cuando Dios llama a alguien, lo toma y lo coloca en estado excepcional de avanzada, de exigencia de perfección y de responsabilidad, ante el cual el elegido se encuentra ahí, solo, inerme, vulnerable por todas partes, débil y pecador. Ante ello, sólo queda una alternativa: o la de huir aterrorizado o la de creer en la fidelidad de Dios.
José Luis Richard
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El seguimiento de Jesús no va a ser fácil. Podemos explicarnos en parte lo que él lamentaba ayer, que algunos no aceptan la invitación al banquete de su Reino, porque es exigente y no se trata sólo de sentarse a su mesa.
Hoy nos dice Jesús que, para ser discípulos suyos, hay que "posponer al padre y a la madre, a la familia, e incluso a sí mismo", y que hay que estar dispuestos a "llevar la cruz detrás de él".
Y pone 2 ejemplos de personas que hacen cálculos (porque son sabias) y buscan los medios para conseguir lo que vale la pena. Uno que ajusta presupuestos para ver si puede construir la torre que quiere. Y otro que hace números, para averiguar si tiene suficientes soldados y armas para la batalla que prepara. Así deberían ser de espabilados los que quieren conseguir la salvación.
Seguir a Jesús es algo serio. Comporta renuncias y cargar con la cruz y posponer otros valores que también nos son muy queridos. Si se tratara de hacer una selección en las páginas del evangelio, y construirnos un cristianismo a nuestra medida (a la carta), entonces sí que podríamos prepararnos un camino fácil y consolador. Pero el estilo de vida de Jesús es exigente y radical, y hay que aceptarlo entero. La fe en Cristo abarca toda nuestra vida.
¿Hemos hecho bien los cálculos sobre lo que nos conviene hacer para conseguir la vida eterna? ¿A qué estamos dispuestos a renunciar para ser discípulos de Jesús y asegurarnos así los valores definitivos? ¿Somos inteligentes al hacer bien los números y los presupuestos, o nos exponemos a gastar nuestras energías en la dirección que no nos va a llevar a la felicidad?
Para las cosas de este mundo solemos ser muy sabios, y las programamos y revisamos muy bien: negocios, estudios, deportes. Pero ¿también nos sentamos a hacer números en las cosas del espíritu?
Para llevar a cabo su misión salvadora de la humanidad, Jesús renunció a todo, incluso a su vida. Por eso fue constituido Señor y Salvador de todos. Y nos dice que también nosotros debemos saber llevar la cruz de cada día, para hacer el bien como él y con él.
José Aldazábal
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Nadie puede que estar por encima del amor que le profesemos a Cristo. Es cierto que él nos ha llamado a participar en abundancia del banquete de los bienes eternos, pero esto no es para que alardeemos de ser bienaventurados y de haber sido considerados dignos por parte de Dios.
El Señor nos quiere comprometidos tras sus huellas de modo estricto, como el cirineo cargó la cruz hacia el calvario, detrás de Jesús. Él va delante nuestro, y nos encamina hacia su gloria, pasando por la cruz de modo ineludible. Por eso nuestra decisión de seguir las huellas de Cristo no puede brotar de un momento de avivamiento de fe, que más que ayudarnos a tomar una decisión con madurez pudo haber movido simplemente nuestro sentimentalismo.
El seguimiento de Cristo, con todas sus consecuencias, es algo demasiado serio y estricto que requiere una sana disciplina sobre nosotros mismos, apoyados con la gracia divina; por eso hemos de ponernos a pensar, a meditar y a decidir en la presencia de Dios para que, poniendo lo que nos corresponda, él lleve a cabo su obra salvadora en nosotros.
El señor nos reúne en torno suyo en este día. Él se acercó a nosotros, no reteniendo para sí mismo su dignidad de Hijo de Dios. Se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo, poniéndose a nuestro servicio con tal de ganarnos, mediante la entrega de su cuerpo y de su sangre, para su Dios y Padre. Y en este momento celebramos este memorial de su misterio pascual.
Es el amor al Padre Dios y a nosotros el que pone a Jesús en camino, cargando el pecado del hombre para recibirlo y llevarlo de vuelta a casa como hijo. Nosotros no sólo hemos de creer en el amor que Dios nos tiene, sino que lo hemos de experimentar especialmente durante esta celebración en que el Señor se hace presente entre nosotros con todo su poder salvador.
Tras las huellas de Cristo. Identificados con él, y hechos luz en él. Al igual que Cristo, nosotros hacemos nuestros el pecado, los dolores, las angustias, las tristezas, las injusticias y las pobrezas que afectan a muchos sectores de nuestra sociedad.
Tomar nuestra cruz de cada día significa ser responsables en aquella parte a la que en este día hemos de hacer llegar la redención de Cristo. Así, día a día, vamos colaborando en la construcción del reino de Dios entre nosotros haciendo que vaya surgiendo una humanidad renovada en Cristo Jesús.
Sin despreciar ni dejar de velar por los nuestros, el amor a ellos no puede estar por encima del amor a Cristo y a su Reino, por eso hemos de vivir nuestra plena unión a Cristo y nuestra apertura al Espíritu Santo, para que realmente pongamos nuestra vida al servicio del evangelio viviente de Jesucristo.
Bruno Maggioni
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Dirijamos hoy nuestra mirada al evangelio, en que Jesús está hablando de la necesidad de no anteponer nada ni nadie a su persona, y en la necesidad de renunciar a todo: "El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío".
Sobre todo, atendamos a las 2 experiencias que nos propone de la vida cotidiana: la del que se pone a construir una torre, y la del rey que entabla batalla con otro rey. Uno se puede preguntar que a qué vienen estas historias, o qué tienen que ver con el mensaje central de las condiciones que se exigen para seguir a Jesús.
Pues bien, se trata de historias con moraleja, y nos vienen a decir que en la vida es importante medir las consecuencias de lo que hacemos, y es importante calcular. Pero calcular, ¿qué? Muy sencillo: a dónde nos llevan nuestros vínculos (familiares o materiales) y a dónde nos lleva la incertidumbre de Jesús. Pues lo que a 1ª vista parece estable, Jesús revela que es foco de inestabilidad. Y lo que a 1ª vista parece una renuncia absurda puede esconder el secreto de la felicidad.
Jesús nos invita, por tanto, a no dejarnos llevar por las simples apariencias y a fiarnos de él, aunque su propuesta parezca poca cosa en el supermercado de propuestas que hoy nos llegan por doquier.
Gonzalo Fernández
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Nos invita hoy Jesús a calcular el costo de nuestro seguimiento cristiano, a renunciar a la seguridad en los bienes temporales y a subestimar las comodidades familiares (padres, esposa, hijos, hermanos, e incluso uno mismo). Sobre todo, nos invita a saber cargar con la cruz de cada día cargando sobre el hombro los padecimientos de los demás.
Eso es lo que aceptamos vivir, si queremos seguir amorosamente a Cristo. Y lo seguimos para llegar, junto con él, hasta el extremo de morir en el calvario por amor a los demás. Pero la muerte no tendrá para nosotros la última palabra, sino la vida; pues siguiendo a Cristo pasaremos por la muerte, resucitando junto con él para ser glorificados también junto con él.
Ante ese panorama que se nos presenta, lancémonos alegres y llenos de valor, cargando nuestra cruz de cada día, para alcanzar la corona y la gloria que Dios nos ofrece.
Carguemos con nuestra cruz de cada día, siendo fieles a la misión que el Señor nos confió de anunciar su evangelio. Seamos un evangelio encarnado del amor de Dios para los demás. Pasemos, como Cristo, haciendo el bien a todos. Así edificaremos la Iglesia sobre el cimiento sólido y piedra angular, que es Cristo.
Cristo nos quiere libres de toda carga de maldad, de todo pecado, de toda injusticia y de todo signo de muerte; pues de lo contrario en lugar de cargar la cruz de nuestra entrega a favor del evangelio, sólo aparentaríamos ir hacia el Señor quedando entrampados en la condenación y la muerte, consecuencia de nuestras esclavitudes al pecado.
Trabajemos por construir el reino de Dios entre nosotros esforzándonos para que brille la justicia, la clemencia y la compasión; que el amor sea algo real y concreto, y no sólo un buen deseo, convertido en espejismo engañoso.
José A. Martínez
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A poco que cualquiera de nosotros hayamos frecuentado nuestros templos nos habremos dado cuenta de que siempre hay gente que se queda justo, o casi, en el umbral de la puerta. Desde ahí participan en la misa dominical o en la misa de diario. No es porque no haya sitio dentro de la Iglesia.
Esto sucede, ciertamente, algunas veces. Pero incluso cuando hay muchos bancos vacíos, donde se podría estar más cómodo y participar mejor, hay siempre personas que se quedan en la puerta. Puede ser por muchas razones. Y lo último que podemos hacer es juzgar sin escuchar a las personas.
La imagen de la persona que se queda a medio camino, dentro del templo pero sin entrar del todo, nos puede servir como una buena metáfora para comprender la actitud práctica, interior de muchos cristianos frente al evangelio. Diría que ese estar dentro y fuera a la vez, justo en el límite, es una actitud vital. Somos muchos los que nos decimos cristianos pero a la vez no queremos comprometernos del todo. Queremos "nadar y guardar la ropa".
¡Ya está bien de mediocridad! Jesús nos desafía claramente en el evangelio de hoy a seguirle con todas las consecuencias. A no andar con componendas ni medias tintas. A tomar nuestras decisiones sabiendo que solamente vale la pena seguir a Jesús si vamos "a por todas".
Severiano Blanco
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Las ternuras y ternezas del amor no deben hacernos creer que sea fácil o trivial vivir en el amor. El evangelio de hoy nos recuerda de modo agudo (casi agresivo) las infinitas exigencias del amor, que no sabe darse todo sin pedirlo, así como es verdad que nada pide sino entregándose.
El amor nos trae todos los derechos, según aprendimos en la primera lectura, pero por todo ello pide un precio: nosotros mismos. No hay alternativa, pues la alternativa de no amar equivaldría a amar la muerte. Una vida sin ataduras, una vida en absoluta independencia, es una vida desatada de la vida, es decir, un monumento a la muerte.
Santa Catalina de Siena llegó a decir que el alma estaba hecha de amor. No puede dejar de amar sin morir. Pero al amar necesita desposeerse, arriesgarse, hacerse vulnerable, entregarse. Con lo cual, todo el tema de esta vida vendría a ser: ¿por qué o para quién va a ser la vida que vas a entregar?
Y Cristo nos dice que en él, que es fuente de todo amor, y en su evangelio, que es palabra máxima sobre el amor, está el único lugar justo para poner esa carga cuasi divina que llevamos por ser humanos y que se llama amor.
Así es como entendemos las exigencias de Jesús, una bendición para los que le sigan. Pues al que llama y acoge, Jesús está dando un sentido y ruta (la única y verdadera ruta) a su propio ser, de persona necesitada de amor y de amar.
Nelson Medina
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Las palabras de hoy de Jesús son duras, y presentan un radicalismo que no admite medias tintas. Pero siempre hemos de tomarlas como un ideal al que se tiende, que ha de ser puesto en práctica en la vida a través del discernimiento. Pues Jesús no ha venido a oprimir nuestra vida, sino a salvarla de forma radical.
El Señor nos fija como contexto para todas nuestras actuaciones y decisiones la opción por él, dejando en 2º plano todas las otras dimensiones de la vida.
La viveza del lenguaje y de la catequesis de Jesús reviste con frecuencia un carácter deslumbrante. ¿Y para qué? Unas veces para provocar en nosotros una reflexión profunda. Y otras veces para subrayar cuál ha de ser, y dónde se ha de encontrar, el tesoro por el que nos lo hemos de jugar todo en la vida.
Dios y los hombres no se contraponen en el verdadero amor. Quien ama de verdad a Dios ama a sus padres, hermanos y amigos y pobres. Pero cada elemento debe estar en su lugar, para que resulte armónico el conjunto, trabajándolo con un solo y mismo espíritu.
Dominicos de Madrid
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La necesidad de concluir lo comenzado constituye el contenido fundamental del pasaje evangélico de hoy, que comprende 2 partes, la 1ª con una serie de máximas sobre el seguimiento como supremo valor de la existencia (vv.25-27), y la 2ª sobre la incapacidad de perseverar en las obras emprendidas (vv.28-32).
Las máximas de Jesús tienen carácter universal, ya que están dirigidas a las multitudes que lo acompañan en su camino. Todas ellas están centradas en el carácter global que tiene el seguimiento de Jesús. Un seguimiento que debe ser para el discípulo superior incluso a los deberes que todo hombre tiene respecto a la propia familia y a la propia vida.
En el 1º caso, y conforme a la importancia que tiene el vínculo conyugal para Lucas, se menciona aquí a la esposa, ausente en el texto paralelo de Mateo (Mt 10, 37). Respecto a la propia vida, Jesús presenta al discípulo la necesidad de adecuar su propia vida a la vida de Jesús, cuya cruz es señal de la imposibilidad de volver atrás en el cumplimiento de la misión que le ha sido encomendada (aun cuando esté en juego la conservación de la vida).
Las 2 parábolas propuestas por Jesús (la de la construcción de la torre, y la del saber calcular las fuerzas antes de una batalla) tienen como principal objetivo poner de relieve la necesidad del cálculo y del examen sobre la posibilidad de llevar a término ambas empresas, que se subraya en ambas comparaciones.
En el 1º caso, se presenta el momento previo al comienzo de la edificación como momento en que se deben hacer los cálculos y prever los gastos necesarios para concluirla. El comienzo de la obra, indicado con la mención de "los cimientos" exige la conclusión de la obra, o de lo contrario ésta quedaría expuesta al ridículo (ante los que contemplan la frustración de lo proyectado).
En el 2º caso, el cálculo y valoración de las propias fuerzas está también presente en los momentos previos a una batalla, esta vez acompañados del cálculo y valoración de las fuerzas adversarias. Esta actitud permite adoptar una postura razonable ante los acontecimientos: continuar con la guerra o pedir la paz.
El v. 32 conecta las parábolas a las máximas que le preceden, y confirman el carácter englobante del seguimiento de Jesús y de la renuncia total que éste comporta. Por su misma naturaleza, el seguimiento debe ocupar la totalidad del horizonte presente de la vida del discípulo ya que quien "no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo" de Jesús.
Confederación Internacional Claretiana
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El seguimiento de Jesús es como una piedra en el zapato, que nos hace detenernos en el camino y examinar qué es lo que no nos deja seguir, y nos obliga a pensar si el camino vale la pena y es el que queremos hacer. Pues el seguimiento de Jesús tiene unas exigencias destinadas a liberar a los seres humanos de las cargas inútiles y excesivas: el seguimiento de Jesús prepara y exige absoluta libertad.
Se trata, sin lugar a dudas, de un camino novedoso. Un camino que muchos han seguido en la historia y que se muestra como una propuesta radical para realizar el designio divino. Francisco y Clara de Asís, Basilio y Agustín, Oscar Romero... son algunos de los nombres de hombres y mujeres que le apostaron por la causa de Jesús y descubrieron en ella la fuente y el sentido de la vida.
El evangelio de hoy nos recuerda las exigencias del seguimiento. Requerimientos que en alguna medida pueden mortificar y causar incomodidades, pero que tienen como fin ayudar al discípulo a estar disponible para seguir el camino de Jesús.
La piedra en el zapato (o esas singulares exigencias del camino) no lo serán tales si se convierten en parte del estilo de vida del discípulo. Por eso, lo más oportuno es no llevar muchos zapatos para el camino, acumulando bienes innecesarios. Ni cargar con muchas bolsas, pues el bien más grande es Dios mismo. Ni llevar mucha compañía, pues en la comunidad de hermanos se encontrará la amistad y el apoyo.
Viendo así las cosas, el camino se debe emprender en la más entera libertad, con los brazos abiertos para ir al encuentro del hermano y con los pies descalzos, para estar en el más cercano contacto con la realidad.
Servicio Bíblico Latinoamericano
Act:
05/11/25
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