29 de octubre

Miércoles XXX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 29 octubre 2025

Lc 13, 22-30

         Escuchamos en el pasaje de hoy que un personaje se introduce en la escena y pregunta a Jesús: "¿Señor, son pocos los que se salvan?" (v.23). Es decir, ¿se salvará sólo el resto de Israel? La pregunta tiene trampa, porque ¿hará Jesús causa común con los que se han distanciado de las instituciones judías, y se han refugiado en el desierto (como los esenios de Qumram), a la espera de una intervención espectacular de Dios, a favor de ese resto de escogidos?

         Según la respuesta de Jesús, no hay israelitas privilegiados, ni siquiera ese resto de Israel como núcleo del pueblo salvado por Dios: "Forcejead para abriros paso por la puerta estrecha, porque os digo que muchos van a intentar entrar" (v.24).

         Estos muchos se corresponden, ciertamente, con los pocos de la pregunta, pero el alcance de la respuesta es totalmente otro. La "puerta estrecha" es la entrada en la Iglesia, o reino de Dios que Jesús propugna. Y no entrará en ella ninguno de los que "practican la injusticia" (v.27), por mucho que hayan convivido con él y hayan escuchado su enseñanza.

         Se acaban así las prerrogativas nacionales, incluso las del pueblo de Dios ("no sé quiénes sois, ni de dónde sois"; vv.25.27). Y solamente entrarán los que hayan seguido su enseñanza, pertenezcan a Israel ("cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios"; v.28) o no ("y también de oriente y occidente, del norte y del sur, habrá quienes vendrán a sentarse en el banquete del reino de Dios"; v.29). También nosotros, si no cambiamos de mentalidad y "practicamos la justicia", nos podríamos encontrar fuera.

Josep Rius

*  *  *

         Nos dice reiteradamente el evangelio de hoy que Jesús "enseñó en nuestras plazas", muchas veces recriminando a aquellos entusiastas que se contentaban con el solo nombre de tales y con una vinculación exterior a su Reino (Mt 7,23; 15,8; 25,41).

         En el pasaje de hoy, Lucas resalta de parte de quién está Dios, y claramente señala que el grupo de los judíos de la elite (quienes se consideraban a sí mismos los más puros y cumplidores de la ley) son quienes pasan por la puerta ancha de su comodidad y ventajas, mientras por la puerta estrecha están pasando otros muchos (los enfermos, los extranjeros, las mujeres, los niños...).

         En concreto, se refiere Jesús al grupo de los celosos de la ley, que ejercía el poder desde el Templo de Jerusalén y que, en nombre de su concepto de Dios, cargaba al pueblo con diezmos, castigos y rituales de purificación. Un grupo que se atrevía, incluso, a declarar impuro lo que el mismo Dios había creado con amor, y por amor a la humanidad (como el ciclo menstrual de la mujer, que Dios había concebido como el nido de la vida, pero que para ellos era un nido de suciedad).

         La propuesta de Jesús de un reinado de Dios para todos igual (con las mismas exigencias y beneficios), resultaba para este grupo una alternativa que no podían soportar. Y por eso fueron a cazar a Jesús con esa pregunta: "¿Serán pocos los que se salven?". La respuesta de Jesús fue obvia: "Son muchos los que lo intentan", no sólo vosotros.

Juan Mateos

*  *  *

         A la pregunta que le hacen a Jesús, éste no responde diciendo el número de gente que se va a salvar (si muchos o pocos), sino indicando cómo hay que actuar para formar parte de su Iglesia. El acceso al reino de Dios no es cosa fácil en principio, pues hay que forcejear para entrar por la puerta estrecha, o lo que es igual, hay que hacerse violencia para hacer propia la opción por Jesús y ponerla en práctica en un mundo en el que los valores evangélicos no prevalecen.

         Para Jesús la cuestión no es, por tanto, salvarse, pues para esto, como le dijo al joven rico, basta con cumplir los mandamientos que miran al prójimo, sino adherirse o no a su mensaje para transformar el mundo, suplantando la injusticia que hay en él. La salvación, según Jesús, comienza por la puesta en práctica de los valores evangélicos, y no por la pertenencia a un determinado pueblo.

         Mientras Jesús vivía, el pueblo de Israel, en calidad de pueblo elegido, fue el 1º en recibir la invitación al evangelio. Pero después de su muerte, "cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta", habrá terminado esa etapa de privilegio, y serán como los demás: unos más.

         Así, cualquier persona venida del Oriente u Occidente, del norte o del sur, del pueblo de Israel o extranjero a Israel, podrá sentarse a la mesa en el banquete del reino de Dios. Pues el reino de Dios es la comunidad que camina por la puerta estrecha. Una puerta estrecha a la que se entra forcejeando (o lo que es igual, negando los valores mundanos que se oponen al evangelio), pero que está abierta para quien desee adherirse a su mensaje humanizador.

         De ahí que habrá primeros (el pueblo de Israel, que gozó de ser el pueblo elegido, pero rechazó el mensaje de Jesús) que serán últimos (como los paganos lo habían sido). Y habrá últimos (los paganos, excluidos según los judíos) que serán primeros (a condición de que acepten por norma de vida el mensaje de Jesús).

         Con la muerte de Jesús se termina la etapa de los privilegios de unos pueblos sobre otros, y Dios ofrece su salvación a todos por igual. Ya no bastará con pertenecer a un pueblo, a una raza, a una cultura para considerarse salvado, ni la salvación será la cuestión más importante a debatir.

         La entrada en el reino de Dios (o Iglesia), que es puerta de salvación, se realizará por la opción personal y por la adhesión individual al mensaje vivido en la práctica de cada día. Quienes así lo hagan, pertenezcan o no al pueblo de Israel, ya están salvados en vida, pues han aprendido que la verdadera vida (la vida eterna o definitiva) comienza cuando, como Jesús, nos comprometemos a darla para que los demás tengan vida abundante.

Gaspar Mora

*  *  *

         Camino de Jerusalén, Jesús "enseñaba en los pueblos y aldeas que iba atravesando". Se trata de uno de los temas preferidos por Lucas, que utiliza esa expresión unas 88 veces, sobre las 150 empleado en todo el NT.

         Se trata de una expresión que alude a la condición sine quanum de los apóstoles: el ser itinerantes, o personas llenas de dinamismo apostólico, que se desplazan de un sitio a otro, visitan a las familias en sus casas, y van de ciudad en ciudad. Y yo, ¿soy un instalado, o un itinerante? Porque ser cristiano no supone reposo, sino que "muchos intentarán y no podrán".

         En esto, uno le preguntó: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?". A lo que Jesús contestó: "Esforzaos para abriros paso por la puerta estrecha". Es decir, esfuérzate. Por lo que se ve, muchos se apretujaban ante la puerta, y sólo podía entrar el que empuja y daba codazos (a forma de competición deportiva, de quien concentra todas sus energías en los últimos minutos, para llegar el primero a la meta).

         Jesús nos invita a hacer el máximo esfuerzo, a concentrar todas nuestras fuerzas para salvarnos. Y condena la molicie y la pereza, pues no se entra por la puerta de la salvación eterna sin empeño y a ciegas. Señor, líbrame de mis entorpecimientos, de ese volumen de inercia que pesa sobre mí.

         Existe un tiempo favorable para la salvación, desde que Jesús abrió esa puerta del cielo. Pero un día, ese plazo que se nos dio para entrar, se acabará. Jesús quiere invitarnos a decidirnos, y a no dilatar para después la respuesta, pues ¿cuánto tiempo me queda a mí? Vivamos cada día como si fuera el día del Juicio, vivamos en plenitud cada día como si fuera el último. Esta era la divisa del padre Foucauld.

         Y todo ello porque, en aquella hora, el dueño de la casa dirá a los negligentes: "No sé quién sois". Y si replicáis: "Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras calles"... él os responderá: "No sé quiénes sois. Alejaos de mí los que practicáis el mal".

         De nada sirve creer que se tienen privilegios. Incluso la convivencia a la mesa de Jesús, no es un seguro de vida. Haber comido y bebido en presencia de Jesús no basta, y haber "comido su carne y bebido su sangre" tampoco basta. E incluso San Pablo llegará a decir que eso puede ser una razón de condenación (1Cor 10, 1-11).

         Entonces "seréis echados fuera, y vendrán de Oriente y de Occidente, del norte y del sur, para ocupar el banquete del reino de Dios". En efecto, nadie podrá acusar a Dios de no poder entrar a sentarse en el banquete eterno, porque tienen entrada aun los paganos de todos los puntos cardinales del mundo, según las innumerables profecías que se hicieron es ese sentido (Is 25, 6.8; Sal 106,3).

         El pertenecer a una u otra raza no determina la entrada al banquete escatológico, pues en él judíos (Abraham, Isaac, Jacob y los profetas) y paganos (del Oriente y del Occidente) se sentarán a la misma mesa. Una sola condición es necesaria: haber reconocido a Jesús, y haber tomado la decisión de seguirle por la fe.

         Jesús no quiso contestar a la pregunta de si serían pocos los que se salvarán, no dando pie con ello a la relajación (si fuesen muchos) o incertidumbre (si fuesen pocos). Para Jesús, se trata de un tema individual, en el que sólo cuenta la decisión personal que cada uno tome, respecto a él y su propuesta de vida.

Noel Quesson

*  *  *

         Camino de Jerusalén, hoy Jesús se detiene un momento y alguien lo aprovecha para preguntarle: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" (v.23). Quizás, al escuchar a Jesús, aquel hombre se inquietó. Por supuesto, lo que Jesús enseña es maravilloso y atractivo, pero las exigencias que comporta ya no son tan de su agrado. Pero, ¿y si viviera el evangelio a su aire, con una moral a la carta? ¿Qué probabilidades tendría de salvarse?

         Así pues, pregunta: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?". Jesús no acepta este planteamiento, pues la salvación es una cuestión demasiado seria como para resolverla mediante un cálculo de probabilidades. Lo que sí deja claro es que Dios "no quiere que alguno se pierda, sino que todos se conviertan" (2Pe 3, 9).

         Jesús responde al oportunista que "luche por entrar por la puerta estrecha, porque muchos pretenderán entrar y no podrán". Y le da algunos detalles respecto a la salvación: "Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo Señor, ábrenos. Pero él os responderá: No sé de dónde sois" (vv.24-25).

         Efectivamente, ¿cómo pretenden algunos ser ovejas de su rebaño, si no siguen al Buen Pastor ni aceptan su Iglesia? Por eso, la respuesta de Dios será contundente: "Retiraos de mí, agentes de injusticia, e id al llanto y al rechinar de dientes" (vv.27-28).

         Ni Jesús ni la Iglesia temen que la imagen de Dios Padre quede empañada al revelar el misterio del infierno. Como afirma el Catecismo de la Iglesia, "las afirmaciones de la Sagrada Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión" (CIC, 1036).

         Dejemos de pasarnos de listos y de hacer cálculos. Y afanémonos para entrar por la puerta estrecha, volviendo a empezar tantas veces como sea necesario, confiados en su misericordia. Porque como decía San José Mª Escrivá: "Todo eso que te preocupa de momento, importa más o menos. Pero lo que importa absolutamente es que seas feliz, y que te salves».

Luis Raventós

*  *  *

         ¿Qué caso tiene curiosear acerca del número de los que se salvan? ¿Acaso no es mejor preguntarse si va uno en el camino adecuado, siguiendo las huellas de Cristo, cargando la propia cruz de cada día, con la mirada puesta en la gloria, de la que Dios quiere hacernos coherederos junto con su propio Hijo?

         El Señor nos pide hacernos pequeños, con la sencillez de los humildes, de los que se sienten siempre necesitados de Dios y de los que no se esclavizan a lo pasajero, sino que con esos bienes socorren a los más desprotegidos y se ganan amigos para la vida eterna.

         No basta escuchar a Cristo por las plazas, hay que escucharlo en el corazón y hacer vida en nosotros su Palabra, pues no basta decirle Señor, Señor, para entrar en el Reino de los Cielos. Pues al final lo único que contará será nuestra fe traducida en obras de amor.

         Nosotros, que no pertenecíamos al pueblo de las elecciones divinas, pero que el Señor nos ha convocado para que seamos parte de su pueblo santo, hemos de pedirle al Señor que nos mantenga fieles en la escucha y en la puesta en práctica de su Palabra. Auxiliados por la gracia divina y por el poder del Espíritu Santo, dejemos de ser obradores de iniquidad y demos testimonio, con nuestras buenas obras, que en verdad somos hijos de Dios.

         El Señor nos convoca para que, como discípulos fieles suyos, seamos instruidos por su Palabra, y nos quiere sentar a su mesa para que comamos y bebamos con él: "Cuánto ha deseado celebrar esta pascua con nosotros". E incluso quiere que algún día podamos celebrarla con él cuando tenga pleno cumplimiento en el Reino de los Cielos para nosotros.

         Por eso nuestra participación en la eucaristía no puede reducirse a un rito, a un simple acto de culto a Dios. Hemos venido porque queremos hacer vida en nosotros la vida de Dios. Esa vida que nos haga ser un signo del amor que procede del mismo Dios. Ese amor que nos une como hermanos y que nos pone al servicio humilde y sencillo a favor de los más débiles y desprotegidos. Entonces la puerta angosta nos dará cabida para ingresar a donde ahora vive glorificado Aquel que se hizo Siervo del hombre.

         La entrega amorosa de Jesús por nosotros, es el mismo camino que hemos de recorrer los que creemos en él, para alcanzarlo en su gloria. Que no sólo nos sentemos a la mesa eucarística, que no sólo escuchemos a Aquel que es la Palabra, que no sólo llamemos "Señor, Señor" a Jesucristo. Vivamos como hombres que se han dejado llenar del Espíritu de Dios y no sólo se tienen por hijos de Dios, sino que viven en verdad como hijos de Dios.

         El Señor nos pide que vivamos como hermanos, que vivan unidos por el vínculo del amor. Ya desde el principio el Creador concedió al hombre el dominio sobre todas las bestias y animales de la tierra; pero jamás concedió el poder de dominar al prójimo. Por eso todos debemos vernos y tratarnos como hermanos en Cristo Jesús.

         Si alguien pertenece a los poderosos, conforme a los criterios de este mundo; o si alguien está al frente del pueblo santo de Dios, no podrá iniciar su entrada en el Reino de los Cielos sino en la medida en que se abaje como servidor de los demás. No basta acudir al culto para invocar al Señor, ni con acercarse a la participación de la eucaristía, para pensar que ya es nuestra la salvación.

         Los que creemos en Cristo Jesús debemos ser los primeros comprometidos con la justicia social, con el trabajo serio y responsable por la paz, por la superación de todo aquello que ha hecho más dura y amarga la vida de los pobres y desprotegidos. No podemos conformarnos con invocar al Señor, sino que debemos confesar nuestra fe con obras que manifiesten que realmente nos mueve el amor sincero a Dios, y el amor sincero y comprometido con nuestro prójimo.

Bruno Maggioni

*  *  *

         Lucas nos recuerda hoy que "Jesús va de camino hacia Jerusalén". Y mientras tanto, nos va enseñando cuál es el camino que sus seguidores tienen que recorrer. En esto, un aficionado se le acerca a Jesús y le hace una pregunta, pero más por curiosidad que por deseo de santidad: "¿Serán pocos los que se salven?".

         En la mentalidad del que preguntaba, la respuesta lógica hubiera sido: "Sólo se salvarán los que pertenecen al pueblo judío". Pero a Jesús no le gusta contestar a esta clase de preguntas, y sí aprovecha para dar su lección: "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha". El Reino es exigente, no se gana cómodamente. En otra ocasión dirá que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que no un rico, uno lleno de sí mismo, entre en el Reino.

         Y puede pasar que algunos de los de casa no puedan entrar, a pesar de que "han comido y bebido con el Señor" y que Jesús "ha predicado en sus plazas". No basta, no es automático. Otros muchos, que no han tenido esos privilegios, "vendrán de Oriente y de Occidente y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios". O sea, que hay personas que parecían últimas y serán primeras, y otras que se consideraban primeras (el pueblo de Israel, o nosotros mismos) y serán últimas.

         Esta clase de advertencias no sólo resultaba incómoda para los judíos que escuchaban a Jesús, sino también para nosotros. Porque nos dice que no basta con pertenecer a su Iglesia o haber celebrado la eucaristía y escuchado su Palabra. Y porque también nosotros podríamos correr el riesgo de que "se cierre la puerta y nos quedemos fuera del banquete". Depende de si hemos sabido corresponder a esos dones.

         En el Sermón de la Montaña ya nos había avisado: "Entrad por la entrada estrecha, porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, mas qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la vida" (Mt 7, 13-14).

         El Reino es exigente, pero está abierto a todos. Y no se decidirá por la raza o la asociación a la que uno pertenezca, sino por la respuesta de fe que hayamos dado en nuestra vida. Al final del evangelio de Mateo se nos dice cuál va a ser el criterio para evaluar esa conversión: "Me disteis de comer... me visitasteis". Ahí se ve en qué sentido es estrecha la puerta del cielo, porque la caridad es de lo que más nos cuesta.

         El Apocalipsis nos dice que es incontable el número de los que se salvan: "Una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar" (Ap 7), gritando la victoria de Cristo y participando de su alegría. La puerta es estrecha pero, con la ayuda de Dios, muchos logran atravesarla. Los malvados, los idólatras y embusteros, "caerán en el lago que arde con fuego" (Ap 21, 8), y los que han seguido a Cristo "entrarán por las puertas en la ciudad" (Ap 22, 14).

         Es de esperar que nosotros estemos bien orientados en el camino y que lo sigamos con corazón alegre. Para que al final no tengamos que estar gritando "Señor, ábrenos", ni oigamos la negativa "no sé quiénes sois", sino la palabra acogedora: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros".

José Aldazábal

*  *  *

         El evangelio de hoy nos previene contra la tentación de creer que "ya estamos aprobados" y que, por lo tanto, da igual vivir de cualquier manera. Ya estamos salvados. Esta es la buena noticia. Pero precisamente por eso nos esforzamos en ofrecer signos de salvación, y urgidos a vivir una vida nueva.

         Esta conversación de los discípulos con Jesús viene a enseñarnos que no hemos de estar preocupados por los pensamientos y planes de Dios (que nos desbordan) sino por la fidelidad a la vida en el Espíritu. Quien sigue las mociones del Espíritu sigue el camino del bien y está salvado. Obras son amores.

         Complemento del párrafo anterior es la invitación de Jesús a que los llamados, elegidos, predestinados, entremos por la puerta estrecha, y entremos a su debido tiempo, porque la puerta de la casa se cierra a su hora.

         En realidad, Jesús no responde si se salvan pocos o muchos. Lo que viene a decir es que esa no debe ser nuestra preocupación sino la de Dios. Nuestro interés debe ser más bien afrontar la vida con dignidad de hijos, de amigos, de fieles. Lo demás vendrá por añadidura, según el plan de Dios.

Gonzalo Fernández

*  *  *

         ¿Son pocos los que se salvan? Para poder entrar hay que seguir el camino hacia Jerusalén tras las huellas de Jesús. E ir hacia Jerusalén no es ir hacia la muerte, sino hacia la glorificación, que ciertamente pasará por la muerte, por la renuncia, por la entrega a favor del prójimo. Pero no podremos caminar mientras estemos cargados de egoísmos y de maldades, mientras pensemos agradar a Dios sólo por sentarnos a su mesa eucarística, pero sin la decisión firme de iniciar un nuevo camino guiados por el Espíritu de Dios.

         No basta con escuchar la palabra de Dios; hay que hacerla nuestra viviéndola para que nos santifique. Muchos fueron llamados antes que nosotros y fueron, incluso, los depositarios de las promesas divinas; sin embargo, cuando llegó la plenitud de los tiempos y Dios envió a su propio Hijo como el Mesías anunciado y esperado, lo rechazaron.

         Nosotros, que íbamos por los cruces de los caminos, fuimos invitados a participar de la salvación que, en Cristo, Dios ofrece al mundo; y hemos depositado nuestra fe en él para tener la puerta abierta que nos lleva a unirnos con Dios. Pero ¿vivimos nuestro compromiso de fe con sinceridad? ¿O sólo nos conformamos con rezar y dar culto al Señor, mientras continuamos encadenados al pecado y a la manifestación de signos de muerte?

         El Señor quiere que no sólo le demos culto, que no sólo escuchemos su Palabra, sino que seamos obradores de bondad; que como él pasemos haciendo el bien a todos. No podemos quedarnos, pues, en una santificación vivida de un modo personalista. El Señor nos quiere apóstoles suyos, portadores no sólo de su evangelio con nuestras palabras, sino portadores de su salvación desde una vida que se hace entrega en favor de los demás.

         Pero no podemos centrarnos únicamente en lograr la paz o la convivencia fraterna, o en la preocupación de unos por otros. Sino que debemos ser portadores de Cristo, de tal forma que no sólo llenemos las manos de los necesitados con bienes materiales, sino que llenemos el corazón de todos con el amor y el Espíritu que proceden de Dios. Entonces realmente estaremos no sólo viviendo en una solidaridad de hermanos, sino viviendo como hijos de Dios, por estar unidos al Hijo único de Dios.

José A. Martínez

*  *  *

         El hombre siempre ha andado a la búsqueda de la seguridad, de evitar riesgos y de tener todo bajo control. Prácticamente hoy día no existe ninguna institución de humana que no tenga algún contrato con una compañía de seguros de vida. Buscamos una seguridad para nuestra vida que a veces se convierte en una obsesión. Dicho esto, más de alguno podría preguntarse pero, ¿qué asegura la vida eterna?

         Ya desde los tiempos de Jesús los hombres buscaban esta seguridad y Cristo no la niega, pero es claro: esforzaos, porque nos es fácil alcanzarla.

         El secreto para encontrar la paz en Jesús la encontramos en una respuesta que él da a una pregunta similar cuando dice: "Para los hombres (la salvación) es imposible pero para Dios todo es posible". Por tanto, el secreto lo encontramos en la fe. Nuestra salvación es don que hay que pedir con constancia y fe a Dios.

         No cabe duda que también depende de nuestras obras pero es ante todo un don de Dios. No nos cansemos por tanto de luchar, de estar atentos, de orar porque cuando menos lo pensemos nos llegará la hora de dar cuentas. Confiemos pues en la gracia de Cristo y ayudemos al triste a confiar en él.

Clemente González

*  *  *

         La pregunta de hoy del evangelio ha torturado muchas conciencias, con ocurrencias como: "Y si son pocos los que se salvan, ¿seré yo uno de ellos?". Jesús esquiva ese tipo de razonamiento, y prefiere dar una recomendación general, invitando al esfuerzo y presentando una parábola que invita a desconfiar de las seguridades de sus oyentes.

         ¿Y qué seguridades son esas? En 1º lugar, creer que la cercanía de trato ya implica una cercanía de destino: como hemos "comido y bebido con él", tenemos garantizado que comeremos y beberemos con él en el banquete del Reino. Lo cual supone un grave error de perspectiva, pues Jesús ha comido y bebido con nosotros como forma de llamada (a su misericordia), y no como respuesta confirmativa.

         Otra falsa seguridad viene del tema de la raza, o del creer que "somos descendencia de Abraham". No basta, pues no es la descendencia según la carne, ni esa cercanía, la que redime de los pecados.

         El resumen es que la única cercanía que salva es la que viene de la fe, y una fe consecuente, porque los que son rechazados lo son no por lo que dicen que creen sino porque "hacen el mal". Es decir, que cuenta lo que tú dices que crees, pero que cuenta más las obras que tú hayas hecho como consecuencia de esa fe.

Nelson Medina

*  *  *

         Escuchamos hoy la pregunta hecha a Jesús por el curioso de turno: "¿Serán pocos los que se salven?". De ambientarse en nuestros días, el guión de esta escena evangélica hubiera exigido que el curioso fuera un reportero, llevando en la mano un micrófono; o que se acercara a Jesús con un bloc de notas, a la caza de una exclusiva sensacionalista.

         En su respuesta, Jesús vino a decir que esto no es cuestión de números, sino de atenerse a las condiciones ofrecidas y exigidas por el Padre (que no funcionan según los modos habituales de funcionar en este mundo). De ahí que lo que responda Jesús es: Si quieres salvarte, ponte en la cola, porque hay muchos esperando.

         Se trata, pues, de otra de las leyes evangélicas fundamentales: los primeros serán últimos, y los últimos serán los primeros. ¿No os parece que, vistas así las cosas, nos conviene a todos colocarnos siempre entre los últimos, o a favor de los últimos?

José San Román

*  *  *

         Hay gente que dice que "Dios es tan bueno, que nos va a salvar a todos", una expresión en parte verdad y en parte no. Ciertamente, Dios es tan bueno (y nos ama tanto) que "envió a su Hijo amado, para que todo el que crea en él no muera sino que tenga vida eterna". Sin embargo, Jesús requiere, como lo hemos oído hoy, la cooperación del hombre: "Esforzaos por entrar".

         Este esfuerzo no es otra cosa que la cooperación a la gracia que Dios ha ya depositado en nuestro corazón, y que nos impulsa a vivir en la gracia y a rechazar el pecado.

         De manera concreta, podemos decir que una de las formas más efectivas de cooperar a esta gracia es reconocer con sinceridad nuestras áreas débiles (las que de ordinario nos llevan al pecado), y alejarnos de las ocasiones de pecado.

Ernesto Caro

*  *  *

         Frente al futuro salvífico de Dios, nos preguntamos hoy sobre la cantidad de salvados. Se acude en búsqueda de la respuesta a esta pregunta a revelaciones y a visiones de los santos. Sin embargo, esta pregunta es irrelevante, lo único que interesa a cada uno es si él ha de integrar el grupo de los salvados.

         Las palabras sobre este tema que pronuncia Jesús nos colocan en el camino del esfuerzo propio, y sólo esta disposición ofrece la capacidad de ingreso a la realidad salvífica. A ella sólo se puede acceder por la puerta estrecha.

         Este tipo de ingreso sólo tiene lugar en el compromiso con los auténticos intereses de Dios y de su Reino. Participar en el grupo de Jesús, en su familia, no da garantías de estar en comunión con él.

         Esta comunión brota de un decidido combate contra el mal, de haber aceptado la misma tarea de Abraham, Isaac, Jacob y los profetas. Y brota también de la aceptación de Jesús en la propia vida. Otras formas de acceder al Reino son ilusorias, nos dejan irremediablemente fuera.

         Lo acontecido con los judíos incrédulos en la historia salvífica se presenta también como la trágica posibilidad de cada persona y de cada grupo cristiano. La proclamada pertenencia a los seguidores de Jesús puede esconder una distancia insuperable que nos coloca a la intemperie y que no nos permite ingresar al festín mesiánico.

         Por consiguiente, se exige adecuar nuestra práctica a lo que en palabras proclamamos y de esta forma, aunque venidos de lejos, participaremos de la salvación ofrecida por Jesús.

Confederación Internacional Claretiana

 Act: 29/10/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A