23 de Septiembre

Evangelio del Sábado XXIV

Lc 8, 4-15
Mercabá, 23 septiembre 2023

            La parábola del sembrador nos es de sobra conocida y quizá también comentada. Jesús equipara su actividad (profética) con la de un sembrador que esparce la semilla en el campo sin reparar demasiado en el terreno en que cae, pues puede tratarse de un sendero aplastado por los pasos de los caminantes, de un terreno pedregoso, de un terreno sin labrar (plagado de cardos y espinas) o de una tierra bien dispuesta, labrada y receptiva, capaz de fructificar.

            El mundo de los humanos es tan desigual como la tierra en la que habitan. Y el sembrador tiene tal abundancia de semilla que decide esparcirla por todo el mundo sin reparar en el terreno de destino. ¿Es que le importa poco que se pierda o es que considera que todo corazón humano, sea cuales sean sus disposiciones, es susceptible de siembra y de fructificación?

            Lo cierto es que de hecho hay terrenos en los que la siembra resultará baldía. No es que por naturaleza sean incapaces de fructificar, pero su estado requeriría una buena labor previa de labranza, sin la cual es prácticamente imposible que la siembra arraigue y fructifique.

            Jesús constata la existencia fáctica de tales terrenos: duros, pedregosos, abandonados. Ha podido comprobarlo por propia experiencia. Es lo que se ha encontrado en su actividad profética: la dureza de los que oyen, pero no dejan que esa palabra penetre en su corazón y lo abra a la fe y a la salvación (la dureza de los incrédulos); la superficialidad de los que oyen y acogen con gusto y alegría, pero carecen de la debida profundidad para que esa semilla pueda echar raíces y finalmente germinar (la superficialidad de los despreocupados o de los que viven sin apenas plantearse nada serio en la vida).

            E incluso ha podido constatar los impedimentos de los que oyen y acogen la palabra con interés y buenos deseos, pero los afanes de la vida, las riquezas y los placeres, les absorben de tal manera que impiden su crecimiento y no la dejan madurar para fructificar. Es la fascinación que ejercen las riquezas y los placeres de este mundo y que termina por ahogar el interés despertado por la palabra.

            Pero la palabra del sembrador también halla acogida en tierras bien labradas y dispuestas, aunque de diferente capacidad. Son esos corazones nobles y generosos que escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando. Aquí se indican varias condiciones. No basta con ser noble y generoso. Es preciso escuchar la palabra. La nobleza y la generosidad de ánimo nos hacen receptivos hacia esa palabra que estimula esa nobleza y esa generosidad, pero hay que ponerse a escucharla, dejando de escuchar otras cosas.

            Hay escuchas que son incompatibles, porque se interfieren y se obstruyen la una a la otra. Y a la escucha sucede la “conservación”. Si la palabra no se guarda en el interior durante el tiempo necesario, como la semilla en el seno de la tierra, no echará raíces ni fructificará. Es preciso que a la palabra le demos tiempo para el enraizamiento. Y esto comporta interiorización, meditación, reflexión, rumia, todos actos muy personales y que requieren dedicación. Después vendrá la fructificación, mayor o menor según la capacidad de cada uno.

            Pero nada de esto es posible sin perseverancia: perseverancia en la escucha, perseverancia en la meditación, perseverancia en el fruto. Si se interrumpe el proceso en cualquiera de estas fases, se destruye el efecto y uno puede retornar a la vida en la molicie de los placeres o en la esclavitud de las riquezas, o en la superficie de lo intrascendente o en la dureza de los endurecidos por los mismos rigores de la vida.

            Puede suceder incluso que siendo tierra buena, porque hemos fructificado en algunas buenas obras, sigamos todavía parcialmente atados (y ahogados) por ciertos afanes, estimaciones o complacencias que no nos permiten dar más y mejores frutos.

            Examinémonos, pues, y veamos en qué posición merecemos ser clasificados por ese catastro tan especial. Nuestro grado de estima de la palabra de Dios dirá mucho al respecto.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 23/09/23     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A