22 de Septiembre
Evangelio del Viernes XXIV
Lc
8, 1-3
Mercabá, 22 septiembre 2023
San Lucas recuerda a Jesús caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo y predicando la Buena Noticia del Reino de Dios. El Reino de Dios era su evangelio para el mundo. Por eso Jesús recorre ciudades y aldeas; pero ¿no era ésta una geografía demasiado limitada para hacer llegar esta noticia al mundo entero? Sin duda que lo era. Por muy numerosas que fueran las ciudades y pueblos recorridos por Jesús, el espacio geográfico en el que se desenvolvía su actividad no dejaba de ser una mínima parte del mundo habitado.
Lo que en realidad hacía Jesús con esta predicación itinerante era iniciar la tarea de la evangelización que habrían de continuar otros, sus apóstoles; serán ellos los que continúen y completen esta tarea por los caminos del mundo. Porque conviene que el mundo sepa que el Reino de Dios ha llegado a él para que todo el que quiera incorporarse a este Reino lo haga y por su medio logre la salvación.
Ésta es, quizá, la razón por la que se hace acompañar de un grupo de discípulos, los Doce, y de algunas mujeres a las que había curado de malos espíritus y enfermedades. A todos ellos los tendrá en la mejor disposición para prolongar su tarea evangelizadora. Entre estas mujeres estaban María Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes, Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes. Éste era por el momento su modo de sostener la campaña misionera del Maestro.
Jesús, por tanto, no está solo, ni quiere estarlo. Le acompañan hombres y mujeres que tienen motivos para seguirle; sobre todo, todas esas mujeres que habían sido objeto de su actuación misericordiosa, gracias a la cual les había sido devuelta la salud. No es extraño, por tanto, que, agradecidas, pusieran sus bienes al servicio de Jesús y de los apóstoles, y con sus bienes sus personas.
Jesús, ni es una persona solitaria ni se niega a recibir colaboración de otros; al contrario, la acepta de buen grado, y él mismo agrupa en torno a sí a una pequeña comunidad discipular que será el germen de la futura comunidad eclesial; y es que la realidad que él anuncia, el Reino de Dios, no deja de ser una realidad social que había de integrar en su seno a muchos hombres y mujeres de diversas razas y procedencias, de lejos y de cerca. Además, aspiraba a ser una realidad universal que reclamaba la presencia en el mundo de muchos apóstoles o anunciadores.
Por tanto, cuantos más efectivos se sumaran a esta tarea de evangelización e implantación, mejor. Porque esos mismos colaboradores de Jesús, los Doce, se buscarán nuevos colaboradores, y estos a su vez otros, y así sucesivamente. Ésta es la manera ordinaria en que podía ir ampliándose el círculo de la evangelización y hacerse efectiva la presencia del Reino de Dios en el mundo, algo que empieza a funcionar como una pequeña semilla (un grano de mostaza) destinada a convertirse en arbusto capaz de albergar en sus ramas a los pájaros.
En la compañía de Jesús no advertimos discriminación entre hombres y mujeres, aunque el grado de cercanía y la asunción de responsabilidades de unos y otros podían ser distintos. De hecho, no todos cumplirán las mismas funciones en el seno de la Iglesia.
Los Doce constituirán el grupo al que corresponderá la responsabilidad de la custodia doctrinal y la dirección pastoral de esa Iglesia que se irá abriendo camino en un mundo hostil y poco amigable. Las mujeres tendrán también su papel y su fuerza en el campo de la evangelización, pero siempre al servicio o en colaboración con los Doce y los apóstoles (como Pablo) que se les fueron sumando.
Hoy, difícilmente se puede ser compañía de Jesús al margen de esta comunidad eclesial que él puso en movimiento. Según esto, parece lógico concluir que colaborar con él es colaborar con su Iglesia, sea cual sea el lugar en el que nos encontremos.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
22/09/23
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M
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M U R C I A