27 de Mayo
Evangelio del Sábado VII
Jn
21, 20-25
Mercabá,
27 mayo 2023
Nos encontramos ante el pasaje que cierra el relato evangélico con palabras conclusivas: Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo.
Nos hallamos, pues, ante el testimonio puesto por escrito de un testigo de los hechos que se cuentan, un testimonio que persigue otra cosa que hacerse creer; porque lo realmente valioso de un testimonio es que sea creíble. Pues bien, vayamos con el último trazo de este testimonio.
Pedro, nos dice el narrador, oyó de labios del Resucitado un nuevo y último sígueme. Atrás quedaba la primera llamada, la que le había arrancado de su entorno familiar y laboral para emprender el seguimiento de este singular Maestro; la nueva llamada, que se produce en este contexto pascual por parte del Resucitado, venía a ser una réplica de aquella otra que estaba al inicio de su vocación apostólica, una réplica que reforzaba la vocación de Pedro al seguimiento de Jesús tras haber pasado por el duro trance de la pasión y muerte de su Maestro.
A este nuevo sígueme, Pedro responde con la misma prontitud, aunque seguramente con más consciencia, que al primero, pues el discípulo, nada más oír a Jesús, reanuda el seguimiento. Pero sucede que, volviendo la mirada, ve que los sigue el discípulo que Jesús tanto quería, aquel que se había reclinado sobre su pecho en la última cena, es decir, Juan; y, sintiéndose importunado por esta esta proximidad, se dirige a Jesús como pidiendo explicaciones: Señor, y éste ¿qué? La presencia cercana del discípulo amado se la hace incómoda o, al menos, inoportuna. Si el llamado al acompañamiento era él, ¿qué pintaba allí el otro? Y Jesús, como en otras ocasiones, quiere hacerle ver que ese asunto no le incumbe: Si quiero –le contesta- que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.
La llamada al apostolado es personal y el seguimiento también. El hecho de que otros hayan sido llamados también no debe suponer ningún problema para el resto, sino más bien un motivo de gozo. La comprobación de que otros se incorporan al seguimiento de Jesús tendría que ser un motivo más de alegría para los llamados y no una causa de tristeza; pues la presencia de otros en el círculo de amistad de Jesús no priva del amor con que él obsequia a cada uno. El amor del Cristo glorioso más que ser un amor repartido entre muchos, es un amor multiplicado, como los panes del milagro, para saciar la necesidad afectiva de cada uno.
Pero aún no hemos dado respuesta al enigma encerrado en la expresión de Jesús: si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?, expresión, por otro lado, que dio origen a algunas especulaciones, pues, refiere el narrador, se empezó a correr entre los hermanos (lo cual parece suponer una comunidad ya constituida) el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no era esto lo que había dicho Jesús. No obstante, cabía esta interpretación. De hecho, la longevidad del apóstol Juan pudo contribuir a la propagación de este rumor.
Lo cierto es que Juan, el discípulo amado, se presenta como testigo de lo narrado en su evangelio, y los que acogieron este testimonio como verdadero tenían la certeza de que todo lo que había escrito el testigo era verdad, aunque no todos los hechos de los que había sido testigo se habían puesto por escrito, porque de haberlo hecho habría aumentado en exceso el volumen de tales Escrituras.
Pero un testimonio no tiene por qué ser exhaustivo; basta que sea suficientemente significativo. El valor de un testimonio radica en gran medida en su credibilidad. Sólo si es creíble, merecerá la pena. Para eso se da testimonio, para hacer creer como verdad aquello de lo que se testifica. Y el testimonio de Juan, como el de cualquier otro evangelista, no pretende otra cosa que provocar la fe en Jesús, el protagonista de su relato, como Hijo y enviado del Padre. ¡Ojalá que el testimonio de Juan no caiga en saco roto!
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act: