SCHOPENHAUER
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Carlos González, 1 enero 2024
Madrid, licenciado en Filosofía

            Fue el padre del pesimismo filosófico moderno, desde su más claro convencimiento de que la vida está sujeta a una larga cadena de azarosas y amargas circunstancias. De hecho, el pensador alemán no solo analizó las dinámicas que dominan el mundo (presidido por una voraz voluntad), sino que también nos indicó el camino para facilitar el difícil trago de la existencia, de la mejor manera posible.

            En efecto, Arthur Schopenhauer (1788-1860) sentó en su temprana obra cumbre (El Mundo como Voluntad y Representación-1819) las columnas fundamentales para fundar el pesimismo filosófico y antropológico del s. XIX, que por extensión fue trasplantado al s. XX.

            Pero fueron sus escritos más postreros los que lo encumbraron a la fama mundial, tras la publicación en 1851 de su sugerente y plural colección de escritos Parerga y Paralipómena (que podría traducirse como Opúsculos y Apéndices), donde se incluyen algunos de sus textos más conocidos, como los célebres Aforismos sobre la Sabiduría de la Vida.

            En estos Aforismos encontramos algunos de los pilares de su pensamiento, que pueden ayudarnos a entender mejor los mecanismos internos del mundo, así como a poner en práctica algunas máximas para alcanzar el bienestar a través de la filosofía. No obstante, como escribió Tolstoi, fiel lector de Schopenhauer, es mucho más fácil escribir cien volúmenes de filosofía que cumplir una sola de sus máximas.

a) La felicidad es una utopía inalcanzable

            El mundo está regido por una voluntad incansable e incandescente que nos convierte en máquinas deseantes, comienza diciendo Schopenhauer. Es decir, que deseamos incansablemente y, tras la satisfacción de un deseo, esperamos siempre otro nuevo, que a su vez busca ser satisfecho en una dinámica que nos vapulea y maltrata sin descanso, y que nos sitúa entre dos polos inevitables: el sufrimiento y el aburrimiento.

            Por eso, explica Schopenhauer, apelando a la autoridad de Aristóteles, la persona sabia no busca una inaccesible felicidad, sino más bien la ausencia de dolor. De esta forma, el autor alemán nos invita a dirigir nuestra atención no a los placeres y comodidades de la vida, sino a los medios de evitar, en la medida de lo posible, sus innumerables males.

            Por eso, quien quiera hacer balance de su vida pasada, ha de tener mucho más en cuenta los males (de los que se ha librado) que las alegrías (de que las que ha disfrutado). Lo explica el propio filósofo alemán:

La voluntad se encuentra en un mundo sin fin ni límites, como individuo entre innumerables individuos que se afanan, sufren, yerran; y como en un mal sueño, se precipita de nuevo a su antigua inconsciencia. Mas hasta entonces sus deseos son ilimitados, sus exigencias, inagotables, y cada deseo satisfecho hace nacer otro nuevo. Ninguna satisfacción posible en el mundo podría bastar para acallar sus exigencias, poner un punto final a su deseo y llenar el abismo sin fondo de su corazón[1].

b) Gran parte de nuestros pensamientos duermen en el inconsciente

            Décadas antes de que Freud fundara el Psicoanálisis, y se refiriera a la importancia del inconsciente, ya Schopenhauer anunció la relevancia de todo un contenido que queda más allá de nuestra conciencia. De hecho, en el cap. 14 del volumen II de El Mundo como Voluntad y Representación, titulado Sobre la Asociación de Pensamientos, se proponen dos tesis fundamentales para el devenir del estudio del inconsciente en la historia del pensamiento: la psicología y el psicoanálisis.

            Por un lado, Schopenhauer asegura que la salud del espíritu consiste en la buena marcha interna de la memoria, mientras que la locura es provocada cuando el individuo es asaltado por grandes lagunas en su reminiscencia, en su intento por conectar el pasado con el presente.

            En ese sentido, Schopenhauer compara nuestra conciencia con aguas de cierta profundidad, en que los pensamientos claramente conscientes sólo aluden a la superficie, mientras que el resto de su contenido es una masa borrosa (undeutliche, lit. no claro).

            Por otro lado, también explica Schopenhauer que el material recibido del exterior es siempre rumiado en nuestras más oscuras profundidades, siendo así como éstos se refunden (umarbeiten, lit. reelaboran) y relacionan todos nuestros pensamientos.

            De esta forma, el aparato intelectual humano no sería más que un mero instrumento subordinado a la voluntad (a lo irracional, a lo inconsciente), y un intelecto del que no somos sus dominadores absolutos. Como más tarde escribirá Freud, no somos dueños de nuestra propia casa.

c) No somos más que voluntad de vivir

            El resto del intelecto humano no sería, por tanto, más es un anexo, atributo o apéndice, de los designios de esa Voluntad primigenia que se manifiesta en cada uno de los seres existentes. Schopenhauer dedica todo el cap. 19 del volumen II de El Mundo como Voluntad y Representación a explicarlo, en su Sobre el Primado de la Voluntad en la Autoconciencia.

            Nuestra inteligencia, asegura el filósofo, no es más que un parásito de la voluntad y del propio organismo, y un simple fruto que tan sólo sirve para la autoconservación, regulando sus relaciones con el mundo exterior. El intelecto es algo secundario, mientras que lo fundamental y primario es nuestra voluntad, nuestros deseos y anhelos.

            No todas las cabezas piensan, afirma Schopenhauer con cierta sorna y su habitual ironía. Pero lo que sí es propio de todas las conciencias es el desear, anhelar, querer, rechazar, huir y no querer. Eso es lo esencial y la base de toda conciencia: el querer, que solo varía su forma de darse o manifestarse.

            Por tanto, los hombres somos producto de un incandescente e indeterminado deseo de vida, propiciado por lo más esencial del universo: una voluntad que, por su propia esencia, no puede dejar de querer:

La voluntad está presente completa y en su totalidad hasta en el más diminuto insecto, que quiere lo que quiere, tan decidida y completamente como el hombre. La diferencia radica únicamente en lo que cada uno quiere. Es decir, en los motivos, aunque éstos son cosa del intelecto[2].

d) El fin de la existencia no es la felicidad, sino desapegarnos de la vida

            Solo hay un error innato: pensar que existimos para ser felices, señaló Schopenhauer en el cap. 49 de El Mundo como Voluntad y Representación. Y es que mientras persistimos una y otra vez en darnos contra este muro, o nos reafirmamos en los dogmas optimistas, el mundo seguirá apareciéndose como una continua contradicción, y a cada paso experimentaremos que el mundo y la vida no se han hecho para contener una existencia feliz. Y entonces nos extrañamos, e incluso nos indignamos.

            La vida es un negocio que no cubre los gastos”, asegura Schopenhauer, y en lugar de volvernos iracundos, o intentar afirmarnos sin descanso a través de la siempre insuficiente satisfacción de nuestros deseos, aboga por abrir los ojos del corazón y caer en la cuenta de que el dolor es la nota más característica de la existencia.

            Si esto es así, lo que habría que crear no es más notas que sigan componiendo la melodía de la redención, sino una via de negación de la voluntad de vivir, a través del ascetismo. Lo explica el propio Schopenhauer:

En la vida todo está indicado para sacarnos de aquel error originario y convencernos de que el fin de nuestra existencia no es ser felices. Incluso si la consideramos de cerca y de forma imparcial, la vida se presenta más bien como destinada a que no nos sintamos felices en ella, ya que lleva en toda su naturaleza el carácter de algo de lo que se le pierde el gusto y se quitan las ganas, algo de lo que hemos de desistir como de un error, a fin de que nuestro corazón se cure del ansia de disfrutar y de vivir, y se aparte del mundo[3].

e) El sufrimiento es inevitable, pero también es salvífico

            Aunque Schopenhauer fue un declarado ateo, siempre defendió que su doctrina era la representación y concreción del cristianismo más puro. Eso sí, de un cristianismo sin apelaciones a la divinidad o a la trascendencia. Es decir, que más que el cristianismo, fue el budismo el que supuso la pieza clave del pensamiento de Schopenhauer (de hecho, fue él su introductor en Europa). Según esto, para Schopenhauer fue el sufrimiento y el dolor los goznes que sujetan la puerta que abre la vía a la liberación.

            En concreto, el sufrimiento y el dolor nos conducen a la convicción de que todos vivimos y compartimos un mismo mundo de pesadumbres, en el que la crueldad y la malicia son monedas corrientes de cambio. Por eso, quien sale de su error innato (quien se da cuenta de que no ha nacido para ser feliz), enseguida empezará a ver todo con otra luz, y el mundo entrará para él en consonancia. Si no lo hace con sus deseos, sí lo hará con su comprensión de él.

            Las desgracias de todo tipo y magnitudes, aunque le duelan a ese hombre, no le asombrarán ya, porque ha entendido que el dolor y la aflicción trabajan en favor del verdadero fin de la vida: el apartarse de la voluntad de vivir. Eso llegará a proporcionarle una asombrosa serenidad ante todo lo que pueda ocurrir, concluye el filósofo alemán.

f) El ser humano es el ser más menesteroso y necesitado

            Y todo ello porque somos conscientes de la existencia del mal. Es decir, porque hemos desarrollado una necesidad metafísica que se ha traducido en el desarrollo de religiones, en las creaciones de dioses y en diversos sistemas filosóficos con los que intentamos calmar nuestra constante angustia e inquietud ante el futuro.

            El asombro es una característica esencialmente humana, acepta Schopenhauer. Pero la cuestión fundamental es qué hacemos con ese asombro, si lo dedicamos a la ciencia filosófica o si lo empleamos en imaginar quimeras que de poco o nada sirven.

            Existe una metafísica popular (las religiones) cuyo cometido principal es aliviar nuestra ansiedad mediante el rezo o la creencia en dogmas religiosos. Pero existe otro tipo de metafísica científica, que siempre comienza tras los avances científicos y que intenta investigar de manera seria y racional nuestras inquietudes más irrenunciables: la muerte y la finitud, la moralidad o el dolor. Lo explica Schopenhauer:

Las religiones son necesarias y un inestimable beneficio para el pueblo. Pero cuando pretenden oponerse al progreso de la humanidad en el conocimiento de la verdad, hay que empujarlas a un lado sin ningún miramiento[4].

            No hay victoria sin lucha, escribió Schopenhauer. Pero no porque hayamos de convertir la vida en lucha, sino porque, insertos en la lucha, no hay por qué eludirla (en este caso, la lucha metafísica).

g) Nunca hay que renunciar a la alegría, cuando ésta llega

            Si bien es cierto que alcanzar la felicidad, tal como la entendemos (como completa satisfacción de nuestros deseos), resulta imposible, sí es verdad que encontramos momentos en nuestra vida en que la alegría y el contento se apoderan de nuestros corazones.

            En ese instante, asegura Schopenhauer, nunca hay que cerrar la puerta a ese instante feliz, intentando pensar por qué nos encontramos en ese estado o entorpeciendo su entrada en nuestra vida. Eso sí, se tratará de una felicidad efímera y fugaz. De hecho, la circunstancia de que la juventud mantenga (por lo general) el buen humor, y un gran caudal de valor vital, se debe a que no tiene a la muerte como horizonte.

            Sin embargo, cuando la hemos superado y envejecemos, divisamos la muerte en el horizonte cercano, del cual tan sólo sabíamos cosas de oídas. En ese instante, las fuerzas vitales comienzan a mermar, y también los ánimos, de manera que la desbordada alegría de la juventud se sustituye por una gravosa seriedad, que también se refleja en el rostro[5].

h) La vida es una lucha, y nunca dejaremos de luchar

            Por todo ello, recomienda Schopenhauer que seamos valientes, y permanezcamos firmes e incólumes ante lo que pueda traer el destino, porque toda la vida es una lucha y cada paso ha de ser conquistado. Los Aforismos sobre la Sabiduría de la Vida de Schopenhauer son un ungüento (tan filosófico como literario) en el que pueden ser probadas las mieles y bondades de la sabiduría pesimista.

            Ésta, lejos de situarnos en un inoperante quietismo o en un derrotismo vacuo, nos invita a encarar el mundo sin esquivar ninguna de sus aristas, por oscuras u onerosas que puedan resultarnos. Esto, a fin de cuentas, es la lucidez: no permitirse atajos. Kein sieg ohne kampf, escribió Schopenhauer en su obra principal. Es decir, no hay victoria sin lucha. No porque hayamos de convertir la vida en lucha; sino porque, insertos en la lucha, no hay por qué eludirla.

i) La existencia acaba por convertirse en un balsámico desengaño

            Schopenhauer leyó muy atentamente a Baltasar Gracián, a quien incluso tradujo al alemán y cuyo Oráculo Manual y Arte de la Prudencia fue uno de los libros de cabecera. En él encontró un apoyo de sus teorías, y de él sacó que la vida no es más que un desengaño progresivo, o continuo deshacerse de las cosas para acabar comprendiendo que nada es relevante, salvo el no practicar deliberadamente la crueldad con otros seres, sean o no humanos. De hecho, Schopenhauer fue uno de los primeros abanderados de los derechos de los animales.

            Para que no vivamos anclados a nuestra insaciable capacidad de desear, debemos mantener siempre atada la fantasía. Lo explica el filósofo alemán: Ante todo, pues, no construir castillos en el aire, porque nos costarán muy caros y tendremos que demolerlos más tarde entre gemidos. Más aún, continúa sosteniendo Schopenhauer, debemos evitar inquietar a nuestro corazón, imaginando desgracias solo posibles, pues los males llegarán por sí mismos.

            La mayor tranquilidad es la que se tiene en el presente, y hay que aprovecharla sin inquietarse por el inmodificable presente o por el imprevisible futuro. Para ello es necesario cultivar lo que Schopenhauer llama la aristocracia del espíritu: la capacidad para ser autosuficientes, intelectual y afectivamente. Lo explica brevemente:

“¿Bastarse a sí mismo? La soledad es el destino de todos los espíritus egregios. A veces les entristecerá, pero siempre acaban por elegirla como el menor entre dos males[6].

j) La compasión como motor moral

            Podría parecer paradójico que el padre del pesimismo moderno se inclinara por la compasión para explicar la auténtica moralidad del ser humano. Pero nada más lejos de la realidad (metafísica y antropológica), pues precisamente porque vivimos en el peor de los mundos posibles, y justamente porque presenciamos a diario el dolor y el sufrimiento en nosotros y en los demás, sólo puede salvarnos la ayuda mutua, o reconocimiento de que el otro no es un otro, sino otro yo que también sufre y se duele. La compasión significa ser-uno con el dolor del otro. Es decir, com-padecerse (mitleiden, lit. con sufrimiento).

            El pesimismo de Schopenhauer acaba derivando, finalmente, en un humanismo que no elude las capas más tenebrosas y onerosas de la existencia. Más bien al contrario, en vista de un panorama oscuro, y en ocasiones terrible, y en vista de la creencia schopenhaueriana de que nunca cambiará nada, la mejor opción será siempre la compasión.

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  Act: 01/01/24       @fichas de filosofía            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A  

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[1] cf. SCHOPENHAUER, El Mundo como Voluntad y Representación, II, 46.

[2] cf. SCHOPENHAUER, op.cit, II, 19.

[3] cf. Ibid, II, 49.

[4] cf. Ibid, II, 17.

[5] cf. SCHOPENHAUER, Aforismos sobre la Sabiduría de la Vida, VI.

[6] cf. SCHOPENHAUER, op.cit, V, 9.