SÉNECA
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Oviedo, 1 mayo 2022
Ricardo Sánchez, catedrático de Filosofía

            Nació el 4 d.C. en Córdoba (España), hijo de un padre (Marco Anneo Séneca, el Retórico) que muy pronto marchó a Roma con su familia, y que allí dispensó a su hijo una excelente formación en retórica, derecho y filosofía.

            Se dedicó pronto Séneca a la abogacía, destacando por sus extraordinarias dotes de orador. Hizo viajes por diversas partes del mundo, y fue nombrado pretor por el emperador Claudio. Sufrió destierro en Córcega durante 8 años, y luego fue nombrado preceptor de Nerón. Acusado ante el emperador por envidiosos de su elevado puesto, Séneca fue condenado a muerte. Se suicidó cortándose las venas, y bebiendo la cicuta.

a) Vida y Obra

            Las noticias sobre sus primeros años son muy escasas. Sabemos que viajó a Roma cuando era niño con una tía materna[1], y que no hizo buenas migas con su maestro de gramática[2]. Sí las hizo con su maestro de filosofía (el neopitagórico Soción), y con quien realmente influyó en la conformación del carácter filosófico del cordobés: el estoico Atalo, a quien se refiere en numerosas ocasiones a lo largo de las Epístolas a Lucilio. También mostró una enorme admiración por Papirio Fabiano, un filósofo famoso en los primeros años del principado de Tiberio, y que le introdujo en el pensamiento del también estoico Quinto Sextio.

            En busca de un clima más apropiado en el que contener su enfermedad bronquial, realizó un temprano viaje a Egipto aprovechando que el marido de su tía materna había sido nombrado prefecto de estas tierras. A la vuelta de dicho viaje, Séneca inició a instancias de la tía su carrera como orador, lo que en aquel momento suponía el acceso a la carrera política. Una vez tuvo sitio en el Senado, el filósofo cordobés se mostró como un grandísimo orador, lo que le cosechó algunas enemistades, incluida la del emperador Calígula[3].

            De esta época data su tratado Sobre la Ira, un análisis muy pormenorizado de una pasión que debía evitarse, sobre todo si el airado tenía responsabilidades de gobierno (como era el caso del emperador Claudio). El lector no puede ver sino un reproche hacia el sucesor de Calígula en estas palabras:

“La ira no debe solo ponerse en marcha, sino salir corriendo, pues es un impulso; ahora bien, nunca se da un impulso sin el consentimiento de la mente y, evidentemente, no puede pasar que se trate sobre venganzas y castigos sin que lo sepa el espíritu. Alguien se ha considerado ofendido, ha querido vengarse, al instante se ha apaciguado porque lo ha disuadido un motivo cualquiera; no llamo ira a esto, una emoción del espíritu que se pliega a la razón; ira es lo que sobrepasa la razón y la arrastra consigo”[4].

            En Córcega, Séneca compuso también una Consolación a Polibio, en la que se mostraba elogioso con Claudio, al objeto de obtener su perdón. Siendo ya preceptor y consejero de Nerón, escribió la Apocolocintosis, un breve tratado en el que se mofa de la figura de Claudio. De esta época data también una Consolación a Helvia, dirigida a su madre y en la que hallamos algunos datos que nos permiten reconstruir su vida y la de su familia hasta ese momento.

            Entre los años 55 y 56 d.C Seneca escribió Sobre la Clemencia, pequeño tratado que contiene un programa político dirigido a Nerón, a la sazón emperador tras el envenenamiento de Claudio (el 13 octubre 54 d.C). En él, afirma el filósofo cordobés:

La crueldad es un mal inhumano e indigno de un ánimo moderado. Propia de fieras es la rabia que se goza con la sangre y las heridas y convierte al hombre vil en animal salvaje. Pues ¿qué diferencia hay, te pregunto, Alejandro, entre echar a Lisímaco a los leones y destrozarlo tú a dentelladas? Aquella boca es tuya y tuya también aquella fiereza. ¡Cuánto te gustaría tener pezuñas y fauces capaces de tragar hombres! Este es principalmente el motivo por el que se debe aborrecer la crueldad: que en un principio sobrepasa los límites habituales, después los humanos; busca castigos nuevos, recurre al ingenio para encontrar instrumentos con los que se varíe y amplíe el dolor; se deleita con el mal de los hombres. Entonces a ese hombre cruel le sobreviene una locura extrema: que la crueldad se convierte en placer, y ya agrada matar a un hombre[5].

            Entre el 62 y el 65, año de su muerte, escribió las Cuestiones Naturales, obra dividida en 7 libros y en la que se propone una investigación comprehensiva de los fenómenos naturales. En ellas trata sobre fuego, los temporales, las aguas terrestres y las nubes, los vientos y los terremotos, así como el origen del arco iris. Además, redactó el tratado Sobre la Providencia, donde se discute la cuestión acerca de los motivos por los que la fortuna suele acompañar a los malvados y abandonar a los bondadosos.

            En este momento final de su vida trabaja también en las ya referidas Epístolas a Lucilio, un epistolario sin precedentes en la literatura filosófica, y que discute acerca de multitud de cuestiones relativas a la moralidad. En él existe espacio para la crítica, siempre velada pero tenaz, al pupilo convertido en tirano.

            Se han perdido algunas de sus obras. En total, escribió Séneca con estilo vigoroso, rico en sentencias, a veces cortado y siempre expresivo:

-9 tragedias,
-1 sátira: Apokolokyntosis,
-1 escritos sobre ciencias naturales: Naturalium quaestionum Ubriseptem,
-12 tratados morales: De Providentia, De Constantiasapientis, De Ira, Ad Marciam, Ad Gallionem, De Otio, De Tranquillitateanimi, De Brevitate Vitae, Ad Polybium, Ad Helviam, De Beneficiis y De Clementia,
-124 cartas a Lucilio.

            La conjura de Pisón contra Nerón, que Séneca conocía pero en la que no participó, desató la ira del emperador, quien le ordenó suicidarse. Como nos relata magistralmente Tácito, Séneca se quitó la vida tras cortarse las venas de los brazos y las piernas. Como esto no fue suficiente para morir, el consejero real necesitó tomar además un veneno que de nada sirvió, y un baño de agua caliente cuyos vapores lograron finalmente asfixiarlo.

b) Pensamiento

            Séneca se presentó a sí mismo como un aspirante imperfecto a la sabiduría, lo que los estoicos denominaban un proficiens (prokopton, en griego). Esto es, alguien que desea comportarse como un sabio, pero que es consciente de las debilidades humanas en las que incurre a diario:

“Hablas de una manera y vives de otra diferente. De esto, oh mentes llenas de maldad y las más enemigas de los mejores hombres, de esta infamia, vuelvo a repetir, fueron acusados Platón, Epicuro y también Zenón. Todos estos filósofos hablaban, no precisamente como vivían ellos mismos, sino de la forma en que se debía vivir. Hablo de la virtud, no de mí; y cuando reprocho los vicios, pongo los míos en el primer lugar; cuando me sea posible, viviré como conviene. Pero esa maldad, que vosotros mezcláis con abundante veneno, tampoco me apartará de los mejores, ni esa ponzoña con que rociáis a los demás y corroe vuestras propias entrañas será capaz de impedirme que por lo menos siga alabando una vida, no la que yo llevo, sino la que yo sé que se debe llevar; nadie podrá impedir que yo adore la virtud, y la seguiré, aunque haya de arrastrarme la mayor parte del camino”[6].

            Respecto a las filosofía, Séneca separa el estudio de la naturaleza (la filosofía natural), del estudio de los hombres (la ética, teñida de religiosidad). La discrepancia principal de Séneca consistió en rechazar la Lógica como modelo de conocimiento, pues un silogismo no puede explicar la virtud. Así mismo, no cree que la Historia y la Geometría sean más útiles que la Lógica: “No importa lo que ocurrió a Ulises, sino cómo navegar hacia el bien”. Dividir con precisión un terreno no vale de nada, “si no sé repartirlo con mi hermano”.

            Así pues, muestra Séneca una decidida preferencia por la ética como ciencia práctica autónoma, desentendiéndose de las grandes cuestiones metafísicas. Para buscar la verdad, “hay que obrar con más sencillez”, y lamenta que Crisipo “llene sus libros de tales tonterías”.

            La sabiduría, nos dice Séneca, es accesible a todos: “La filosofía no rechaza a nadie. A nadie está vedada la virtud, a todos es accesible, a los libres y a los libertos y a los esclavos, a los reyes y a los desterrados”. Por eso, “todos somos nobles” y “todos los hombres pertenecen al mismo linaje” (incluidos los esclavos, que “gozan del mismo cielo, respiran de la misma forma, viven y mueren como tú”).

            La sabiduría nos enseña que la amistad es “vivir en comunión”, y no conoceremos la dicha si sólo vivimos para nuestro provecho: “Has de vivir para el prójimo, si quieres vivir para ti”. El filósofo está llamado a salir en defensa de “los desgraciados, los náufragos, los enfermos, los cautivos, los reos, los necesitados”, y no puede encerrarse en disquisiciones teóricas y estériles.

            Séneca cree en la dignidad de todos los hombres, con independencia de sus actos: “Incluso el criminal sigue siendo hombre, y en cuanto tal digno de respeto, por lo que es inhumano echarlo a las fieras”. Ningún filósofo clásico se enfrentó al tema de la esclavitud con un espíritu tan crítico, señalando que los esclavos son “hombres, camaradas y amigos humildes”, y por tanto no están obligados a obedecer las órdenes que repugnen a la razón.

            Nadie llegó tan lejos como Séneca en la exaltación de lo humano: homo, res sacra homini (“el hombre es cosa sagrada para el hombre”). Y no se mostró menos radical en su talante cosmopolita: “Qué ridículas son las fronteras del hombre”. La excelencia de un hombre no se mide por sus bienes, sino por su bondad: “Deja a un lado la riqueza, la casa, la dignidad, si quieres pesarte y medirte a ti mismo”.

            En las Epístolas a Lucilio nos revela Séneca que “sin compañía no es grata la posesión de bien alguno”, y que debemos ser nuestros propios amigos, amándonos a pesar de nuestros defectos. El sabio huye de la multitud, pues sólo le interesa el “aplauso interior”. Y celebra la vejez: “Qué dulce resulta tener agotadas las pasiones y dejadas a un lado”.

            Séneca encarna la perplejidad del ser humano frente al cosmos. No pretende entenderlo todo, y se conforma con aprender a vivir. Su meta es discurrir por la vida con serenidad y entereza. La filosofía no puede protegernos de las calamidades, pero nos ayuda a sobrellevarlas. La patria del sabio es el hombre. No hay que cerrar la puerta nuestros semejantes. Los malvados solo son individuos equivocados, y nuestros antagonistas pueden ser los mejores maestros. Coherente con este planteamiento, Séneca sitúa a Epicuro entre Sócrates y Zenón, aceptando su magisterio.

            Lejos de los ídolos paganos, Séneca siente devoción por el Dios padre, testigo íntimo de nuestros actos y benefactor de la humanidad, desdeñando los ritos solemnes: “¿Quieres ser grato a Dios? Sé bueno, porque imitarlo es rendirle culto, y eso no se consigue realizando sacrificios, sino con voluntad piadosa y recta”. Por tanto, hay que buscar a Dios en la conciencia, y no en el exterior: “Dios está cerca de ti, está contigo, está dentro de ti”.

            Séneca se aproxima al cristianismo[7] al hablar de conciencia, voluntad, pecado y culpa. El hombre es un pecador por naturaleza, pero su conciencia no se cansa de recriminarle sus errores y faltas, apelando a su voluntad para que se corrija y expíe su culpa. Séneca formula una máxima que evoca el espíritu evangélico: “Compórtate con los inferiores como quisieras que se comportasen contigo aquellos que se hallan por encima de ti”. No está menos cerca del talante cristiano su reflexión sobre la hermandad entre los hombres:

“La naturaleza nos hace hermanos, engendrándonos de los mismos elementos y destinándonos a los mismos fines. Puso en nosotros un sentimiento de amor recíproco mediante el cual nos ha hecho sociables, ha otorgado a la vida una ley de equidad y de justicia y, según los principios ideales de su ley, es más lesivo ofender que ser ofendido. Dicha ley prescribe que nuestras manos estén siempre dispuestas a hacer el bien. Conservemos siempre en el corazón y en los labios aquel verso: Soy hombre, y nada de lo humano me es ajeno”[8].

            Séneca señala que los bienes materiales no proporcionan la felicidad, y que sólo la virtud nos hace dichosos. Cuando perdonamos a alguien que nos ha injuriado, experimentamos una legítima satisfacción interior. Nuestra conciencia nos ordena servir a los hombres y no incurrir en el odio: “Allí donde hay un ser humano hay lugar a la benevolencia”.

            Séneca anima a no atesorar riquezas, pues éstas no podrán acompañarnos cuando muramos. Es mejor buscar el afecto y el reconocimiento: “Mira que todos te amen mientras vivas y que puedan lamentarse cuando mueras”. En ocasiones, Séneca habla de la muerte como una liberación, afirmando en términos platónicos que el cuerpo es la prisión y la tumba del alma: “El día de la muerte es verdaderamente para el alma el día del nacimiento eterno”.

            Séneca es el más importante representante de la Estoa o filosofía estoica en su último período, siendo sus preocupaciones fundamentalmente éticas. Hasta el punto de que se ha querido establecer un contacto entre él y el cristianismo naciente, atribuyéndole una correspondencia con el apóstol San Pablo. Es un filósofo práctico más que un teórico o sistemático. Se aparta en muchos puntos del estoicismo, aceptando elementos tomados del cinismo y del epicureismo, lo que da por resultado Un eclecticismo moralista preocupado por la filosofía, en cuanto ésta significa una enseñanza y un consuelo para la vida. Esto es, en suma, el senequismo.

            Su juicio sobre la sociedad de su tiempo no es indulgente: “Es una reunión de bestias de toda especia, con la diferencia de que éstas son cariñosas entre sí y no se muerden, mientras los hombres se destrozan mutuamente”. No obstante, las opiniones y doctrinas de Séneca no forman un sistema, y son frecuentes las contradicciones. Eso sí, son sumamente originales, por su espiritualismo (frente al monismo) y por subrayar la dignidad de la persona (por encima de todo).

c) Filosofía

            La filosofía de Séneca es fundamentalmente práctica, está más interesada por la forma de vivir que por la especulación teórica, y gira toda ella en torno a la figura del sofós (sabio). Para Séneca la sabiduría y la virtud son la meta de la vida moral, y lo único inmortal que tienen los mortales.

            En 1º lugar, la sabiduría consistirá en seguir la naturaleza, dejándose guiar por sus leyes y ejemplos. Pues la naturaleza siempre está regida por la razón. Por tanto, obedecer a la naturaleza es obedecer a la razón, y poder de este modo ser feliz. La felicidad de que es capaz el hombre consiste en adaptarse a la naturaleza, y para ello mantener un temple anímico equilibrado que nos deje a salvo de las veleidades de la fortuna, y nos permita hacer frente a la ataraxia del destino.

            Séneca oscila entre una naturaleza que lo es todo, y un cierto Dios providencial. Y a veces identifica a Dios con la naturaleza, que está penetrada toda ella por la razón divina. La naturaleza, la razón, o el destino, son nombres diversos de Dios. La tierra es en cierto modo un ser vivo y orgánico, con funciones corporales, humores y ritmos como el hombre. De este modo explica Séneca los fenómenos de la naturaleza, como el rayo, las cavernas o las corrientes de agua.

            En el campo de la física, las doctrinas de Séneca revelan una gran influencia de Poseidonio, y un gran conocimiento de la física griega, así como una aguda observación de la naturaleza. No obstante, Séneca se muestra escéptico, y viene a decir que no conocemos con exactitud la verdadera estructura de la realidad, y quizás nunca la conoceremos.

            En cualquier caso, da igual si el cosmos es fruto de una ley inexorable o de la voluntad de Dios, pues lo importante es contar con el auxilio de la filosofía (que enseña a vivir con entereza y dignidad) y acatar las leyes de la naturaleza. Lo esencial no es comprender la realidad, sino aceptar virilmente sus designios.

            A la filosofía le debemos pedir que nos enseñe a ser más fuertes, más firmes, a estar por encima de los acontecimientos. Hay en Séneca un sentimiento trágico que contrasta con la serenidad de Marco Aurelio. El mundo físico nos golpea y nos hiere con frecuencia, pero debemos permanecer invictos y dignos, sin dejarnos afectar: “No sentir la propia desgracia es impropio del hombre, no soportarla es impropio del varón”.

            En lógica, Séneca admite la singularidad del objeto conocido, y la corporeidad de todo lo existente. No admite, por tanto, las ideas esenciales platónicas, situadas en un lugar celeste. Las ideas son realidades físicas dotadas de propiedades activas, de la misma manera que nuestra alma es una partícula del alma universal. El bien, por ejemplo, es un fluido que impregna el alma del sabio.

            Todo es corpóreo, y nuestros sentidos lo único que pueden hacer es aceptar estas realidades corpóreas, y aceptarlas con evidencia. Y como el mundo es en sí racional, y está traspasado de racionalidad, también nuestras ideas pueden organizarse de forma lógica. La razón es inmanente al mundo, y por eso la razón de cada hombre hallará al mundo inteligible.

            Séneca no se queda, sin embargo, en el plano de lógica teórica o abstracta. Pues lo que interesa, según él, no son las sutilezas de la lógica, ni las profundidades de la física, sino la vida moral. Los tratados de Séneca son cartas o diálogos en los que trata de aconsejar y guiar a la razón, superando lo contingente y azaroso.

            Séneca predica la fraternidad universal del hombre, y la superación de los límites angostos de la ciudad o la patria. El sabio tiene por patria el universo, y el destierro es un mero cambio de lugar. Séneca condena la esclavitud, proclama la igualdad de los hombres, pide que se perdone al enemigo, implora que se haga el bien a todos, exige el dominio de sí mismo y condena los combates de gladiadores.

            El alma del hombre es lo que el hombre tiene de racional y divino, y la que (ayudada por la filosofía) nos hará resistir a la fortuna y al azar. El alma es un soplo extremadamente sutil y cálido. Y es spiritus, una sustancia continua gracias a la cual los cuerpos complejos conservan su unidad. El alma del mundo mantiene también la cohesión de la tierra, y sirve de vínculo con el cielo. Y sólo sobreviven las almas que se han elevado sobre lo bajo de este mundo gracias a la razón. Las demás no han llegado a un grado suficiente de conciencia y no podrán desligarse de lo material.

            En la psicología del hombre se contrapesan el ímpetu, la pasión y el juicio reflexivo. La inteligencia debe analizar y clarificar las pasiones, despejándolas de todo lo oscuro e irracional. Por eso la virtud consiste en una inteligencia que juzga acertadamente de un modo estable. En este aspecto, es perceptible el influjo socrático, según el cual el error y el mal coinciden. De hecho, la inteligencia es ahogada y oscurecida por múltiples circunstancias que favorecen la perversión (como el placer, el dinero, el orgullo), y por cosas en sí indiferentes, que no son bienes y que se enseñorean del hombre.

            Séneca traza un programa de heroísmo pasivo, que exige una reforma de la imaginación y de la mente para que no se impresione por el horror de los dolores, la miseria y la muerte. Los hombres deben prestarse auxilio mutuo, y vivir en sociedad profesándose afecto y estima. La naturaleza exige el amor de los elementos que la componen, y hacer daño a otro hombre es algo irracional, que va contra la misma esencia de la naturaleza.

            La muerte no es un bien ni un mal, puesto que es algo inexistente. Sin embargo, puede ser una liberación cuando las circunstancias de la vida condenan al hombre a una esclavitud incompatible con la libertad. Entonces el hombre tiene el camino abierto para dejar la vida. Nada nos fuerza a vivir en la miseria o en la necesidad. Como dice en una de sus cartas, “demos gracias a Dios de que nadie está obligado a permanecer en la vida”.

            Séneca propugna, pues, el suicidio, en cualquiera de sus formas. Y lo detalla en De Ira como una liberación. Sólo ha de temerse lo incierto, pero la muerte viene con necesidad absoluta y nadie se libra de ella. En el caso extremo, el sabio sigue siendo dueño de la vida, dejando voluntariamente la vida sin odiarla:

Me preparo animosamente para aquel día en el que, apartado de todo artificio, me juzgaré a mí mismo y mostraré si mi valor estaba en el corazón o en los labios, si fue simulación o comedia mi reto a la suerte. Nada cuenta la estimación de los hombres, siempre dudosa y que se prodiga indistintamente al vicio y la virtud; no cuentan los estudios de toda una vida: solo la muerte es nuestro juez. Las disputas filosóficas, las doctas conversaciones, los preceptos de la sabiduría no demuestran el verdadero temple del alma: hasta los hombres más viles pueden hablar como los héroes. Tu valor individual se revelará únicamente en tu último suspiro. Acepto estas condiciones: no temo al tribunal de la muerte[9].

            La vida ética consistirá en el dominio de la racionalidad. Pero dado que el mundo ya es racional, la virtud es independiente de toda evolución del mundo y de la sociedad. Séneca excluye toda posibilidad de rebelión y protesta. El bien supremo es la sumisión al orden racional del mundo. Aparte de él, no hay bienes ni males, sino cosas indiferentes. En todo caso, el dolor más agudo es el más breve, y con la muerte vendrá la felicidad. Las riquezas no son bienes porque están sujetas a veleidades y no dan tranquilidad de espíritu, así como precipitan al rico en un torbellino de deseos.

            Sólo alcanza la felicidad el que, dejándose guiar por la razón, ha superado los deseos y los temores. La virtud debe desearse por sí misma (no por otra cosa), y el premio de la virtud es la misma vida virtuosa y razonable (que nos pone al abrigo de las turbaciones). La moral exige extinguir los deseos desordenados, especialmente la ira. El sabio debe esforzarse por mantenerse impávido, aunque no insensible (pues perdería su condición humana), procurando soportar las adversidades. No ha de tratar de reformar el mundo (que tiene sus leyes necesarias), sino procurar adaptarse a sus exigencias.

            Por último, Séneca rechaza la mitología griega y romana, juzgándola poco digna de la divinidad. El universo es un conjunto orgánico y debe ser dominado por un solo ser: Dios. Las divinidades no son sino aspectos y caracteres de este Ser Supremo. La conciencia debe obrar según lo que en cada momento exija de nosotros el orden del universo. Eso es el destino, y lo demás es atribuible a la pasión o a la fortuna, al azar.

d) Moral

            A pesar de su eclecticismo, existe un consenso entre los estudiosos en considerar al filósofo cordobés como un moralista estoico. El mismo Séneca se consideró siempre como tal. Ahora bien, al hablar de estoicismo, hemos de precisar a qué nos estamos refiriendo, y más específicamente en tiempos de Séneca.

            El estoicismo fue la escuela filosófica que más influencia tuvo en Roma en los periodos tardo-republicano y alto-imperial, y su aportación a la cultura romana únicamente decayó con el auge del neoplatonismo y de la filosofía cristiana. El fundador del estoicismo, Zenón de Citio[10], impartía lecciones mientras deambulaba por el pórtico (stoa) de Pisianacte, decorado entonces con las pinturas de Polignoto. Allí fueron reuniéndose para escucharle muchos interesados en la filosofía, a los que se les empezó a llamar zenónicos, y a su doctrina la de la Estoa[11], término que en griego se utilizaba para designar una galería con columnas. Este es el origen de la palabra estoico, que dio nombre a la escuela.

            Séneca conocía muy bien todos estos planteamientos estoicos[12], pues habían sido sistematizados por un estoico temprano: Crisipo de Solos. Sin embargo, la introducción del estoicismo en Roma varió sustancialmente el enfoque de los problemas iniciales, en favor de un mayor peso de la perspectiva ética. El responsable de este giro fue Panecio de Rodas, escolarca cercano al Círculo de los Escipiones (s. II a.C). La ética estoica, que propugnaba la aceptación de la legalidad de la naturaleza, promovía además la integridad moral como el supremo bien. Este principio casaba muy bien con los valores tradicionales romanos (las mores maiorum), personificados en varones ilustres del pasado que actuaban como referentes de conducta honesta.

            Sin embargo, la utilización (o mala utilización) de todos esos valores es algo a lo que hay que prestar atención. Por ejemplo, Séneca sostenía que el lenguaje utilizado por un orador debía ser inlaboratus et facilis (sencillo y directo), sin ambigüedades que pudieran ser causa de confusiones acerca de los conceptos y las cosas a las que dichos conceptos se refieren.

            Por lo tanto, el problema de la ambigüedad es lingüístico (o epistemológico), pero también ético, pues las ambigüedades suelen ocultar aspectos no admisibles, y tienden a engañar al auditorio. De ahí que pueda establecerse un vínculo claro entre un discurso lleno de ambigüedades y la baja calidad moral del orador. Así lo explica en su Epístola 114 a Lucilio, dedicada al estilo:

“Al igual que la conducta de cada cual se asemeja a su palabra, así los modos de expresión reflejan las públicas costumbres, si la moral de la sociedad se resiente y se entrega a liviandades. Es una prueba del desenfreno público el estilo frívolo, siempre que no aparezca en alguno que otro sino que cuente con la aprobación y aceptación general. No puede ser uno el color del ingenio y otro el del espíritu. Si este es sano, equilibrado, serio, moderado, también el otro se contagia. ¿No ves que, si el espíritu languidece, el cuerpo camina a rastras y los pies se mueven con pereza?[13].

            En su Epístola 121 a Lucilio, Séneca deriva de la concepción física estoica una ética coherente y útil para la vida diaria. Así, el hombre que pretende ser sabio (el proficiens) debe actuar conforme a la naturaleza y preservarse a sí mismo de todos los males a los que la vida le empuja. Sólo así puede lograrse el objetivo final de la vida filosófica, que no es sino la “tranquilidad del alma” (tranquilitas animi), que se muestra a través de la acción racional que cumple con el deber (officium).

            Como se ve, Séneca prioriza el aspecto ético sobre todos los demás, incluidos los físicos y sociales. Una centralidad ética que induce a Séneca a abandonar otros aspectos que en el estoicismo tuvieron una enorme relevancia ( como la retórica y la naturaleza del lenguaje), así como otro tipo de cuestiones científicas (que ya trató en sus Cuestiones Naturales).

            Para el análisis moral de la vida, Séneca sigue el mismo esquema de análisis de sus Cuestiones Naturales

-partir de la experiencia y de los distintos fenómenos,
-huir de las complejas disquisiciones teóricas, sin relevancia práctica,
-ofrecer una perspectiva conclusiva, a modo de enseñanza.

            Séneca trata con ello de fundar, y dar profundidad, a su filosofía moral, incorporando sutiles análisis sobre multitud de cuestiones filosóficas de su tiempo, y siempre dirigiéndose a definir la acción correcta.

            La misma orientación preside el tratamiento que dispensa a la estoica teoría de la auto-conservación[14]. Actuar de acuerdo con el deber es la mejor forma de engrandecer nuestro espíritu, pues la naturaleza impele a la auto-conservación, y ésta únicamente se obtiene mediante una vida que camina progresivamente hacia la virtud:

“El bien del hombre no se da en el hombre sino cuando la razón en él está completa. Pero ¿cuál es ese bien? Te lo diré: un alma libre, decidida, que somete las demás cosas a ella y ella no se somete a ninguna. Este bien está tan lejos de encajar en la niñez primera como que en absoluto es esperable en la adolescencia y a duras penas en la juventud; ya tiene suerte la vejez si tras largo estudio y empeño lo alcanza. Si tal es el bien, es algo que depende asimismo del intelecto”[15].

            Ahora sí, podemos definir con Reale el objetivo último de la filosofía moral de Séneca, que consistiría en la definición concreta del verdadero bien del que depende la felicidad. A lo largo de esta investigación, corresponde valorar racionalmente las cosas para determinar su bondad o maldad, lo que nos llevará a comprender que la raíz del bien se halla en nuestra conciencia y buena voluntad. Sólo así podremos concluir que, en último término, todos los humanos son iguales ante el destino.

            Séneca nunca escribió un tratado sobre el alma. Sin embargo, toda su filosofía parece estar atravesada por la idea del cuidado del alma, como un médico cuida los cuerpos de sus pacientes. De la misma manera que éste trata con fármacos las enfermedades que hacen flaquear nuestros miembros, la filosofía moral debe ser ese sistema coherente y acabado que nos cure de los males del alma, y nos abra los ojos ante la excelencia de la virtud.

            En definitiva, es la senda hacia la virtud la que permite asemejar nuestra conducta a la de Dios, pues hay en el ser humano algo que nos vincula con él:

“Al igual que la postura de nuestros cuerpos es erguida y mira al cielo, así el alma, que es capaz de extenderse todo lo que quiere, está modelada por la naturaleza precisamente para que quiera las mismas cosas que Dios. Y si usa sus fuerzas y se abre a su propio espacio, no se empeña en llegar a la cumbre por un camino ajeno a ella misma. Mucho trabajo costaba llegar hasta el cielo, pero en realidad ella regresa”[16].

            Una idea que recorre todos los tratados del filósofo cordobés, y que hallamos bellamente expuesta en el tratado Sobre la Providencia, donde el filósofo cordobés cita unos versos de Ovidio[17] para expresar en lenguaje poético la grandeza del sabio que ha logrado unificar vida y virtud a través de su conducta:

“Escarpado es el camino al inicio, tanto que a duras penas se encaraman, los lozanos caballos por la mañana. A mitad de camino muy alto está en el cielo, y a menudo a mí mismo me aterra mirar desde arriba el mar y la tierra, con mi corazón palpitando de miedo y consternación. El último tramo es una pendiente pronunciada que requiere paso firme. Entonces, incluso Tetis, que me acoge en el fondo de las olas, teme siempre que me precipite. Oídas estas palabras, dice el generoso joven: Me complace ir; subiré, pues el viaje merece el riesgo de caer. El padre trata una y otra vez de estremecer su robusto corazón, y por mucho que sigas el camino justo sin errar, deberás hacer frente a los cuernos del toro, al arquero de Hemón, a las fauces violentas del león. Y él responde: Enyuga los caballos al carro que me has ofrecido, pues las palabras con las que persigues disuadirme me alientan. Anhelo encontrarme allí donde el Sol mismo hace palpitar el corazón. Es propio de almas mediocres y perezosas buscar lo seguro, mientras que la virtud prefiere las alturas”[18].

e) Legado

            Entre los apologistas de Séneca hay que incluir a Erasmo, Descartes, Diderot, Rousseau, Quevedo, Dante, Petrarca, Lactancio, Chaucer, Calvino, Baudelaire, Quincey, Balzac... Todos elogiaron las Epístolas a Lucilio, admitiendo en muchos casos su deseo de emulación. E incluso Montaigne no ocultó que sus ensayos nacen al calor de la lectura de dicha obra. 

            Escritas durante sus 3 últimos años de vida, las Epístolas a Lucilio exaltan la libertad y la igualdad de todos los hombres, cuestionan la esclavitud y piden compasión con los inferiores, exigen respeto hacia la naturaleza, advierten sobre la rápida decadencia de las naciones, reflexionan sobre la enfermedad (justificando el suicidio para huir de un sufrimiento inútil), elogian la austeridad y previenen sobre la influencia de la masas en la vida política.

            La mirada de Séneca conecta con la sensibilidad contemporánea, revelando una visión premonitoria del porvenir y un aprecio por lo humano que se opone a cualquier forma de autoritarismo. Es imposible leer a Séneca y no sentir que es nuestro contemporáneo. Sus palabras proceden de muy lejos, pero nos ayudan a habitar el ahora, recordándonos que el pensamiento no es un adorno, sino lo que nos hace humanos.

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  Act: 01/05/22       @fichas de filosofía            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A  

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[1] cf. SENECA, Consolación a Helvia, XIX, 2.

[2] cf. SENECA, Epístolas a Lucilio, LVIII, 5.

[3] cf. DION CASIO, Historia Romana, LIX, XIX, 7.

[4] cf. SENECA, Sobre la Ira, II, 3-4.

[5] cf. SENECA, Sobre la Clemencia, XXIII, 1-2.

[6] cf. SENECA, Sobre la Felicidad, XVIII, 1-2.

[7] De hecho, SAN AGUSTIN lo cita con frecuencia, TERTULIANO lo considera uno de los nuestros y SAN JERONIMO lo incluye en su Catálogo de Cristianos.

[9] cf. SENECA, Epistolas a Lucilio.

[10] Un ZENON para el que la realidad está compuesta a partir de 2 principios:

-uno activo: la razón divina (o Logos), que es eterno y es origen de todas las cosas,
-otro pasivo: la materia (o cuerpos materiales), sobre la que actúa el Logos, ordenándola racionalmente.

[11] Una Estoa, o Escuela Estoica, para la que el verdadero conocimiento no se basa en la mera sensación, sino en un asentimiento, que es el acto que dota de objetividad a nuestras percepciones. Así, sabemos que algo es verdadero cuando asentimos ante las representaciones (phantasiai) derivadas de dichas percepciones.

            Las representaciones son en realidad afecciones (pathe) que se producen en el alma, y conceder (o no) nuestro asentimiento constituye para los estoicos un verdadero acto de volición de nuestro hegemonikon (órgano del alma que nos permite realizar esta operación).

[12] Unos planteamientos estoicos estoicismo cuyo sistema filosófico se dividía en 3 partes fundamentales (la lógica, la física y la ética), todas ellas interrelacionadas. Sin embargo, la primacía de la lógica llevó a los estoicos a afirmar que todo ocurre por necesidad. En coherencia con esta tesis, afirmaban la existencia del destino, y la utilidad de la mántica para desvelarlo.

            Los estoicos creían también en la ordenación del tiempo de acuerdo con ciclos cósmicos, que culminan en una suerte de conflagración universal (ekpyrosis) que trae consigo una purificación del mundo, regenerando así todas las cosas. Esta idea se encuentra conectada con la de destino, pues cada nuevo ciclo cósmico (surgido tras la conflagración) habría de repetir sustancialmente lo ya ocurrido en el ciclo anterior.

[13] cf. SENECA, Epístolas a Lucilio, CXIV, 2-3.

[14] DIOGENES LAERCIO afirmaba que los estoicos dividía su ética en varias partes o secciones, de entre las que destacaba la del impulso (horme). De acuerdo con esta doctrina, todo ser vivo poseía un impulso primario (el impulso de auto-conservación), al que los estoicos denominaban oikeiosis.

            En el caso de seres racionales tales como los humanos, este impulso conlleva la conciencia de su situación y la posibilidad no solo de percibir estímulos, sino de emitir valoraciones sobre los mismos.

            Pues bien, para nuestro filósofo tales valoraciones dependen de la voluntad, que nos permite decantarnos hacia una u otra opción a través de decisiones propias y, en consecuencia, libres. Como ha afirmado MASO, en Séneca la oikeiosis se transforma en una auténtica estrategia de auto-conservación moral

[15] cf. SENECA, Epístolas a Lucilio, CXXIV, 11-12.

[17] Unos versos de OVIDIO que decían que el fuego pone a prueba al oro, la desgracia al hombre fuerte. Observa a qué altura ha de ascender la virtud: advertirás que su camino no está exento de riesgos.

[18] cf. SENECA, Sobre la Providencia, V, 10-11.