Adición a la Droga Santander,
1 septiembre 2020 Las drogas de diseño son pastillas muy extendidas en Europa y Estados Unidos. Se presentan a los más jóvenes como sustancias maravillosas e inocuas, aunque lo cierto es que multiplican los casos de intoxicación y muerte. Por el consumo de estas píldoras murieron directamente en Alemania en 2018 más de 1.300 jóvenes, sin contar que fue la causa del 45% de los accidentes totales de tráfico. Y en España, una reciente Memoria del Plan Nacional sobre Drogas decía que “el consumo de las drogas de diseño se ha disparado entre los jóvenes de 14 a 24 años, detectándose su empleo habitual en más de 60 tipos distintos”. El marketing actual bautiza a las drogas con nombres simpáticos, como si se tratara de sustancias inofensivas: Adán, picapiedra, torpedo, taxi, popeye, éxtasis... con el único objetivo de que el cuerpo aguante (y consuma) las noches del fin de semana, en plena forma. Provocan en el consumidor un estado de euforia que reduce radicalmente las sensaciones de cansancio, sueño, hambre y sed. Su efecto se nota en pocos minutos, y el consumidor puede bailar durante horas sin parar, al tiempo que se siente mucho más comunicativo y sentimental. Se puede comprar una pastilla de éxtasis por 20€, y en función de su pureza el precio puede subir hasta 50€. Para hacerse una idea sobre el volumen de este negocio, en la Comunidad Valenciana se venden 250.000 pastillas cada fin de semana, teniendo cada año 52-53 fines de semana. Y ¿quién las distribuye? Porque muchos jóvenes consumidores tienen que iniciarse en la compraventa ilegal, para pagarse sus dosis. En 2016, la Guardia Civil española detuvo y puso a disposición judicial a más de 21.000 traficantes de drogas, la mayoría jóvenes de 17 a 25 años, y algunos de ellos de clase acomodada, requisando pastillas por valor de 3.000 millones €. Estas drogas de diseño, que muchos ingenuos consideran inofensivas, pueden provocar taquicardia, insomnio, falta de apetito, temblores y náuseas. Pero lo más preocupante son los efectos a medio y largo plazo: fuertes cuadros depresivos, crisis de ansiedad, paradas cardíacas y trastornos psicóticos como la esquizofrenia, la neurosis o la paranoia. a) El enganche La buena vida es el arte de hacer lo que hay que hacer y evitar lo que hay que evitar. Dicho así, parece tarea sencilla y de perogrullo, pero en realidad nada es más difícil que llevar las riendas de uno mismo. En este apartado reflexionaremos sobre los elementos que impiden llevar una buena vida, y enganchan a una mala vida. Y lo haremos por orden alfabético, comenzando por una A que destruye la amistad y el amor: la adicción. “Nada en exceso”, dice uno de los más atinados consejos de la sabiduría griega. Porque la vida cuaja y se logra en la armonía, y se malogra en los excesos. Y entre estos excesos, el que más radicalmente cristaliza en los hábitos más difíciles de desarraigar: la adicción, relacionada con: -la
autoestima, como el juego, la ira... El placer y el dolor son dos resortes fundamentales de la conducta humana. Dos resortes naturales y contrarios de la vida, pues el ser humano está hecho de tal manera que: -lo agradable
parece bueno, y lo penoso parece malo, De hecho, algunas cosas por las que merece la pena sufrir no son placenteras, y algunos placeres son muy poco recomendables. En este sentido, todos sabemos que la droga es un medio eficaz para la obtención inmediata de un poder, aunque posteriormente arruine física y psíquica al consumidor. Un pequeño porcentaje de consumidores de droga, notablemente alto en términos absolutos, lo constituyen quienes terminan no pudiendo controlarla y necesitándola imperiosamente. El consumidor ocasional juguetea con la droga porque cree tenerla bajo control, pero el drogadicto pensaba lo mismo cuando empezó a consumirla: “Yo controlo”. Después, la dependencia supone cruzar una frontera de difícil retorno, donde muchas cosas van a ser seriamente dañadas: el organismo y la mente del adicto, así como su familia, su trabajo, sus relaciones sociales... Ser adicto es embarcarse en un proyecto ruinoso, enganchar la propia vida a un fracaso sin remedio. En este sentido, ya decía Séneca que “quien vive para su vientre gana kilos y pierde libertad”. Hoy, por desgracia, sabemos algo más que Séneca sobre las consecuencias devastadoras de cierto hedonismo. Como bien dice el inspector Cervera, jefe del Cuerpo Nacional de Policía:
b) Una cultura adicta Decía Sartre que “el hombre es el ser que manifiesta su libertad eligiendo sus esclavitudes”. Y lo cierto es que vivimos inmersos en una cultura adicta, que necesita tabaco, televisión, sexo, alcohol o cocaína para combatir la ansiedad, soportar la monotonía, satisfacer los deseos, afrontar las relaciones personales o afirmar la personalidad. Una cultura adicta porque permite y favorece las adicciones. Y, en nuestros países actuales, muchos adolescentes aprenden de sus padres a solucionar sus problemas a base de pastillas, alcohol o televisión. La lucha contra la drogodependencia no tiene éxito porque las sociedades capitalistas lanzan mensajes contradictorios: prohíben la droga pero estimulan el hedonismo. Y en esa confusión, tan absurda como cerrar a la droga las ventanas de la propia casa y dejar abierta la puerta, pueden caer los expertos más bienintencionados. Así, el propio Ministerio del Interior español diseñaba hace tiempo, como parte de una campaña nacional contra las drogas, un anuncio contradictorio: desde grandes vallas y espacios publicitarios, un grupo de chicos y chicas mostraban, emparejados y sonrientes, el lema Funcionamos sin Drogas. Y junto al eslogan, se decían: “viajamos, nos enrollamos, soñamos, nos lo montamos, alucinamos, nos divertimos... Y todo ello sin drogas”. ¿Por qué me parece un anuncio contradictorio? Sencillamente porque centra toda la visión de la vida en el placer, y desde esa visión hedonista de la vida olvida que el placer... crea dependencia. Y ese (el rollo, el montárselo, el alucinar...) no es el camino para luchar contra la droga, sino todo lo contrario. Así como “el sueño y la diversión” no es el camino para eliminar la cruda realidad de la dependencia. Como reza un dicho muy gallego, “cuesta abajo se llega a cualquier parte”, y la curación contra la droga es un camino muy cuesta arriba. Hedonismo y educación son incompatibles por definición. Pues así como la inteligencia es capaz de ejercer un dominio político sobre las demás facultades racionales, el placer también ejerce un dominio tiránico respecto al resto de facultades sensoriales. Y no hay peor efecto devastador que la conjunción de ambos, ocurrida cuando el hedonismo corrompe a la inteligencia, y ésta se le somete por completo, dejando de juzgar las cosas por su objetividad. Se trata de la corrupción de la inteligencia, respecto a la cual alertaba Lord Acton, asegurando que “el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Nosotros podríamos decir, en paralelo, que el placer tiende a desbocarse, que y si se le concede rienda suelta... se desboca con total seguridad. c) Prevención, tratamiento y curación Al mundo de la droga se entra por la puerta de la ingenuidad, especialmente cuando se trata del mercado adolescente. Por eso es bueno conocer algunos argumentos falsos que los vendedores de droga hacen circular entre sus jóvenes clientes. Los enumera Alejandra Vallejo-Nágera en su Edad del Pavo: -“las drogas sintéticas son absolutamente
seguras”, Por duro que pueda parecer, las estrategias eficaces contra la droga no son económicas ni políticas. La Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid afirma que la batalla contra la droga comienza en el hogar, y brinda a los padres un buen puñado de atinados consejos respecto a sus hijos: -no olvidar que
la adolescencia es la etapa de mayor riesgo, En cierta medida, el problema de la droga es un problema de sustitución. Especialistas en drogodependencias afirman que alguien se hace adicto a los narcóticos porque carece de motivaciones fuertes en cualquier otra dirección. Por tanto, la droga se impone por defecto. Si la vida no tiene sentido y es pródiga en reveses, es lógico que el hombre se lance a la caza y captura de sustitutivos placenteros. Y la droga constituye el prototipo generalizado de esta sustitución, por muy peligroso que ello resulte, o aunque acabe pagándose caro. La experiencia clínica enseña que los drogadictos suelen padecer una gran inestabilidad anímica, que se enquista en su propio yo, se aísla del mundo y se insensibiliza ante cualquier estímulo que no haga referencia a su placer. El psiquiatra Cardona explica que la personalidad egocéntrica: -no
reconoce los propios defectos, Por eso, con frecuencia se produce en el drogadicto una alteración mental contraproducente en la jerarquía de valores, que le conduce a buscar de modo inmediato el placer, sin comprender que el verdadero placer de vivir es resultado de otra actitud vital: la entrega amorosa a un ideal. Por lo dicho, la prevención y el tratamiento de la drogadicción ha de orientarse (junto a las medidas médicas, legales y sociales) a remediar la pérdida de valores (estéticos, éticos y morales), que son los que proporcionan un verdadero sentido a la existencia humana. Esta tarea incumbe en primer lugar a la familia, y subsidiariamente al estado, que debe establecer los cauces legales de la protección familiar y educativa, e impedir el deterioro social de los valores esenciales. La droga es uno de los más degradados productos de la degradación del amor y la libertad, los dos fundamentos que dignifican la vida humana. De una degradación que se ha producido porque su contenido de libertad y amor se han trivializado (intelectualmente) y adulterado (hedonistamente), sustituyéndolos por un “hacer lo que quiera” y “hacer lo que me plazca”, sin compromiso alguno y buscando satisfacciones inmediatas a cualquier precio. Y ya conocemos uno de los efectos de todo eso: la drogadicción. .
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