Ciencia Física y Religión

 

Gyor,  1 noviembre 2020
Stanley Jaki,
catedrático de Física

            Los límites de la ciencia (y al hablar de ciencia me refiero a su forma más exacta, es decir, a la Física) los fija su propio método. El método de la Física versa sobre los aspectos cuantitativos de las cosas en movimiento, y así, sólo podemos aplicar legítimamente el método de la Física cuando captamos rasgos cuantitativos en las cosas. Por eso, cuando nos hacemos preguntas como “¿es esto bonito?”, “¿esto existe?” o “¿es esto moralmente bueno?”, nos estamos preguntando cosas que el método científico no puede contestar.

            Es verdad que muchos desearían ver refrendadas sus premisas por la ciencia, pero insisto: lo importante es el método científico, que con toda firmeza y frecuencia defendemos los físicos más destacados. Es verdad que algún físico ha abusado de la confianza que la gente tenía depositada en él, y que este abuso se ha convertido en algo bastante habitual, seducido por el gran interés existente hacia las cantidades. Incluso cuando se trata de analizar una cuestión moral se ha puesto de moda recurrir a las estadísticas: ¿Cuánta gente actúa de este modo, y cuántos actúan de otra manera? Concluyendo que, si se llega alguna conclusión, se afirma que es preferible la costumbre de la mayoría, sea del tipo que sea.

            En otras palabras, muchos no científicos están tratando de encasillar sus patrones (previamente fijados) bajo el paraguas del método científico. Y dado que un patrón (o modelo) puede medirse, lo miden, obtienen ciertos resultados cuantitativos, y dicen haber hallado la solución científica a su premisa (prefabricada). Eliminan así los aspectos más importantes de las preguntas (base de la ciencia), y concluyen que lo que se salga de ahí ¡no es científico! Un ejemplo lo podemos ver en un científico que observa a través de su microscopio. A lo largo del proceso de observación, el científico aplica legítimamente el método científico, pero ni siquiera ese protocolo científico le puede asegurar que el microscopio está delante de él. Pongo énfasis en el verbo estar (de ser), el más metafísico de todos los verbos, pues con ese verbo el método científico (o la ciencia, por extensión) no tiene nada que hacer.

a) Distinguir entre cuantitativo y cualitativo

            Los estudios científicos deben estar separados de todo estudio humanístico, puesto que parten de presupuestos distintos y emplean métodos también distintos. En Humanidades, por ejemplo, resultaría ilógico preguntarse ¿cuántas letras hay en la Divina Comedia de Dante? Pues las obras literarias suelen estar movidas por un propósito muy específico, sobre designios humanos, el destino, lecciones de moralidad... y casi siempre sobre las reacciones de los individuos ante su conciencia. Preguntas que, para nada, entran en el campo del método científico.

            En el campo de la Física se cultivan sólo los aspectos cuantitativos de las cosas, y no así lo no mensurables (los procesos), al no formar éstos parte de la experiencia sensorial. Y dado que las humanidades parten de métodos no mensurables (que no son científicos), y que la ciencia aborda sólo los aspectos cuantitativos (mensurables) de las cosas, ambos deben ser tratados de formas distintas. El problema de nuestra cultura es que estamos condicionados por los escasos 200 ó 300 años de era científica. Y, por lo tanto, resulta difícil tratar sólo sobre cuestiones de tipo cuantitativo, sin mezclarlas con las cuestiones humanísticas.

            Existe una irreductibilidad conceptual entre los aspectos cuantitativos y cualitativos de la cosas. A modo de ejemplo, podríamos considerar la acción asesinar. Tal acción (se coge un cuchillo y se clava a otro en la espalda) puede ser descrita correctamente en términos cuantitativos (midiendo el tamaño del cuchillo, el momento en que expiró la víctima...). Pero estos datos empíricos no nos llevarían a descubrir si la persona muerta era inocente, o si la acción fue lícita o ilícita, o si la persona que la cometió sintió o no remordimiento. Los aspectos físicos y morales de una misma acción no pueden ser equiparados conceptualmente, pues no tienen nada que ver el uno con el otro. A esto me refiero al afirmar que “nadie debe unir lo que Dios ha separado”. En este sentido, las humanidades no pueden convertirse en ciencias, ni éstas podrán ser nunca una rama de los estudios humanísticos.

            Por otro lado, otro gran crimen sería decir que el único conocimiento verdadero es aquel que puede medirse cuantitativamente. Un crimen por que privaría al ser humano (y a las humanidades) de su sensibilidad hacia los aspectos inmensurables de la existencia, así como relativizaría los puntos de vista morales. Y en lugar de movernos en una perspectiva de conciencia (racional), se estaría siguiendo el peligroso modelo behaviorista (basado en su creencia de que existen varios patrones de comportamiento, o “estilos de vida alternativos”, y no se hacen más preguntas).

b) No unir lo que Dios ha separado

            La actitud de la Iglesia hacia la ciencia ha sido muy beneficiosa. No por serle útil en cuanto tal, dado que el campo de la Iglesia no es el mundo de la ciencia. Pero sí como decía el gran físico y católico Galileo, citando a San Agustín: “La razón de ser de la Iglesia no es explicar a la gente cómo funciona el Cielo, sino cómo ir al Cielo”. Es decir, por ayudar a separar ambos campos de acción (el eclesial y el científico), algo que no han sabido (o querido) hacer las Humanidades.

            Y eso que toda conclusión científica es siempre cuantitativa y, como tal, carece de contenido moral o religioso, e incluso de cualquier tipo de contenido ontológico.

            Eso sí, la Física (o cualquier rama de la ciencia) presupone un estado ontológico, que no puede sobrepasar ni manipular, excediéndose de sus competencias (la observación y medición). Es lo que sucede en la medicina moderna, cuyas competencias en investigación se encuentran con seres (un niño, por ejemplo) cuyo estado ontológico (embrional, por ejemplo) no pueden sobrepasar (abortándolo, por ejemplo).

            Es lo que vemos que sucede también en el campo de las Humanidades, en el caso de hurto. Pues hay ladrones que actúan con tal habilidad que provocan que nadie se haya percatado del robo. Y en estos casos, concluye la filosofía, ¿deja tal acto de ser considerado un robo, por el hecho de haber sido realizado con tal maestría?

            Siempre hay que echar mano de dos distinciones fundamentales: si se habla simplemente de cantidades, o si nos referimos a una serie de cosas no mensurables y con contenido moral.

c) Sobre la existencia de Dios

            El método científico no demuestra la existencia de las cosas, y mucho menos la de Dios. Pues tan pronto como el científico afirme que “hay un microscopio delante de mí” (volviendo al ejemplo anterior), estará entrando en el campo de la filosofía, y en un campo que no es científico (la conciencia del mí, la esencia del microscopio, el delante de...). La esencia de toda prueba de la existencia de Dios está ligada a la existencia del universo. Si existe un universo (y lo hay), entonces la razón de su existencia sólo puede encontrarse en un factor externo al universo, y ese factor sería Dios. Pero eso sería entrar ya en el campo filosófico (la esencia de, el fuera de, el externo a...). Lo que sí puede decir la ciencia es que la palabra universo alude (científicamente) al conjunto o suma de todo lo cósmico. Y de ahí que no puedan haber dos universos, ya que la pluralidad de universos sería una contradicción en sí misma.

            La ciencia moderna tiene, en términos de la Teoría General de la Relatividad de Einstein, un método que está libre de contradicciones, respecto a la gravitación interactiva de todo lo material. De donde se sigue que, desde el punto de vista de la ciencia, la noción de universo es una noción legítima. ¿Por qué esta conclusión es tan importante? Porque Kant, en su ataque al argumento cosmológico, declaró que lo anterior (la existencia de Dios) no presenta razones concluyentes, porque la noción de universo es una noción falsa. De hecho, Kant escribió que el concepto de universo es “el fruto ilegítimo de los deseos metafísicos del intelecto”.

            Así pues, la cosmología moderna (o Teoría de la Relatividad) socava la objeción de Kant al argumento cosmológico. Es más, la ciencia moderna presenta al universo como algo extremadamente específico, tanto en el espacio como en el tiempo. En consecuencia, y contrariamente a lo afirmado por Kant, la ciencia no plantea dificultades a la hora de formularse preguntas como: ¿Por qué el universo es así?, ¿pudo ser de otra manera?

d) Falacias pseudocientíficas, sin base científica

            Hoy en día, hay pocas cosas más peligrosas que leer obras escritas por personas que intentan hacer asequible la ciencia a todo el mundo, incluidos los más pequeños. Y mucho más si lo que intentan es enseñar con ella un estilo de vida concreto o una determinada concepción del mundo. Fijémonos, por ejemplo, en Azar y Necesidad de Jacques Monod. Se trata de un libro en el que Monod nunca definió el concepto azar, sin dejar por ello de hablar del azar. Entonces, ¿por qué leerlo? Lo mismo ocurre con los libros de Ilya Prigogine sobre la Filosofía de la Ciencia. El autor afirma que dado que la ciencia no puede predecir los estados ulteriores de procesos similares al del flujo turbulento, éstos no son producto de ninguna causa. Y se queda tan campante.

            En cuanto a falacias pseudo-físicas, nos encontramos con el libro de Stephen Hawking, de mucho éxito entre el ambiente cultural caracterizado por el agnosticismo y ateísmo. Pues a tales ambientes se dirige el libro, tratando de abrir un espacio pseudo-científico a la confirmación de la no existencia de Dios. Lo cual supondría un espacio muy reconfortante para un agnóstico o un materialista, pues vendría a confirmar la existencia de sistemas o modelos alternativos de vida, que podrían emplearse según conviniera, y permitir a cada cual hacer lo que quisiera.

            En cuanto a falacias pseudo-químicas, nos encontramos con la Interpretación de Copenhague sobre el mecanismo del quantum, que ya descubrió el gran cristiano Max Planck. Se trata de una interpretación falaz porque se basa en la premisa de que una acción intermedia (que no se puede medir con exactitud) no puede producirse con exactitud. Una falacia porque empieza utilizando la palabra exactitud en su sentido operativo (en la 1ª parte de la premisa), y de ahí lo cambia a su sentido ontológico (en la 2ª parte de la premisa). Y todo científico sabe que ambos campos (el físico y el metafísico) no se pueden mezclar.

            Mucho antes de que Heisenberg formulara el Principio de la Indeterminación, muchos filósofos ya habían rechazado el Principio de Causalidad. Y cuando en 1927 el físico alemán demostró la imposibilidad de observar las causas en los procesos microscópicos (Principio de Indeterminación o Incertidumbre), aquellos filósofos de antes no se retractaron de sus ideas, sino que explicaron el Principio a su manera: ¡que ya no existían las causas! Una vez más, volvieron a mezclar el nivel científico (sobre un proceso cuántico) con su pobre nivel filosófico (y todas sus reivindicaciones pseudo-culturales).

            En cuanto a falacias pseudo-biológicas, tenemos la teoría evolucionista. Pues la ciencia sí puede declarar que ha habido un pasado biológico de al menos 3 billones de años. Y que en ese pasado hubo especies animales que aparecieron y desaparecieron, sucediéndose temporalmente unas a otras. Pero cuando la ciencia emplea para la prehistoria los términos especies, géneros y phyla, se está refiriendo a los diferentes reinos animales de los cuales ha quedado alguna secuela física, sin entrar para nada en las causas o procesos de sus mentes.

            Los filósofos evolucionistas (del metafísico término evolución, en su vertiente mental, espiritual y hasta costumbrista) se aferran a la “sucesión cronológica de eras y especies” (científica) y la confunden con su metafísica “evolución a la vez de esencias y existencias”, mezclando unas esencias (animales) con otras (humanas) y unas existencias (jurásica) con otras (cenozoica), explicando con ello los poderes metafísicos de la mente de hace 3 billones de años y concluyendo, pseudo-metafísicamente, que “Dios no creó al hombre, sino que éste surgió de un mono”.

            Pero dejémoslo claro. La ciencia no puede ver los distintos reinos animales, ni las especies de hace más de 10.000 años. Y no es científico nada de la pseudo Teoría de la Evolución del pseudo-botánico Newton (pues no acabó sus estudios, sino sólo los de teología básica). Así como deja claro que todas esas nociones evolucionistas no dejan de ser meras generalizaciones metafísicas, aberrantes para el mundo científico. Es más, la Biología no puede decir nada acerca de los propósitos de la naturaleza, y ninguna ciencia ha demostrado empíricamente el origen de ninguna especie a partir de otra. La ciencia no habla de probabilidades, porque probabilidad es otro modo de decir ignorancia, y hace ya mucho que eliminó esa palabra de su diccionario.

            En cuanto a falacias psicológicas, hay quienes consideran que la mente humana equivale al cerebro (conjunto de moléculas), e incluso están empezando a establecer paralelismos entre el cerebro (conjunto de moléculas) y una computadora. Pero, ¿han observado y medido, alguna vez, alguna mente humana? Y si no lo han hecho, ¿por qué la asimilan al cerebro? Tales filósofos concluyen que todo es asunto propio de la mente humana, y la mente se reduce a un conjunto de moléculas. Pero, ¿en qué molécula han visto ellos (y medido) la idea de la nada? ¿Y la idea del infinito? ¿Y la de los números irracionales, del cálculo integral? Si la mente humana se reduce al cerebro (conjunto de moléculas), resultaría que de lo meramente físico (como una piedra, una neurona, una molécula...) se obtendría la más pura y compleja abstracción (incluida la espiritual), y esto es científicamente aberrante (a forma de molécula que reza a Dios).

e) Una salida a las falacias sobre la religión

            Considerados en sí mismos, los Teoremas de Godel afirman que las matemáticas no pueden ser consideradas como un conjunto de proposiciones verdaderas a priori (y, por lo tanto, necesarias). Lo cual admite una consecuencia muy importante para la cosmología científica, que en parte es empírica y en parte teórica. Desde el punto de vista teórico, los Teoremas de Godel vendrían a decir que ninguna expresión científica podría ser tomada como necesariamente cierta, basándonos en su simplicidad matemática.

            No obstante, algunos cosmólogos modernos (como Hawking, por ejemplo) siguen insistiendo en que el universo tiene que ser necesariamente como es, y no de otra manera. Porque, añaden ellos, “un universo que existe necesariamente no necesita un Creador”, considerando que un Creador pudo crearlo así o de cualquier otra manera. Pero los Teoremas de Godel están ahí, demostrados matemáticamente y sosteniendo que el universo (como cualquier otro tipo de proposición verdadera) no tiene por qué ser ente primario, ni por ello necesario. Lo hay, pero pudo no haberlo, o haberlo sido de cualquier otra manera.

            Lo cual nos llevaría a una legítima búsqueda científica (a base de matemática) de ese Principio que originó el universo, al quedar sentado matemáticamente que el universo no se creó a sí mismo. Quedaría la alternativa del azar matemático, válido para 1 caso de 100.000, pero no para acertar exactamente los 100.000 casos de 100.000. Como señaló el cardenal Newman acerca de esta conversación, “hay sólo un pensamiento mayor que el de nuestro universo, y ese pensamiento es el de su Creador”.

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  Act: 01/11/20       @fichas de reflexión            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A