Educar la Inteligencia

 

Madrid, 1 julio 2020
Angeles Almacellas, licenciada en Filología

            La vocación y la misión de todo ser humano consiste en lograr el ideal adecuado a su dignidad. En ese sentido, la educación vendría a ser uno de los métodos más adecuados para imprimir ese supremo valor (el ideal humano) en la inteligencia y en la voluntad, a la hora de reflexionar sobre las experiencias y no quedarse en las meras impresiones, deseos o impulsos inmediatos, vaciando así la vida de contenido. Sobre todo en lo que concierne a la educación de la inteligencia, como medio para alcanzar la capacidad rigurosa de pensar, y ofrecer así a la voluntad una forma de vivir creativa[1].

a) Pensamiento riguroso

            Toda persona tiene en sí misma la capacidad de razonar, y a la inteligencia corresponde la tarea de razonar bien. Con dicha capacidad nace el ser humano por naturaleza, pero dicha capacidad no es suficiente si no va acompañada de un proceso de aprendizaje, sobre todo en el devenir de la vida. Pues habrá realidades que no comprometerán en demasía el ser del hombre (como un martillo, una piedra, unos zapatos...), al tratarse de fenómenos accesibles y mensurables a él, y cuyo análisis intelectual no requerirá mucho compromiso de analítica. Pero sí habrá otras realidades diferentes, extrañas e indelimitables, que pondrán a prueba su capacidad de intelección. Es el ejemplo del otro, que también es corpóreo como yo (pesable, medible, tocable...), pero cuya afectividad, eticidad, sociabilidad... escapa a los parámetros básicos y objetivos de un intelecto sin educar.

            Es lo que vemos que sucede en los acontecimientos de la vida cotidiana. Cada día aterrizan cientos de aviones que realizan travesías intercontinentales, pero gracias a que hubo una vez que un piloto desafió al Atlántico. Todos los días disfruta el niño del amor de sus padres, porque hubo un día en que decidieron traerlo a la existencia. Y así sucesivamente. Si de forma ordinaria no distinguimos unas realidades de otras, empobrecemos peligrosamente nuestra existencia, entreteniéndonos con los objetos pero sin transformarlos. Pues sólo con una implicación personal, en todos los ámbitos, podremos ser decisivos y dar valor a las realidades y acontecimientos de la vida, sin caer en el reduccionismo.

b) Maduración de la Inteligencia

            La distinción de los diversos modos de realidad es el primer paso en el camino de la madurez humana. Una distinción que pasa por ajustar nuestra mente a cada tipo de acontecimientos, y descubrir qué actitud es la que mejor se corresponde a cada uno de ellos. Con ello, se pone en tensión nuestra mente, y se cultivan las 3 dimensiones de la madurez intelectual: su largo alcance, su amplitud y su profundidad.

            Longitud. Consiste en ver más allá de lo inmediato. Lo cual se consigue mediante la superación de las apariencias, la penetración en cada una de las realidades, y el intento de captación lo que pueda haber más allá. Esto supone ajustarse a cada realidad y detectar el nivel de realidad en que nos estamos moviendo. Un ejemplo lo vemos en la libertad de movimientos, que a primera vista puede parecer la forma óptima de libertad. Pero una inteligencia de largo alcance se percata enseguida de que el seguimiento de los impulsos (y sus apetencias más inmediatas) está lejos de hacer a uno libre, sino esclavo de sus propias pulsiones, concluyendo que es necesario recapacitar y saber elegir los movimientos que se ajusten a mis ideales.

            Amplitud. Consiste en considerar los múltiples aspectos de una realidad, en conjunto y al mismo tiempo. En efecto, para comprender el rango de las acciones, debemos contemplarlas en el contexto concreto en que están inmersas. Un ejemplo lo vemos en la relación sexual, que puede situarse dentro del amor íntimo (aspecto) de dos personas (contexto), o dentro de la mera gratificación (aspecto) personal (contexto). El nivel 1 o correcto (del amor interpersonal) puede quedar así vaciado de sentido, si se pierde el contexto y se rebaja su rango al nivel 2 o devaluado (del egoísmo personal)[2].

            Profundidad. Consiste en ahondar en la articulación de cada experiencia, captando su sentido e implicaciones no visibles a simple luz. En efecto, una inteligencia penetrante tiende a conocer el lenguaje y la idea de cada palabra y de cada acción, dándole toda la densidad que le corresponde. Un ejemplo lo vemos en las normas de circulación, cuya captación superficial se puede quedar en la mera normativa obligatoria, pero cuya captación profunda puede poner en conexión toda una serie de valores (civilización, respeto, tranquilidad...).

            Toda maduración de la inteligencia ha de tener en cuenta estas 3 dimensiones de la inteligencia, poniendo la mente en tensión y desarrollando un ejercicio de pensamiento riguroso (e incluso creativo), para ver más allá de lo inmediato, considerar los varios aspectos de la realidad al mismo tiempo, y poner de relieve su sentido más profundo. Si esto se hace así, se habrá aprendido a reflexionar, a no quedarse en la primera impresión u opinión, a contemplar las realidades con hondura y a vincularse a ellas de una manera diferente. Al pensar con rigor, se descubrirán las leyes básicas del desarrollo humano, y se preverán qué actitudes llevarán algo a su plenitud. Los propios juicios serán emitidos de manera coherente y tras una buena fundamentación. Y la actitud adoptada sabrá colaborar creativamente con las realidades del entorno. Por eso, saber pensar con rigor nos llevará, de forma casi natural, al campo de la creatividad.

c) Creatividad de la Inteligencia

            Actualmente, en todos los ámbitos se intenta fomentar la creatividad, que el diccionario define como “capacidad de hacer surgir algo de la nada”. A partir de esta elemental definición, la palabra se abre a un abanico de interpretaciones, que no se reducen a la actividad de un artista para dar a luz sus obras artísticas. Así, pues, si queremos ser maduramente creativos, y que nuestro proyecto creativo sea coherente y eficaz, es indispensable clarificar debidamente qué significa el concepto crear, a nivel de exigencia e implicación personal.

            En primer lugar, la persona creativa ¿hace siempre surgir algo de la nada? Si entendemos que no hay una materia previa que sustente la experiencia creativa, o que ésta no existía antes de que se la hiciera brotar, ciertamente surge de la nada. Pero una experiencia creativa no puede darse a solas (sino que necesita un medio, en el espacio), e incluso puede surgir cuando surja algo nuevo (dotado de valor, en el tiempo). Querer ser creadores significa asumir, por tanto, una permanente actividad de nuestras posibilidades, en aquello que nos rodea y con una constancia diaria. Unas posibilidades propias que irán recibiendo así nuevas capacidades de lo y de los demás, y que estarán más cerca de alumbrar algo nuevo y valioso que lo que estaban antes de su apertura. A solas, nuestra potencia creadora tendrá un radio de acción muy limitado, y con el tiempo quedará a cero. Un ejemplo lo vemos en la capacidad o potencia musical, que una persona puede tener muy desarrollada, pero que quedará a cero si no se acerca a un piano, ni aprende a tocar.

            El escritor francés Saint-Exupéry recuerda, al respecto, un viaje que hizo en un tren repleto de gente de extracción social baja. Un niño pequeño dormía arrebujado entre sus padres. El escritor se quedó mirando la carita del niño y, recordando en ella la figura del gran compositor Mozart, pensó que si ese niño tuviera las mismas potencias que tuvo el gran músico austriaco, probablemente no las iba a poder desarrollar, por falta de posibilidades necesarias. Tras una larga reflexión, y cuando el escritor separaba ya los ojos del niño, en su fuero interno empezó a considerarlo como un “Mozart asesinado”[3].

            Ser creativos significa estar abiertos a las realidades del entorno, captar las diversas posibilidades de la realidad y empeñarse en mejorar lo que de por sí es reversible. Si no es así, nunca se captará nada oculto, ni se alumbrará nada irreversible. Y aunque no se logre crear nada nuevo, la misma actitud creativa habrá sido el mejor antídoto contra la anti-creación, que es el reduccionismo. Pues una quiebra en el campo creador (creativo) llevaría a la apatía, al desinterés, a la indiferencia, al escepticismo, al nihilismo y al sin sentido existencial, todo ello sobrecogedor.

            La creatividad se admira por lo valioso, da plenitud a la vocación personal, suscita entusiasmo por los valores, y todo ello a su vez potencia la creatividad. Todos podemos ser creadores, fundando nuevos vínculos (más valiosos) en las realidades circundantes. Pero siempre tras haber conocido y reconocido maduramente, de forma previa, esas realidades, mediante un pensamiento riguroso que nos haya llevado a razonar bien. Pues creatividad y pensamiento riguroso se exigen mutuamente.

d) Conclusión

            Razonar bien significa penetrar a fondo en el núcleo de cada realidad o acontecimiento, valorándolos y no violentándolos. Esto supone la utilización precisa de los vocablos más adecuados para cada cuestión, pues una forma correcta de expresarse facilita la creatividad. Y es que lenguaje y razonamiento están íntimamente ligados, y un lenguaje riguroso es también necesario en el uso de palabras, para vincular los conceptos más apropiados a cada cosa que hacemos, sin quitarle su sentido interno.

            En ese sentido, una mente rígida que sea incapaz de profundizar, quedará encapsulada en cada concepto. Por el contrario, una mente capaz de penetrar en el sentido del lenguaje creativo, mantendrá en tensión su mente y dotará a su forma de pensar de un estilo relacional. Pero la flexibilidad mental no es innata, y exige educar la inteligencia mediante un método adecuado, si queremos llegar a razonar con rigor y vivir de forma creativa[4].

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  Act: 01/07/20       @fichas de reflexión            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A  

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[1] cf. LOPEZ QUINTAS, A; Inteligencia creativa, ed. BAC, Madrid 1998.

[2] cf. LOPEZ QUINTAS, A; El amor humano. Su sentido y su alcance, ed. Edibesa, Madrid 1992.

[3] cf. SAINT EXUPERY, A; Terre des Hommes, ed. Folio, Gallimard 1994, pp. 181-182.

[4] cf. ALMACELLAS, A; PISCITELLO, T; Educar la inteligencia, ed. Galeón, Córdoba 2000.