Esperanza y Buen Humor

 

Madrid, 1 mayo 2023
Carmen Imbert, licenciada en Periodismo

            Los filósofos lo definen como propio del ser humano, los santos lo practican, los médicos lo recomiendan, a Dios le encanta y el diablo lo detesta. El humor de los filósofos, que va más allá de la carcajada, es una condición de vida, y sin él el hombre no podría enfrentarse al sufrimiento, ni relacionarse con el prójimo, ni consigo mismo. Es una condición de todo hombre, pero ¿de qué nos reímos? ¿Por qué y para qué?

            Y si los filósofos han definido al ser humano como un animal que racionalmente ríe, mucho más se podría decir del humor de los cristianos, o aquellos que pretenden la perfección.

            En su novela El Nombre de la Rosa, Umberto Eco incluye una discusión entre el benedictino Jorge y el franciscano Guillermo, sobre si era lícito reírse. El benedictino se apoya en la afirmación de San Juan Crisóstomo, según la cual “Cristo jamás se ha reído”. Y para él, “la risa sacude el cuerpo, deforma los rasgos de la cara, hace que el hombre parezca un mono”. Por su parte, el franciscano sostenía que “los monos no ríen, y que si la risa es propia del hombre, es signo de su racionalidad”.

            Para el 1º, la risa es signo de estulticia, y fomenta la duda. Hasta el punto que, al reír, el necio niega la existencia de Dios. Para el 2º, la risa puede ser útil para confundir a los malvados. Y sugiere que Cristo también recurrió al sentido del humor, para confundir a los fariseos y alentar a los suyos.

            Se está deshaciendo, por fin, esa mentira de que el cristiano es un hombre que no bromea, o que no existe humor en Dios, ni en él cabe la risa. En una ocasión me contaron la siguiente historieta, en la que un hombre se dirigió a Dios:

“Dicen que para ti mil años son como un minuto. Sí, así es. Entonces, Señor, ¿para ti mil dólares son como un dólar? Sí, así es. Señor, seguro que puedes prestarme un dólar, ¿verdad? Desde luego, espera un minuto, por favor”.

            El humor de Jesús no era menudo, ni menuda la cara se le debió de poner al apóstol Felipe cuando, aquella tarde, y en la orilla del mar de Galilea, el maestro respondió a la petición “Despídelos, que no han comido”, con un “Dadles vosotros de comer”. En aquel caso, ni Felipe ni nadie conocía el desenlace milagroso de la multiplicación de los panes y peces, luego ¡vaya broma!

            Mirando un poco más cerca, con el papa Juan XXIII cayeron todos los esquemas de los que aún veían más monos que hombres al reírse, y mostró a todos el humor del papa. Cuentan que, después de las primeras sesiones de fotografía, tras ser elegido papa, Juan XXIII exclamó: “Mire, Dios supo ya muy bien, desde hace 77 años, que yo había de ser papa. ¿No pudo haberme hecho más fotogénico?”.

a) ¡Qué bello es reír!

            El homo ridens es aquél lo suficientemente maduro, que se siente libre y que disfruta con la bondad, la belleza, la verdad. Pero no es fácil mantener un estado afectivo de buena disposición que se mantenga en el tiempo, independientemente de los acontecimientos. Así que, cuando esto se consigue, se puede decir que se es una persona con sentido del humor. Los médicos afirman que esto es muy saludable, así como reírse.

            El sentido del humor, con su capacidad para reducir la ansiedad y la tensión, puede ayudar a prevenir o curar algunas enfermedades. De hecho, hoy en día el humor es utilizado como terapia, pues desdramatiza situaciones y conductas negativas, muchas de ellas desembocadas en los caminos de la droga o del alcohol. Los médicos afirman que el buen humor hace que nuestro metabolismo se active de forma saludable.

            El doctor Burton afirma que “el humor purga la sangre haciendo que el cuerpo rejuvenezca, adquiera viveza y se encuentre listo para cualquier empresa”. Se dice que 20 minutos de risa equivalen a 3 minutos remando, o a cualquier ejercicio de aeróbic. Con la diferencia de que el humor no necesita ninguna indumentaria especial, sale más barato y se puede hacer en cualquier lugar y momento. En definitiva, reír, y tomarse las cosas con humor, es bueno para la salud.

            Para algunos, el humor fue la clave de su conversión. En su Autobiografía, el periodista y escritor Chesterton describe cómo eran los días en su casa cuando era niño, y cómo su padre se tomaba la vida con un optimismo que supo contagiar a sus hijos, y cómo esa actitud fue la que le abrió las puertas del catolicismo: “Había algo así como una mañana eterna en aquel estado de ánimo”.

            Poco después, utilizaría Chesterton ese mismo sentido del humor para ser críticos la sociedad, que comenzaba a dar la espalda a la familia: “En todas las épocas y pueblos, el control normal y real de la natalidad se llama control de uno mismo”. En efecto, fue Chesterton un intelectual capaz de introducir el humor en los temas más serios, a través de su periódico GK’s Weekly:

“Me gustaría que el lector cogiera este periódico para divertirse, y se encontrara envuelto en una discusión. Me gustaría que lo leyese sólo por las discusiones, y tropezase de pronto con un chiste. Nunca comprendí por qué no se puede ser a la vez popular y serio”.

            El mismo Chesterton elogió, después de su conversión al catolicismo, a San Francisco de Asís, precisamente por su carácter alegre: “Fue asceta, pero no sombrío. A su humanismo añadía su buen humor de seguir siempre su camino con una excentricidad que consistía en volverse de continuo hacia dentro”.

b) Gente con gracia

            Quizás las personas que han desarrollado más el sentido del humor han sido los santos. Ya lo dejó clarito Santa Teresa de Jesús: “Un santo triste es un triste santo”, y bien que lo practicó.

            En su última fundación, cerca ya de Alba de Tormes, a la santa se le atascó la carreta entre los lodos del camino. Cansada por el camino y los años, tuvo un pensamiento de reproche hacia el Señor, a lo que él contestó: “Teresa, hija mía, no te quejes, así trato yo a mis amigos más queridos”. A lo que rápidamente ironizó la castellana: “Así tiene tantos vuestra divina majestad”.

            Pocos son los que aguantan las bromas de la vida, porque pocos son los que saben tomarse a broma lo caduco y en serio lo trascendente. Un consejo para conseguirlo puede ser el del jesuita Morales: “Ríete de todos, y primero de ti mismo. No te hagas caso. Tómate el pelo y serás feliz”.

            Otro santo, San Felipe Neri, tenía por costumbre llevar siempre consigo un libro de chistes que le ayudaban a relativizar y distraerse. Como comenta Berger, “lo cómico transciende la realidad de la existencia cotidiana ordinaria, y postula otra realidad distinta. Corresponde a una transcendencia en clave menor, que apunta al otro mundo de la experiencia religiosa”. Se podría decir, con otras palabras, que el humor nos hace entender a Dios, o el sentido de una vida que no se acaba aquí, ni en nosotros mismos.

            Santo Tomás Moro oraba de la siguiente manera a Dios: “Señor, dame una buena digestión, y también algo que digerir. Dame la salud del cuerpo, y el buen humor necesario para mantenerla”. Y Martín Descalzo, así:

“Dame un alma sana, Señor, que tenga siempre ante los ojos lo que es bueno y puro. De modo que, ante el pecado, no me escandalice, sino que sepa encontrar el modo de remediarlo. Dame un alma que no conozca el aburrimiento, ni los ronroneos, ni los suspiros ni los lamentos. Y no permitas que tome demasiado en serio esa cosa entrometida que se llama yo. Dame, Señor, el sentido del humor. Dame el saber reír de un chiste para que sepa sacar un poco de alegría a la vida, y pueda compartirla con los demás”.

c) De qué nos reímos

            Cuando se es pequeño, y más si se tiene la suerte de tener muchos hermanos, se suele tomar a uno de los más pequeños como diana de las gracias, dentro del hogar. Todo lo irrisorio recae sobre ellos, las bromas ligeras y pesadas. En una ocasión se había descargado un aluvión impresionante de bromas sobre el pequeño, de tal forma que se le había hecho llorar. Salió en defensa el padre de familia:

“Os voy a contar una historia. Existía un planeta en el que sus habitantes carecían de sentido del humor. Así que sus gobernantes enviaron varias naves extraterrestres para buscar un lugar donde sus habitantes supieran reír y aprender. Cuando una de esas naves llegó a la Tierra, en concreto a nuestra casa, observaron con satisfacción que los terrícolas sabían reírse. Y regresaron a su planeta cabizbajos. En el informe intergaláctico escribieron: En la tierra se ríen, pero no merece la pena aprender, porque sólo saben hacerlo unos de otros”.

            El sentido del humor, si es sano, nunca hiere, sino que hace crecer. En un congreso sobre pedagogía y humor, celebrado el pasado mes de febrero en Alcalá de Henares, el dibujante Máximo, a quien le gusta hacer hablar a Dios en sus viñetas, definía su trabajo así: “Mi humor no es para distender, sino para tensar. Hay que entenderlo en profundidad, mucho más, a veces, de lo que la viñeta realmente indica”.

            Yendo un poco más lejos, José Luis Cortés, autor del Señor de los Amigos, exclama: “¡Por el humor de Dios! El humor es todo aquello que desahoga tensiones. El humor cristiano tiende a favorecer el proceso de cristianización”. Para otros humoristas especializados en el humor religioso, como es el caso de Bernardino Hernando:

“El humor es la forma más seria de enfocar las cosas. Hasta tal punto que ninguna sociedad cerrada, o segura de sí misma, se resiste al humor. Sólo en los humildes reside el humor. Así, el individuo religioso es el mejor dotado para descubrir lo cómico, porque conoce sus limitaciones, cómo es él y cómo son los demás. Destacan los santos, para quienes el humor fue la forma más noble de la sutileza, y desde ella supieron criticar ciertas formas y costumbres de su tiempo, no muy acordes con el evangelio”.

d) Necesidad de reír

            El ser humano necesita reír, por salud física y espiritual. El humor sano enseña a vivir mejor, porque endurece a la persona para sufrir, y el dolor, como escribió Pemán, “ayuda con sus manos en las empresas duraderas, sabiendo aventar del grano la suciedad de las eras”. Como apunta Carlyle, “dame un hombre que canta mientras trabaja. Seguro que trabajará más, que trabajará mejor, que trabajará durante más tiempo”.

            El hombre de hoy, inmerso en un ir y venir, en la prisa y en la soledad dentro de la multitud, puede caer fácilmente en la trágica muerte de su sentido del humor, que es signo de falta de esperanza. Al cristiano quizás le ocurra lo mismo en cuanto ser humano que es. Y es que la falta de humor (en definitiva, la falta de esperanza) ayuda a caer en el pesimismo y en la queja.

            El sentido del humor relativiza lo relativo, y hace que entendamos mejor el calado de lo verdaderamente importante, como una bocanada de aire saludable que mantiene viva la fe y sabe colocarse en la perspectiva de Dios. Porque total, ¿qué es nuestro tiempo en relación con la eternidad? Es como una ecuación matemática: cero partido por infinito, cuyo resultado es cero. Como asegura Chaplin, “la vida es una tragedia si se contempla de cerca; pero una comedia si se ve desde un plano general de conjunto”.

            El sentido del humor ayuda a mantener el juicio en los momentos de mayor dificultad. Cuenta el teólogo Thielicke un episodio que vivió personalmente, al final de la II Guerra Mundial. Cuando predicaba en una iglesia de un pueblo cercano a Stuttgart, se produjo un ataque aéreo, con un aterrador fragor de aviones de combate, lleno de fuego de artillería y cañonazos antiaéreos. Thielicke gritó desde el púlpito: “¡Todos al suelo! Cantemos Jesu meine Freude (lit. Jesús es mi alegría).

            El organista y la congregación presente obedecieron, aunque Thielicke no podía ver a sus fieles desde el púlpito mientras cantaban, ya que seguían agazapados debajo de los bancos. A pesar del horrible estrépito y del enorme peligro, encontró Thielicke la situación tan divertida que se echó a reír a carcajadas. Más tarde, al acordarse de la escena, pensó que esa risa fue del agrado de Dios.

            El que goza de buen humor durante su vida, apenas sufrirá su propia muerte. Es lo que le ocurrió al santo de la parrilla, a San Lorenzo. Cuando le martirizaban, asándolo a fuego lento para que abjurase de su fe, todavía sacó fuerzas y valor para advertir a sus verdugos: “Por favor, denme la vuelta, que por este lado ya estoy tostado”.

            Necesitamos reírnos, además, como defensa ante las tentaciones del demonio. Si Judas no se hubiese sumido en la tristeza, o si la hubiese sacado fuera, probablemente no se habría ahorcado. El humor hace huir al enemigo, cualquiera que sea. Porque una cosa es cierta: el demonio no tiene sentido del humor, ya que su orgullo y vanidad se lo impiden.

            El cristiano no tiene ninguna razón para estar triste, pues ya dijo Jesús que “vuestra tristeza se transformará en gozo”. O como insistió machaconamente San Pablo: “Estad siempre alegres en el Señor. Os lo repito: estad siempre alegres”.

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  Act: 01/05/23       @fichas de reflexión            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A