Presencia y expulsión del Demonio
Seattle,
1 enero
2023 El profesor Cooper, decano de la facultad de filosofía de la Universidad de Kentucky, ha afirmado que existen “centenares de personas para las que el culto a Satanás, tomado en el sentido serio del término o en sentido simbólico como signo de su alienación, es muy real”. Charlie and the Devil, articulo escrito por Ed Sanders, explica la conciencia de lo diabólico en el plan de Charles Manson de asesinar a los Tate[1]. Sanders sostiene que Manson había sido influido por la Iglesia del Juicio Final[2], organización que ha abrazado la causa de la matanza del “fin del mundo” a través de unos procesadores dedicados a un prolongado culto de Satanás, que incluye ceremonias demoníacas. Otros dos cultos satánicos que, según Sanders, han influido en Manson son la Logia Solar de la Orden del Templo Oriental (culto mágico especializado en beber sangre, en magias sexuales sádicas y en la práctica sodomítica[3]), así como un oscuro grupo secreto llamado Kirke Order of Dog Blood (dedicado al culto del mal[4], a través de los llamados grados de Minerva[5]). Miembros de la sección de homicidios de la policía de Seattle han referido en varias ocasiones que florecen muchos cultos satánicos en Seattle y en el estado de Washington, y que numerosos restos de animales sacrificados han sido hallados en las zonas salvajes de Montana y en la región del Lago Flathead. Se estima que, en general, más de 100 víctimas humanas son sacrificadas al año en Estados Unidos, a causa de los diversos cultos satánicos. La existencia de estos cultos es solamente un aspecto del recrudecimiento del interés por lo demoníaco, y llevan a pensar que quienes buscan a Satanás quizás ya lo han encontrado. Asistimos a una reviviscencia de la fe en lo demoníaco y en los espíritus malos, con la idea de extraviar a los seres humanos e infestar la sociedad, hasta convertirla en aterradora. En este contexto, Sanders comparte el punto de vista expresado en The Month, el 3 marzo 1974:
a) ¿Existe el diablo? Silverio Zedda sostiene en su Problematica demonologica nellaBibbia que “la tradición viva de la Iglesia es quizás el argumento más fuerte en favor de la doctrina sobre el diablo, los diablos y los ángeles”. Y afirma que dentro de este contexto es donde trabaja el exegeta bíblico, e intenta hacer una síntesis entre los resultados de sus estudios y la enseñanza tradicional. Dada la frecuencia con que la Escritura y los padres de la Iglesia hablan del diablo, no es extraño que sus afirmaciones en este campo entraran a formar parte de la enseñanza oficial de la Iglesia. El 1º concilio que tomó posición decidida sobre la cuestión del diablo fue el Concilio de Braga (ca. 561), en una declaración contra los priscilianos que creían que el diablo no había sido creado por Dios. Bajo Inocencio III, el Concilio IV de Letrán (ca. 1215) reafirmó esta doctrina contra el dualismo, repitiendo que “el diablo y los otros demonios fueron creados buenos por Dios, y se hicieron malos por culpa propia”. El Concilio de Trento declaró que “el pecado original puso a la humanidad bajo la cautividad del diablo, que tenía poder sobre la muerte”. Y a este propósito cita la Carta a los Hebreos, la cual afirma que la misión de Cristo fue la de “reducir a la impotencia con su propia muerte al que tenía poder sobre la muerte (el diablo), y liberar a cuantos habían sido mantenidos en la esclavitud durante su vida”. El Concilio II Vaticano afirma que “la obra de la Iglesia consiste en arrancar a los hombres de la servidumbre del error” (LG, 17), y el nuevo rito del bautismo conserva el exorcismo del bautizado, practicado desde los comienzos. El Vaticano II recuerda también que “Cristo tiene poder sobre el demonio” (LG, 5). Estas declaraciones se basan en la premisa de la existencia del diablo. Las oraciones litúrgicas piden insistentemente a Dios que nos libre de las tentaciones de los demonios o que no permita que sucumbamos a ellas. En un discurso pronunciado en la audiencia general del 15 noviembre 1972, Pablo VI reafirmó la antigua fe cristiana en la existencia de un diablo o espíritu del mal personal. Declaró él::
El papa dijo claramente que no estaba empleando un lenguaje metafórico en sus observaciones concernientes al demonio. Y precisó que “cuantos rehúsan reconocer la existencia de esta terrible realidad se salen del cuadro de las enseñanzas bíblicas y eclesiásticas”. Finalmente, observó:
Esta toma de posición subraya el carácter espiritual de lo diabólico, y corrige implícitamente a quienes asocian esto último primariamente con fenómenos extraños, semejantes a los expuestos en los diferentes filmes de hoy en día. El testimonio de Jesús La fe en la existencia del diablo y de los diablos es más pronunciada en el NT que en el AT. Este último fue la matriz cultural y religiosa que condicionó la comprensión que tuvo Jesús de Satanás. En este contexto, Satanás, la muerte y el pecado se concebían estrechamente unidos. La muerte no se experimentaba como una potencia abstracta o un hecho inexplicable, sino que se personificó como el enemigo (Sal 18,4), como el enemigo por excelencia (Sal 5,10). La muerte emplea como mensajeros amenazadores a los demonios para anunciar desventuras y pestilencias. La muerte no se limita a esperar que los huéspedes lleguen a su reino, sino que entra en el cosmos para llevárselos. Jeremías (Jr 9,20) la describe como un monstruo, que persigue a sus víctimas como un ladrón, un estrangulador, un atracador o un segador. Parece que en Israel se produjo una evolución, que va desde una concepción mitológica de la muerte a la creencia en el enemigo: Satanás, el Diablo, el Adversario. Belial se convirtió en nombre propio para indicar el mal personificado, el diablo, y se lo identificó con la muerte y con su reino: el sheol (Sal 18,6). La señora Muerte personifica la negación de la vida, y evidentemente no formaba parte del plan divino originario de la creación. Ella es el enemigo, el mal último y el compendio de todos los males. El sufrimiento, la persecución, la enfermedad y todas las formas de la miseria humana se experimentan como muerte parcial (pero real), y a sus autores se los siente como manifestaciones del enemigo de la humanidad: Satanás. Los autores del mal representan visiblemente al enemigo y sus fuerzas caóticas. Los enemigos personales, por ejemplo, participan del poder letal del enemigo, así como son aliados y mensajeros de la muerte, la reina de los terrores (que produce espanto y horror con sus trampas y sus lazos, sus desastres y sus destrucciones). Los que crean miseria para los demás representan al enemigo como potencias demoníacas suyas. Los hebreos asociaban a los demonios con el desierto salvaje, pues para ellos los hombres no podían sobrevivir mucho en semejante ambiente inhóspito, al producir un estado de ánimo por el que uno se siente perdido, privado de guía, perplejo y a merced de fuerzas extrañas, misteriosas y malvadas. La identificación de las tierras áridas con la maldición de Dios llevó a creer que las regiones salvajes eran el ambiente del mal, y una especie de infierno poblado de espíritus malignos (Dt 8,15). Las zonas salvajes eran el ambiente de lo no humano (e incluso de lo antihumano), y el lugar de las bestias feroces, donde el orden que el hombre impone al mundo natural para su propia supervivencia está ausente, y su propia presencia parece extraña (atemorizada por el mundo de las criaturas carentes de norma, confusas, desordenadas y amenazadoras, que no están bajo su control). Jesús entra en las zonas desoladas, en el hábitat natural de los espíritus malos que perturban a los hombres y los confunden. Sus 40 días pasados en una tierra inhóspita (= desierto) recuerdan los 40 años de la tentación y de la tribulación que Israel hubo de soportar en las tierras desoladas del Sinaí. En esta experiencia del desierto es donde Jesús se enfrenta con las fuerzas malignas que asedian a toda la humanidad, en un auténtico periodo de prueba y de sufrimiento. Jesús se enfrenta victoriosamente con Satanás, el cual se aleja “hasta el tiempo oportuno” (Lc 4,13) después de haberle tentado (es decir, hasta el momento en que sea condenado a muerte). De hecho, cuando Jesús es detenido en Getsemaní (Lc 22,53), declara: “Ésta es vuestra hora, la del poder de las tinieblas”. Los cristianos creen que Jesús venció los males de la condición de desierto en que el hombre se siente perdido y extraño en un mundo hostil. Y creen que él es el camino de Dios a través de la condición humana, semejante a un desierto. Tal es la convicción de Juan cuando escribe: “Nosotros sabemos que somos de Dios, y que el mundo está en poder del maligno” (1Jn 5,19). Para Juan, el mundo sin Cristo está perdido en la condición de un desierto sin camino de salida. El escritor inglés Lewis escribía en 1941: “Hay dos errores iguales y opuestos, en los cuales el género humano puede caer a propósito de los diablos. Uno es no creer en su existencia. El otro es creer en ella y sentir un interés excesivo y malsano por ellos. Por su parte, a ellos les gusta por igual uno y otro error y saludan con idéntico placer al materialista y al mago”. La enseñanza de la Iglesia Hoy hay mucha gente que niega la existencia de seres demoníacos independientes y diversos del hombre. En todo caso, la mayor parte de los teólogos admite la existencia de semejantes seres, y ésta constituye la enseñanza ordinaria de nuestra Iglesia. Aunque la fe en Satanás y en los diablos personales no constituye el núcleo esencial de la Revelación (sino sólo un rasgo secundario), considerar la no existencia de Satanás significaría abandonar la enseñanza ordinaria de la Iglesia, estar mal informado y marchar por un camino descarriado. Es verdad que no podemos tener la certeza de que en un determinado caso se trate de un influjo auténticamente diabólico, pero también es verdad que nunca se puede excluir semejante influjo. Las oraciones para obtener la liberación del mal (sea el que sea) han caracterizado al culto cristiano desde el principio, y siguen haciéndose para bien del hombre. Cuando estas oraciones se hacen para librar a una persona de una presunta posesión, o de una supuesta infestación, y obtienen el resultado que buscan (la desinfectación), posiblemente estén aludiendo a que ésa es precisamente la medicina necesaria contra ese mal: la oración. En todo caso, el mal es una realidad, cualquiera que sea su explicación satisfactoria. La fe cristiana se caracteriza por la convicción invencible de que Cristo es Señor, y de que el pecado, la muerte y Satanás no tendrán la última palabra sobre el destino definitivo del hombre. La convicción cristiana de que Cristo ha superado el poder del pecado, de la muerte y de Satanás, ahora y para siempre, posiblemente tenga algo que ver. Ningún mal de ninguna clase (moral, físico o personal) puede forzar ya o coaccionar nuestra libertad personal para seguirle. Y por eso el cristiano auténtico está seguro de que Cristo ha superado todo lo que en nuestro mundo se relaciona con el diablo. b) Fenomenología de lo demoníaco La Biblia no ha inventado la noción de espíritus benévolos y espíritus malignos, sino que al hablar de los ángeles, de los demonios y del diablo, representa la interpretación que desde la fe se hace de la experiencia natural de los principios y poderes sobrenaturales. Los datos de la historia comparada muestran que esta experiencia natural no se restringe a la tradición judeocristiana, y que la enseñanza de la Escritura sobre este punto parece basarse más bien en el supuesto natural de la experiencia humana, que la Escritura incorpora y corrige críticamente en el marco de la revelación de Dios a sus profetas. Interpretaciones civiles El reciente redescubrimiento del mundo de los espíritus por el mundo secular ha forzado a los teólogos a salir de su silencio post-conciliar sobre esta materia. Sobre todo porque hoy en día se ha revitalizado la manía del ocultismo, los progresos de la parapsicología, las discusiones sobre vida inteligente en otros planetas, las experiencias psíquicas de la cultura de la droga, la reviviscencia de la astrología, la fascinación de las religiones y la meditación y misticismo oriental, con todo tipo de nuevas creencias en los espíritus y los diablos. La gente puede pensar en muchas cosas cuando piensa en Satanás, e incluso cosas dispares y opuestas entre sí. En ese sentido, resulta ilustradora la afirmación que hace la madre de la víctima en El Exorcista, como representativa de la época actual: “No creo en Dios, pero creo en Satanás”. Es decir, que mucha gente no ve (o no percibe) las obras naturales de Dios, mientras que sí ve (y sí acoge) las obras sobrenaturales del diablo. Para la tradición judeocristiana, Dios es el Señor de la historia. Pero la historia es tal que, para quienes no tienen fe ni esperanza, el Dios que ella revela puede ser Satanás. Desde esa óptica (o carencias), dichos ateos no perciben una historia de salvación, sino una historia de condenación. Y las guerras, enfermedades, carestías, cataclismos y muerte les convencen de que no hay un Dios salvador. Bajo este aspecto, los efectos de las obras Satanás sí se pueden percibir mejor, y por eso le creen aunque no sea más que como explicación inmediata, sin percibir una explicación ulterior y final. Para los que desesperan de encontrar un sentido amoroso y bueno a todo lo creado, la vida se les representa como una existencia repleta de pesadillas y absurda, y en dicha vida Satanás es el amo lógico de este mundo. En este caso el mal puede aparecer no sólo como la falta de algo, sino como un agente activo, como un ser vivo y espiritual, como un ente pervertido y pervertidor, como una realidad terrorífica y misteriosa. Y todo eso como algo contrario a lo expresado en la Revelación: el Dios encarnado y revelado en Jesucristo, auténtico logos de la creación. Para otros, Satanás puede ser una deidad con la que se pueden hacer buenos negocios, sobre la base de “mi alma por algo mejor”. E incluso existe también el Satanás “compañero de juego”, para el que va en busca de lo sensacional y extravagante, o tratando de divertir su aburrida cultura. Pero ninguno de estos Satanás corresponde a la realidad afirmada por la tradición de la Iglesia y de la Escritura: la de un Satanás enemigo de todo ser humano. Interpretaciones cristianas Aunque la Iglesia ha expresado su fe en la existencia de Satanás, de sus diablos y de los ángeles, los biblistas no han resuelto todavía el problema de qué quiere decir la Biblia cuando menciona a estos seres. Ni tampoco los teólogos han conseguido un consenso a propósito de las dimensiones poliédricas de lo satánico y lo demoníaco. Un ejemplo de ello es el teólogo Haag, cuyo libro El diablo: su existencia como Problema es un desafío a las creencias tradicionales en la existencia del diablo y de los demonios. Haag sostiene que para Jesús no existe conexión alguna entre Satanás y la enfermedad, y que cuando Jesús expulsa demonios no está enfrentándose al poder de Satanás. Como respuesta a Haag, Schmid demuestra el contexto básico de lucha entre el reino de Dios de Jesús y Satanás. Un contexto en el que los demonios no son tan sólo una multitud de espíritus siniestros (que operan el mal en el mundo), sino que representan un reino compacto, cuya cabeza es Satanás (Mc 3,23; Lc 10,17-20; 13,11-17). En su libro By the Finger of God McCasland afirma que la diferencia entre la concepción antigua de la posesión demoníaca, y la concepción moderna de la enfermedad mental, es en gran parte tan sólo una diferencia de terminología. Y que aunque a la posesión diabólica se le llame hoy neurosis (o psicosis), la curación sigue siendo la misma: sugestión. Así, el endemoniado de Gerasa vendría a ser lo que la psicología moderna llamaría un maníaco depresivo. En casos semejantes, según McCasland, la sugestión procura un alivio temporal, pero trata más bien los síntomas que la causa. El jesuita Redewyk polemiza contra quienes estiman que los exorcismos de Jesús son simples adaptaciones a las creencias comunes del tiempo, y no expulsiones reales de espíritus malignos. Y sostiene que existe una gran diferencia entre el haberse Cristo adaptado a la concepción científica de su tiempo, y el haberlo hecho en el campo religiosos. Jesús no consideró tarea suya instruir a los hombres sobre temas naturales (amaestrados por el diablo), sino que vino a destruir directamente las obras de Satanás (cuyo éxito mundano proviene de haber trabajado científicamente de manera subterránea). Sobre este punto, afirma Rodewyk, Cristo no podía dejar a los hombres en la confusión, y por eso no encaró los asuntos temporales de la ciencia, sino que obró de manera clara. c) El diablo La imagen de Satanás que ha prevalecido a lo largo de la mayor parte de la historia contiene lo que se considera mal y pecaminoso. En ese sentido, el catedrático Bakan afirma que el diablo ofrece huellas de la naturaleza de la mente humana, y que su análisis permite revelar psicologías precisas. Bakan, profesor de psicología en la universidad de Chicago, estima que “Satanás es una proyección personificada de las fuerzas que guían la psique humana”. Las características atribuidas a Satanás son universales en el hombre, y a través de su valoración podemos llegar a comprender mejor las fuerzas impulsoras existentes en el hombre mismo. Aunque no parece que el profesor Bakan crea en la existencia independiente del diablo y de los diablos como inteligencias (seres espirituales), su estudio sobre el significado del diablo corrobora el significado que la teología cristiana tradicional le atribuye como “ser existente en forma personal”. Este significado corresponde a los efectos del influjo espiritual que él ejerce en las vidas humanas, y ayuda a profundizar y renovar nuestra teología de lo demoníaco. Según Bakan, la proyección de la figura de Satanás como “ser diverso y distinto del que concibe la imaginación”, se debe al esfuerzo del individuo por conseguir la experiencia del mal personal, proyectándolo fuera de sí. Así, cuando San Ignacio de Loyola llama a Satanás “enemigo de la raza humana”, lo que hace es explicitar el carácter extraño del mal (como algo hostil a la naturaleza y bienestar humano, y por ende ajeno a la experiencia humana). El exorcismo supone así, para Bakan, la diversidad del demonio: es un mal ajeno, hostil y opresivo, al que por lo mismo se arroja fuera. Satanás separa de Dios y violenta la existencia La alteridad de Satanás está ligada a la separación del hombre de Dios. Esta separación constituye el rasgo esencial del pecado. He aquí cómo parafrasea Merton, en su introducción a la Ciudad de Dios de Agustín, la visión agustiniana de la naturaleza de la caída del hombre:
La paráfrasis pone de relieve una variedad de separaciones: Dios y Adán, creación material y creación inmaterial, el alma de Adán dividida dentro de sí misma por el pecado, Dios y el mismo “pequeño dios”, el juicio del hombre y el juicio de Dios. El pensamiento de Agustín incluía también la separación del espíritu y la carne y de la autoridad y la obediencia. El egotismo, que representa la separación extrema entre el yo consciente y el resto de la creación, es atribuido característicamente a Satanás, cuya naturaleza nihilista anula cuantas cosas quedan fuera de su voluntad. Satanás simboliza la existencia personal absolutamente separada, alienada y en conflicto con toda otra existencia. La afirmación clave para comprender su carácter podría ser muy bien la de Sartre: “L'enfer c'est l'autre”, porque dondequiera que se encuentre en la creación no puede realmente sustraerse nunca a aquel contexto (el infierno) a que su pecado primordial le ha condenado eternamente. Satanás domina el mundo secular Además de la separación, a Satanás se le ha atribuido tradicionalmente el dominio del mundo secular, siendo por ello descrito como el “príncipe de este mundo” (Jn 12,31; 14,30; 16,11) y el “dios de este mundo” (2Cor 4,4). De hecho, cuando el diablo tienta a Jesús, le conduce a una alta montaña y le muestra “todos los reinos del mundo y la gloria de los mismos”, tras lo cual le dice: “Te daré todo esto si, postrándote, me adoras” (Mt 4,8). En Lucas, el relato de esta escena añade la noción de poder (Lc 4,5-7): “Lo condujo el diablo a lo alto, le mostró todos los reinos del mundo en un instante y le dijo: Te daré todo este imperio y la gloria de estos reinos, porque me han sido entregados, y los doy a quien quiero. Si te postras ante mí, todo será tuyo”. Satanás manipula las mentes humanas Uno de los aspectos del dominio de Satanás es su poder de manipular las mentes de los hombres. Semejante poder supone en él una profunda comprensión de la psiqué humana, ya sea porque sabe qué estimulo lleva a dar tal respuesta. ya porque conoce los secretos íntimos de los contenidos y el funcionamiento de la mente humana. Satanás es un tentador (Mt 4,3), el padre de la mentira (Jn 8,44) y un engañador profesional (2 Cor 11,14). En ese sentido, Hawthorne presenta y describe a Satanás como manipulador de la mente en la persona de Chillingworth, en su Carta Escarlata:
Satanás acepta los pactos humanos con él La obligación contractual es otro aspecto del poder asociado a la imagen de Satanás, aspecto ejemplificado en el Doctor Fausto de Marlowe. Tiene profundas raíces en la tradición cristiana, en la que el diablo está en favor de la obligación contractual rígida, en contraste con Jesús, que representa la mitigación de esa obligación con sus manifestaciones de misericordia, bondad, amor y perdón. En este contexto, el diablo simboliza los efectos aparentemente inexorables del mal; por otro lado, Jesús representa una misericordiosa “cláusula de salvación” de los males que están expresados en la noción de pacto con el diablo. El pacto con el diablo es lo contrario de las obligaciones contractuales de la alianza con el Dios vivo, y recuerda las palabras de Jesús: “Nadie puede ser esclavo de dos señores, porque aborrecerá al uno y amará al otro, o bien despreciará al uno y se apegará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24). El estado del alma humana se interpreta, en base a la lógica de las obligaciones contractuales, partiendo del supuesto de que todo hombre ha escogido inevitablemente aliarse con el verdadero Dios o con su adversario; que se ha colocado bajo la protección de una potencia superior para obtener lo que considera lo mejor de la vida, y que está contractualmente obligado hacia tal potencia. El hombre reconoce implícitamente que no existe forma alguna de existencia independiente que sea del todo libre y capaz de vivir así. Satanás tergiversa la verdad El rechazo es otro elemento asociado a la imagen de Satanás. El rechazo de la verdad de las cosas conduce fuera del camino, y la verdad que se niega no deja de serlo, sino que permanece como expresión activa de uno mismo, con gran sufrimiento por parte del que ha renegado de ella. En ese sentido, Satanás simboliza la negativa a reconocer y aceptar la verdad de la propia realidad en particular y de la realidad en general. Este rechazo va acompañado del deseo de dominar la realidad, intentando destruir la verdad que no resulta grata. El hecho de tener que admitir la verdad que se ha rechazado constituye la raíz de la evasión y de la violencia. Satanás entra y posee personas La expulsión es otro aspecto de la historia de Satanás. Él comenzó a existir como ángel entre los demás ángeles; después de su desafío fue expulsado del paraíso y abandonado a sí mismo. Su expulsión del paraíso es paralela a la de Adán y Eva del paraíso terrestre. En las Escrituras, Satanás aparece como el arquetipo de la rebelión, y su irreligión va acompañada de las posiciones de izquierda, desde el espíritu iconoclasta de Voltaire a la “religión opio del pueblo” de Marx y al “non serviam” de Las Moscas de Sartre. Es como si Satanás hubiera sido expulsado a causa de su orgullo rebelde, que se afirmaba a sí mismo en oposición al orden cósmico fijado sobrenaturalmente. Por otra parte, sostiene Nugent, en su Satan is a Fascist, que el Satanás del NT es el Satanás de los “principados y potestades”, y que tiene más que ver con la opresión de los poderes constituidos que con las luchas de los revolucionarios que buscan la liberación. Nugent afirma que Satanás fue un rebelde, y que su rebelión tuvo éxito, y que el mundo ha sido puesto en sus manos en un sentido muy real. En consecuencia, Satanás se ve ahora obligado a ser conservador, siendo su “nuevo orden” un desorden enmascarado, una perversión de los valores y una alteración de las prioridades. No obstante, algo divino aletea sobre el mundo, dispuesto siempre a rebelarse contra el régimen de Satanás. d) Funciones del diablo Los complejos orígenes de la visión cristiana del diablo combinan conceptos hebreos (Satanás, Lucifer, la serpiente tentadora), conceptos griegos (daimon y diabolos) e ideas egipcias (el n'ter, espíritus malos, fantasmas y apariciones, que no son otra cosa que las antiguas divinidades paganas de Egipto). Este ser aparece en la literatura del desierto y va a tentar a los ascetas; aparece como un daimon o espíritu que infesta las regiones bajas de la atmósfera que rodean la tierra, como un satanás o adversario que compendia todas las fuerzas que se oponen al poder de Dios, y como un n'ter o fantasma torturador y aterrador. La seducción Demonio, adversario, espectro. Estas características explican las múltiples funciones del diablo: una criatura que seduce y tienta, que representa todos los hechizos del mundo y de su belleza. Y a la vez las de un ser monstruoso, que aterra y ataca, que resulta repugnante y asqueroso. Las tentaciones y las luchas de los padres del desierto oscilan entre estas dos representaciones del poder diabólico, visto como belleza y como horror. En el 1º caso, el tentador es presentado en forma humana e incluso superhumana, como una persona de una belleza maravillosa o como ángel de luz. Los primeros cristianos griegos lo pintaron como un joven (o una muchacha) bellísimo y encantador, reconociendo con ello que el mal era atractivo y poderosamente seductor, y que los hombres cedían o asentían a su tentación. El símbolo apropiado del mal debía ser personal y fascinante, y también aparentemente bueno (bonum apparens). La tentación El arte medieval prefirió representar al diablo como un monstruo feo y horrible. Su simbolismo del mal subraya los efectos más que la causa del mal. La figura horrible y subhumana del mal, en parte hombre y en parte animal, simboliza personalmente el mal que altera y deforma la integridad natural, corpórea y espiritual del hombre. La culpa, el sufrimiento moral, las psicosis y neurosis privan al espíritu del hombre de su equilibrio y su integridad natural; por consiguiente, el mal es propiamente simbolizado en una figura personal deformada, casi bestial o nada humana; por consiguiente, el rostro de Satanás puede revelar algo de la bestia, de sí mismo o del ángel. Por debajo de una u otra de estas posibles manifestaciones hay una experiencia humana correlativa y genuina del mal. La disfunción La Iglesia pone en guardia contra las exageraciones y las distorsiones de la fe en el diablo, en los diablos y en los ángeles. No contempla al diablo según un dualismo absoluto, como si se tratase de un antagonista independiente de Dios. Su condición es la de una criatura finita, de un ángel imperfecto y disfuncionante. La influencia diabólica no se limita al campo de lo extraño y lo curioso, sino que se ejerce en una medida igualmente grande en el de lo respetable, lo razonable y lo inteligente. Sin embargo, no es posible tener la certeza de que en un caso particular se trata de un influjo de este estilo; a lo sumo, se puede tratar de una posibilidad. e) Posesión demoníaca En el NT la posesión demoníaca va frecuentemente acompañada, o por lo menos es asimilada, a la enfermedad, porque ésta, consecuencia del pecado (Mt 9,2), es otro indicio del dominio de Satanás (Lc 13,16). Por consiguiente, los exorcismos del evangelio revisten a menudo la forma de curaciones (Mc 9,14-29), aunque hay casos de simples expulsiones (Mc 5,1-20) y de enfermedades que no presentan los rasgos de la posesión y que, a pesar de ello, son atribuidas a Satanás (Lc 13,10-17). La mayor parte de los milagros de Jesús fueron milagros de curaciones o milagros naturales. Los evangelios recuerdan sólo 5 expulsiones de demonios, y distinguen a menudo claramente entre personas poseídas por los demonios y personas enfermas (Mt 4,23-25; Mc 1,32). Aunque en algún caso atribuyen a un espíritu lo que nosotros consideramos una epilepsia (o una locura), no hay duda de que en muchos casos hablan de un exorcismo real de diablos reales. Expulsó Jesús realmente demonios? Algunos estiman que se atuvo a la creencia popular. Sin embargo, los textos parecen indicar algo más. Parece que Jesús comparte la fe de sus contemporáneos en la existencia y en la actividad de espíritus malos. Los relatos evangélicos de exorcismos incluyen a menudo algo más que una simple enfermedad. Así está implícito en los signos no naturales de violencia (Mc 5,4-5; Lc 8,29) y en el conocimiento religioso manifestado por los demonios expulsados (Mc 1,24). El exorcismo es un tema importante en el NT. Además, si la creencia en los demonios se hubiese basado en error religioso, parece que Jesús hubiera debido corregirla. No obstante, es verdad que lo primario en el relato del NT es que Jesús vence al poder del mal; la concepción materialista de tal poder, que se manifiesta en la acción de espíritus malos personales, es secundaria, aunque parece postulada por los textos interpretados en el contexto de la revelación bíblica total. Explicar el poder de Jesús sobre los demonios como debido a un pacto con éstos constituye el pecado contra el Espíritu Santo, que no será perdonado (Mc 3,22-30). Cuando los discípulos de Juan Bautista le preguntan a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” (Lc 7,19-20), Jesús responde que sus curaciones y su anuncio de la buena nueva a los pobres son el signo de que él lo es para algunos. En otra parte, en el contexto del siervo paciente de Isaías, la misión de Jesús nuevamente se relaciona con la curación de toda la persona en el cuerpo, en la mente, en la psique y en el espíritu. Jesús realiza los exorcismos curando las enfermedades y dolencias de todo tipo, así como la pecaminosidad y la ignorancia humana:
f) Expulsión del demonio Jesús comprendió que no basta nunca limitarse a exorcizar al diablo. Enseñó que hay que sustituir el poder demoníaco por un poder de hacer el bien, pues de lo contrario la condición última de éste puede ser peor aún que la primera (Mt 12,43-45). Por tanto, el exorcismo es sólo el 1º paso del proceso de la curación; el espíritu malo es arrojado fuera para sustituirlo por el Espíritu Santo. El exorcismo hay que verlo dentro de su auténtico contexto eclesial. No se trata de un ritual arcano y gnóstico, ni del dominio de una técnica, ni de la habilidad mística de un actor individual, semejante a un chamán. El exorcista es el ministro de Cristo y de su Iglesia; es Cristo que exorciza; es su poder, que subyuga y arroja el mal a través de su ministro y de su cuerpo, la Iglesia. El exorcista debe estar autorizado por la Iglesia, porque ella es quien le capacita para realizar la obra de Cristo en nombre de Cristo. Él realiza el exorcismo en compañía de otros miembros de la Iglesia santa, que se unen a sus oraciones, recordando que donde están dos o tres unidos en nombre de Cristo, allí tienen la promesa de que Cristo mismo está presente en medio de ellos de manera particularmente eficaz. Sólo esta presencia curadora suya garantiza el éxito del exorcismo. Exorcismo como oración El exorcismo es una oración dirigida a Dios a fin de que arroje o rechace a los demonios o a los espíritus malos de las personas, lugares o cosas que están o se consideran poseídas o infestadas por aquellos que están en peligro de convertirse en víctimas o instrumentos de su maldad[6]. En la realización de un exorcismo es la Iglesia la que ora a través del instrumento del exorcista, de suerte que la eficacia del rito puede compararse a un sacramental. La fe y la integridad personal del exorcista, según se desprende claramente de los mismos evangelios (Mc 3,14; Mt 10,1), desempeñan un importante papel en el buen éxito del exorcismo. Por eso la Iglesia es particularmente cauta al autorizar a los clérigos que han recibido el poder de exorcizar a poner en práctica tal potestad. No hablamos aquí obviamente de los exorcismos practicados durante el rito del bautismo, sino de los que parecen postulados por una posesión diabólica verosímilmente auténtica. Exorcismo como signo La base de una teología del exorcismo es el testimonio del NT sobre el conflicto entre Cristo y las fuerzas del mal y su victoria sobre ellas. Cristo mismo proclamó con las palabras y con los hechos tal victoria (Lc 11,20; Jn 12,31). Concedió a los 12 apóstoles la autoridad y el poder de arrojar a los demonios (Mc 3,14; Mt 10,1), y todos los que creen comparten tal poder (Mc 16,17; Lc 10,17-19). Un signo continuo de la redención del hombre es la pérdida del poder por parte de Satanás (1Jn 5,18). Tal era la convicción de los Padres, de Tertuliano, de Hilario de Poitiers, así como de las escuelas medievales, incluido Santo Tomás de Aquino[7]. Exorcismo e Iglesia La Iglesia reconoce la posibilidad de la posesión diabólica y regula el modo de tratarla. El código de derecho canónico permite a los ministros autorizados (exorcistas) realizar exorcismos solemnes no solamente en los fieles, sino también en no católicos y en excomulgados. El Ritual romano contiene un rito solemne para el exorcismo. Tal rito sólo puede realizarse con permiso especial del ordinario, el cual lo concede sólo a sacerdotes insignes por la piedad y la prudencia. Esto supone que quienes reciben el poder de expulsar de los demás a los espíritus malos deben haber conseguido antes personalmente la victoria sobre sus tentaciones. Exorcismo y psicología humana Aunque la psiquiatría ha demostrado que la actividad del subconsciente explica muchos, por no decir la mayor parte, de los fenómenos anormales que las generaciones pasadas atribuían a la actividad diabólica, no pretende por ello explicar de manera completa tales fenómenos. Está en condiciones de dar sólo la explicación psicológica. Aun suponiendo que tal explicación sea la correcta en un determinado caso, se trata siempre de una explicación dada dentro de los límites de la ciencia. No excluye de por sí la causalidad concomitante, que podría ser ejercida por elementos que no son objeto de la ciencia psiquiátrica. Algunos de los que han trabajado con criminales dementes, aun aceptando como válida la explicación que da el psiquiatra de un caso, permanecen abiertos a la posibilidad de lo diabólico como causa concomitante, aunque no se la pueda establecer con certeza en algún caso particular. Por ejemplo, es posible admitir el punto de vista de que Satanás es una indicación del modo como la mente humana hace frente al problema del mal[8] y, al mismo tiempo, creer que una criatura como Satanás existe realmente. Criterios que justifican un exorcismo El Ritual romano invita al exorcista a no apresurarse a creer que se encuentra frente a una verdadera posesión diabólica. Da algunas indicaciones referentes a los signos de la posesión. aunque está claro que ninguno de ellos, tomado particularmente, es suficiente para este fin. Los principales signos son hablar una lengua desconocida, una fuerza física extraordinaria y el conocimiento de cosas distantes o secretas. Junto a los signos de posesión, consistentes en facultades especiales del cuerpo y de la mente, hay que esperar también una atmósfera general malsana, que a veces puede percibirse casi físicamente. Kirkpatrick, en sus memorias relativas al tiempo transcurrido en la embajada de Berlín (ca. 1937-1938), escribió de Hitler:
Según Crehan, que ha estudiado con detalle el fenómeno de la posesión y que fue el observador católico en la comisión sobre el exorcismo del obispo de Exeter, el diagnóstico resulta difícil cuando hay que hacerse un juicio basado en probabilidades convergentes. La costumbre de algunos teólogos de presentar una serie de fenómenos como si admitieran sólo explicaciones alternas no vale, según él, cuando se trata, en realidad, de situaciones que pueden admitir una u otra explicación. Así, decir que los exorcismos realizados por Cristo en los evangelios revelan el poder del amor de Dios de curar, es cierto, pero ¿qué revelan además de eso? ¿O es eso todo lo que intentan decirnos? Análogamente, no admitir la posibilidad de la posesión diabólica por el hecho de haber en los asuntos humanos interferencias provenientes de las almas de los muertos, hombres o mujeres, pero no de espíritus malos, que jamás han sido seres humanos, significa aplicar el esquema alternativo sin utilidad. En los casos de pseudo-posesión, el exorcismo puede efectivamente poner remedio a la creencia de la víctima de estar poseída, pero puede también inducir a descuidar las precauciones y el tratamiento médico necesario. .
_______ [1] Un asesinato en que Krenwinkel, una de las asesinas subyugadas por el influjo de Manson, sentía que había sido llamada por el diablo para aquella monstruosa empresa. MANSON, por su parte, pretendía hacer creer que el caso era sólo un reflejo de quienes le rodeaban, que estaban “muertos en la cabeza” y, por tanto, manejados por el alma. [2] La Iglesia del Proceso del Juicio Final es una sociedad secreta inglesa, que intenta celebrar y apresurar el fin del mundo mediante el asesinato, la violencia y el caos, sociedad cuyos miembros están convencidos de sobrevivir a ese baño de sangre como pueblo elegido. Los procesadores, con capa y traje negro, habían llegado a Los Angeles a principios de 1968. Uno de sus mandamientos decía: “Debes matar”. Aparecieron tranquilamente en público hasta pocos días después del asesinato de Robert Kennedy. Desde 1968 los seguidores de esta secta trabajaban activamente en las Montañas de Santa Cruz, en San Francisco, Los Angeles, Nueva York, Nueva Orleans, así como en su casa madre de Londres. Según uno de sus confederados, Manson habría exaltado en sus lecciones sobre el asesinato a dicha Iglesia desde 1969. Él y algunos otros miembros de su familia comenzaron a vestir capas negras y ropa teñida de negro, como los miembros de aquella Iglesia [3] La Orden del Templo Oriental se fundó en Alemania en 1902. Su culto se propone continuar la obra de la orden de los caballeros templarios. En 1911, Crowley formó su propio capítulo en Inglaterra. Desde entonces ha proseguido su actividad y, al presente, su cuartel general se encuentra en Suiza. Uno de los herederos espirituales de Crowley fue Brayton, que dio vida a una logia solar de unos cincuenta miembros, situada en los edificios de entrada del campus de la Universidad del Sur de California, con una red de casas de culto y una librería [4] La Kirke Order of Dog Blood está dirigida por una mujer, que es adorada por sus miembros. Sus aproximadamente 40 secuaces creen que es la reencarnación de Circe (Kirke, en griego). Los adeptos a este culto graban en su pecho la llamada estrella de Circe, una estrella de 4 puntas que nacen de un rectángulo y, evidentemente, lo hacen para llevar un signo de que son sus adoradores. Se reúnen dos veces al mes, durante la luna nueva y la luna llena. Sacrifican animales y practican el vampirismo animal. [5] Los dos primeros grados de Brayton Hollywood Cult, los llamados “grados de Minerva”, no incluyen beber sangre. Pero los niveles superiores se deleitan en sacrificar gatos, perros, gallinas y cabras, bebiendo su sangre, así como, según se dice, en realizar actos de magia sexual, mientras la sangre animal es derramada sobre los fornicadores. Beber la sangre de los animales es una nueva forma de vampirismo psicodélico, que intenta obtener con la sangre reacciones orgiásticas mientras se está bajo el efecto de la droga. [6] El exorcista es el que expulsa los espíritus malos de una persona poseída, conjurándolos, en nombre de un espíritu más poderoso, a que se vayan. El término proviene de la palabra griega que significa conjurar, verbo empleado por Mateo en el sentido jurídico de inducir a uno a testimoniar bajo juramento (Mt 26,63). [7] cf. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, XI, II, q. 90, a. 2. [8] Tal es el caso del profesor BAKAN, el cual no cree en la existencia del diablo y de los diablos como seres inteligentes. A pesar de ello, su excelente descripción del significado de Satanás corresponde a cuanto la teología cristiana tradicional atribuye al diablo como ser existente. |